miércoles, 20 de agosto de 2014


Beethoven: El Concierto para violín

Beethoven compuso este concierto entre 1804 y 1807, cuando su poderosa imaginación funcionaba a pleno rendimiento y su genio creador estaba asombrando al mundo con obras como la Sonata Appassionata, Fidelio, las Oberturas Leonora, las Sinfonías 4, 5, y 6, el Concierto en sol mayor para piano y los tres Cuartetos Rasoumovsky. Todas ellas, obras de gran extensión, cuya profundidad rivaliza con la variedad de su carácter y que tanto por su cualidad como por su cantidad producen en conjunto una extraordinaria impresión de grandeza.

Este Concierto, una de las obras más brillantes del repertorio, fue escrito para el joven violinista vienés Franz Clement, entonces de veintiseis años de edad, quien dio la primera audición en diciembre de 1806 en el Theater an der Wien y de cuya orquesta era director. La tarea impuesta al solista no podía ser nada fácil si, además, tenemos en cuenta que Beethoven se retrasó bastante en la entrega del material. No hubo ensayos, el primer movimiento se ejecutó en la primera parte del concierto y el movimiento lento y el finale, en la segunda. En el intermedio Clement tocó una sonata suya sobre una sola cuerda con el violín en posición invertida. En su época tenía fama de buen virtuoso y se decía de él que era un fenómeno como ejecutante a primera vista. Sin duda debió de serlo.


Primer movimiento: Allegro ma non troppo - Cadenza
Beethoven no descansaba en su lucha contra el destino ni en su constante desafío al cosmos. Aquí se manifiesta el aspecto sereno de su genio: el movimiento tiene gran amplitud y es de carácter tranquilo. Esta última cualidad hizo pensar a muchos que la obra carecía de sentido y que, además, era excesivamente larga. Los mágicos y misteriosos golpes de timbal del principio proporcionan la arrebaradora melancolía que impregna todo el movimiento. La introducción orquestal es larga, Beethoven no tiene prisa. El ritmo de las notas de timbal persisten, en una tonalidad o en otra, a lo largo de todo el movimiento de un modo parecido al del famoso principio de la Sinfonía en do menor que predomina en el primer movimiento de aquella obra maestra.
Un tutti orquestal introduce los dos temas principales. Los oboes, clarinetes y fagots tienen una melodía de una deliciosa cualidad lírica: un contraste con el timbal del principio que produce un efecto poético acentuado por el amplio tema de los primeros violines. Después de un poderoso clímax orquestal y de su dramática desaparición, el violín solista hace su sorprendente e impresionante entrada, otro acierto genial de Beethoven. El solista y la orquesta discuten luego esas fértiles ideas con interés cada vez más concentrado. Todo ello se presta en gran manera al lucimiento del solista, pero un lucimiento de valor artístico, no un puro exhibicionismo inútil. La tranquilidad de este movimiento alcanza una serenidad suprema en el último tema introducido por el fagot y contestado por el violín solista. Termina en un vigoroso crescendo. Sus proporciones son tan notables como su belleza melódica.



Segundo movimiento: Larghetto

Los movimientos lentos de Beethoven penetran en el corazón del auditorio y este no podía ser una excepción. Se basa principalmente en una bella melodía que se escucha al principio sobre los violines con sordina. Cuando se repite, el solista la acompaña con un comentario propio. Basándose en los dos temas principales y un tema secundario Beethoven crea gran número de variaciones. Toda la música tiene una cualidad de ensueño. A pesar del carácter estático y sutil de la misma, con otra idea genial el compositor la termina con un acorde alto y con la cadenza del violinista que enlaza el movimiento con el finale, en el cual nos vemos sumergidos inmediatemente con un característico y vigoroso Rondó.

Tercer movimiento: Rondó (Allegro) - Cadenza
En este movimiento no hay tiempo para reflexionar. Aquí se nos muestra el hombre genial en su más "desenfadado" sentido del humor y en su vena más feliz. Después de las delicadas sutilezas con que acaba de obsequiarnos, Beethoven ha encontrado el inevitable finale, alegre, ingenuo y vivaz. El solista se apodera al principio del tema principal y cuando éste pasa a la orquesta asciende a una culminación a la cual se añade un comentario de carácter alegre. La música va debilitándose de modo que el solista puede introducir otro tema con el acompañamiento de la trompa. La música del rondó reaparece tres veces y después de la tercera hay un intercambio enre el violinista y la orquesta en la cual prevalece el buen humor. También hay un delicioso diálogo entre el oboe y el violín solista después de la cadenza del violín. Luego los acontecimientos van avanzando con arte consumado hacia el último clímax en el cual el solista con arpegios y escalas , ejerce el más absoluto dominio sobre toda la orquesta con la habilidad del más impecable prestidigitador. Una y otra vez la orquesta intenta alcanzar el predominio, pero todos sus esfuerzos resultan infructuosos ante la actitud del solista.

El concierto para violín de Beethoven es una de las grandes obras maestras de la música universal. Y seguramente los habrá que lo escuchen ahora por primera vez.... ¡Qué hermosa experiencia les espera!


http://classicmusica.blogspot.com.ar/2008/09/beethoven-el-concierto-para-violn.html


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