Fecha: 19 de mayo de 1798. Lugar: puerto de Tolón, costa mediterránea de Francia. Napoleón abandona las dársenas a las seis de la mañana al mando de 38.000 soldados y 16.000 marinos a bordo de 300 navíos. Misión: combatir a Inglaterra en el Mediterráneo, en Egipto. Junto a los militares viajaban 154 científicos. Fueron los únicos vencedores. La campaña fue desastrosa.
La mayoría de los científicos ignoraba su destino, pero no pudieron resistir la invitación de Bonaparte y de sus brillantes profesores: el matemático Gaspar Monge, fundador de la Escuela Politécnica, el químico Claude Louis Berthollet, inventor de la lejía y profesor de la Escuela normal, y el mineralogista del Museo Déodat de Dolomieu. Para convencer a sus alumnos de que lo dejasen todo, el profesor que dio su nombre a los Dolomitas les dijo: "No puedo decirles adónde vamos ni cuánto tiempo vamos a estar allí ni con qué objetivo, pero puedo asegurarles que es un lugar para conquistar gloria y saber". Eran ingenieros, astrónomos, naturalistas, químicos, literatos, orientalistas, músicos, farmacéuticos, médicos... Formaron la Comisión de las Ciencias y de las Artes del Ejército de Oriente. Los militares con los que viajaron les llamaron simplemente "los sabios".
El destino final permanecería en secreto hasta el 28 de junio. En esa fecha, los expedicionarios han conquistado Malta y Napoleón, en uno de sus habituales discursos, revela el objetivo de la expedición: Egipto. El general Bonaparte hace hincapié en que se trata de una "conquista científica", si bien la expedición es totalmente estratégica. Por una parte, el Directorio intenta alejar a Napoleón de los asuntos internos de Francia y le encarga impedir el acceso de Gran Bretaña a la India, y así reducir su dominio comercial y evitar que conquisten nuevos territorios. Para ello se aprovechará de la debilidad del Imperio Turco, que en ese momento controla Egipto.
La expedición combinará los dos aspectos: militar y científico, de forma que muchas veces los "sabios" asistirán a batallas y en otras ocasiones Napoleón y sus comandantes serán testigos de importantes descubrimientos arqueológicos, algunos de ellos recogidos en cuadros de la época.
LOS MÁS SABIOS
Monge y Berthollet tienen 52 y 54 años, respectivamente, en aquel 1798 y son ya dos sabios de prestigio cuando se embarcan para Egipto. Pero la mayoría de sus colegas no supera los 30 años. Reclutados a través de maestros o amigos, muchos se harán célebres. Fue el caso de Dominique Vivant Denon, autor del libro Viaje al Bajo y Alto Egipto, en el que narra su travesía por el Nilo entre enero y marzo de 1799 y en la que descubrió para occidente Tebas, Karnak, Luksor, Asuán..., quien llegará a ser director de los museos franceses y fundador del Louvre. También Nicolas Jacques Conté, inventor de la mina del lápiz, conocería la fama, o Etienne Geoffroy Saint-Hilaire, distinguido profesor de zoología...
"No puedo decirles adónde vamos, pero sí que es un lugar para conquistar gloria y saber"
Napoleón desembarca en Alejandría el 2 de julio y allí queda parte de la misión científica, ocupada en estudiar el faro y la columna de Pompeyo. El resto prosigue con la tropa hacia el interior del país. El 22 de agosto de 1798, Napoleón Bonaparte funda en El Cairo el Instituto de Egipto, organizado en cuatro secciones, cada una de ellas con 12 miembros: Matemáticas, Física, Economía política y Literatura y artes. Fue el centro de operaciones científicas desde el que Napoleón, Monge y sus colegas científicos descubrirán en septiembre del mismo año la meseta de Guiza, con la Esfinge y las Pirámides. Antes, el 21 de julio se libró, con éstas como testigo la batalla de las Pirámides, de la que el militar corso salió triunfante. Era el inicio de una campaña que pronto cambiaría de signo.
Las tareas iniciales que encomendaron al cuerpo científico distaban mucho de ser estudios de ciencia pura: en la primera sesión del Instituto, según consta en las actas, se pusieron sobre la mesa temas como la mejora de la cocción del pan o hacer cerveza sin lúpulo o cómo aclarar y enfriar el agua del Nilo... Pronto esos temas iniciales derivarían en otros científicamente más interesantes.
