sábado, 13 de diciembre de 2014

Canciones con historia: El Condor pasa (Patrimonio Musical Universal )

El cóndor pasa es una canción tradicional de origen peruano. La música fue compuesta por el compositor peruano Daniel Alomía Robles en 1913 (registrada legalmente en 1933) y la letra, posteriormente, por Julio de La Paz (seudónimo de Julio Baudouin). En el Perú fue declarada Patrimonio Cultural de la Nación en el año 2004.

La obra
Transcurría en un asentamiento minero Yapaq de Cerro de Pasco y constituye una obra de denuncia social. Es la tragedia del enfrentamiento de dos razas: la sajona y la india. La explotación de Mr. King, dueño de la mina, llega hasta la venganza de Higinio, que lo asesina. Pero, sustituyéndolo llega Mr. Cup. Habrá que luchar nuevamente, y el cóndor que vuela en las alturas, es el símbolo de la deseada libertad.

La melodía
Inicialmente de origen Inca y Cultura Peruana, El Cóndor Pasa aparecía en la parte final de la obra. Es una cashua (danza similar al huaino) y fue inspirada en los cantos andinos.

Letra
Quechua

Yaw kuntur llaqtay urqupi tiyaqmaymantam
qawamuwachkanki,kuntur,
kunturapallaway llaqtanchikman,
wasinchikmanchay chiri urqupi, kutiytam
munani,kuntur, kuntur.
Qusqu llaqtapim plazachallanpimsuyaykamullaway,
Machu Piqchupi Wayna Piqchupipurikunanchikpaq.

Versión en castellano

Oh majestuoso Cóndor de los Andes,
llévame, a mi hogar, en los Andes,
Oh Cóndor.Quiero volver a mi tierra querida
y vivir con mis hermanos Incas, que es lo que más añoro
oh Cóndor.En el Cusco, en la plaza principal, espérame
para que a Machu Picchu y Huayna Picchu vayamos a pasear.

Armando Robles Godoy, reconocido cineasta peruano e hijo del compositor, llegó a la conclusión de que su padre nunca fue un poeta de gran lirismo, eso explicaría por qué, a pesar de tener una considerable obra, Daniel Alomía Robles sólo versificó dos de ellas. Armando no disfrutaba mucho de las diversas versiones de la letra en castellano existentes para la melodía compuesta por su padre, así que propuso una letra apoyándose en el trabajo de Paul Simon:

Prefiero ser un cóndor que un gorrión
y volar sin soñar y sin canción.
Prefiero ser un árbol que una flor
y crecer sin temer y sin dolor.
Buscar sin encontrar jamás
sin descansar sin fe ni paz.
Partir y nunca regresar y así vivir
y así pasar. Y así pasar.

Prefiero ser el beso que el amor
y olvidar sin llorar y sin rencor.
Prefiero ser la lluvia sobre el mar
y morir sin sufrir y sin cesar.
Buscar sin regresar jamás
sin encontrar sin fe ni paz.
Partir y nunca descansar y así vivir
y así pasar. Y así pasar ...

Como se menciona arriba, también existe una versión de la letra en inglés, realizada por Paul Simon en 1970 (del dúo norteamericano Simon & Garfunkel), al cual muchas veces ERRÓNEAMENTE se le ha atribuido la autoría (generó un reclamo del compositor que finalmente ganó el reconocimiento internacional). Dicha versión apareció en el álbum "Bridge over Troubled Water" donde se le llama "El Condor Pasa (If I Could)"

Otras versiones

El cantante argentino Fernando Lima, hizo una versión balada-folclórica. El Grupo folk del músico colombiano Humberto Monroy: "Génesis" versionó la canción en la década de los 80, de la cúal existe un corto videoclip. El renombrado guitarrista y compositor argentino Eduardo Falú también hizo una adaptación de la canción para guitarra solista. Otra versión es la del grupo chileno Congreso, con letra de su cantante Francisco Sazo

http://www.taringa.net/posts/info/13881788/El-Condor-pasa-Patrimonio-Musical-Universal.html

HISTORIA DEL "CONDOR PASA " Alomias Robles Peru 2011
https://www.youtube.com/watch?v=W-JnOmRSWVs

El Cóndor Pasa...Única Versión Original, según la partitura de Daniel Alomía Robles.
https://www.youtube.com/watch?v=7tIrD-QcqF4

