viernes, 12 de diciembre de 2014



El emperador Adriano, viajero incansable

Dispuesto a inaugurar una época de paz, Adriano pasó más de la mitad de sus veintiún años de reinado visitando todos los rincones de su Imperio, desde Britania e Hispania hasta las ciudades del oriente griego, su verdadera patria adoptiva
Bajo su reinado, el imperio floreció en paz y prosperidad. Estimuló las artes, reformó las leyes, afirmó la disciplina militar y visitó todas las provincias en persona. Su enérgico y gran carácter atendió al conjunto y a los mínimos detalles de la política civil. Pero sus pasiones dominantes eran la curiosidad y la vanidad. Adriano era alternativamente un príncipe excelente, un sofista ridículo y un tirano celoso. El tenor de su conducta mereció alabanza por su equidad y moderación. Pero al principio de su reinado dio muerte a cuatro senadores consulares, considerados dignos del imperio. Al fin el tedio y una penosa enfermedad le hicieron irritable y cruel. El Senado dudó si debería considerarle un dios o un tirano y sólo gracias a las súplicas del piadoso Antonino le fueron otorgados los honores debidos».

Así resume Edward Gibbon los datos que dan Dión Casio y la Historia Augusta sobre Adriano, en un curioso retrato con luces y sombras. Durante algo más de veinte años Publio Elio Adriano ofreció al Imperio una próspera paz y una administración muy eficaz, «visitó todas las provincias» y fue, en definitiva, un «príncipe excelente». Se le reprochan sus manejos para eliminar a algunos rivales y su carácter esquivo, tiránico y extravagante.

Por eso, apenas murió, en el año 138, en Roma se alzaron insultos y protestas contra su memoria. Fue enterrado fuera de la ciudad casi en secreto y el Senado intentó prohibir su apoteosis, esto es, su proclamación póstuma como dios. Pero el tenaz empeño de su sucesor, el leal Antonino Pío, logró que se le ofrecieran dignos funerales; es decir, que fuera deificado con los mismos honores que otros emperadores. Sin duda, la impopularidad final en Roma contrastaba con el gran aprecio que Adriano había suscitado en Grecia y merecido en toda la zona oriental del Imperio, en correspondencia con el filohelenismo, la afición por la cultura griega, demostrado por él en su vida y sus viajes.

Adriano, que llegó al trono imperial con cuarenta años tras una larga carrera de cargos civiles y militares, impuso desde sus comienzos una propia línea política. Frenó la expansión territorial, renunciando a nuevas conquistas bélicas, reforzó las fronteras y promovió la idea de paz en todo el dominio romano. Luego recorrió las extensas tierras del Imperio como ningún emperador lo había hecho antes, no sólo para asegurar la justa administración en las provincias, sino también para mostrar la munificencia imperial, y construir carreteras, ciudades y monumentos, y aún más para conocer a sus gentes, sus problemas y ambiciones. Viajó sin cesar, unas veces guiado por la estrategia política y otras por su propio anhelo de ver mundo y aumentar su cultura personal. Y fue, de alguna manera, en algunos viajes que realizó a remotos confines de su imperio, en la época de una paz asegurada, un viajero sentimental. En los veintiún años de su reinado pasó más de doce fuera de Roma, más de la mitad del tiempo de su gobierno.

De Antioquía a Roma
Ya antes de llegar al trono, Adriano también había viajado mucho con varios destinos. Hizo muy joven su primer viaje a Itálica, la ciudad patria de su padre y también de Trajano, que visitó el año 90. Desde 95 a 101 marchó como tribuno y luego cuestor a Germania y Dacia, es decir, a las fronteras del Rin y del Danubio. Tras las guerras dácicas, en el año 105 fue destinado a la zona oriental, primero a Grecia (Nicópolis y luego Atenas), más tarde a Antioquía, Armenia y Siria. Allí fue, en Antioquía, en agosto de 117, ya como legado al frente de las legiones de Oriente, donde recibió la noticia de la muerte de Trajano, apenas dos días después de saberse designado como su sucesor. Fue aclamado como emperador por las legiones y como tal se encaminó a Roma, desde Asia Menor, cruzando con un fuerte ejército Tracia, Mesia, Dacia y Panonia. Llegó once meses después, ya en 118.
Allí se mantuvo hasta 121. En un viaje de inspección recorrió tierras de la Galia y Germania, y luego Britania, donde mandó construir el famoso muro que llevaría su nombre. Se dirigió luego a Hispania (la Tarraconense y la zona de León) y de allí pasó probablemente a Mauritania y a Siria. Tras recorrer Tracia y las ciudades costeras de Asia Menor llegó finalmente a Atenas. Permaneció en Grecia casi un año, hasta que a mediados de 125 volvió a Roma. Desde ésta, en 128 recorrió en campaña militar el agitado norte de África (Numidia y Mauritania).
Ya en 129 emprendería otro gran viaje hacia Oriente, con varias estancias en Atenas, desde donde viajó a las ciudades de Asia Menor (Éfeso, Mileto), Licia y luego Siria, Arabia y Judea, así como Egipto, regresando de las tierras del Nilo a Atenas ya en 132. Acaso tras una nueva rápida visita a Judea, donde continuaba la guerra contra los rebeldes israelitas, atravesó las tierras de Macedonia, Mesia, Dalmacia, Panonia hasta llegar a Roma, a mediados de 134. Allí, descansando en su retiro de Tívoli, en las afueras de la gran urbe, enfermo y melancólico, permaneció hasta su muerte, en Bayas, en julio del año 138.

