Antonín Dvořák (1841-1904) le debemos, después de Brahms, la mayor contribución a la música de cámara de la segunda mitad del siglo XIX. Y entre sus mejores obras para cámara figura el Quinteto para piano n.° 2 en la mayor, Op. 81, compuesto en 1887. Está al mismo nivel que los tres quintetos para piano que lo preceden: el Quinteto para piano en la mayor, D. 667, La trucha de Schubert; el Quinteto para piano en mi bemol mayor, Op. 44 de Schumann y el Quinteto para piano en fa menor, Op. 34 de Brahms. Al igual que ellos, posee su propio sonido, forma y estilo característicos. Es uno de los ejemplos más admirables de la habilidad de Dvořák para crear obras que exhalan los típicos giros y ritmos de la música folklórica, a la par que ostentan exaltada belleza, refinamiento estructural, amplitud emocional y la profundidad característica de una obra maestra.
Dvořák fue el más inspirado de los compositores con inclinación por la música vernácula del tipo instrumental, como Mussorgsky lo fue en el dominio de la ópera y la canción. Si se pretendiera investigar en la obra de Dvořák cómo se inserta una canción popular dentro de una composición instrumental, la respuesta sería: "No lo haga. Escriba su propia canción." Sus melodías originales se nos antojan más "populares" que las verdaderas canciones folklóricas, y son aceptadas como tales. Parece haberse adueñado de la célula de la cual prolifera la música del terruño, de manera tal, que hace producir algo más que un mero caudal de melodías. Su obra nos demuestra cómo todas ellas brotan de una misma raíz, mientras que cada página está sujeta a alteraciones y remodelaciones con plasticidad tal, que se convierte en otra canción y de ella surge, a su vez, una tercera. Un crítico alemán, Louis Ehlert, al descubrir el primer ciclo de Danzas Eslavas, escribió que Dvořák era un músico al cual "deberíamos oponernos tan poco como a la primavera".
El Quinteto para piano n.° 2 en la mayor, Op. 81, aunque se halle a una altura estructural mucho más elevada que las Danzas Eslavas, posee esta misma característica de atrayente amor universal.
Espontaneidad, combinada con sustancia, es uno de los logros más difíciles del arte. Ello es lo que ocurre con este quinteto, en su suave y natural fluidez de una perfección de formas tan extraordinaria, que pasa desapercibida excepto en las conexiones entre un pasaje y otro, y cuando se percibe que cada uno de ellos posee su propia calidad de vida y contribución singular para con el todo. Esta "naturalidad" sólo pudo ser lograda a través de años de ardua labor.
Dvořák nació en la pobreza, en un país pobre, Bohemia (ahora Checoslovaquia), que estaba sometido no sólo políticamente sino también espiritual y estéticamente al imperio austro-húngaro. Gracias a Brahms, encontró publicación en Alemania, pero su aclamación incondicional recién la alcanzó en Inglaterra, alrededor de 1880. El estaba encantado del hecho que un campesino checo haya sido objeto de tales aplausos. Escribió a su padre: "Si se reunieran todos los habitantes checos de Bohemia, no alcanzarían la cantidad de habitantes de Londres... En algunos escritos se te ha mencionado, diciendo que provengo de padres pobres y que mi progenitor era carnicero y tabernero en Nelahozeves, habiendo hecho lo posible por brindar una adecuada educación a su hijo. ¡Bendito seas por ello!". Estudió violín con el organista del pueblo, formó parte de la banda del lugar, y a la edad de 16 años fue a Praga, donde cursó en la Escuela de Organistas. Luego vivió humildemente como violinista de orquesta, mientras componía afanosamente.
Tenía poco o ningún estímulo para ir en busca de inspiración en la música vernácula; en efecto, ello fue considerado una tendencia vulgar, por lo que sus primeros esfuerzos fueron dirigidos hacia el dominio de las formas académicas. Dvořák no fue un niño prodigio como Mozart o Schubert, en parte debido a que, a fin de encontrarse a si mismo, debió labrar su propio camino. Aunque las primeras y olvidadas obras de Dvořák están henchidas de belleza, sólo después de 1870 aprendió a "escribir como un checo", por así decir; a crear "nuevas canciones populares", más bellas que las antiguas, e infundir ese estilo a las obras de mayor envergadura.
De tal modo surgieron obras como el primer ciclo de Danzas Eslavas; el Cuarteto para cuerdas n.° 10, en mi bemol, Op. 51,Slavonic; el Concierto para violín en la menor, Op. 53 y la Sinfonía n.° 1 en do menor, Op. 3, The Bells of Zlonice. Fue alrededor de esa época que Brahms encontró, deleitado, la obra de Dvořák. Él contribuyó a obtenerle un premio y un editor.
