Gustav Mahler: Sinfonía nº 3, en re menor
Como
afirma Venustiano Reyes, musicólogo mexicano, parece paradójico que la obra de
un judío errante que se sentía apátrida y sin identidad definida, sea
extraordinariamente original. Es precisamente el caso con Mahler. Los
austriacos lo consideraban bohemio, a pesar de haber nacido en la Moravia
austríaca; los bohemios, austriaco; los alemanes se referían a él como ‘el
austriaco’ o ‘el judío’; los judíos lo veían como ‘el cristiano’, pues se
convirtió a la fe católica. Y, sin embargo, la obra de Mahler no podría tener mayor
identidad, no podría ser más original, no podría estar más definida. En fin, un
genio absoluto y verdadero, como pocos han existido en la humanidad, y que,
entre otras cosas, tuvo la virtud de exponer, como nadie, los secretos más
íntimos del ser; y no sólo del ser humano, sino del ser universal y del creador
mismo. En suma, Gustav Mahler es para muchos un verdadero profeta del espíritu
humano y del ‘anima mundi’. El incomparable escritor alemán Thomas Mann,
merecedor del Premio Nobel de literatura de 1929, se refirió a él en estos
términos: “el hombre que, según creo, expresa el arte de nuestro tiempo en su
forma más profunda y sagrada”.
Director antes que compositor
Pierre
Boulez también comentó acerca de la trascendencia de la música de Mahler, pues
según el galo, cualquiera que fuera el lugar, en las interpretaciones de sus
obras una reacción apasionada del público a menudo era más la regla que la
excepción; su poder de fascinación derivaba a la vez de la hostilidad y del
entusiasmo que suscitaban. La impresión que hizo su Tercera Sinfonía, en el
concierto que dirigió en el Festival de Krefeld de la Allgemeiner Deutscher
Musikverein, en 1902, fue irresistible y por primera vez no rebatida. Le impuso
definitivamente en el mundo de la música contemporánea. Sin embargo, durante
los años que siguieron, las interpretaciones de sus sinfonías frecuentemente
supusieron violentas manifestaciones y contramanifestaciones. Cuando estaba con
sus amigos, Mahler las acogía con la convicción, tantas veces reafirmada: “¡Mi
hora llegará!”.
Los inicios de la carrera de Mahler como director fueron complicados y poco alentadores debido tanto a su mal carácter como al ruinoso estado en que estaban los teatros en que era contratado. Afortunadamente, su situación fue mejorando y, después de pasar dos años en Kassel, pudo acceder a Praga en 1885 y a Leipzig en 1886. En esta ciudad entró por primera vez en contacto con la colección de poesía folclórica llamada Des Knaben Wunderhorn “(El cuerno mágico del muchacho” o bien “El cuerno de la abundancia”), recopilada y adaptada por Achim von Armin y Clemens Brentano. Aparecida en 1808 como un equivalente lírico de los cuentos de los hermanos Grimm, tal colección fue la primera de una serie de publicaciones que produjo un entusiasmo romántico por recuperar aquel idioma folclórico en peligro de extinción. El enorme potencial musical de esta colección no sólo proporcionó a Mahler una serie de textos para sus canciones, durante los siguientes catorce años, sino también, inspiró dos de sus partituras más ambiciosas, las Sinfonías nº 2 y nº 3.
Entre los años 1886 y 1891, Mahler trabajó como director en Leipzig y Budapest, pasando luego a Hamburgo para tomar a su cargo el Stadttheater. Aquí ganó notoriedad gracias a sus interpretaciones de las óperas de Richard Wagner, atrayendo la atención del público y de la crítica con su virtuosidad y genialidad como conductor. Paralelamente continuó su labor creativa e inmediatamente después de completar su Segunda Sinfonía, la que estrenó con enorme éxito en Berlín en 1895, inició la composición de la Tercera, subtitulada “Sueño de una mañana de verano” y que puede ser definida como una monumental apoteosis de la naturaleza.
