Los árboles mueren de pie (obra
teatral)
Los árboles mueren de pie es una obra teatral del dramaturgo español Alejandro Casona y pertenece a la literatura contemporánea española.
Contexto
Estrenada en el Teatro Ateneo de Buenos Aires (Argentina),
el 1 de abril de 1949, la obra podría
fundamentarse en la misión de la propia institución que se representa: sembrar ilusión y que, según palabras del propio autor
puestas en el protagonista, es:
«Una misión tan digna por lo menos como
sembrar trigo.»
Mauricio
Sinopsis
El señor Balboa (abuelo) tenía un nieto desalmado al
que, en su momento, tuvo que echar de casa (hecho que ocultó a su esposa).
Desde entonces él mismo se hacía llegar cartas que en teoría se las mandaba su
nieto a la abuela (su esposa). El nieto real decide
volver a su hogar (en busca de dinero) pero el barco en el que venía naufraga.
Balboa contrata a un imitador y hacedor de ilusiones benéficas (Mauricio)
en conjunto con una linda muchacha (Isabel), para que finja ser el nieto
perdido y «su feliz esposa» ante la abuela; los alecciona y logra que den el
pego.
Pero... llega por sorpresa el malvado y verdadero nieto, que no
ha muerto como se creía. Por fin, la abuela se entera del engaño, pero decide
no comentarlo al imitador ni a la muchacha, como agradecimiento por los días
felices que le han hecho vivir y, en definitiva, con el mismo objetivo que la
pareja y la institución de Mauricio habían ido a realizar allí: hacer realidad
ilusiones.
Personajes
Listado de personajes de la obra y los actores que los
interpretaron en los estrenos de Argentina y España, respectivamente.
·
Personajes principales:
·
Isabel o Marta-Isabel: Luisa Vehil y Lola Cardona.
·
Abuela: Amalia Sánchez Ariño y Milagros Leal.
·
Mauricio: Esteban Serrador y Luis Prendes.
·
Sr. Balboa: Francisco López Silva y Francisco Pierrá.
·
Personajes secundarios: Helena (secretaria), Amelia
(mecanógrafa), Genoveva, Felisa (doncella), el Otro.
·
Personajes terciarios: El Pastor- noruego, el ilusionista, el
cazador, el ladrón de ladrones y el otro.
Cito y tiempo
La mayor parte de la obra transcurre en la casa del abuelo
Balboa, menos en el principio, donde comienza la primera escena en la oficina
del imitador, siendo bien reproducida con grandes telones y muebles antiguos
tanto la casa como la oficina, donde ambientan el tiempo hacia mediados del siglo XX.
Wikipedia
En Buenos Aires, cuando Casona estrenó Los árboles mueren de
pie en el Teatro Ateneo, en 1º de abril de 1949, con la Compañía de Esteban
Serrador, la crítica creyó ver en ella y en sus piezas más características
conocidas allá ciertas corrientes nada ocultas que procedían de Eveinoff y no
solo de Pirandello. A la sorpresa de los primeros efectos misteriosos y al
parecer inexplicables, sigue la música de las palabras, en las cuales el poeta
colabora con el dramaturgo para que éste tienda sobre objetos, ambiente y seres
humanos un leve y sutil manto de ilusión. En ello insistió la crítica de la
capital argentina: en la música de las palabras. Pero hay algo más, mucho más.
¿Acaso no es fácil apreciar, particularmente en el primer acto de Los árboles
mueren de pie, el mismo ímpetu y el mismo latido del mundo fantástico o utópico
que se advierte en sus otras piezas? Este ímpetu natural, explicó alguna vez,
en México, el propio Casona, lo lleva al teatro poético, optimista y abstracto;
“pero mis ojos no se cierran –añadió- a las realidades… en que vivo”.
Seguramente para esto su teatro aparece a los ojos de algunos como un teatro romántico, o al menos un teatro de atmósfera romántica, poética, y algunas veces melodramáticas. Pero en el caso de Los árboles mueren de pie no es difícil ver aquellas virtudes dramáticas que derivan del conflicto de fantasía y realidad; aquí posiblemente con mayor fuerza que en ninguna otra de sus piezas, se rompe el equilibrio y se agudiza el choque de fantasía y realidad; aquí posiblemente con mayor fuerza que en ninguna otra de sus piezas, se rompe el equilibrio y se agudiza el choque de fantasía y realidad. Reaparece el nombre del Doctor Ariel, de quien también se habla en Prohibido suicidarse en primavera, ahora relacionado con otra institución generosa que busca proporcionar consuelo y cierta alegría a las gentes sobrecargadas de desesperación y desesperanza. Aquella abuelita galdosiana sufre, al igual que su marido, la maldad de un nieto que ha huido al Canadá y es ya un bandido, un malhechor despiadado; y cuando el nieto muere en un naufragio, al hundirse el barco en que viajaba de regreso a España después de anunciar a su abuela su vuelta al hogar, el abuelo ruega al director de aquella institución que se haga pasar por su nieto Mauricio; y cuando todo marchaba a la perfección y la ilusión de la abuela por su nieto, y por la supuesta esposa de éste, Marta Isabel, era ya una realidad absoluta, aparece el verdadero nieto, que se salvó del naufragio porque no pudo embarcar en aquel barco que se hundió, y que viene dispuesto a exigir una crecida cantidad para evitar un escándalo. La bondadosa abuelita lo vence finalmente y sigue aferrada a la otra realidad, la de sus fingidos nietos, de cuyo sueño amoroso ella es patrona y suprema señora; podrá estar muerta por dentro, pero de pie, como los árboles.
