Haydn y la ópera: Il mondo della luna
Por Ovidi Cobacho Closa, Historiador del arte
(Catalunya).
De sobras conocida es la cabal importancia
de este compositor dieciochesco en el terreno de la música instrumental
sinfónica y de cámara, dentro de la estética conocida como el Clasicismo
musical, al igual que su aportación en la música religiosa donde sobresalen
composiciones de gran relieve como sus oratorios de madurez La creación (1798) y Las estaciones (1801). Sin embargo, mucho menos
conocida y difundida es su contribución al género operístico, del cual nos dejó
un número considerable de composiciones – veintiséis- que aún aguardan
ser recuperadas y reincorporadas en las programaciones de nuestros coliseos. A
pesar de que algunas de ellas han sido resucitadas por la industria
discográfica, sus títulos distan mucho de ser conocidos por el gran público y
raramente aparecen en las programaciones, dejando así al margen una interesante
faceta de este Kapellmeister,
repleta de deliciosos momentos musicales.
Quisiéramos esbozar unas pocas pinceladas
sobre la aportación de Haydn a este género musical, centrándonos con algo más
de detalle en la primera ópera del compositor estrenada en España (¡1967!) – Il mondo della Luna-, recientemente
recuperada, dentro de la iniciativa “Taller d’òpera” en coproducción del Gran
Teatre del Liceu y el Teatre Lliure de Barcelona junto al Teatro Arriaga de
Bilbao. Cabria apuntar pero, como ya veremos, que este “olvido” de las
creaciones operísticas de Haydn no es fruto de simple o fortuita dejadez, sino
también en gran parte consecuencia de un sentido dramático y narrativo bastante
convencional por parte del compositor, mucho más superficial que el de sus
creaciones vocales religiosas, aunque no por ello exentas de una música de gran
calidad, con pasajes de gran relieve y belleza musical.
Aunque según parece sus primeros contactos
con el género operístico se remontan a los años de juventud como músico
independiente, dentro del incipiente género del singspiel, la práctica
totalidad de su producción estará comprendida y determinada a su cargo de Kapellmeister al servicio de los Esterházy. Poco
tiempo después de haber entrado al servicio de esta familia nobiliaria ya
tenemos noticia del estreno de la primera ópera italiana de Haydn, Acide (1762), de la que tan solo se conserva
la obertura y unas pocas arias. En 1768, con Lo
speziale –la más conocida y
representada de sus óperas en el repertorio internacional hasta nuestros días-,
se inauguró el teatro de ópera del palacio de los Esterházy, escenario que
acogerá muchos de los títulos operísticos de los compositores más destacados
del momento (Paisiello, Cimarosa, Martín i Soler, Sarti, Anfossi, Piccini,
Traetta, Guglielmi, entre otros) y que con el tiempo mantendrá una actividad
importante, destinada no solo a celebraciones y ocasiones solemnes sino también
a servir una temporada de ópera regular, de la cual podían gustar los propios
empleados de su servicio. En este marco será donde verán luz por primera vez
muchas de las creaciones de Haydn.
De forma más o menos paralela a su
evolución en el terreno de la música instrumental, la producción operística de
Haydn experimentará un proceso de madurez que podríamos situar, de acuerdo con
el Dr. Roger Alier (2), a partir de 1773, con L’infedeltà
delusa, ópera que mereció los elogios de la emperatriz María Teresa en su
estancia en Esterház. Este mismo año también se estrenará como compositor de
óperas para un teatro de marionetas situado en un gruta del palacio de los
Esterházy, todo ello coincidiendo con el período en que el teatro de Esterház
incrementa su actividad, con una plantilla de 24 instrumentistas que se
reforzaban ocasionalmente y la contratación, por parte del príncipe Miklós
Esterházy, de una plantilla suficiente de cantantes para poder llevar a cabo
las constantes representaciones. Un hecho significativo puede darnos una idea
acerca de lo arraigada que estaba la actividad en dicho teatro, cuando en
noviembre de 1779 un incendio lo destruyó completamente (junto a muchas de las
composiciones operísticas de Haydn) y en apenas un año estaba ya nuevamente
reconstruido y en activo.
Dentro de este período, que concluirá con
la ópera seria Armida (1784) – posteriormente, ya fuera del
servicio de los Esterházy, recibirá el encargo de una ópera ( L’anima del filosofo, ossia Orfeo
ed Euridice) que no pudo ser estrenada en vida del compositor-, su
escritura musical se hará eco de sus logros en el género instrumental,
adquiriendo cada vez una paleta más rica y variada, llena de matices y
comentarios a cargo de la madera, muy superior al nivel habitual de los
compositores italianos del momento y con algunos pasajes que nos sugieren
ya la escritura mozartiana. Todo ello lo encontramos progresivamente
desarrollado en óperas como L’incontro
improvviso (1775), La vera costanza (1779), L’isola disabitata (1779), la deliciosa La fedeltà premiata (1780) y sus dos últimas
creaciones para Esterház Orlando
paladino (1782) y la antes
citada Armida. Con todo, y muy a pesar de la
brillantez de muchos de sus pasajes instrumentales y vocales, el sentido
teatral de estas composiciones deja entrever un Haydn mucho menos vinculado a
la narración dramática que a la experimentación instrumental, cosa que en la
actualidad lo sitúa a un nivel de popularidad muy inferior –por lo que al
género operístico se refiere, por supuesto- que muchos de sus colegas
coetáneos, por no hablar de grandes renovadores del género como Gluck y
del gran genio musical y dramático de Mozart.