El condor pasa- versión original




El esplendor en Memorias de Adriano, de Yourcenar

"Cuando considero esos años, creo encontrar en ellos la Edad de Oro. (...) Las planicies habían acumulado el calor del prolongado verano; el vapor subía de las praderas a orillas del Sangarios, donde galopaban tropillas de caballos salvajes; al amanecer bajábamos a bañarnos a la ribera, rozando al pasar las altas hierbas empapadas de rocío nocturno, bajo un cielo en el cual estaba suspendida la delgada luna en cuarto creciente que sirve de emblema a Bitinia. Aquel país fue colmado de favores, y hasta asumió mi nombre. Hicimos una bella travesía del Bósforo, bajo la tormenta; hubo cabalgatas en la selva tracia, con el viento agrio que se engolfaba en los pliegues de los mantos, el innumerable tamborilear de la lluvia en el follaje y en el techo de la tienda. (...) Volvimos a Grecia por el norte. (...)Llevé a Antínoo a la Arcadia de sus antepasados; sus bosques seguían tan impenetrables como en los tiempos de aquellos antiguos cazadores de lobos".

Es el esplendor de la felicidad de Adriano con Antínoo recreado por Marguerite Yourcenar (Bélgica, 1903-Estados Unidos, 1987) en un capítulo de Memorias de Adriano, de la cual se cumplen 60 años de su publicación. Una magnífica evocación de la vida de un soberano, al final de sus días, que además de ejercer su poder y agrandar la gloria de Roma, entre los años 117 y 138, demostró una gran humanidad al tener especial consideración con los esclavos y favorecer a las artes. Pero su asomo a la inmortalidad la aseguró su gran amor y pasión por el joven griego Antínoo. Él fue testigo de sus logros; con él viajó por sus antiguos y nuevos dominios, a un lado y otro del Mediterráneo y más allá; con él vivió un amor sublime al punto de que "las intrigas se habían anudado en torno a su juvenil cabeza, con innobles esfuerzos por ganar su influencia o sustituirla por otra". No era para menos, si, como narra Yourcenar, lo que sentía y pensaba el emperador sobre Antínoo eran cosas como esta: "Me siguió en la vida como un animal o como un genio familiar. Aquel hermoso lebrel ávido de caricias y de órdenes se tendió sobre mi vida. (...) Sólo una vez fui amo absoluto; y lo fui de un solo ser".
...
Memorias de Adriano es una novela clave en la narración de los hechos históricos, en el modo de mirar y reconstruir el pasado respetando la realidad y tratando de contarlas desde el mundo interior, privado y emocional de un personaje. Tratando de hallar y comprender el origen primero de sus actos, y por ende a su figura. Yourcenar creó una convicente, sabia y conmovedora voz de Adriano. Lo revivió. De ahí que aquel verano con Antínoo por el Bósforo y Grecia sea el esplendor de su felicidad, de un amor en estío eterno, al punto de que la gracia de la estación la fundiera el emperador en el propio ser amado:

"El niño cambiaba, crecía. Una semana de indolencia bastaba para ablandarlo; una tarde de caza le devolvía su firmeza, su atlética rapidez. Una hora de sol lo hacía pasar del color del jazmín al de la miel. (...) Cuando considero esos años, creo encontrar en ellos la Edad de Oro. Todo era fácil; los esfuerzos de antaño se veían recompensados por una facilidad casi divina. Viajar era un juego: placer controlado, conocido, puesto hábilmente en acción. El trabajo incesante no era más que una forma de voluptuosidad. Mi vida, a la que todo llegaba tarde, el poder y aun la felicidad, adquiría un esplendor cenital, el brillo de las horas de la siesta en que todo se sume en una atmósfera de oro, los objetos de aposento y el cuerpo tendido a nuestro lado, La pasión colmada posee su inocencia, casi tan frágil como las otras: el resto de la belleza humana pasaba a ser un espectáculo, no era ya la presa que yo había perseguido como cazador. Aquella aventura, tan trivial en su comienzo, enriquecía pero también simplificaba mi vida; el porvenir ya no me importaba. Dejé de hacer preguntas a los oráculos. "

Pero el verano de su vida habría de terminar con la muerte de Antínoo, ahogado en el Nilo. Desaparecido su sol, la sombra empezó a cubrir la vida de Adriano. "Amor, el más sabio de los dioses... Pero el amor no era responsable de esa negligencia, de esas durezas, de esa indiferencia mezclada a la pasión como la arena al oro que arrastra un río, de esa torpe inconsciencia del hombre demasiado dichoso y que envejece. ¿Cómo había podido sentirme tan ciegamente satisfecho? Antínoo había muerto. Lejos de haber amado con exceso, como Serviano lo estaría afirmando en ese momento en Roma, no había amado lo bastante para obligar al niño a que viviera".

