Ferde Grofé nació en Nueva York en 1892, hijo de emigrantes de origen francés y credo hugonote, aunque su origen primigenio era Alemania. Todo ello hizo que cuando nació nuestro músico de hoy fuera bautizado como Ferdinand Rudolph von Grofé, nada menos. Nombre levemente rimbombante para una sociedad como la americana de principios del Siglo XX, sobre todo cuando en su familia no eran aristócratas, sino… músicos. Se ganaban bien la vida, pero no eran particularmente pudientes. Al fallecer su padre, Emil von Grofé, en 1899, cuando Ferdinand Rudolph tenía siete años, su madre se mudó a Leipzig con él, y allí recibió clases de música, sobre todo piano, viola y composición, dándole una sólida formación musical que muchas años después le permitiría triunfar.
Con catorce años, ya de vuelta en los Estados Unidos, se escapó de casa. Hizo de todo: lechero, repartidor, ascensorista (sí, en aquellas épocas los ascensores eran unas máquinas de alta tecnología que requerían su manejo por profesionales: los ascensoristas), etc. También ganaba unos cuartos tocando el piano en un bar. Con diecisiete años recibió su primer encargo para una composición musical… como veréis, una historia similar a la Gershwin, y en épocas muy similares. La diferencia era que Grofé sí tenía una sólida formación musical, y consiguió un puesto como viola en la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles.
Pero no estuvo mucho tiempo allí. Al despuntar la década de los felices veinte, Grofé consiguió trabajo como pianista en la orquesta de Paul Whiteman, aunque debería mejor decir en la banda de Paul Whiteman, banda de no más de veinte músicos especializada en jazz, naturalmente, pues fue en esos años de cortísimas faldas y movido charlestón cuando el jazz obtuvo el reconocimiento definitivo como música “seria” y “adecuada a los oídos de los blancos”. Rápidamente destacó Ferde como arreglista, tomando canciones populares o composiciones de Broadway o de otros compositores y creando una versión para banda de jazz, la de Paul Whiteman, de quien fue el arreglista titular durante doce años, proporcionándole el combustible necesario para que consiguiera el sobrenombre de “Rey del Jazz”… y Grofé el de “Primer Ministro”. Hacía tiempo que Ferdinand Rudolph von Grofé se había convertido en un simple Ferde (o Ferdie) Grofé, abandonando el aristocrático von en el mismo desván que el obviamente germano Rudolph.
Arregló centenares de canciones y temas en esta época, pero también compuso obras propias. No se puede decir que tuviera gran éxito, ni que sus composiciones fueran de una gran calidad, a diferencia de sus maravillosos arreglos. Véase la Rhapsody in Blue, mismamente. Cómo sería la cosa para que, refiriéndose sobre todo a él, el gran director alemán Wilhelm Furtwängler llegara a asegurar que “en América no hay compositores, tan sólo arreglistas”.
La primera obra de cierta notoriedad que compuso, naturalmente para la orquesta de Whiteman, en 1925, fue la Suite del Mississippi, evocando el discurrir del gran río norteamericano entre agrestes paisajes, grandes llanuras y plantaciones de algodón, que no está mal… ni especialmente bien, y que hoy casi no se representa ni se graba ni se oye en parte alguna. Luego compuso canciones, bandas sonoras para películas y otras suites ((Una suite musical es una obra normalmente con varias partes o movimientos y generalmente muy descriptiva, que cuenta una historia o describe un lugar o una situación de la forma más explícita posible.)) como la del río Hudson o la de las Cataratas del Niágara, ésta última con motivo de la inauguración de la primera fase de turbinas de la central eléctrica allí instalada. Y la del Gran Cañón, claro está, también encargada y estrenada por Paul Whiteman. Y siguió arreglando magistralmente obras de otros.
Falleció Ferde Grofé en 1972 en Santa Mónica, California, adonde se mudó desde el área de Nueva York y Nueva Jersey al final de la Segunda Guerra Mundial.