Los inicios de la carrera de Mahler como director fueron complicados y poco alentadores debido tanto a su mal carácter como al ruinoso estado en que estaban los teatros en que era contratado. Afortunadamente, su situación fue mejorando y, después de pasar dos años en Kassel, pudo acceder a Praga en 1885 y a Leipzig en 1886. En esta ciudad entró por primera vez en contacto con la colección de poesía folclórica llamada Des Knaben Wunderhorn “(El cuerno mágico del muchacho” o bien “El cuerno de la abundancia”), recopilada y adaptada por Achim von Armin y Clemens Brentano. Aparecida en 1808 como un equivalente lírico de los cuentos de los hermanos Grimm, tal colección fue la primera de una serie de publicaciones que produjo un entusiasmo romántico por recuperar aquel idioma folclórico en peligro de extinción. El enorme potencial musical de esta colección no sólo proporcionó a Mahler una serie de textos para sus canciones, durante los siguientes catorce años, sino también, inspiró dos de sus partituras más ambiciosas, las Sinfonías nº 2 y nº 3.
Entre los años 1886 y 1891, Mahler trabajó como director en Leipzig y Budapest, pasando luego a Hamburgo para tomar a su cargo el Stadttheater. Aquí ganó notoriedad gracias a sus interpretaciones de las óperas de Richard Wagner, atrayendo la atención del público y de la crítica con su virtuosidad y genialidad como conductor. Paralelamente continuó su labor creativa e inmediatamente después de completar su Segunda Sinfonía, la que estrenó con enorme éxito en Berlín en 1895, inició la composición de la Tercera, subtitulada “Sueño de una mañana de verano” y que puede ser definida como una monumental apoteosis de la naturaleza.
Un himno a la naturaleza
En
el verano de 1895, Mahler se encontraba en Steinbach am Attersse, acompañado
por la solista de viola Natalie Bauer-Lechner, quien fue su compañera en el
paréntesis que Gustav Mahler abrió entre su primer matrimonio y el segundo con
Alma Marie Schindler, Alma Mahler. Cuenta José Luis Pérez de Arteaga, absoluta
autoridad en nuestro país en materia mahleriana, que Mahler empezó a trabajar,
en el verano de 1895, por el movimiento “Lo que me dicen las flores en el
prado”, siguiendo con los números inmediatos y dejando, por tanto, para el
final el primer movimiento. Este tiempo fue bosquejado durante el invierno y la
primavera en Hamburgo. Cuando Mahler llegó a Steinbach, en junio de 1896,
advirtió con horror que había olvidado sus partituras en Hamburgo. Natalie
relata cómo, a través de terceros, consiguió Mahler que le llevaran los bocetos
desde Hamburgo. Durante los días que mediaron hasta la llegada del borrador
compuso el músico una introducción al primer movimiento, página que ha¬bría de
tener enorme trascendencia temática sobre el trabajo aún pendiente. “Apenas se
puede decir que es música”, comentó Mahler a Natalie, “son so¬nidos de la
naturaleza. Es algo misterioso, se trata de la forma en que la vida va
abriéndose camino gradualmente, saliendo de la inanimación, de la mate¬ria
petrificada. En algún momento he pensado llamar a este movimiento “Lo que me
dicen las montañas”. Y, a medida que la vida sube de estrato a es¬trato, toma
formas cada vez más desarrolladas: flores, bestias, hombres, hasta la esfera de
los espíritus, de los ángeles”.
Al acoger Bruno Walter en 1896 en Steinbach-am-Attersee, Mahler le dice: “Es inútil que mire el paisaje; ha pasado por entero a mi sinfonía”. Se puede entrar en la obra comparándola con la Segunda, de la que en un sentido es la prolongación. El parentesco de las dos partituras va más allá del paralelismo de sus segundos, terceros e incluso cuartos movimientos respectivos. También la tercera sinfonía, a todos los niveles, su traducción musical. Esta partitura, una forma abierta por excelencia, es un ciclo de metamorfosis hacia formas de vida cada vez más altas, más evolucionadas, que “comienza con la naturaleza inanimada y se eleva hasta llegar al amor de Dios”, afirmaba Mahler.