La lucha, el poder y la gloria mirando a Adriano; el dolor, las batallas y la muerte rondando a Adriano; todos triunfos deudores de un amor pero buscando el lugar privilegiado de la memoria; aunque ninguno ensombreció a Antínoo, según nos cuenta Marguerite Yourcenar en esta novela sobre el poder, la gloria, la muerte y el amor.

 * Memorias de Adriano, de la traducción de Julio Cortázar (Edhasa)

 http://blogs.elpais.com/papeles-perdidos/2011/08/la-felicidad-dorada-de-adriano-de-yourcenar.html

Memorias de Adriano - Marguerite Yourcenar (pdf)
http://friendsofborges.org/site/assets/books/Yourcenar_Marguerite_Memorias_Adriano.pdf

Memorias de Adriano - Marguerite Yourcenar (audiolibro)
https://www.youtube.com/watch?v=4D7aXotOqS8

Memorias de Adriano











viernes, 12 de diciembre de 2014



El emperador Adriano, viajero incansable

Dispuesto a inaugurar una época de paz, Adriano pasó más de la mitad de sus veintiún años de reinado visitando todos los rincones de su Imperio, desde Britania e Hispania hasta las ciudades del oriente griego, su verdadera patria adoptiva
Bajo su reinado, el imperio floreció en paz y prosperidad. Estimuló las artes, reformó las leyes, afirmó la disciplina militar y visitó todas las provincias en persona. Su enérgico y gran carácter atendió al conjunto y a los mínimos detalles de la política civil. Pero sus pasiones dominantes eran la curiosidad y la vanidad. Adriano era alternativamente un príncipe excelente, un sofista ridículo y un tirano celoso. El tenor de su conducta mereció alabanza por su equidad y moderación. Pero al principio de su reinado dio muerte a cuatro senadores consulares, considerados dignos del imperio. Al fin el tedio y una penosa enfermedad le hicieron irritable y cruel. El Senado dudó si debería considerarle un dios o un tirano y sólo gracias a las súplicas del piadoso Antonino le fueron otorgados los honores debidos».

Así resume Edward Gibbon los datos que dan Dión Casio y la Historia Augusta sobre Adriano, en un curioso retrato con luces y sombras. Durante algo más de veinte años Publio Elio Adriano ofreció al Imperio una próspera paz y una administración muy eficaz, «visitó todas las provincias» y fue, en definitiva, un «príncipe excelente». Se le reprochan sus manejos para eliminar a algunos rivales y su carácter esquivo, tiránico y extravagante.

Por eso, apenas murió, en el año 138, en Roma se alzaron insultos y protestas contra su memoria. Fue enterrado fuera de la ciudad casi en secreto y el Senado intentó prohibir su apoteosis, esto es, su proclamación póstuma como dios. Pero el tenaz empeño de su sucesor, el leal Antonino Pío, logró que se le ofrecieran dignos funerales; es decir, que fuera deificado con los mismos honores que otros emperadores. Sin duda, la impopularidad final en Roma contrastaba con el gran aprecio que Adriano había suscitado en Grecia y merecido en toda la zona oriental del Imperio, en correspondencia con el filohelenismo, la afición por la cultura griega, demostrado por él en su vida y sus viajes.

Adriano, que llegó al trono imperial con cuarenta años tras una larga carrera de cargos civiles y militares, impuso desde sus comienzos una propia línea política. Frenó la expansión territorial, renunciando a nuevas conquistas bélicas, reforzó las fronteras y promovió la idea de paz en todo el dominio romano. Luego recorrió las extensas tierras del Imperio como ningún emperador lo había hecho antes, no sólo para asegurar la justa administración en las provincias, sino también para mostrar la munificencia imperial, y construir carreteras, ciudades y monumentos, y aún más para conocer a sus gentes, sus problemas y ambiciones. Viajó sin cesar, unas veces guiado por la estrategia política y otras por su propio anhelo de ver mundo y aumentar su cultura personal. Y fue, de alguna manera, en algunos viajes que realizó a remotos confines de su imperio, en la época de una paz asegurada, un viajero sentimental. En los veintiún años de su reinado pasó más de doce fuera de Roma, más de la mitad del tiempo de su gobierno.