Lo mejor y más conocido de Ferde Grofé es su Suite del Gran Cañón (Grand Canyon Suite), compuesta en 1931 Bueno, para ser exactos debería haber dicho “lo único conocido” hoy en día de Grofé. Y sin embargo, basta para que sea reconocida como la mejor suite descriptiva de un lugar determinado que se haya compuesto nunca. Porque está, obviamente, dedicada a describir con pelos y señales el Gran Cañón del Colorado, en Arizona. Entre los críticos y entendidos musicales no es una obra muy reputada: no tiene grandes novedades de nada y está llena de trucos baratos y obvios “efectos especiales” para reforzar la descripción del Gran Cañón… pero es que ése es precisamente su objetivo: evocar su agreste y desértico, pero siempre espectacular paisaje. Y lo consigue… ¡vaya si lo consigue! Según empieza a sonar la música, nos teletransporta inmediatamente al mismísimo centro del cañón.
Curioso lugar, el Gran Cañón del Río Colorado. Y grande…
La obra consta de cinco movimientos, de los que los tres primeros están en un video y los dos últimos, en otro. No hay problema alguno de partición, pues. La obra completa dura unos treinta y cinco minutos, y cuenta más o menos cómo podría ser un día (un día de verano) en el cañón de Arizona. Cada movimiento refleja una situación particular, pues está dedicado a un cierto aspecto o momento del paisaje del Gran Cañón. Y no de un modo sutil, ni mucho menos: el propio título de cada movimiento nos dice, sin género de dudas, lo que vamos a escuchar a continuación. Y efectivamente lo escuchamos, que es lo que tiene mérito.
Veamos, pues, cómo se nos da nuestra veraniega jornada en el Gran Cañón del Colorado. Hay que levantarse prontito, que luego hará calor. El día comienza… Vamos ya con el primer movimiento, Amanecer:
Todavía es noche cerrada, pero ya comienza a clarear por el este… Los pajarillos cantan alegres a la llegada de un nuevo día. La flauta piccolo trina y canta, tan alegre, pues el sol va a salir. Bueno, ya vemos asomarse los primeros rayos entre las montañas… El sol despunta por fin, disolviendo la escasa bruma nocturna; podemos oírle cómo se va levantando perezosamente en el firmamento. Caramba, parece que va a hacer calor hoy; recién salido que está el sol y ya se notan sus rayos calentando nuestra piel.
El sol va trepando por el cielo, y ni una nube se vislumbra en el horizonte. Las sombras van poco a poco acortándose mientras los rayos del sol ganan fuerza… En fin, recién amanecido y ya sudamos; habrá que resguardarse a la sombra, que el sol cada vez tiene más fuerza… le oímos tomar altura, fortalecerse a cada paso, hasta que “el amanecer” ha concluido. Ha empezado un nuevo día de plomo en el desierto…
El movimiento termina con el sol ya en lo alto. Los bichos se esconden, y nosotros, bichos de dos piernas en definitiva, nos refugiamos también bajo una buena sombra. Es la hora del desierto, del polvoriento desierto de color rojo, naranja y amarillo… del desierto pintado. Veamos y oigamos, recostados a la sombra mientras saboreamos una cerveza helada, cómo en el minuto 6:25 comienza el segundo movimiento, cuyo título es, precisamente, El Desierto Pintado.
Una música hipnótica acompaña a las horas de más calor del día… un espejismo allá a lo lejos nos engaña, haciéndonos creer que allí, al otro lado del abismo, está el mar… pero no, no hay mar, sólo desierto y más desierto ardiente. Las trompetas con sordina rompen el hechizo. Pero el espejismo vuelve y cada vez constatamos que no es más que eso, otro espejismo, pues lo que tenemos ante nosotros es una naturaleza muerta, muerta e inmutable desde hace eones.