Al abordar su Tercera Sinfonía, Mah¬ler pretendía realizar un imponente recorrido cosmologista que iría de la inanimación a la divinidad. “Utilicé la palabra y la voz humana en la Segunda Sinfonía justa¬mente en el momento en que las necesitaba para hacerme entender”, ex¬plicó Mahler a Natalie en ese verano de 1895, “¡qué lástima no haber obrado así cuando escribí la Primera! Pero en la Tercera no tendré ya dudas al respecto. Voy a basar las canciones de los dos movimientos más cortos en tex¬tos del Knaben Wunderhorn y en un glorioso poema de Nietzsche”. En efecto, tomaría Mahler de la famosa colección de cantos populares e infanti¬les de Arnim y Brentano la tonada “Tres ángeles cantaban”, y del Así hablaba Zarathustra nietzscheano el poema que cierra “La otra canción de la danza”.
Según Tranchefort, el título original del conjunto fue “Sueño de una noche de verano”, sin relación con la dramaturgia de William Shakespeare, posteriormente “Sueño de una mañana de verano”. Según François René de Trachefort, finalmente los títulos fueron suprimidos, pero hé aquí una idea de ellos: 1) “El despertar de Pan”; “La llegada del verano”. (Introducción), “El verano hace su entrada”(cortejo de Baco); 2)”Lo que me cuentan las flores del campo”; 3) “Lo que me cuentan los animales del bosque”; 4) “Lo que me cuenta el hombre” (la noche); 5) “Lo que me cuentan las campanas de la mañana” (los ángeles); 6) “Lo que me cuenta el amor”.
Manifiesta Pérez de Arteaga que sólo se da una alteración sustancial: el último movimiento, que iba a titularse “Lo que me dice el niño”, el séptimo, fue posteriormente eliminado del contexto, en la redacción final de Mahler, y pasó a formar parte de la obra siguiente, la Sinfonía n º4 en sol mayor, como final de la misma. De otra parte, el título global “Mi alegre sabi¬duría”, sustituido en la versión definitiva por el de “Sueño de una mañana de verano”, posteriormente eliminado al imprimirse la obra, tiene su origen en el libro de Friedrich Nietzsche Die fröhliche Wissenschaft, usualmente tra¬ducido como La gaya ciencia, por lo que podríamos traducir el emblema mahleriano como “Mi gaya ciencia”.
Al acoger Bruno Walter en 1896 en Steinbach-am-Attersee, Mahler le dice: “Es inútil que mire el paisaje; ha pasado por entero a mi sinfonía”. Se puede entrar en la obra comparándola con la Segunda, de la que en un sentido es la prolongación. El parentesco de las dos partituras va más allá del paralelismo de sus segundos, terceros e incluso cuartos movimientos respectivos. También la tercera sinfonía, a todos los niveles, su traducción musical. Esta partitura, una forma abierta por excelencia, es un ciclo de metamorfosis hacia formas de vida cada vez más altas, más evolucionadas, que “comienza con la naturaleza inanimada y se eleva hasta llegar al amor de Dios”, afirmaba Mahler.
Al abordar su Tercera Sinfonía, Mah¬ler pretendía realizar un imponente recorrido cosmologista que iría de la inanimación a la divinidad. “Utilicé la palabra y la voz humana en la Segunda Sinfonía justa¬mente en el momento en que las necesitaba para hacerme entender”, ex¬plicó Mahler a Natalie en ese verano de 1895, “¡qué lástima no haber obrado así cuando escribí la Primera! Pero en la Tercera no tendré ya dudas al respecto. Voy a basar las canciones de los dos movimientos más cortos en tex¬tos del Knaben Wunderhorn y en un glorioso poema de Nietzsche”. En efecto, tomaría Mahler de la famosa colección de cantos populares e infanti¬les de Arnim y Brentano la tonada “Tres ángeles cantaban”, y del Así hablaba Zarathustra nietzscheano el poema que cierra “La otra canción de la danza”.
