domingo, 23 de noviembre de 2014


 

Concierto en Re Mayor para violín y orquesta Op. 35

Peter Ilich Tchaikovsky es uno de esos músicos nacidos para tener una enorme popularidad, gracias a la amplitud y generosidad de su vena creativa. Hay en él un innato sentido de la cantabilidad, junto a la exteriorización, sin falsos pudores, del componente autobiográfico al que su música está inevitablemente vinculada. La predisposición a un tratamiento persuasivo y melancólico del hecho melódico y el acentuado contraste del elemento dramático encuentran en el oyente medio una adhesión total, que a menudo se le antoja sospechosa al musicólogo. Este último tiene, en efecto, la tendencia a considerar inferior todo aquello que prende inmediatamente en el público —opinión que a veces está justificada— y a darnos una imagen de ese músico popular en la que destacan más los elementos caducos y transitorios que los que demuestran la gran categoría del músico mismo. Cuando se hace referencia a la inmediata acogida de la música de Tchaikovsky por parte del público, se prescinde de algunos fracasos iniciales, como el obtenido precisamente con la primera ejecución del Concierto en Re Mayor para violín y orquesta Op. 35, estrenado en Viena el 4 de diciembre de 1881 bajo la dirección de Hans Richter y con Adolf Brodski —futuro director del Royal Manchester College of Music— como solista.
La escritura del concierto data de 1878. En esa época, el músico había dejado de pertenecer al Conservatorio de Moscú, donde desempeñaba el cargo de profesor de armonía, habiendo sufrido también el fracaso de su reciente matrimonio con Antonina Ivanovna Miliukova —se casó con Miliukova para disipar las dudas sobre su sexualidad—; circunstancia que unida a otras serias preocupaciones materiales, le proporcionaron una gran depresión que le llevó a un intento de suicidio. Este motivo —que fue lo que en realidad lo obligó a abandonar la cátedra del Conservatorio—, lo llevó a residir en Clarens, Suiza, a las orillas del lago Lemán, en procura de la tranquilidad y el reposo necesarios para recuperar su salud. Fue entonces cuando recibió la ayuda económica de la rica mecenas de la música, Nadezhda Filaretovna von Meck —a quien sólo conoció por correspondencia—, añadiéndose poco tiempo más tarde una pensión vitalicia del Zar Alejandro III de Rusia, devoto de la música de Tchaikovsky. Tales estímulos devolvieron a Tchaikovsky gran parte de su tranquilidad y optimismo, disponiéndose de inmediato a continuar su obra creadora; como resultado de ello, surge la concepción del Concierto en Re Mayor para violín y orquesta Op. 35.
La primera redacción del concierto tuvo lugar entre marzo y abril de 1878, época inmediatamente posterior a la Sinfonía N° 4 en Fa Mayor Op. 36 y a la ópera Eugenio Oneguin. Tchaikovsky se aseguró que el ojo de un violinista profesional orientara su concierto durante el proceso de su creación durante la primavera de 1878, mientras se alojaba en Suiza en compañía de Josef Kotek, virtuoso ruso. Kotek había estudiado con Joseph Joachim y se había convertido en unos de los más valiosos solistas eslavos. Colaboró con Tchaikovsky en el desenvolvimiento de la parte solista y en aspectos de técnica que hacen al instrumento.
En una carta del 20 de abril de 1878 dirigida a Nadezhda von Meck, el músico escribió: "el primer movimiento ya está listo, me satisface, en cambio no estoy contento con el Andante, tendré que modificarlo radicalmente o componer uno nuevo, mientras que el Finale también ha quedado logrado"; y el 29 de abril añadía: "he compuesto hoy otro Andante que se adapta mejor a los otros movimientos... pienso que el concierto ya está completo y mañana empezaré a realizar su orquestación". Del mismo año data también otra carta en la que el músico aseguraba a su editor que la composición del concierto avanzaba tanto que, a finales de abril, estaría prácticamente terminado.
Tchaikovsky regresó a Rusia, y sobrevino entonces una serie de experiencias desalentadoras. La obra estaba destinada a ser ejecutada por el propio Kotek, y el solista se había comprometido a ello, pero después de leer la partitura, tomó un tiempo y finalmente renunció a tocarlo en San Petersburgo. Cuando Kotek rehusó tomar a su cargo el estreno, el compositor dedicó el concierto al célebre Leopold von Auer, primer violinista de Rusia y probablemente el más grande de los maestros del siglo XIX. Pero Auer no quiso tomarse el trabajo de aprenderlo. Lo leyó varias veces de un extremo al otro y dijo a Tchaikovsky que la obra era antiviolinística e inejecutable. A Mme. Von Meck también le disgustó esta música; en varias cartas defendió Tchaikovsky mansamente la partitura: "Espero que con el tiempo la obra le producirá mayor placer". Entonces, trató Tchaikovsky de interesar a Èmile Sauret, pero este ejecutante francés devolvió la partitura. Tchaikovsky bajó a la tumba con la creencia de que Auer había utilizado su influencia para disuadir a Sauret. Con creciente abatimiento por parte de Tchaikovsky, iban difundiéndose voces misteriosas "sobre la supuesta imposibilidad de interpretación" del concierto.
Tres años transcurrieron hasta la Première, interpretada por el violinista ruso Adolf Brodsky y la Filarmónica de Viena, con la dirección de Hans Richter, el 4 de diciembre de 1881.
Durante dos de esos tres años, Brodsky mantuvo a Tchaikovsky sobre agujas y alfileres, entusiasmándose y enfriándose con el concierto. Incluso aun después del estreno, no dejó Brodsky de señalar al autor que había en verdad, "acumulado demasiadas dificultades". También admitió Brodsky que el verdadero propulsor de la Première fue Richter: "No debe agradecerme a mí; es a él a quien debe agradecer, porque sólo fue su deseo de tomar contacto con el nuevo concierto lo que indujo a Richter y luego a la Orquesta Filarmónica a escucharme y a participar en uno de sus conciertos. La composición no agradó al ensayarse sus audacias, aunque las ejecuté con felicidad... Por fin fuimos admitidos al concierto de la Filarmónica. Tuve que contentarme con un ensayo, y se perdió mucho tiempo en corregir las partes de orquesta, que estaban plagadas de errores... Richter deseaba introducir algunos cortes, pero yo no lo permití".
Pocos saben que el segundo movimiento del concierto, el Andante, no es el que figura en la partitura original, habiendo sido sustituido por un melancólico "cantable", de gusto típicamente eslavo, encomendado a una plantilla instrumental muy reducida y en el que el violín solista "canta" siempre en sordina. La página original fue utilizada sin embargo por Tchaikovsky en una de las tres piezas para violín y piano que llevan el título de Souvenir d'un lieu cher.
Fue sintomático en aquella ocasión, el juicio negativo del famoso crítico Edward Hanslick —en quien se había inspirado Wagner para describir el carácter reaccionario de Beckmesser en Los Maestros Cantores de Núremberg—. En efecto, Hanslick observaba: "El nuevo y pretencioso concierto de Tchaikovsky procede con musicalidad sólo durante algunos instantes, y bien pronto sobreviene la tosquedad... El Andante, con su melancolía eslava, hace que nos reconciliemos con la obra, pero de nuevo nuestras ilusiones se vienen abajo, pues el Finale nos conduce a la brutalidad desenfrenada de una orgía rusa, y nos parece ver sólo rostros plebeyos y obtusos, oír brutales blasfemias y oler el tufo de un aguardiente de mala calidad..." Este supuesto "desastre" no fue advertido, posteriormente cuando el mismo Brodsky ejecutó el concierto en Moscú y Londres, mereciendo, además de los aplausos del público, el profundo agradecimiento del compositor, que borró de la partitura el nombre de Auer, dedicando la pieza a su primer intérprete. Leopold Auer concluyó por convencerse de que la obra era ejecutable y hasta la tocó en público bastantes veces. No tardó el Concierto en Re Mayor para violín y orquesta Op. 35 en ser popular en todo el mundo.
¿Se retractó alguna vez Hanslick de sus juicios?… Es dudoso.

