“Orfeo ed Euridice” de Christoph Willibald Gluck
Orfeo y Eurídice es una ópera en tres actos del compositor alemán Christoph Willibald von Gluck (Erasbach, 1714 – Viena 1787), con libreto de Raniero
de Calzabigi basada
en el mito de Orfeo, y fue estrenada en el Teatro de la Corte de Viena el 5 de octubre de 17 62.
Tiene una estructura sencilla basada sólo en
tres personajes, ballet y coro, siendo la primera pieza de la reforma
operística planeada por Gluck.
La reforma gluckiana
afectó a la estructura de la obra: no hay recitativos “secos”, sino sólo
acompañados por la orquesta. Las arias son sencillas y sin la estructura
tripartita de la ópera seria (aria da capo) excepto la última, Che faro senza Euridice,
universalmente alabada por su belleza. Pese a su intento de eliminar a los
cantantes “de exhibición”, Gluck se vio obligado a utilizar al castrato del
teatro imperial vienés para el papel principal.
Años más tarde, al presentar esta ópera en
París, con libreto francés de Pierre-Louis Moline basado en el de Calzabigi,
completó la reforma, cambiando el castrato protagonista por un tenor. Esta
versión es más completa, porque Gluck redondeó la escena de los Campos Elíseos.
El estreno de esta versión, tuvo lugar en París el 2 de agosto de 17 74.
Personajes
·
Orfeo —
mezzosoprano, contralto o tenor (según la versión)
·
Pastores y ninfas, furias y espectros
del infierno,
héroes y heroínas de los Campos Elíseos, seguidores de Orfeo — Coro
héroes y heroínas de los Campos Elíseos, seguidores de Orfeo — Coro
Argumento
La acción se desarrolla en la Grecia
mitológica.
ACTO
I
Montículo de la costa
helénica en el cual está emplazado un túmulo funerario. El afligido Orfeo llora
con desconsuelo sobre la marmórea losa que cubre los restos mortales de su
amada Eurídice, fallecida recientemente. Coreado por los amigos que le han
acompañado hasta el fúnebre lugar, canta una conmovedora aria (Chiamo il mio ben). Orfeo está dispuesto a realizar cualquier
sacrificio, por enorme que sea, a afrontar el más espantoso peligro, con tal de
rescatar de su tumba a su hermosa prometida. Así lo ofrece a los dioses en un
heroico recitado en el cual les invoca suplicante y les increpa al mismo
tiempo, por lo crueles que con él han sido. Como respuesta a sus palabras, se
le aparece el dios Amor, que acude a su conjuro.
Éste informa al desesperado mancebo que el
omnipotente Zeus ha oído sus lamentos e imprecaciones y enternecido por su
dolor le permite llegar hasta el mundo lejano e invisible de los dioses y las
furias, en donde podrá luchar para recobrar a su amada. Primeramente deberá
vencer la resistencia de Plutón y los espíritus malvados que le rodean, quienes
tratarán de impedirle la entrada a la mágica región; para luchar con ellos no
debe emplear otra arma que el encanto de su voz y la seducción de sus
canciones. Otra advertencia importante es la de que, una vez encuentre a
Eurídice, debe tener en cuenta que para efectuar felizmente su rescate no puede
en ningún caso volver la vista atrás para contemplarla, hasta que hayan
atravesado las aguas pestilentes de la laguna Estigia; de no hacerlo así, su
prometida moriría irremisiblemente. Orfeo acoge con gran júbilo el mensaje de
los dioses, dándoles las gracias por haber atendido su ruego e implorando su
ayuda para la arriesgada empresa que va a iniciar.
ACTO
II
Cueva sombría que
sirve de entrada al averno. Aparece Orfeo, el cual es amenazadoramente recibido
por las Furias que habitan en la lobreguez del antro, condenadas a montar
guardia eternamente. Ellas le insultan por su osadía de haber llegado hasta
allí y tratado de penetrar en aquel infernal paraje cuyo paso está vedado a los
mortales. Las amenazas son cada vez más inquietantes con repetidos gritos de ¡No!, el atemorizado Orfeo trata de calmarlas (Deh! placatevi), y recordando las palabras del dios Amor,
recurre a su arma como cantante entonando una dulce canción en la que
expresa su infinita pasión por Eurídice y la honda pena que le ha causado su
muerte. Amansadas por el hechizo de la música y el son cristalino de la voz del cantante,
las Furias se apiadan de sus pesares y finalmente ellos dejan paso a la nueva
emoción que ahora sienten (Ah!, quale icognito affetto), y para que pueda encontrar
a su amada, le permiten entrar en el terrible reino cuyo única puerta de acceso
custodian. Se abren las puertas de los Campos Elíseos, valle paradisíaco, en
donde los espíritus bienaventurados vagan libremente gozando por una eternidad
de la paz y dicha que han merecido sus vidas ejemplares. Se escucha la Danza de
los Espíritus Benditos, quienes, conducidos por uno de ellos, cantan su alegre
existencia en este bello lugar (Questo asilo).
Aparece Orfeo,
prosiguiendo su peregrinaje en busca de Eurídice. El coro de seres angelicales,
le saludan dándole la bienvenida. Informados del deseo que le ha traído hasta
allí, van en busca de su amada y se la presentan. Orfeo, al percibir la sombra
adorada intenta abrazarla, loco de dicha, pero recordando la severa advertencia
del dios Amor, se abstiene de ello y tomando a Eurídice de la mano se la lleva
del grupo de espíritus, mirando en dirección opuesta y conduciéndola hacia los
confines del valle en donde se encuentran la laguna Estigia y la salida del
reino de las sombras, mientras los Espíritus Benditos los contemplan y animan a
Eurídice a volver (Torna, o bella). Ella le sigue dócilmente, aunque muy
extrañada de la inexplicable actitud de su amado, que en vez de demostrar su
contento por el encuentro, la arrastra brutalmente sin prodigarle ni una sola
mirada de afecto.
ACTO
III
Interior de un espeso
bosque. Orfeo, que ha soltado por un instante la mano de su prometida, continúa
avanzando en su camino sin detenerse y llamando a Eurídice para que le siga,
pues sabe que las pantanosas aguas de la fatídica laguna no están lejos y no
quiere perder tiempo en atravesarlas y alejarse de una vez de aquellos parajes
de maldición. Mas la intrigada doncella, que continúa sin comprender el porqué
de aquel extraño comportamiento, está celosa por lo que juzga desdén en la
aparente indiferencia de su amado (Che fiero momento).
Deteniéndose de pronto, se niega a dar un
paso más si éste no la mira y le jura que la quiere, pues es preferible
regresar a donde estaba que retornar al mundo de los vivos sin poseer su
cariño. Orfeo trata en vano de resistir a este amoroso llamamiento. Olvidando
la prohibición de los dioses y no obedeciendo más que al impulso de su corazón
de enamorado, se vuelve repentinamente y estrecha a Eurídice entre sus brazos.
Inmediatamente la bella muchacha desfallece sin vida.
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