Fundador de ciudades
En muchos de los lugares que visitó, Adriano inauguró edificios, monumentos, caminos y construcciones diversas. En las fronteras fijó con muros y fosos los límites duraderos del Imperio: una gran empalizada en Germania y en Retia (al sur de la actual Alemania), el perdurable muro en el norte de Britania y una amplia fosa (fossatum) en África. Fundó ciudades, a veces con su nombre, las dos Adrianópolis de la Cirenaica (actual Libia) y Tracia (región situada entre Grecia y Bulgaria), Adrianúteras, Adrianos y Adraneia en Asia Menor, así como Elia Capitolina, erigida sobre las ruinas de Jerusalén, en Judea. En honor de su amante Antínoo fundó Antinoópolis en Egipto. Alzó también grandes templos, como en la ciudad de Cízico (situada en la región de Misia, en Asia Menor) y en Atenas, donde destaca el magnífico santuario de Zeus Olímpico. Prodigó fiestas a su paso, dejando por doquier claras inscripciones con su nombre y muchas estatuas, de las que se conservan más de ciento cincuenta. Embelleció con teatros y obras de ingeniería muchas ciudades, como en el caso, muy significativo, de la hermosa Itálica, la ciudad de su familia y de la de Trajano.
Las visitas imperiales «a todas», o casi todas, las provincias eran algo excepcional. Otros emperadores habían viajado a unas u otras en caso de algún conflicto bélico o en campañas militares –como Augusto al norte de Hispania o Trajano en sus viajes a Oriente– o, en otros casos, para darse a conocer tras su proclamación; pero en Adriano esas visitas de inspección y festejos responden a su interés personal por el cuidado y mejora de las provincias, a un plan premeditado de mejorar las comunicaciones y, a la vez, conocer a sus gentes y su cultura.
El establecimiento de fronteras definitivas, la restauración de la disciplina militar y de la administración de la justicia, se enlazaban con una fuerte pasión constructiva y todo esto se combinaba muy bien con su sincero y tenaz filohelenismo. Esos empeños suyos respondían al anhelo de integrar mejor y reanimar la parte oriental del Imperio, por la que manifestó una singular atracción e incluso una personal simpatía espiritual. De ahí su afán de dar nuevo impulso económico y político a aquel ámbito cívico grecohablante y a su ejemplar cultura antigua y brillante, que Roma ya mucho antes había sometido y asimilado en su nivel más elevado. En fin, en ese siglo II, bajo la dinastía de los Antoninos, el renacer de la cultura y de la sociedad helenística fue espectacular. Tanto en Atenas, embellecida por las obras monumentales de Adriano –y de su amigo, el riquísimo Herodes Ático–, como en otras ciudades de la costa del Egeo, esa época fue un tiempo de esplendor.
También en Roma dejó Adriano notables muestras de su afán arquitectónico: reconstruyó el templo del Panteón, iniciado por Agripa, y edificó el templo de Venus, los jardines y el palacio de Tívoli, así como el enorme túmulo funerario para su sepulcro (que concluyó Antonino y actualmente es el castillo de Sant’Angelo), además de reformar los edificios del foro de Augusto y los mercados del campo de Marte. Celebró numerosos juegos en el circo y representaciones en los teatros, y diseñó su residencia palaciega en Tívoli con numerosas estatuas y pinturas que reproducían escenas y paisajes de sus lugares predilectos del oriente helénico: el Liceo y la Academia, el Pritaneo, Canope, la Estoa y Tempe.

