Este poema es la trágica historia del olvido de un poema.
Brotaron sus palabras como voz que brotaba del sueño.
Bellas estrofas perdidas, inquietantes imágenes
rezumando silencio, borradas como nombres
escritos una tarde de estío en la arena y que la pleamar se llevó.
No hay espacio aquí para el desencanto
(Yo, como ese poema, también soy silencioso)
Tan sólo la reflexión, la terrible constatación
del final de tantos, tantos versos,
y la debilidad con que se asume lo inefable
como un poso de pureza imposible,
semejante a esos días en que el trastorno
nos desvanece y algo interior,
girando donde nada gira, grita ¿dónde estás?
para que algo, igualmente interior, descubra
en la respuesta un umbral que nunca franquearemos,
temerosos de hallar que las palabras son una cortina
de humo, fragmentos volátiles
como vilanos en una tempestad.
¿Y si cerrara los ojos?
¿Y si dejara que el vacío llenase esta página
como el agua los huecos de árboles desarraigados?
No, no es la palabra escrita sino la ausente
la que perdura. Y esa ausencia tiene una forma,
y esa forma tiene un color, y ese color
tiene, posiblemente, un destino.
Ahora es de noche y escribo.
Escribo caído en la trampa de la costumbre
como una ave migratoria que, a ojos
de las otras, es sólo un bicho perdido,
demasiado confuso para volar. Volar, errar
detrás del agua sólo para constatar la sed
y darle un rincón,
el mismo que a la forma que en el lecho
el pensamiento deja de un cuerpo inalcanzable.
Sí. Es de noche. Y escribo este poema.
Mañana, pájaro de alas rotas, narrará la historia
de otro poema sin existencia
Lo poseeré mientras surja.
Luego será, seré abandonado.
¿Cómo podría ser de otro modo?
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