viernes, 19 de septiembre de 2014

 Wofgan Amadeus Mozart (1756-1791)
Quinteto para clarinete en La mayor para Anton Stadler K581
(Viena, 29 de septiembre de 1789)

1. Allegro
2. Larghetto en Re
3. Menuetto, Trío I en la y Trío II
4. Allegretto con variazioni

Karl Leister, clarinete
Brandis Quartet:
Thomas Brandis, violín I
Peter Brem, violin II
Wilfried Strehle, viola
Wofgang Boettcher, violonchelo

No existe, ni en Mozart ni en ningún otro músico, anterior a este Quinteto, la unión de un clarinete solo y de un cuarteto de cuerdas. Para complacer a Anton Stadler, su hermano en masonería, aborda Mozart este género nuevo, y, al primer intento, lo realiza a la perfección.
Pero esta obra de circunstancia responde también a una necesidad profunda en él mismo, que quizá no sintiera con claridad antes de entregarse a ella.
Y, para apreciar su valor, no hay que olvidar que Mozart, en septiembre de 1789, está sumergido en la concepción de conjunto y en los primeros trabajos de Così fan tutte. 
Volveremos más adelante sobre lo que caracteriza Così fan tutte: el tema de ópera más cruel que jamás haya tratado Mozart (y que le ha sido impuesto), el cinismo escarneciendo crudamente el candor de las ilusiones sentimentales, y la manera como Mozart ha sabido hacer un milagro contradictorio de ternura presente en todo momento, en el seno de la crueldad misma. Y haremos notar también que el clarinete juega un papel capital en cada lugar de la partitura donde la ternura se expresa con más pureza. 
Se comprende entonces mejor el sentido íntimo del
Quinteto "Stadler": la contrapartida casi obligada de la ópera y al mismo tiempo su preludio tan imprescindible que necesitaríamos escucharlo antes de cada representación.
Mozart necesita, para realizar el más difícil, el más inverosímil de sus triunfos dramáticos, afirmar primero, con toda la seriedad y la alegría de que es capaz, que no está seguro de nada excepto de la santidad de los sentimientos del corazón.
Se observará que los tres temas del allegro -como tres grados de ternura: el primero más solemne, el segundo más desenfrenado, el tercéro más apacible- estan dados por las cuerdas: el clarinete responde, ora con una exaltación vibrante, ora con una aquiescencia melódica, ora modulando el segundo tema y profundizándolo hasta la frontera con lo patético; el diálogo prosigue fraternalmente entre la unión de las cuerdas, conducido por el primer violín, y el clarinete solo; y en la "durchführung", las cuerdas repiten la primera respuesta del clarinete, -mientras el clarinete las sostiene con un amplio arabesco en ojiva.
El sostenido por las cuerdas, en sordina, prosigue a través del larghetto un canto cortado de diálogo con el primer violín; la búsqueda de una mayor interioridad del sentimiento, comenzada en el allegro, se hace más profunda y más abierta al mismo tiempo; la variedad tonal es tal que se hace tangible la existencia conjunta de la felicidad y de la angustia en el corazón, dentro de una misma esperanza. 
Todo termina con el registro más grave del violoncello y del clarinete, con la más seria confianza. 
Después sólo una danza en el activo minueto que sucede a esta efusión, y que recibe su sentido de los dos tríos; el primero reservado a las cuerdas solas, en la menor, último regreso de una ansiosa melancolía; el segundo, donde, al contrario, triunfa el clarinete sobre los ritmos robustos y sencillos de un Laendler rústico: aquí es donde adquiere toda su fuerza la exigencia de "ingenuidad" popular formulada por Mozart a propósito de la arieta K579. 
La obra, comenzada con un recogimiento solemne, continuada con una meditación íntima, desemboca en una franca alegría común, que dará el tono al finale. El tema de éste tiene el júbilo de una marcha vigorosa. Está expuesto por las cuerdas; lo repiten de nuevo en la primera variación que recubre el clarinete en una demostración de gozo todavía serena. El clarinete desaparece en la segunda variación, donde el tema está desmembrado por el primer violín sobre un fondo de tresillos, después en la tercera en la menor, un dibujo del alto acusa la gravedad dolorosa; pero de nuevo el clarinete aparece exultante en la cuarta con un triunfal desparpajo.
Nos creeríamos muy cerca de una conclusión en el estilo de la ópera bufa, pero una transición breve e intensa conduce la quinta variación, adagio, donde todos los instrumentos colaboran fraternalmente para expresar la más dulce ternura. Nueva transición, cuya marcha, cortada de silencios, bastaría por sí sola para marcar el significado masónico de la obra.
Y coda y allegro, más atrayente que brillante. Después de una plenitud semejante, transcuirirán dos años antes de que Mozart regrese a la misma tonalidad (en su música instrumental); será para magnificar la misma realidad profunda en el Concerto para clarinete, K622.
Más:
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