Según Tranchefort, el título original del conjunto fue “Sueño de una noche de verano”, sin relación con la dramaturgia de William Shakespeare, posteriormente “Sueño de una mañana de verano”. Según François René de Trachefort, finalmente los títulos fueron suprimidos, pero hé aquí una idea de ellos: 1) “El despertar de Pan”; “La llegada del verano”. (Introducción), “El verano hace su entrada”(cortejo de Baco); 2)”Lo que me cuentan las flores del campo”; 3) “Lo que me cuentan los animales del bosque”; 4) “Lo que me cuenta el hombre” (la noche); 5) “Lo que me cuentan las campanas de la mañana” (los ángeles); 6) “Lo que me cuenta el amor”.
Manifiesta Pérez de Arteaga que sólo se da una alteración sustancial: el último movimiento, que iba a titularse “Lo que me dice el niño”, el séptimo, fue posteriormente eliminado del contexto, en la redacción final de Mahler, y pasó a formar parte de la obra siguiente, la Sinfonía n º4 en sol mayor, como final de la misma. De otra parte, el título global “Mi alegre sabi¬duría”, sustituido en la versión definitiva por el de “Sueño de una mañana de verano”, posteriormente eliminado al imprimirse la obra, tiene su origen en el libro de Friedrich Nietzsche Die fröhliche Wissenschaft, usualmente tra¬ducido como La gaya ciencia, por lo que podríamos traducir el emblema mahleriano como “Mi gaya ciencia”.
La obra
La
sinfonía está escrita para voz de contralto, coro femenino, coro de niños y una
orquesta de cuatro flautas, cuatro oboes, cinco clarinetes, cuatro fagotes,
ocho trompas, cuatro trompetas, cuatro trombones, una tuba, timbales,
percusión, campanas, ‘glockenspiel’, arpas y la habitual familia de la cuerda.
Según Pérez de Arteaga, al completar Mahler la partitura, advirtiendo la
formidable duración del primer movimiento, por encima de la media hora, su
autor acordó dividir la obra en dos partes; la primera estaría ocupada
enteramente por el enorme primer movimiento, mientras que la segunda
comprendería los cinco tiempos restantes. Todavía consideró Mahler la
posibilidad de dar a toda la composición el nombre global de “Pan, poema
sinfónico” —influenciado por el éxito de los poemas de Richard Strauss, como la
reciente edición de la corresponden¬cia entre ambos creadores ha evidenciado—,
pero abandonó esta idea a la hora de imprimir la partitura.
I.
Kräftig. Entschieden (“Con fuerza y decisión”) “Pan se despierta. Marcha de
entrada del verano.”
Según el propio Mahler, “el preludio de la obra será “La seducción del verano”, y a renglón seguido necesito a una banda de regimiento para transmitir el efecto, rudo y brutal, de la llegada de mi marcial camarada. Será como oír a la banda militar de un desfile. ¡Un inmenso gentío circulando en masa, nunca se ha visto algo igual!” Como comenta Tranchefort, Richard Strauss, realista, veía en ella regimientos de trabajadores desfilando un 1º de mayo.
El primer movimiento, forma sonata de gigantescas proporciones, es el más largo movimiento puramente instrumental escrito por Mahler, de tanta duración como la Sinfonía nº 5 de Beethoven en su integridad, con un programa oculto: “Despertar y fecundación de la materia por el espíritu creador, concebido como el espíritu vivificante de la naturaleza”, en palabras de Mahler. Según Henry-Louis de La Grange, especialista mahleriano de indiscutible autoridad, la vieja forma sonata se amplía con una segunda exposición no literal, instrumentación colosal y desarrollos gigantescos. Ocho trompas cantan en fortissimo una marcha en re menor que enmarca el movimiento entero como una introducción, destinada además a reaparecer como bisagra entre secciones. Esta idea fue concebida al principio como un movimiento independiente. Se puede percibir que está basada en el motivo principal del Finale de la Primera de Brahms, que a su vez remita a la Oda a la alegría del movimiento final de la Novena de Beethoven. Las trompas, como en el romanticismo, simbolizan la naturaleza en su estado salvaje.
A continuación, se exponen dos ideas, ambas también marchas. La primera de carácter trágico, en la tradición sinfónica centroeuropea y confiada a las voces graves. La segunda, en fa mayor es una de esas melodías conscientemente ramplonas usadas por Mahler como contraste y rebelión hacia el concepto de lo “aceptable” en la música “culta”, de la que precisamente la sinfonía es símbolo máximo. Posee diferente carácter, pero deriva por completo del motivo brahmsiano de las trompas.