De Antioquía a Roma
Ya antes de llegar al trono, Adriano también había viajado mucho con varios destinos. Hizo muy joven su primer viaje a Itálica, la ciudad patria de su padre y también de Trajano, que visitó el año 90. Desde 95 a 101 marchó como tribuno y luego cuestor a Germania y Dacia, es decir, a las fronteras del Rin y del Danubio. Tras las guerras dácicas, en el año 105 fue destinado a la zona oriental, primero a Grecia (Nicópolis y luego Atenas), más tarde a Antioquía, Armenia y Siria. Allí fue, en Antioquía, en agosto de 117, ya como legado al frente de las legiones de Oriente, donde recibió la noticia de la muerte de Trajano, apenas dos días después de saberse designado como su sucesor. Fue aclamado como emperador por las legiones y como tal se encaminó a Roma, desde Asia Menor, cruzando con un fuerte ejército Tracia, Mesia, Dacia y Panonia. Llegó once meses después, ya en 118.
Allí se mantuvo hasta 121. En un viaje de inspección recorrió tierras de la Galia y Germania, y luego Britania, donde mandó construir el famoso muro que llevaría su nombre. Se dirigió luego a Hispania (la Tarraconense y la zona de León) y de allí pasó probablemente a Mauritania y a Siria. Tras recorrer Tracia y las ciudades costeras de Asia Menor llegó finalmente a Atenas. Permaneció en Grecia casi un año, hasta que a mediados de 125 volvió a Roma. Desde ésta, en 128 recorrió en campaña militar el agitado norte de África (Numidia y Mauritania).
Ya en 129 emprendería otro gran viaje hacia Oriente, con varias estancias en Atenas, desde donde viajó a las ciudades de Asia Menor (Éfeso, Mileto), Licia y luego Siria, Arabia y Judea, así como Egipto, regresando de las tierras del Nilo a Atenas ya en 132. Acaso tras una nueva rápida visita a Judea, donde continuaba la guerra contra los rebeldes israelitas, atravesó las tierras de Macedonia, Mesia, Dalmacia, Panonia hasta llegar a Roma, a mediados de 134. Allí, descansando en su retiro de Tívoli, en las afueras de la gran urbe, enfermo y melancólico, permaneció hasta su muerte, en Bayas, en julio del año 138.

Fundador de ciudades
En muchos de los lugares que visitó, Adriano inauguró edificios, monumentos, caminos y construcciones diversas. En las fronteras fijó con muros y fosos los límites duraderos del Imperio: una gran empalizada en Germania y en Retia (al sur de la actual Alemania), el perdurable muro en el norte de Britania y una amplia fosa (fossatum) en África. Fundó ciudades, a veces con su nombre, las dos Adrianópolis de la Cirenaica (actual Libia) y Tracia (región situada entre Grecia y Bulgaria), Adrianúteras, Adrianos y Adraneia en Asia Menor, así como Elia Capitolina, erigida sobre las ruinas de Jerusalén, en Judea. En honor de su amante Antínoo fundó Antinoópolis en Egipto. Alzó también grandes templos, como en la ciudad de Cízico (situada en la región de Misia, en Asia Menor) y en Atenas, donde destaca el magnífico santuario de Zeus Olímpico. Prodigó fiestas a su paso, dejando por doquier claras inscripciones con su nombre y muchas estatuas, de las que se conservan más de ciento cincuenta. Embelleció con teatros y obras de ingeniería muchas ciudades, como en el caso, muy significativo, de la hermosa Itálica, la ciudad de su familia y de la de Trajano.
Las visitas imperiales «a todas», o casi todas, las provincias eran algo excepcional. Otros emperadores habían viajado a unas u otras en caso de algún conflicto bélico o en campañas militares –como Augusto al norte de Hispania o Trajano en sus viajes a Oriente– o, en otros casos, para darse a conocer tras su proclamación; pero en Adriano esas visitas de inspección y festejos responden a su interés personal por el cuidado y mejora de las provincias, a un plan premeditado de mejorar las comunicaciones y, a la vez, conocer a sus gentes y su cultura.
El establecimiento de fronteras definitivas, la restauración de la disciplina militar y de la administración de la justicia, se enlazaban con una fuerte pasión constructiva y todo esto se combinaba muy bien con su sincero y tenaz filohelenismo. Esos empeños suyos respondían al anhelo de integrar mejor y reanimar la parte oriental del Imperio, por la que manifestó una singular atracción e incluso una personal simpatía espiritual. De ahí su afán de dar nuevo impulso económico y político a aquel ámbito cívico grecohablante y a su ejemplar cultura antigua y brillante, que Roma ya mucho antes había sometido y asimilado en su nivel más elevado. En fin, en ese siglo II, bajo la dinastía de los Antoninos, el renacer de la cultura y de la sociedad helenística fue espectacular. Tanto en Atenas, embellecida por las obras monumentales de Adriano –y de su amigo, el riquísimo Herodes Ático–, como en otras ciudades de la costa del Egeo, esa época fue un tiempo de esplendor.
También en Roma dejó Adriano notables muestras de su afán arquitectónico: reconstruyó el templo del Panteón, iniciado por Agripa, y edificó el templo de Venus, los jardines y el palacio de Tívoli, así como el enorme túmulo funerario para su sepulcro (que concluyó Antonino y actualmente es el castillo de Sant’Angelo), además de reformar los edificios del foro de Augusto y los mercados del campo de Marte. Celebró numerosos juegos en el circo y representaciones en los teatros, y diseñó su residencia palaciega en Tívoli con numerosas estatuas y pinturas que reproducían escenas y paisajes de sus lugares predilectos del oriente helénico: el Liceo y la Academia, el Pritaneo, Canope, la Estoa y Tempe.

