Las diferentes unidades de medida del tiempo y los nombres por las que las conocemos no son cosa de ayer. Desde antiguo hemos dividido el tiempo en las mismas porciones y los nombres actuales provienen de los de antaño. Y no obedecen a decisiones arbitrarias sino que están basadas en los conocimientos astronómicos de los pueblos de la Edad Antigua que han llegado hasta nuestros días a través del filtro de la roma clásica.
La diferenciación entre el día y la noche es la más obvia de realizar, siendo el siguiente paso el agruparlos en una unidad de tiempo que abarca un ciclo de luz-oscuridad. Después se unen en grupos de siete días llamados semanas (de sept- siete en latín). Y son siete los días de la semana pues siete eran los astros móviles sobre el fondo fijo de un firmamento de estrellas que observaban los primitivos astrónomos. A saber: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter, Saturno, Luna y Sol. Comoquiera que estos pueblos mantenían cultos politeístas, identificaron algunas de sus deidades con estos cuerpos que, majestuosamente, se desplazaban de constelación en constelación. Por ello dedicaron un día a la honra o adoración de cada uno de ellos y, una vez completado el ciclo de siete días, volvían a repetirlo. Diferentes han sido los nombres como diferentes han sido los pueblos pero, merced al poder integrador de la cultura romana, nos han llegado hasta la actualidad con un nombre único.
El orden viene dado por proximidad y por unos valores que la antigua astronomía calculaba a partir de su posición en la bóveda celeste. Comenzaron por el más próximo a la Tierra según la concepción Toloméica del Universo, la vigente en esos días.
Así consideraban que el astro más cercano era el Sol (sol, solis- en latín) al que dedicaron el primero de los días. Nótese a este respecto que la semana comienza en domingo y acaba en sábado, día que el pueblo judío dedicaba al descanso al final de la misma. Así se dice cap de setmana (cabeza de semana en catalán) al conjunto de días festivos del actual fin de semana. Algunos idiomas corroboran el origen del nombre, como es el caso del inglés sunday (dies solis- día del Sol en latín). Posteriormente, con la cristianización del Imperio Romano se dedicó el día al Señor y le llamamos domingo (de dies Dominica- día del Señor en latín). También se le colocó en último lugar de la semana como correspondía al día del descanso.
El siguiente astro fue el consagrado a Selene, diosa griega que simbolizaba la Luna. El lunes (dies Lunae, día de la Luna en latín) también muestra más clara su procedencia en el monday inglés o en el montag alemán.
El martes (dies Martis, día de Marte en latín) fue dedicado a Marte, dios romano de la guerra. El conocido por planeta rojo fue asimilado al dios guerrero precisamente por su color, el de la sangre y el fuego. El nombre de sus satélites Phobos y Deimos corresponden al de los hijos del dios, que conducían su carro de combate.
El miércoles (dies Mercurii, día de Mercurio en latín) fue asimilado a Mercurio, dios romano de la velocidad, precisamente por ser éste el planeta con el movimiento aparente más rápido de los siete. Otras lenguas mantienen la misma raíz latina, como el dimecres catalán o el mercoledì italiano.
El jueves (dies Jovis, día de Júpiter en latín) fue dedicado a Júpiter, el mayor de los dioses del panteón romano. El planeta que simbolizaba al dios por su tamaño y por su lento movimiento aparente, enseñoreándose del firmamento.
El viernes (dies Veneris, día de Venus en latín) fue consagrado a Venus, diosa de la belleza, precisamente por esta cualidad, la belleza del lucero del alba. Otras lenguas mantienen la misma raíz latina como el vendredi francés o el venerdì italiano.
Y finalmente, el sábado (dies Saturnus, día de Saturno en latín) fue asimilado a Saturno por la gran cantidad de satélites que posee, como la gran cantidad de hijos del dios de la agricultura. De nuevo podemos constatar la similitud con el saturday inglés, en donde no se cambió la denominación, como en otras lenguas, por la del sabbatum latino, que deriva a su vez del shabbath (descansar en hebreo) y que era el día de descanso antes de que el cristianismo lo cambiase por el domingo.
Si ya se han acabado los días de la semana no ha ocurrido así con los planetas del Sistema Solar. A los descubiertos en fechas mucho más recientes se le ha seguido nombrando siguiendo la tradición clásica. Urano fue llamado Georgium Sidus (estrella de Jorge, en latín) por su descubridor William Herschel en honor a su mecenas real Jorge III, pero posteriormente se le llamó con el nombre actual. Si tras Júpiter venía su padre Saturno, tras éste debía venir el propio: Urano, padre de los titanes y de entre ellos el más poderoso Cronos, dios griego asimilado al Saturno romano. Neptuno es el siguiente. Hermano de Júpiter y dios de los mares, asimilado al planeta de tonos verdeazulados. Y después Plutón, hermano de Júpiter y de Neptuno, dios de los muertos y del inframundo. Nombre adecuado para el planeta más alejado del Sol, el que vaga por las más inhóspitas regiones de nuestro sistema en compañía de Caronte, su satélite.
Y, para finalizar, una curiosidad. El género de todos los planetas y satélites es el masculino, incluso para Venus que simboliza a una diosa; lo que se podría explicar con el género de las palabras planeta y satélite, también masculino. Pero la regla se rompe con La Tierra y La Luna, de género femenino. ¿Por qué este uso del género? Quizá la explicación al primer caso sea la comparación con una madre. Es decir, la madre Tierra que, como la propia, nos provee de cobijo y alimento y pone a nuestra disposición lo necesario para cubrir nuestras necesidades. Y quizá la explicación del segundo esté en sus fases y su ciclo de 28 días, y la relación de éste con el ciclo femenino y con los aspectos de fertilidad que lleva asociados.
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