Después hay un enorme choque de metales y percusión: un grito de la naturaleza, que se escuchará de nuevo en el Final, marca el inicio del enorme desarrollo. El trombón, en su famoso solo, hace escuchar la profunda voz de la Naturaleza: pasaje reflexivo, de raíz schubertiana. Más tarde reaparece la marcha de las trompas y se inicia la reexposición por tanto. Se prepara la coda con la vuelta de la “Marcha báquica” a lo lejos y termina en apoteosis, casi vociferada por los metales.
Según el propio Mahler, “el preludio de la obra será “La seducción del verano”, y a renglón seguido necesito a una banda de regimiento para transmitir el efecto, rudo y brutal, de la llegada de mi marcial camarada. Será como oír a la banda militar de un desfile. ¡Un inmenso gentío circulando en masa, nunca se ha visto algo igual!” Como comenta Tranchefort, Richard Strauss, realista, veía en ella regimientos de trabajadores desfilando un 1º de mayo.
El primer movimiento, forma sonata de gigantescas proporciones, es el más largo movimiento puramente instrumental escrito por Mahler, de tanta duración como la Sinfonía nº 5 de Beethoven en su integridad, con un programa oculto: “Despertar y fecundación de la materia por el espíritu creador, concebido como el espíritu vivificante de la naturaleza”, en palabras de Mahler. Según Henry-Louis de La Grange, especialista mahleriano de indiscutible autoridad, la vieja forma sonata se amplía con una segunda exposición no literal, instrumentación colosal y desarrollos gigantescos. Ocho trompas cantan en fortissimo una marcha en re menor que enmarca el movimiento entero como una introducción, destinada además a reaparecer como bisagra entre secciones. Esta idea fue concebida al principio como un movimiento independiente. Se puede percibir que está basada en el motivo principal del Finale de la Primera de Brahms, que a su vez remita a la Oda a la alegría del movimiento final de la Novena de Beethoven. Las trompas, como en el romanticismo, simbolizan la naturaleza en su estado salvaje.
A continuación, se exponen dos ideas, ambas también marchas. La primera de carácter trágico, en la tradición sinfónica centroeuropea y confiada a las voces graves. La segunda, en fa mayor es una de esas melodías conscientemente ramplonas usadas por Mahler como contraste y rebelión hacia el concepto de lo “aceptable” en la música “culta”, de la que precisamente la sinfonía es símbolo máximo. Posee diferente carácter, pero deriva por completo del motivo brahmsiano de las trompas.
Después hay un enorme choque de metales y percusión: un grito de la naturaleza, que se escuchará de nuevo en el Final, marca el inicio del enorme desarrollo. El trombón, en su famoso solo, hace escuchar la profunda voz de la Naturaleza: pasaje reflexivo, de raíz schubertiana. Más tarde reaparece la marcha de las trompas y se inicia la reexposición por tanto. Se prepara la coda con la vuelta de la “Marcha báquica” a lo lejos y termina en apoteosis, casi vociferada por los metales.
II. Tempo di Menuetto. Sehr mäßig (“Muy
moderado”).
Las
flores de los prados inspiraron a Mahler este minué, que por una vez es un
tributo al pasado que no tiene nada de sarcástico ni grotesco. Dos episodios se
alternan de forma simétrica y a pesar de que el tempo no varía, el segundo
parece más rápido debido al menor valor de sus notas. La instrumentación es
casi etérea, con diálogos de las maderas y frases dulcísimas de los violines
que se apagan tan pronto alzan el vuelo.
III. Comodo. Scherzando. Ohne Hast (“Sin
prisa”)
A
excepción del “Trío”, el material de este “Scherzo” proviene de la canción
“Ablösung im Sommer”, “Relevo de la guardia de verano”, donde el cuco de la
primavera es reemplazado por el ruiseñor en verano. Uno de los momentos más
mágicos de toda la producción de Mahler llega en el solo de trompa de
postillón, “posthorn” en si bemol, en la lejanía, que toca una evocadora
melodía como idea de contraste. Según Tranchefort, dicho solo acalla los
parloteos de los bardales. Oímos el silencio, que interrumpe una fanfarria, y
la cháchara animal vuelve, seguida otra vez de la trompa de postillón. Pero
justo antes del final, un violento golpeteo nos recuerda con su salvajismo
hasta qué punto son frágiles los remansos de paz, las “civilizaciones”, el
hombre, que la selva (la naturaleza) puede tragarse en cualquier momento.