La música titila, oscila, vuelve siempre al mismo punto en un vacío recorrido circular mientras el sol gira en su camino hacia el oeste… Trompas y trombones, por un lado, y la cuerda por el otro se alternan, suben y bajan su cadencia, pero no acompasados, puesto que mientras unos suben otros bajan… ¡Qué calor! Nos quedamos por fin dormidos bajo el calor agobiante…
…Zzzzzzzz…
… ¡Un rebuzno! Caramba, parece que se prepara una excursión a lomos de burros… Sí, hace calor, pero ya que estamos aquí, mejor hacer la excursión, ¿no? Como vamos a ir montados en mulas o burros, no nos cansaremos mucho. Otra cosa serán las agujetas que luego tendremos en los muslos,[2] pero eso nos pasa por urbanitas y por no estar acostumbrados a montar en caballerías.
Bien, ya estamos equipados, sombrero, cantimplora llena, cámara de fotos, una barrita de chocolate para reponer fuerzas, aunque debemos tener cuidado para que no se nos derrita con el calor… comencemos nuestra excursión por el Gran Cañón del Colorado a lomos de un buen burro. Tomemos un sendero y veamos a dónde nos lleva, pues en el minuto 11:40 comienza el tercer movimiento: En el sendero.
Que resulta ser el más conocido de la Suite y de toda la obra de Grofé. Porque parece que hemos alquilado unos burros bastante díscolos… ¡Fijaos cómo rebuznan! La orquesta entera rebuzna, pero en seguida es el violín del concertino el que nos da un auténtico recital rebuznil. Bien, parece que nuestros asnos por fin se han decidido a marchar, así que comencemos nuestra ruta al paso de la caballería. Oímos por fin el rítmico tableteo de los cascos de los burros mientras emprenden el camino valle abajo…
La reata de mulas o de burros va bajando hacia el río a buen ritmo. El paisaje es agreste, rojizo, pelado, casi no hay vegetación, y menos aún sombras. Hacemos un breve descanso en el minuto 16:00, y un cowboy (representado por la trompa) entona una melodía que evoca a su novia allá en Santa Fe o en El Paso o donde quiera que esté esperándole. Una bella melodía, que a Ferde Grofé le inspiró una nana que la niñera cantaba a su hijo…
Se acabó el descanso, hay que seguir cabalgando. Menos mal que abajo está el río y algo nos podremos refrescar. Fijaos, los borriquillos huelen el agua, qué contentos se ponen… o quizá es que saben que estamos llegando a nuestro destino, que estos équidos rebuznadores son un rato listos. Mientras los burros beben (y nosotros también) alguien saca una cajita de música, o quizá es un reloj con música, al estilo del que Lee van Cleef y Gian Maria Volonté usan en la película “La muerte tenía un precio” (en italiano original Per qualche dollaro in più ), el spaghetti western de Sergio Leone con música de Ennio Morricone, rodado en el desierto de Almería, que lanzó a la fama a un joven e hierático Clint Eastwood… ¡quién hubiera podido imaginar entonces qué clase de director es Mr. Eastwood ahora!. La celesta imita perfectamente el peculiar sonido de la cajita de música…
Un último esfuerzo y ya llegamos. Bueno, la excursión ha terminado, así que dejamos en paz a nuestros simpáticos Equus africanus asinus en paz para que busquen alfalfa para pastar, lo que nos agradecen con un sonoro rebuzno final que cierra el movimiento y también el video, y debemos nosotros mismos repostar para el resto del día… A ver si hay suerte y la barrita de chocolate no se ha derretido mucho.