Siguió un período, a comienzos de la década del 1880, cuando mermó la característica popular dentro de la obra de Dvořák, mientras se profundizaba su calidad emocional, hasta trágica, sus estructuras se hacían más ricas y sólidas, evidenciando la influencia de Brahms. Tales obras fueron la Sinfonía n.° 7 en re menor; el Cuarteto para cuerdas n.° 11 en do mayor, Op. 61; el Trío para piano n.° 3 en fa menor, Op. 65. Le costó moverse en esa dirección, ya que la presión por parte de sus editores alemanes fue ejercida sobre piezas cortas, como sus danzas, harto exitosas en lo económico. Pero él estaba determinado a crear un arte que sería, a la par, checo en idioma, y fuerte, sustancial y monumental como el de los grandes maestros. Los frutos de tales esfuerzos llegaron a fines de la década del 1880 con obras imponentes y encantadoras como la Octava sinfonía en sol mayor, el oratorio La novia del espectro y el Quinteto para piano n.° 2 en la mayor, Op. 81. Esta última obra tiene una interesante historia. Su editor, Simrock, había insistido en "germanizar" el nombre de Antonín a Antón, publicando sus obras sólo con títulos en alemán. Dvořák protestó airadamente: "Un artista también tiene su patria, en la cual debe tener firme fe y por la que debe tener un corazón ardiente". Finalmente, Simrock cedió, a medias, publicando su nombre como "Ant. Dvořák".
Lo más típico del extraordinario idioma plástico y bello de Dvořák, que afloró en el primer movimiento del quinteto, Allegro ma non tanto, no contiene nada que pueda ser definido como "canción vernácula" o "danza folklórica". Sin embargo, su origen en la música de la campiña bohemia se evidencia constantemente. Así el jovial balanceo del primer tema, desde un suspiro dolorido hasta la afirmación entusiasta y su gravitación entre la menor y la mayor, o el ritmo alegre del segundo tema que, no obstante, resulta patético por su memoria del dolor. La sección del desarrollo no sólo se explaya sobre ambos temas, sino que las fusiona para demostrar su parentesco. La culminación es una heroica transformación del primer tema, seguida por una recapitulación que nos muestra la música bajo una nueva luz, y una grandiosa coda afirmativa hacia la cual parece haber dirigido todo el movimiento. Aquí se aprecian las lecciones de Brahms, aunque Dvořák las haya puesto enteramente a su propio servicio.
El movimiento lento es un Dumka, Andante con moto. El "Dumka" es una especie de invención del propio Dvořák. El término proviene de Ucrania y significa "lamento". En manos de Dvořák se convierte en un movimiento relativamente lento, de acento eslavo, intercalando episodios más rápidos. Posiblemente en el fondo de la mente del compositor haya existido la idea que las raíces populares no conocen confines estrictamente nacionales; una verdad que, posteriormente, iba a ser confirmada por el gran maestro del idioma vernáculo del siglo XX, Béla Bartók. La forma "Dumka" de Dvořák posee infinita flexibilidad como puede apreciarse, por ejemplo, en su posterior Trío para piano n.° 4, Op. 90, Dumky, consistente sólo en seis movimientos y en la forma "Dumka", fuertemente contrastantes en cuanto al humor y a la forma. El Dumka del presente quinteto quizás sea su movimiento más bello en esta forma, otorgándole una nota obsesionante desde el comienzo, que se intensifica durante las variaciones subsiguientes, al intercalarse episodios más alegres. El todo es una maravillosa lección de las numerosas formas sutiles para remodelar rítmicamente una melodía plástica de manera tal, que revela cada vez nuevos aspectos.
El tercer movimiento es llamado Furiante, Molto vivace, y aquí nuevamente Dvořák demuestra la libertad con que trata las formas vernáculas, ya que los acentos rítmicos no son aquellos tradicionales de un "furiante" checo. Es un Scherzo en tres etapas, comparable sólo a los más relevantes de Schubert, por su estallido de melodía bailable.
El Finale, Allegro, es, después del preludio, un movimiento en forma de sonata, basado en temas vivaces que en cada reaparición nos parecen diferentes. El ritmo es, en general, intenso, y la energía aumentada por pasajes contrapuntísticos.
Sidney Finkelsten
http://www.refinandonuestrossentidos.com/anton%C3%ADn-dvor%C3%A1k/quinteto-para-piano-n-2-el-la-mayor-op-81/
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