Apasionado por lo griego
En su actitud pública, Adriano parecía querer ser visto como un nuevo Augusto: como él aseguró las fronteras, reconstruyó templos (como el Panteón en Roma y el de Augusto en Tarragona), y como él a su muerte dejó designado no sólo al buen Antonino como su sucesor inmediato, sino también a dos herederos de éste: Lucio Vero y Marco Aurelio. Por otra parte, también emulaba a Pericles, de modo que asumió, en Oriente, en 129, el título de Olímpico (Olimpios). Creó en Atenas un gran centro político, el Panhelenion, donde se reunirían los representantes de las ciudades griegas para diseñar una política común; a la vez que se empeñó en concluir de una vez el imponente templo de Zeus Olímpico. Hizo mucho por acreditar el prestigio cultural del mundo griego: en Roma fundó un centro llamado Ateneo, trató con los sofistas más notables de su tiempo e intentó helenizar a los judíos construyendo en las ruinas de Jerusalén, destruida por Tito, una nueva ciudad, Elia Capitolina, con templo y cultos paganos; una medida errónea, que suscitó una larga rebelión y una segunda guerra en Judea.
El amor a lo griego de Adriano venía ya de su juventud, cuando por sus lecturas y sus gustos fuera apodado Graeculus, «grieguillo», mote bastante despectivo en Roma. Su cordial filohelenismo aparecía a las claras en su rostro barbado, como el de un antiguo filósofo griego, en un notable contraste con los bien rasurados nobles romanos y los emperadores precedentes. Como al ocupar el trono la conservó, pronto se puso de moda la barba cuidada en todo el Imperio, y la llevaron, cortas o largas, numerosos emperadores, y no tan sólo los que, como Marco Aurelio, podían sentir alguna simpatía o admiración a los filósofos helénicos.
También puede notarse otro rasgo griego en su amor por el joven Antínoo, una pasión más comprendida en el mundo griego y oriental que en el ambiente romano. Al morir el bello muchacho en aguas del Nilo, el desolado Adriano fundó una ciudad con su nombre e hizo que se multiplicaran los retratos de su amado por múltiples ciudades. Hay que recordar que el enlace del emperador con Sabina, sobrina nieta de Trajano, fue una boda de conveniencia, planeada por la emperatriz Plotina, y acaso poco feliz.
Desde sus jardines y sus habitaciones con vistas, el melancólico Adriano sentía acercarse la muerte, e incluso intentó en vano suicidarse. Entre tanto en Roma crecía el resentimiento hacia su persona, refinada y voluble, misteriosa para muchos romanos.

Para saber más
Adriano. Anthony Birley. Gredos, Madrid, 2010.
Memorias de Adriano. Marguerite Yourcenar. Edhasa, Barcelona, 1998.

http://www.nationalgeographic.com.es/articulo/historia/grandes_reportajes/8196/emperador_adriano.html?_page=2