Bueno, una vez repostado, cambiamos de video para ver y oír el cuarto movimiento: Atardecer:
Todavía hace calor… pero pronto comienza a caer el sol. Atardece en el Gran Cañón. Si normalmente el Cañón tiene tonos rojizos, ahora es el paroxismo de los tonos rojos… La trompa introduce el movimiento con una llamada que más bien parece un cuerno de cazador… pero hombre, ¡si está prohibido cazar en todo el Parque Nacional del Gran Cañón! Claro que igual en 1931 sí que se podía cazar. Cómo retumba el eco de la trompa, allá a lo lejos
El sol se acerca al horizonte, bajando poco a poco sobre el acantilado, tiñendo (aún más) de rojo las rocas. El día se despide suavemente, en el mejor momento del día, cuando la temperatura ya no es abrasadora pero tampoco es tan gélida como será durante la noche del desierto (un desierto a más de 2.000 metros de altura sobre el nivel del mar es con toda seguridad un desierto muy, pero que muy frío por la noche).
Encendemos las hogueras y contamos historias al amor de la lumbre. Cada cual cuenta la suya, historias de amor y de humor, de antepasados valientes y gestas heroicas, de duendes y de brujas, mientras cae la noche estrellada. ¡Y qué barbaridad de estrellas! Los de ciudad hacía años que no veíamos tanta estrella junta…
Qué gran día hemos tenido en el Gran Cañón hasta ahora… pero resulta que no siempre las cosas son tan plácidas en el Cañón del Colorado. Se distinguen nubarrones en el horizonte, yo creo que igual llueve. Veamos cómo se desarrollan los acontecimientos a partir del minuto 5:20, en el quinto y último movimiento: Tormenta (su título original es Cloudburst, algo así como “Las nubes estallan”).
Y el caso es que parece que el cielo está calmo, que las nubes no van a venir para acá… qué placidez se siente aquí disfrutando de las vistas tan cinematográficas del Gran Cañón. Pero el caso es que las nubes siguen viniendo.
¡Vaya! Parece que al final sí va a cambiar el tiempo. Estamos en el minuto 7:30. Las nubes oscurecen el sol (los cellos se hacen cargo de la melodía que se hace cada vez más dramática). En el minuto 8:40 se ha levantado por fin el viento. ¡Cómo sopla!
Y mira allá lejos, un relámpago solitario… caramba, el trueno, que nos llega unos segundos después del relámpago, claro. Más relámpagos. Y más. Con sus truenos correspondientes. Pues parece que se va a liar una buena. Sí, se va a liar parda… Fijaos cómo la flauta y los platillos seguidos de unas breves notas del piano reproducen maravillosamente los relámpagos, mientras los truenos, que nos llegan unos segundos después, los marcan timbales y bombo, mientras el viento que remedan los violines va tomando fuerza.
La tormenta crece y se acerca. Comienza a llover, algunas gotas bien gordas al principio, luego la lluvia arrecia. El viento es cada vez más fuerte, los relámpagos más numerosos, los truenos más estruendosos… Ahora llueve con muchísima fuerza, ¡menudo chaparrón! Esto asusta, aquí en medio del desierto…
¡La tenemos encima mismo de nosotros!
¡PAAAMMM! ¡Uuuuuy, menudo trueno, justo encima de nosotros, en el minuto 12:40! Qué susto…
Bueno, tan rápido como vino se fue la tormenta, es lo que tiene el desierto. Aún se oyen algunos truenos lejanos mientras se aleja, así como algunas rachas de viento que nos recuerdan que acaba de pasar por aquí. Anda, ahora sale el arco iris. Mientras aún haya nubes en el horizonte podremos verlo, un auténtico espectáculo… pero el cielo se va despejando poco a poco. El sol se impone de nuevo; volvemos a estar en el desierto pintado, aunque esté todavía mojado por el chaparrón, pero poco va a durar, el sol secará en seguida los charcos y disipará el susto que nos hemos llevado…
El movimiento termina, junto con el video y la obra, rememorando el miedo que hemos pasado bajo la tormenta.
Mi deseo, y supongo que el de Ferde Grofé también, es que os haya gustado este viaje sonoro y visual por uno de los paisajes más espectaculares de la Tierra.
http://eltamiz.com/elcedazo/2012/09/09/historia-de-un-ignorante-ma-non-troppo-suite-del-gran-canon-de-ferde-grofe/
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