Resumen de los movimientos

El concierto se desarrolla en un clima poético donde siempre está presente la melancolía eslava. Tchaikovsky da rienda suelta a las introvertidas "pausas" de contemplación vaticinadora de tragedia, así como a las repentinas pinceladas rítmicas y colorísticas, que constituyen la otra cara —extrovertida y dionisíaca— de su doble y contradictoria personalidad. En estas fases más vitales se aprecia la conocida afición de Tchaikovsky hacia la danza, desde la española —aunque con algunos matices rítmicos que recuerdan la polonesa del primer movimiento, Allegro moderato— al encendido ritmo de gopak —baile típicamente ruso—, que se renueva en un crescendo repetitivo cada vez más elaborado y brillante en el Allegro vivacissimo que cierra el concierto. Sin embargo, los elementos que componen la obra, en su heterogeneidad, no poseen nunca un carácter rapsódico, pues la íntima presencia de motivos de conexión garantiza la indudable continuidad narrativa del mensaje musical; mensaje en el que tan sólo hay cambios drásticos de estado de ánimo, de meditaciones dolorosas y de impulsos de alegría, de esa alegría que la crisis existencial del músico parecía haberle negado. En suma, este concierto, lejos de ser fruto de un sentimentalismo fácil, se debe a una serie de contradicciones "fatales", que le introducen en el contexto de la producción tchaicovskiana como una especie de confesión personal.
El concierto se divide en tres movimientos. El primero de ellos, "Allegro moderato", se inicia con amplia introducción, dándose luego entrada al violín solista, el que, después de una breve "cadenza" expone el fascinante y rítmico tema que ha de primar en la extensión de este movimiento. Bellísimas sonoridades del violín destácanse en brillante "staccato", siendo acompañadas por el fondo orquestal, con vigoroso carácter e intenso colorido. El tema principal, que se resuelve en habilísimas variaciones, culmina en la magnífica "cadenza", donde el instrumento solista exhibe el virtuosismo de una técnica irreprochable, pródiga de arpegios, rápidas escalas y trinos que finalmente se confunden en el rumor orquestal, que eleva sus posibilidades con extremo impulso sonoro hasta llegar a una "coda", después de la cual este primer tiempo del concierto logra una vigorosa conclusión. El segundo movimiento, "Canzonetta. Andante", presenta cierto sabor eslavo. Las cuerdas exponen dulcemente la melodía, que luego repite el violín acentuando la melancolía y el tono romántico que prima en gran parte de la obra de Tchaikovsky. La flauta y el clarinete dejan también percibir su eco, con delicadas sonoridades hasta llegar a constituir un diálogo con el violín de encantadores contornos; detalles que unidos a la expresión melódica hacen de este pasaje uno de los instantes más bellos e inspirados de la partitura. Un rítmico "Allegro vivacissimo" cambia la atmósfera del movimiento anterior, acercándose así al final de este concierto. El frenesí de las danzas eslavas llega a vislumbrarse a través de los potentes acentos orquestales y de las sonoridades del violín, que alcanzan contornos espectaculares en los pasajes que cierra la obra.

 


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