SHOSTAKOVICH: CONCIERTO Nº 1 PARA PIANO Y
ORQUESTA EN DO MENOR, OP. 35
El piano
estuvo siempre en la vida de Shostakovich, desde que se iniciara con Nicolaiev,
bajo la tutela de Glazunov, en el conservatorio de Leningrado; y a él acudía
cada vez que una crisis espiritual le apartaba de su faceta como compositor; de
hecho, la duda sobre su verdadera vocación, compositor o pianista, le acompañó
siempre. La primera crisis se produjo en el inicio de 1926, cuando el músico
terminó su formación; su entrega al piano fue tal que llegó a ser uno de los
aspirantes en el I Concurso Chopin, en 1927; Shostakovich se vuelca también en
el estudio de Shönberg, Stravinsky, Krenek. Cuando, a finales de año, el autor
vuelve a componer, lo hace con una obra para piano, la Sonata nº1 en un solo
movimiento, pieza de pincelada espontánea, tan alejada de sus maneras de
estudiante que parece escrita por otro compositor; por primera vez rompe con la
tonalidad y los esquemas formales convencionales, mostrando una técnica
pianística plenamente desarrollada. LA OBRA FUE CONSIDERADA DURANTE LARGO TIEMPO COMO UN “FORMALISMO
EXPERIMENTAL”La obra fue considerada durante largo tiempo como un “formalismo
experimental” sin el cual no habrían existido los posteriores Aforismos (1927).
Años estos de radicalización política en la URSS, a partir de los cuales
encontramos a un músico lleno de tensiones internas y dudas provocadas por el
hecho de aceptar libremente su colaboración con el sistema político; sus
declaraciones públicas son impredecibles. Y aparecen los Preludios (1933): el
músico hace aquí una regresión y se aparta de su anterior música para piano,
creando, conscientemente, un vínculo con el lenguaje de Chopin, Rachmaninov,
Prokofiev o Scriabin. Tras ellos, y participando del mismo mundo sonoro —pero con
rasgos mucho más personales—, aparece el Concierto para piano nº1, op. 35.
Original en su combinación instrumental, la obra cuenta, además de con una
orquesta de cuerda y un piano solista, con una trompeta de misión ambigua,
entre concertante y acompañante; simpatizante del neoclasicismo europeo, el
Concierto es fresco, franco, libre de pensamientos autocensurables; de tono
juvenil, no hay en él prejuicios estilísticos, su música es noble y generosa,
llena de humor.
La llamada grotesca con la que la trompeta abre el Allegretto se
nos antoja cercana a ese grito final del Petruscka stravinskiano (también el
piano percutido); la ironía rusa, tan bien descrita en la música de
Shostakovich, el ritmo en forma de juego, tienen aquí un excelente botón de
muestra; pero al mismo tiempo evocamos el talante serio, lírico, de
Rachmaninov, dando lugar a una confrontación melódico-rítmica llena de ideas
musicales. Lento de dulce melancolía, como un vals lento venido de otro mundo,
que se va transformando en una meditación percutida del instrumento solista;
íntimo, hondo, nos conecta con el segundo movimiento del Concierto para piano
en sol mayor de Ravel; como dicho en primera persona, tal vez los terribles
años treinta stalinianos aparezcan aquí, para replegarse de nuevo en su mundo
nostálgico y evocador despedido por una trompeta que ahora ya no nos parece
grotesca, sino melancólica y despojada de fuerza incisiva. Moderato-cadencia
sin trompeta, interludio breve con una cadencia solista añadida por el
compositor después de terminar el concierto, a instancias del pianista y amigo
Lev Oborin, que prepara el cuarto, un Allegro con brio humorístico, de rasgos
paródicos, virtuoso y rítmico, en el que juega con elementos estilísticos de
muy diferentes mundos sonoros, y que nos transmite una intención banal por
momentos, cerrando un concierto lleno de alegría de vivir que parece querer
huir de la realidad vital de su autor. El Concierto fue estrenado en
Leningrado, en 1933, con el autor (quien parece que tocó un Finale de arrebatadora
velocidad) al piano, con gran éxito.
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