Apasionado por lo griego
En su actitud pública, Adriano parecía querer ser visto como un nuevo Augusto: como él aseguró las fronteras, reconstruyó templos (como el Panteón en Roma y el de Augusto en Tarragona), y como él a su muerte dejó designado no sólo al buen Antonino como su sucesor inmediato, sino también a dos herederos de éste: Lucio Vero y Marco Aurelio. Por otra parte, también emulaba a Pericles, de modo que asumió, en Oriente, en 129, el título de Olímpico (Olimpios). Creó en Atenas un gran centro político, el Panhelenion, donde se reunirían los representantes de las ciudades griegas para diseñar una política común; a la vez que se empeñó en concluir de una vez el imponente templo de Zeus Olímpico. Hizo mucho por acreditar el prestigio cultural del mundo griego: en Roma fundó un centro llamado Ateneo, trató con los sofistas más notables de su tiempo e intentó helenizar a los judíos construyendo en las ruinas de Jerusalén, destruida por Tito, una nueva ciudad, Elia Capitolina, con templo y cultos paganos; una medida errónea, que suscitó una larga rebelión y una segunda guerra en Judea.
El amor a lo griego de Adriano venía ya de su juventud, cuando por sus lecturas y sus gustos fuera apodado Graeculus, «grieguillo», mote bastante despectivo en Roma. Su cordial filohelenismo aparecía a las claras en su rostro barbado, como el de un antiguo filósofo griego, en un notable contraste con los bien rasurados nobles romanos y los emperadores precedentes. Como al ocupar el trono la conservó, pronto se puso de moda la barba cuidada en todo el Imperio, y la llevaron, cortas o largas, numerosos emperadores, y no tan sólo los que, como Marco Aurelio, podían sentir alguna simpatía o admiración a los filósofos helénicos.
También puede notarse otro rasgo griego en su amor por el joven Antínoo, una pasión más comprendida en el mundo griego y oriental que en el ambiente romano. Al morir el bello muchacho en aguas del Nilo, el desolado Adriano fundó una ciudad con su nombre e hizo que se multiplicaran los retratos de su amado por múltiples ciudades. Hay que recordar que el enlace del emperador con Sabina, sobrina nieta de Trajano, fue una boda de conveniencia, planeada por la emperatriz Plotina, y acaso poco feliz.
Desde sus jardines y sus habitaciones con vistas, el melancólico Adriano sentía acercarse la muerte, e incluso intentó en vano suicidarse. Entre tanto en Roma crecía el resentimiento hacia su persona, refinada y voluble, misteriosa para muchos romanos.

Para saber más
Adriano. Anthony Birley. Gredos, Madrid, 2010.
Memorias de Adriano. Marguerite Yourcenar. Edhasa, Barcelona, 1998.

http://www.nationalgeographic.com.es/articulo/historia/grandes_reportajes/8196/emperador_adriano.html?_page=2

