lunes, 10 de noviembre de 2014

Maurice Ravel y la poesía de Mallarmé

El 28 de diciembre de 1937 moría Maurice Ravel, uno de los músicos más exquisitos del siglo XX.Como estudioso de las relaciones entre música y literatura, me gustaría resaltar la atracción que sentía por la poesía y, en particular, por la obra vanguardista de Stéphane Mallarmé. Del encuentro de Ravel con los textos de este poeta, nacería una de sus obras vocales más perfectas: Trois poèmes de Mallarmé (1913), para soprano, dos flautas, piano, dos clarinetes, piano y cuarteto de cuerdas. En ese momento, Ravel buscaba superar el desgaste del lenguaje tradicional. La poesía fue una ayuda preciosa en su exploración de nuevas vías de expresión. Siguiendo las tesis del poeta acerca de la búsqueda del sonido fundamental, Ravel emprendió su aventura basándose en la técnica del despojo y de los silencios tan presente en la teoría poética mallarmeana. En el primer poema, Soupir, Ravel desciende al vacío inminente. El deslizarse hacia la eternidad se sugiere con una escritura musical estática y despojada de artificios inútiles. De esta forma, la melodía se libera y acude a la llamada del poeta. La Belleza surge de la sencillez, de esa nada, "le néant", que planea en la escritura poética.
En Placet futile, segundo poema del ciclo, Ravel indaga más en el sentir del poeta. Así, penetra de manera magistral en los misterios de la máscara galante del texto literario. Pero la felicidad dieciochesca es sólo aparente. Inmediatamente, la música capta el verdadero palpitar existencial al que no le es posible la felicidad en un mundo hostil. La tonalidad es difusa, Ravel solamente  la sugiere, juega con una aparente atonalidad. De esta manera, se recrea la inquietud de una existencia angustiosa. Cuando el hermetismo del poeta entra en contacto con la alquimia sonora de Ravel, podemos decir que estamos en los umbrales de una perfecta unión músico-poética. Esto ocurre con el tercer y último poema del ciclo Surgi de la croupe et du bond, dedicado a Erik Satie. Ravel expresa su arte en un sistema armónico que evita toda orientación tonal. Se podría decir que aquí sitúa a la tonalidad en los confines del diatonismo. La frontera entre el canto y los instrumentos queda abolida. El acompañamiento vertical con acordes estáticos se enriquece maravillosamente en la desnudez de los espacios en blanco. Si a esto añadimos la profusión de cromatismos que marcan opacas disonancias y una línea melódica ambigua, podemos decir que la partitura de Ravel se funde con la música del silencio  a la que constantemente nos remite la poesía de Mallarmé. Ravel hizo una lectura muy profunda de los textos poéticos. Retomando el sentir de una experiencia metafísica que se observa en la poesía de Mallarmé, Ravel elevó la sintaxis musical al rango metafísico. En esta obra música y poesía mantienen un conjunto de relaciones que supera la realidad empírica. Sin duda, Ravel daba, así, un salto cualitativo abriendo el camino hacia las vanguardias que más tarde, a partir de los años cincuenta, en especial con Pierre Boulez, utilizarían el texto poético no como centro del discurso, sino como estado de energía que emana del mismo.

http://teosanz.blogspot.com.ar/2012/12/maurice-ravel-y-la-poesia-de-mallarme.html


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