Un ejemplo de todo esto lo podemos
apreciar en Il mondo della
luna, ópera bufa italiana,
estrenada en Esterház el tres de agosto de 1777 y estrenada en España por el
grupo amateur del Club de Fútbol Junior de Barcelona en 1967. Su libreto,
basado en la obra de Carlo Goldoni, nos narra las vicisitudes de un crédulo
burgués aficionado a la astronomía (Buonafede) que es embaucado por un avispado
conocido (Ecclittico) y dos amigos más, ambos enamorados de sus dos hijas y
criada, haciéndole creer que ha sido transportado al mundo lunar para así
arrancarle el consentimiento para el matrimonio con las hijas y criada, y sus
respectivas dotes. A pesar, naturalmente, de la distancia histórica y estética
respecto a nuestros días, el libreto de Goldoni logra desarrollar con gran
eficacia y comicidad el entramado de la obra, vestido sobre una sencilla trama
con grandes dosis de crítica hacia las pasiones levantadas por las modas y
aficiones más innovadoras y pretenciosas de aquellos tiempos (el telescopio) y
sobre los vínculos sentimentales y motivaciones económicas que se esconden tras
ellos. No es de recibo pues, como han pretendido recientemente algunas
voces críticas, achacar la poca fortuna que ha gozado la obra a la supuesta
inconsistencia o frivolidad de su libreto, sin considerar el momento histórico
en que se inscribe y los gustos y perspectivas culturales a que
pertenece, como muy ejemplarmente pone de entredicho la enorme popularidad de
que gozó esta comedia en sus días, siendo musicada también por compositores
como Baldasare Galuppi (1750), Pedro Avondano (1765), Nicolò Piccinini (1770),
Gennaro Astaritta (1775), Giovanni Paisiello (1775) y Marcos Antonio Portogallo
(1790), entre otros.
La música que sostiene esta comedia se
inscribe plenamente dentro del lenguaje galante a la orden del día, incorporando
algunos de los logros musicales que más tarde elevarían la figura de Haydn a un
ineludible referente dentro de la historia de la música occidental. Su
partitura está escrita para la orquesta que Haydn tenía a su cargo en Estarház,
a saber: dos flautas, dos oboes, dos fagotes, dos trompas, dos trompetas,
timpani, cuerda y clavicémbalo. Con todo ello, el compositor construye una
deliciosa obra, utilizando un lenguaje refinado y siempre elegante, con una
escritura rica en soluciones harmónicas y de amplios recursos musicales; con un
plano tonal centrado en el Mi bemol mayor (mundo lunar) y sobre el Do y Re
(mundo terrenal) . Es de destacar su tendencia a la economía de los medios
vocales, eludiendo todo tipo de superfluas ornamentaciones, el refinamiento en
la resolución de las cadencias, así como el gran hallazgo tímbrico en muchos de
sus pasajes, con gran relieve de la madera.
Esto podremos apreciarlo ya de entrada en
la exquisita página sinfónica que sirve de obertura, en Do mayor, –reutilizada
posteriormente por el compositor como primer movimiento de su Sinfonía nº 63-,
en deliciosos momentos vocales como el quinteto inicial “O Luna lucente...”,
las arias “La ragazza col vecchione” (Buonafede), “Mi fanno ridere quelli che
credono” (Cecco) o “Una donna come me” (Lisetta) del primer acto y el delicado
concertante del Finale
primo de oscilantes melodías
y modulaciones entre tonalidad menor y mayor (alusión a la muerte y la vida,
respectivamente). Así mismo destacan la aria de Flaminia “Se la mia Stella” y
los diversos interludios danzados del acto segundo con una escritura de
bellísima factura, reutilizados también posteriormente por Haydn como material
para tríos de flauta, violín y chelo. En el tercer acto sobresale el dúo “Un
certo ruscelletto” (Ecclittico y Clarice) de gran lirismo melódico,
sabiamente sostenido por cuerdas y madera. En cuanto a la tesitura de sus
personajes, Haydn sigue las convenciones de la ópera bufa: un bajo bufo para el
papel del crédulo padre Buonafede; un tenor lírico-ligero, con agilidad y
nobleza de línea, para el avispado Ecclittico; una mezzo para el originario
papel para castrato de Ernesto y un barítono o bajo bufo
para el papel de Cecco (amigo de Ecclittico y su criado); las voces femeninas
corren a cargo de una soprano lírica con dominio de la coloratura (Clarice),
una soprano lírico-ligera con una particela de arriesgadas agilidades
(Flaminia) y una mezzosoprano con facilidades para la coloratura y tintes
picarescos (Lisetta)
Sin lugar a dudas cabe considerar esta
obra como un auténtico logro de la música escénica de la segunda mitad del
siglo XVIII, que ilustra elocuentemente la poco conocida faceta del Haydn
operista. Un compositor que pese a no disponer el sentido ni los recursos
teatrales de algunos de los compositores operísticos de su tiempo como
Paisiello o Cimarosa, supo vestir la escena con una música de riquísima
factura, muy superior a la mayoría de los prestigiosos autores italianos del
momento, pero que dentro del conjunto dramático tiende a cobrar una autonomía
que no acaba de cuajar plenamente la obra como un todo orgánico y se escapa al definir el perfil psicológico de
sus personajes –tarea que llevará prodigiosamente a cabo su compatriota Mozart
pocos años después-. Con todo, la brillantez musical de muchas de sus páginas
merecería un mayor reconocimiento por parte del público de hoy, aunque ello
implique un cierto esfuerzo por superar los interminables recitativos al uso de
la época y un pequeño salto por encima de las tan arraigadas, y a la vez
cegadoras, estéticas romántica y verista. Esperemos que algún día
alguien tome nota de ello y podamos disfrutar del revival operístico de Haydn.
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