EDWARD GRIEG, CONCIERTO PARA PIANO EN LA MENOR Op.16
Cita: "El
único concierto de Grieg para piano y orquesta fue escrito en
Dinamarca en 1868 y se estrenó en Copenhague, el 3 de abril de 18 69, dedicado al pianista Edmund
Neupert. La partitura se publicó en 1872: hoy la conocemos como
primera versión.
Entre 1869
y 1872 habían ocurrido muchas cosas, entre ellas una lectura de Liszt, con el autor, en 1870. Dada la verdadera “manía”
de Grieg por revisar sus obras, es de suponer
cambios significativos, mayores aún que los ocurridos entre la “primera
versión” y la “definitiva”, que el autor revisa en los últimos años de su vida.
En
cualquiera de las tres versiones la crítica contemporánea no hizo demasiado
caso al concierto. La
coincidencia de tonalidad con el de Schumann, y no sólo de la tonalidad como es
bien perceptible en el primer movimiento, ya fue advertida en el estreno, y esa
ha sido, ya desde entonces, una de las principales acusaciones. ¡Como si el
intentar parecerse a Schumann que escribía su concierto cuando Grieg apenas había nacido fuera un pecado!
Todavía en
1903, cuando la última y definitiva versión se estrena en París, un severo Claudio
Debussy se
extraña ante una estructura formal vacilante, llena de breves y lánguidos
cantabiles enmarcados por vibrantes sonerías trompetiles: no se entendían los
porqués. Pero, curiosamente, al público, del que solistas, agencias,
editoriales y casas discográficas son fieles servidores, les gustó el concierto
y sigue otorgándole ese raro honor de situarle en sitio privilegiado del
repertorio.
Tal vez, el
mayor peligro para el concierto es, precisamente, esa manía
discográfica de meterle en el mismo disco con Schumann y, por supuesto, con los
mismos intérpretes. Porque, no es la vecindad lo que le hace daño, sino el que
rara vez el intérprete del Schumann es el adecuado para el Grieg,
o viceversa, por lo que la aproximación se hace indecente promiscuidad.
El
concierto debe mucho a Schumann, claro es, y también a los dos de Chopin,
y no hay que olvidar a Liszt: la cadencia del primer tiempo,
como se escribe con frecuencia, es impensable sin el conocimiento del húngaro.
Pero es indudable que tiene personalidad propia, las melodías, los motivos
cortos que, convenientemente variados, Grieg trata a la manera de secuencias, la
armonía colorista y sabia, los intervalos desacostumbrados (peligrosos por lo
tanto) y que Grieg integra con mucho ingenio dando
un matiz exótico a estructuras muy simples, y ese tufillo folk que sin romper
ningún molde añade un agradable sabor picante a la cocina tradicional. Si a eso
añadimos que el piano está muy bien tratado y que el solista se luce a poco
interés que ponga, no es de extrañar el éxito.
La receta,
sin embargo, no debe ser tan fácil: el propio Grieg lo intentó de nuevo y no consiguió
terminar lo que habría ido un segundo concierto para piano en si
menor".
Fin de la
Cita
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