Elio Adriano, Publio. Emperador de Roma (76-138).
Emperador romano (117-138 d.C.) nacido en Italica (la actual Sevilla) provincia de Bética, el 24 de enero del año 76 d.C. y muerto en Bayas, cerca de Nápoles, el 10 de julio del 138 d.C. A los diez años de edad quedó huérfano, momento en el que su tío, el emperador Trajano, y Acilio Attiano, más tarde prefecto de su guardia pretoriana, asumieron su tutela. Su educación se realizó en Roma, donde destacó por su afición al arte y literatura griega, hecho que le hizo ganarse el apelativo degraeculus (pequeño griego). Su carrera en el cursus honorum dio comienzo en el año 91 d.C., cuando fue nombrado cónsul. En el año 95 sirvió como tribuno en lalegio II Adjutrix, establecida en la provincia de Mesia inferior. En el 96 d.C. fue transferido a la legio V Macedonica. En el año 100 d.C. casó con Vibia Sabina, sobrina-nieta del emperador Trajano. Adriano fue promocionado al cargo de questordurante el 101 d.C. Participó junto a Trajano en la región del Danubio en la primera guerra Dacia del año 102.
Una vez concluida en el año 105 d.C. fue nombrado tribuno de la plebe, cargo que le sirvió para conseguir, un año después, el título de pretor, momento en el que volvió a servir en la segunda guerra Dacia. Adriano continuó se brillante carrera política y en el año 107 d.C. se le confirió el gobierno de la provincia de baja Panonia como delegado del emperador (delegatus propraetore). Sólo un año después llegó a la cumbre de la vida política romana al conseguir el consulado. Adriano participó, siendo legado en Siria, en la campaña emprendida por el emperador Trajano contra los partos. El 9 de agosto del 117 d.C. Adriano recibió la noticia de que había sido adoptado por Trajano, lo que le colocaba en la vía directa para sucederle. Dos días después moría Trajano. La proclamación de Adriano fue realizada con el apoyo del ejército y el Senado. Su primera medida fue la de firmar un acuerdo de paz con Cosroes, rey de los partos, mediante el cual renunciaba a las recientes conquistas romanas más allá del Éufrates: Mesopotamia fue abandonada y Armenia volvió a ser considerada un estado vasallo. La política exterior pacífica emprendida por Adriano provocó los recelos de un sector del Senado, encabezado por Cornelio Palma y Lusio Quieto, que protagonizaron una conspiración abortada en el 118 d.C.
La relativa paz exterior no significó un descuido de los aspectos militares del Imperio. Muy al contrario, Adriano llevó a cabo un reforzamiento de las fronteras con tanto acierto que el trazado quedaría fijado, sin apenas necesidad de nuevas reformas, hasta la caída del Imperio. Observó la necesidad de reforzar las fronterastras haber emprendido un largo viaje a través de las provincias entre 121-125 d.C. El limes se consolidó sobre todo en la región de los Agri Decumates y en el norte de Britania, donde fue levantado un formidable muro de piedra de cien kilómetros, que se extendía desde la desembocadura del Tyne hasta el golfo de Solway First. Así mismo, para incrementar los reclutamientos, destinó a los legionarios a sus provincias de origen, ya que impuso la permanencia de los soldados en sus campamentos de destino. Adriano acometió con ímpetu la tarea de centralizar el poder del emperador, por lo que creó el Consejo del Príncipe, órgano donde se daban cita sus principales colaboradores suyos en las tareas de gobierno y legislación, heredero del amici principi, que restaba poder al Senado.
Ayudado por Salvio Juliano Prisco y Celso, llevó a cabo una importante reforma legislativa con la promulgación del Edictum Perpetuum (131 d.C.), que suplía la multiplicidad de edictos publicados hasta el momento por los pretores y magistrados. La legislación imperial pasó a tener la iniciativa y se concretó por medio de los edicta (prescripciones imperativas), decreta (sentencias de justicia),rescripta (respuestas a casos judiciales concretos) y mandata (instrucciones a gobernadores provinciales). No descuidó tampoco la protección de los pequeños propietarios, a los que dedicó la lex Hadriana de rudibus agris mediante la que favoreció la extensión de la pequeña propiedad frente a la ganadería, ya que concedía exenciones fiscales y la propiedad a todo aquel campesino que pusiera en explotación tierras incultas o abandonadas. Movido por su benignidad prohibió los sacrificios humanos y penó las muertes de los esclavos a manos de sus dueños. La tranquilidad general de su gobierno se vio turbada con la revuelta de los judíos del año 132 d.C., que fue encabezada por Bar Kochba y Eleazar, motivada por el deseo de construir sobre las ruinas de Jerusalén la colonia romana de Aelia Capitolina. El propio emperador acudió en persona a Palestina para controlar el levantamiento, que no pudo ser sofocado hasta el año 135 d.C. Murieron casi 200.000 judíos y otros muchos fueron vendidos como esclavos.
Adriano no perdió nunca los deseos de aprender y conocer nuevas cosas. Tertuliano dijo de él que tenía verdadera pasión por las curiosidades (curiositatum omnium explorator). Fue un verdadero antecesor de los príncipes renacentistas pues tenía conocimientos de ciencia, filosofía, arte, historia, pintura, etc. Fundó el Athenaeum para la enseñanza de numerosas disciplinas. Aun así, se interesó también por la astrología y otras supersticiones que llevaron a la muerte a su favorito, Antinoo, como parte de un sacrificio sagrado. Como no tuvo hijos, en el año 136 d.C. adoptó a Lucio Cejonio Comodo Vero como su sucesor, pero murió antes que el propio Adriano como consecuencia de su disoluta vida. En el 138 d.C. adoptó al senador Antonino Pío, con la condición de que éste, a su vez, adoptara a Lucio Vero y a Marco Anio Vero. Los últimos años del emperador Adriano transcurrieron entre enfermedades y conspiraciones. Finalmente, murió en Baia a consecuencia de hidropesía. Su cuerpo fue trasladado a Roma y depositado en un colosal mausoleo, hoy Castel Sant´Angelo.
http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=elio-adriano-publio-emperador-de-roma
















