En el interior de un ruidoso café
un anciano se apoya sobre un velador;
un periódico ante él, iluminado por la soledad.
Y en el desprecio de su miserable vejez
piensa qué gozó de los años
cuando tuvo vigor, y elocuencia, y belleza.
Ha envejecido tanto; lo siente, lo ve.
El tiempo de su juventud, como si hubiera sido ayer,
pasó. Qué velozmente, qué velozmente.
Medita impulsos que contuvo; y el sacrificio
de su felicidad. De su insensata prudencia
se burla hoy cada ocasión perdida.
...Hasta que de tanto evocar el pasado
se adormece. Hundido
sobre el velador solitario.
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