En el fondo hay un profundo dolor, una triste amargura, que la abuela ha preparado. Lo malo, como ella dice, es la huella que todo eso deja; pero a esa pena ya también está acostumbrada. El ocultar esta su verdad a sus fingidos nietos, a los que ha tomado verdadero amor y a quienes debe los mejores días de su existencia, es otro de sus triunfos. En todo lo cual Casona confirma su preocupación por ofrecer, en sus personajes, la representación de una supuesta realidad, por dar el perfil dramático del contraste definitivo.
La enseñanza que podría obtenerse del teatro de Alejandro Casona es que así como el diablo travieso se le mata dentro de uno mismo, la indecisión y los sueños, el desengaño empírico de un amante imaginario, la maraña interior de un doctor filósofo y generoso, la paranoia creciente de una nieto endeble, se armonizan o se contradicen decididamente cuando el paisaje psicológico se enfrenta a la realidad objetiva que ni es anárquica, ni tiene imaginación, ni pretende ninguna originalidad, con base en el dualismo eterno entre el ser y el querer ser, pero nunca planteado con solemnidad ni retóricos alegatos, sino con humanos, con ironía, con lo que el propio Casona calificó: “esa flor de la sabiduría que se llama sonrisa”.
Seguramente para esto su teatro aparece a los ojos de algunos como un teatro romántico, o al menos un teatro de atmósfera romántica, poética, y algunas veces melodramáticas. Pero en el caso de Los árboles mueren de pie no es difícil ver aquellas virtudes dramáticas que derivan del conflicto de fantasía y realidad; aquí posiblemente con mayor fuerza que en ninguna otra de sus piezas, se rompe el equilibrio y se agudiza el choque de fantasía y realidad; aquí posiblemente con mayor fuerza que en ninguna otra de sus piezas, se rompe el equilibrio y se agudiza el choque de fantasía y realidad. Reaparece el nombre del Doctor Ariel, de quien también se habla en Prohibido suicidarse en primavera, ahora relacionado con otra institución generosa que busca proporcionar consuelo y cierta alegría a las gentes sobrecargadas de desesperación y desesperanza. Aquella abuelita galdosiana sufre, al igual que su marido, la maldad de un nieto que ha huido al Canadá y es ya un bandido, un malhechor despiadado; y cuando el nieto muere en un naufragio, al hundirse el barco en que viajaba de regreso a España después de anunciar a su abuela su vuelta al hogar, el abuelo ruega al director de aquella institución que se haga pasar por su nieto Mauricio; y cuando todo marchaba a la perfección y la ilusión de la abuela por su nieto, y por la supuesta esposa de éste, Marta Isabel, era ya una realidad absoluta, aparece el verdadero nieto, que se salvó del naufragio porque no pudo embarcar en aquel barco que se hundió, y que viene dispuesto a exigir una crecida cantidad para evitar un escándalo. La bondadosa abuelita lo vence finalmente y sigue aferrada a la otra realidad, la de sus fingidos nietos, de cuyo sueño amoroso ella es patrona y suprema señora; podrá estar muerta por dentro, pero de pie, como los árboles.
En el fondo hay un profundo dolor, una triste amargura, que la abuela ha preparado. Lo malo, como ella dice, es la huella que todo eso deja; pero a esa pena ya también está acostumbrada. El ocultar esta su verdad a sus fingidos nietos, a los que ha tomado verdadero amor y a quienes debe los mejores días de su existencia, es otro de sus triunfos. En todo lo cual Casona confirma su preocupación por ofrecer, en sus personajes, la representación de una supuesta realidad, por dar el perfil dramático del contraste definitivo.
La enseñanza que podría obtenerse del teatro de Alejandro Casona es que así como el diablo travieso se le mata dentro de uno mismo, la indecisión y los sueños, el desengaño empírico de un amante imaginario, la maraña interior de un doctor filósofo y generoso, la paranoia creciente de una nieto endeble, se armonizan o se contradicen decididamente cuando el paisaje psicológico se enfrenta a la realidad objetiva que ni es anárquica, ni tiene imaginación, ni pretende ninguna originalidad, con base en el dualismo eterno entre el ser y el querer ser, pero nunca planteado con solemnidad ni retóricos alegatos, sino con humanos, con ironía, con lo que el propio Casona calificó: “esa flor de la sabiduría que se llama sonrisa”.
Antonio Magaña-Esquivel
http://espadequinto.blogspot.com.ar/2011/10/analisis-de-los-arboles-mueren-de-pie.html
LOS ÁRBOLES MUEREN DE PIE - Alejandro Casona
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