Mujer enamorada - Barbra Streisand
La vida es un momento en el espacio
Cuando el sueño se ha ido, es un lugar mas solitario
Te doy el beso matutino de despedida, pero profundamente
Tu sabes que nunca sabemos por qué
El camino es largo y estrecho
Cuando los ojos se encuentran y el sentimiento es fuerte
Volteo de la pared, tropiezo y me caigo
Pero te entrego todo
Soy una mujer enamorada, y haría cualquier cosa
Para entrarte en mi mundo y mantenerte allí
Es un derecho que defiendo una y otra vez
¿Qué estoy haciendo?
Contigo eternamente mío
En el amor no hay medida de tiempo
Hemos planeado todo al comienzo
Que tú y yo viviríamos uno en el corazón del otro
Podemos estar distanciados por océanos
Tu sientes mi amor, y yo escucho lo que tu dices
Ninguna verdad es una mentira
Tropiezo y me caigo, pero te entrego todo
Soy una mujer enamorada, y haría cualquier cosa
Para entrarte en mi mundo y mantenerte allí
Es un derecho que defiendo una y otra vez
¿Qué estoy haciendo?
Soy una mujer enamorada y te estoy hablando
Sé lo que sientes
¿Qué puede hacer una mujer?
Es un derecho que defiendo una y otra vez

Soy una mujer enamorada, y haría cualquier cosa
Para entrarte en mi mundo y mantenerte allí
Es un derecho que defiendo una y otra vez
Un soneto de Miguel Ángel Buonarroti (1475 – 1564)
No tiene el gran artista ni un concepto
que el mármol en sí no circunscriba
en su exceso, mas solo a tal arriba
la mano que obedece al intelecto.
El mal que huyo y el bien que prometo,
en ti, señora hermosa, divina, altiva,
igual se esconde; y porque más no viva,
contrario tengo el arte al deseado efecto.
No tiene, pues, Amor ni tu belleza
o dureza o fortuna o gran desvío
la culpa de mi mal, destino o suerte;
si en tu corazón muerte y piedad
llevas al tiempo, el bajo ingenio mío
no sabe, ardiendo, sino sacar de ahí muerte.









“Petrushka” – Stravinsky



En el libro “Petrushka: Sources and Contexts. Evanston, Ill”, publicado por la Universidad de Northwestern, el musicólogo y maestro en Humanidades norteamericano Andrew Wachtel detalló cómo fue el proceso de creación de esta obra.


“Aunque Stravinsky había concebido la música como una obra de concierto, Serguéi Diaghilev (fundador de algunos ballets rusos) inmediatamente se dio cuenta de su potencial teatral. 

La noción de un títere le recordó a Diaghilev a "Petrushka", la versión rusa de "Polichinela", que había formado parte tradicional de las fiestas de Carnaval en San Petersburgo desde 1830”, aseguró el autor.

Según él, Stravinsky creó la música durante el invierno de 1910 a 1911 para los Ballets Rusos de Sergei Diaghilev. 

Por su parte, el director del concierto, Francisco Rettig, dijo que de esta obra destaca “el colorido de las orquestas” y que los personajes que inspiraron esta obra musical, una marioneta, un charlatán, una feria de carnaval y una bailarina, se unen “a través de los temas y motivos  musicales que identifican a cada uno de ellos”.