IV. Sehr langsam (“Muy lento). Misterioso.
Los
tres últimos movimientos se encadenan sin interrupción y nos transportan todos,
de un golpe, sin brutalidad pero cortándonos la respiración, hacia esferas
superiores liberadas (pese a las miradas retrospectivas) de toda contingencia
terrestre.
Gustav Mahler tomó de “Así hablaba Zaratustra” la llamada “Canción de Medianoche” para el cuarto tiempo, lo cual es una excepción de dentro de sus Lieder sinfónicos, pues estamos en su época “Wunderhorn”. La función de la pieza es desviar la atención desde el dolor y el gozo del Hombre hacia la pureza infantil del Niño (del siguiente tiempo).
La canción se abre con sonoridades profundas que simbolizan la inamovilidad de laMedianoche. La contrato
canta acompañada por armonías sencillas de los timbres agudos de la orquesta.
Luego los violines desarrollan una melodía típicamente mahleriana. Se repite la
apelación “O Mensch!”y finalmente orquesta y solista cantan a la eternidad.
Gustav Mahler tomó de “Así hablaba Zaratustra” la llamada “Canción de Medianoche” para el cuarto tiempo, lo cual es una excepción de dentro de sus Lieder sinfónicos, pues estamos en su época “Wunderhorn”. La función de la pieza es desviar la atención desde el dolor y el gozo del Hombre hacia la pureza infantil del Niño (del siguiente tiempo).
La canción se abre con sonoridades profundas que simbolizan la inamovilidad de la
V. Lustig im Tempo und keck im Ausdruck
(“Alegre de Tempo y pícaro de expresión”)
Dice
La Grange que el texto “Es sungen drei Engel” , “Tres ángeles cantaban”,
proviene de Des Knaben Wunderhorn, donde se titulaba “Armer Kinder
Bettlerlied”, “La canción de los niños mendigos”. Es el más breve de los
tiempos sinfónicos de Mahler, pero utiliza medios muy elaborados: doble coro de
mujeres y niños y la contralto solista. La imitación por parte de los niños de
las campanas fúnebres no puede ser más sugestiva. La sección central se basa en
el compungido diálogo de solista y coro femenino, visión ingenua y realista a
la vez del paraíso que cita ya el final de la Cuarta Sinfonía, según
Tranchefort.
VI. Langsam. Ruhevoll. Empfunden (“Lento.
Tranquilo. Con sentimiento profundo”).
Concluye
la partitura un Adagio instrumental en re mayor, con una apoteosis terminal,
glorificación de toda criatura viviente, afirma Tranchefort. Pero comenta La
Grange: “Una mirada a las páginas iniciales de la partitura podría dar la
impresión de un sencillo ejercicio polifónico, pero ningún oyente podrá
permanecer insensible a la serenidad y la grandeza de este movimiento, a su
poderosa afirmación de fe, a una hipnótica inmovilidad que es más mística y
contemplativa que pensativa. Mahler viste el manto del heredero legítimo de la
gran tradición, una herencia reconocible por la sutileza de su arte para la
variación incansable de los temas, siempre familiares, siempre diferentes.”
Quizá se trate del Mahler más tradicional, pero también es probable que sea la
música más bella que jamás compuso y sin duda la más optimista y amorosa, uno
de los mayores tiempos lento de todo el género. Sin embargo, su estructura es
bastante sencilla, con dos temas principales que se alternan y evolucionan a lo
largo de enormes secciones. Por tanto el modelo evidente es Bruckner, sobre
todo el Adagio de su Séptima Sinfonía, con el que comparte esa atmósfera
mística, aunque el tema inicial parta, de nuevo, de un movimiento, el Adagio
igualmente, de la Novena beethoveniana.
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