Los trabajos de los sabios, publicados en La década egipcia, dejan a menudo totalmente indiferentes a los militares. Hasta el punto que algunos deciden bautizar a los asnos egipcios con el nombre de "semisabios". A pesar de ello, el balance es de un valor incalculable. Se recoge en la Descripción de Egipto, una obra que consta de nueve volúmenes y 974 planchas que necesitaron 25 años para ser impresas, y en las que participaron 294 impresores, burilistas, aguafortistas... Los ingenieros y los geógrafos tampoco fueron a la zaga y confeccionaron un atlas a escala 1/100.000 de la tierra de los faraones en 47 hojas.
Otro de los campos a los que se dedicaron los sabios fue el de la física. Monge, que empleó gran parte del tiempo que duró la marcha desde Alejandría hasta El Cairo en reflexionar, avanzó, por vez primera, la explicación de los espejismos, y los explicó así: "Se trata del calor de la arena que dilata el aire en las proximidades y desvía los rayos del Sol".
"Estamos dispuestos a quemar nuestros tesoros para que no caigan en manos del enemigo"
Una treintena de sabios murió en diversas batallas o víctimas de enfermedades, sobre todo a causa de la peste. Tuvieron que adaptarse a las duras condiciones de vida que tenían en Egipto, pero terminaron por convertirse casi en auténticos egipcios. Se dejaron crecer la barba o el bigote (allí el mentón afeitado era signo de esclavitud), se iniciaron en las delicias de la pipa llena de tabaco de Lattaquié, aprendieron a disfrutar del café... El naturalista Etienne Geoffroy Saint-Hilaire es un buen ejemplo de adaptación: "Aquí vivo tranquilamente", escribía a su padre, "ocupándome de historia natural, de mis caballos y de mi pequeña familia negra". Mientras los botánicos traen a Europa una nueva especie de nenúfar y de palmera (que se conserva en el Museo de París), Etienne aporta numerosas momias de animales (algunas siguen siendo estudiadas): gatos, ibis, monos, mangostas... Y, sobre todo, en las orillas del Nilo, descubre el políptero bichir, un pez de un tipo nuevo y extraordinario, cuyas aletas se corresponden con los miembros de los mamíferos. De él sacará la idea de que todos los animales están constituidos siguiendo un mismo plan, una de las ideas que condujeron a la teoría de la evolución. "No estoy de acuerdo", responderá su amigo Cuvier. Según este último, partidario de la teoría fixista, si bien el políptero "valió por sí sólo el viaje a Egipto", las especies vivas siempre han sido las mismas y no experimentaron evolución alguna desde su creación.
El levantamiento en El Cairo a finales de 1798 hace presagiar un cambio en el rumbo de la aventura militar. El mismo año del descubrimiento de la piedra de Rosetta los turcos declaran la guerra a Bonaparte. El general francés consigue repeler un ataque turco en abril, en la batalla de Monte Tabor, y más tarde en Abukir. Los franceses salen victoriosos si bien sufren muchas bajas. Poco después, el 23 de agosto de 1799, Napoleón se marcha sigilosamente a Francia con la mayoría de sus oficiales, y con Monge y Berthollet. Otros científicos se quedan en Egipto para continuar sus investigaciones. El general Kleber toma el mando de las fuerzas francesas en Egipto. Por un tiempo consigue contener a los británicos y a los turcos. Sin embargo, tras su asesinato el 14 de junio, el futuro de la misión francesa se ve seriamente amenazado. El Instituto y sus científicos se quedan sin protección. Su presencia se va haciendo cada vez más indeseable.
En el verano de 1801 los británicos toman El Cairo y Alejandría. Le exigen al Instituto que entregue todos sus estudios y documentos. Los franceses se niegan rotundamente: "Estamos dispuestos a quemar nuestros tesoros con tal de que no caigan en las manos del enemigo", dice, Geoffroy Saint-Hilarie. La determinación de los franceses impresiona a las fuerzas británicas. No obstante, consiguen apoderarse de muchas obras, incluida la famosa piedra de Rosetta.
Fueron los soldados de Bonaparte los que descubrieron la celebérrima dala de pizarra negra con la misma inscripción en tres escrituras (jeroglífica, demótica y griega), en 1799, en la aldea de Rosette a la que se debe el desciframiento de la escritura jeroglífica. Jean-François Champollion, el descubridor de este tipo de escritura, tuvo que trabajar sobre una copia. Publicó sus resultados en 1822. Champollion, que tenía 8 años cuando Bonaparte inició su campaña de Egipto, tuvo que esperar a cumplir los 38 para pisar la tierra de los faraones y resumir así su vida: "Soy todo entero de Egipto, Egipto lo es todo para mí".
http://www.historiaclasica.com/2008/01/napolen-bonaparte-en-egipto.html
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