“Petrushka, escenas burlescas en cuatro cuadros”, de Igor Stravinsky (Oranienbaum, Rusia, 17 de junio de 1882; Nueva York,  6 de abril de 1971), fue estrenada en París el 13 de junio de 1911 bajo la dirección de Fierre Monteux.

Aunque la versión original de la obra es de 1911, en 1947, en Estados Unidos, Stravinsky la compuso de nuevo para ser ejecutada en concierto con un número más reducido de músicos.

El compositor transcribió además una versión de la obra para piano, organizada en tres números del ballet para Arthur Rubinstein, del Ballet Danza Rusa. 

También existe una adaptación para violín y piano, realizado en 1932 por Samuel Duchkine.


http://www.elmundo.com/portal/pagina.general.impresion.php?idx=241154



 

El castillo de Barba Azul de Béla Bartók


Ópera en un acto. Libreto de Béla Balász. El poeta ha intentado abarcar nada menos que las cuestiones fundamentales de la vida humana y la eterna lucha de los sexos en una acción extraña, protagonizada sólo por dos personajes. Judith, impulsada por un ardiente amor, ha seguido a Barba Azul a su castillo. 

Allí, Judith conoce todos los misterios del alma humana que todavía eran extraños para su juventud. Pide y obtiene de su amado las llaves de siete puertas misteriosas, y las abre una por una. Detrás de la primera hay una cámara de tortura: son los tormentos del propio Barba Azul los que están encerrados allí. Detrás de la segunda puerta hay un depósito de armas, las del hombre en la lucha cotidiana por la vida. A continuación se pone al descubierto un tesoro, pero todas las joyas están manchadas de sangre: el hombre no puede lograr nada en este mundo sin hacer daño. Luego Judith ve un magnífico jardín detrás de la cuarta puerta; pero cuando mira más de cerca, la tierra, de la que brotan los árboles y las flores, está impregnada de sangre. La quinta puerta muestra un amplio paisaje; surge de él un torrente de luz cegadora, pero una nube que se extiende sobre él parece arrojar sombras tenebrosas, teñidas de sangre. Detrás de la sexta puerta hay un mar: son las lágrimas, los dolores secretos de una vida. Barba Azul entrega las llaves a Judith, que lo apremia, con una vacilación creciente; desea abrazarla y por medio de su amor escapar de su pasado. Sin embargo, Judith, a causa de su inclinación por este hombre extraño (que en realidad es el arquetipo del hombre), y tal vez por el eterno deseo femenino de redimirlo, le pide también la última llave. Y de esta manera descubre en el séptimo aposento a las mujeres anteriores de Barba Azul: las amantes de su mañana, de su mediodía y de su tarde. Mientras Barba Azul le pone el manto de estrellas y la diadema de la noche, Judith se sitúa en la fila de sus predecesoras. De este modo Barba Azul se queda solo, tal como estuvo y estará siempre.

No es una ópera convencional. No hay obertura, arias ni dúos. En el año en que compuso esta ópera (1911), el joven Bartók estaba, como era de prever, cerca del impresionismo de Debussy. Los refinados colores de la orquesta, los sonidos extraños, que iluminan los profundos procesos del alma, la declamación intensa: todo esto es herencia del impresionismo y al mismo tiempo auténtica propiedad de Bartók, que con esta ópera, desconocida durante mucho tiempo, escribió una obra maestra. El estreno en Budapest, el 24 de marzo de 1918, último año de la guerra, fue una hazaña. Esta obra profunda nunca será una ópera para el gran público; pero sí tal vez un hito en la historia del teatro musical de nuestro tiempo.

Béla Bartók (1881-1945)

El más grande compositor húngaro de la primera mitad de nuestro siglo se ha convertido con sorprendente rapidez en un clásico. Indiferente a las consignas de su época, siguió el camino de un verdadero músico; nunca perdió la estrecha relación con las melodías populares de su patria y creó un estilo propio empleando muy libremente la tonalidad, sin abandonarla del todo. Quizá los impulsos más importantes de su estilo procedan del ritmo. Las producciones más logradas de Bartók están fuera del tema de este libro, en el ámbito de la música orquestal y de la música instrumental en general. Se presentó en el campo de la escena con dos ballets-pantomima (El príncipe de madera, 1916, y El mandarín maravilloso, 1919), y con la ópera breve El castillo de Barba Azul. El compositor nació el 25 de marzo de 1881 en Nagyszentmiklós, en el sur de Hungría, y murió el 26 de septiembre de 1945 en Nueva York, en las circunstancias vejatorias de la emigración.

 


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