Elio Adriano, Publio. Emperador de Roma (76-138).
Emperador romano (117-138 d.C.) nacido en Italica (la actual Sevilla) provincia de Bética, el 24 de enero del año 76 d.C. y muerto en Bayas, cerca de Nápoles, el 10 de julio del 138 d.C. A los diez años de edad quedó huérfano, momento en el que su tío, el emperador Trajano, y Acilio Attiano, más tarde prefecto de su guardia pretoriana, asumieron su tutela. Su educación se realizó en Roma, donde destacó por su afición al arte y literatura griega, hecho que le hizo ganarse el apelativo degraeculus (pequeño griego). Su carrera en el cursus honorum dio comienzo en el año 91 d.C., cuando fue nombrado cónsul. En el año 95 sirvió como tribuno en lalegio II Adjutrix, establecida en la provincia de Mesia inferior. En el 96 d.C. fue transferido a la legio V Macedonica. En el año 100 d.C. casó con Vibia Sabina, sobrina-nieta del emperador Trajano. Adriano fue promocionado al cargo de questordurante el 101 d.C. Participó junto a Trajano en la región del Danubio en la primera guerra Dacia del año 102.
Una vez concluida en el año 105 d.C. fue nombrado tribuno de la plebe, cargo que le sirvió para conseguir, un año después, el título de pretor, momento en el que volvió a servir en la segunda guerra Dacia. Adriano continuó se brillante carrera política y en el año 107 d.C. se le confirió el gobierno de la provincia de baja Panonia como delegado del emperador (delegatus propraetore). Sólo un año después llegó a la cumbre de la vida política romana al conseguir el consulado. Adriano participó, siendo legado en Siria, en la campaña emprendida por el emperador Trajano contra los partos. El 9 de agosto del 117 d.C. Adriano recibió la noticia de que había sido adoptado por Trajano, lo que le colocaba en la vía directa para sucederle. Dos días después moría Trajano. La proclamación de Adriano fue realizada con el apoyo del ejército y el Senado. Su primera medida fue la de firmar un acuerdo de paz con Cosroes, rey de los partos, mediante el cual renunciaba a las recientes conquistas romanas más allá del Éufrates: Mesopotamia fue abandonada y Armenia volvió a ser considerada un estado vasallo. La política exterior pacífica emprendida por Adriano provocó los recelos de un sector del Senado, encabezado por Cornelio Palma y Lusio Quieto, que protagonizaron una conspiración abortada en el 118 d.C.
La relativa paz exterior no significó un descuido de los aspectos militares del Imperio. Muy al contrario, Adriano llevó a cabo un reforzamiento de las fronteras con tanto acierto que el trazado quedaría fijado, sin apenas necesidad de nuevas reformas, hasta la caída del Imperio. Observó la necesidad de reforzar las fronterastras haber emprendido un largo viaje a través de las provincias entre 121-125 d.C. El limes se consolidó sobre todo en la región de los Agri Decumates y en el norte de Britania, donde fue levantado un formidable muro de piedra de cien kilómetros, que se extendía desde la desembocadura del Tyne hasta el golfo de Solway First. Así mismo, para incrementar los reclutamientos, destinó a los legionarios a sus provincias de origen, ya que impuso la permanencia de los soldados en sus campamentos de destino. Adriano acometió con ímpetu la tarea de centralizar el poder del emperador, por lo que creó el Consejo del Príncipe, órgano donde se daban cita sus principales colaboradores suyos en las tareas de gobierno y legislación, heredero del amici principi, que restaba poder al Senado.
Ayudado por Salvio Juliano Prisco y Celso, llevó a cabo una importante reforma legislativa con la promulgación del Edictum Perpetuum (131 d.C.), que suplía la multiplicidad de edictos publicados hasta el momento por los pretores y magistrados. La legislación imperial pasó a tener la iniciativa y se concretó por medio de los edicta (prescripciones imperativas), decreta (sentencias de justicia),rescripta (respuestas a casos judiciales concretos) y mandata (instrucciones a gobernadores provinciales). No descuidó tampoco la protección de los pequeños propietarios, a los que dedicó la lex Hadriana de rudibus agris mediante la que favoreció la extensión de la pequeña propiedad frente a la ganadería, ya que concedía exenciones fiscales y la propiedad a todo aquel campesino que pusiera en explotación tierras incultas o abandonadas. Movido por su benignidad prohibió los sacrificios humanos y penó las muertes de los esclavos a manos de sus dueños. La tranquilidad general de su gobierno se vio turbada con la revuelta de los judíos del año 132 d.C., que fue encabezada por Bar Kochba y Eleazar, motivada por el deseo de construir sobre las ruinas de Jerusalén la colonia romana de Aelia Capitolina. El propio emperador acudió en persona a Palestina para controlar el levantamiento, que no pudo ser sofocado hasta el año 135 d.C. Murieron casi 200.000 judíos y otros muchos fueron vendidos como esclavos.
Adriano no perdió nunca los deseos de aprender y conocer nuevas cosas. Tertuliano dijo de él que tenía verdadera pasión por las curiosidades (curiositatum omnium explorator). Fue un verdadero antecesor de los príncipes renacentistas pues tenía conocimientos de ciencia, filosofía, arte, historia, pintura, etc. Fundó el Athenaeum para la enseñanza de numerosas disciplinas. Aun así, se interesó también por la astrología y otras supersticiones que llevaron a la muerte a su favorito, Antinoo, como parte de un sacrificio sagrado. Como no tuvo hijos, en el año 136 d.C. adoptó a Lucio Cejonio Comodo Vero como su sucesor, pero murió antes que el propio Adriano como consecuencia de su disoluta vida. En el 138 d.C. adoptó al senador Antonino Pío, con la condición de que éste, a su vez, adoptara a Lucio Vero y a Marco Anio Vero. Los últimos años del emperador Adriano transcurrieron entre enfermedades y conspiraciones. Finalmente, murió en Baia a consecuencia de hidropesía. Su cuerpo fue trasladado a Roma y depositado en un colosal mausoleo, hoy Castel Sant´Angelo.
http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=elio-adriano-publio-emperador-de-roma















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