martes, 25 de noviembre de 2014

Oye - Alfonsina Storni

Yo seré a tu lado,
silencio, silencio,
perfume, perfume,
no sabré pensar,              
no tendré palabras,
no tendré deseos,
sólo sabré amar.
             
Cuando el agua caiga monótona y triste
buscaré tu pecho para acurrucar
este peso enorme que llevo en el alma
y no sé explicar.
             
Te pediré entonces tu lástima, amado,
para que mis ojos se den a llorar silenciosamente,              
como el agua cae sobre la ciudad.

Y una noche triste, cuando no me quieras,
secaré los ojos y me iré a bogar
por los mares negros que tiene la muerte,
para nunca más.


Shostakovich: Sinfonía No. 5

Fue durante el período romántico cuando el artista comenzó a expresar el drama humano en el marco que le permitía el ámbito de la música pura. "Esta música romántica no es pura más que en apariencia, pues los acentos que pone en sus sinfonías para describir los combates del hombre son como la quintaesencia del verbo humano" escribe Antoine Golea ("Estética de la Música Contemporánea", Presse Universitaire, 1954). Sin embargo, ello equivalía -a pesar de tantas obras geniales- a terminar en un callejón sin salida, el que han tratado de evitar todos los grandes músicos del siglo veinte. No obstante, ese siglo contó con un músico -el único tal vez- que intentó y logró expresar el drama humano contemporáneo y más agudo por medio de la Sinfonía: Dmitri Shostakóvich. Tal la afirmación del musicólogo Golea, quien en su estudio estético sobre la música y los músicos del siglo XX, coloca a las sinfonías del maestro soviético en un lugar de suma relevancia dentro del campo de la creación musical del siglo pasado. Mas, juzgando la magnitud de su obra sinfónica, le atribuye un aliento, un estilo y un impulso categóricamente beethovenianos.
Es evidente que este elogio implica un peligro. Parecerse a Beethoven, recordar a Beethoven, como forma, como escritura, como estilo, cien años después de su muerte -reflexiona nuestro crítico- podría designar simplemente a un hábil epígono y excluir a un músico como Shostakóvich de la evolución viviente de la música. Todo lo contrario, al escuchar esas sinfonías, es imposible evitar, dejarse arrastrar por su ímpetu, su inspiración, su potencia y su lirismo, y no sentirse sacudido por la autenticidad de su lenguaje. Para Shostakóvich, educado primero en la tradición puramente rusa de Rimsky-Korsakov y de Glazunov, Beethoven no es -como para los compositores de occidente- el maestro que se sitúa en la aurora del romanticismo musical y se confunde en parte con él. Para el músico crecido en la tormenta revolucionaria de 1917 y entre los infortunios de la guerra y la invasión, Beethoven es un hombre que también vivió en una extraordinaria etapa de la historia humana que tradujo en su música (después de transportarlas, es cierto, a un plano completamente individual y de confundirlas con los tormentos de su propio corazón). Esto último a excepción del final de su "Novena" que, bajo la máscara de la palabra alegría canta, como sabemos, la libertad de todos los hombres. Esa excepción se convertiría en regla en Shostakóvich. Su romanticismo, sus impulsos, sus cóleras y sus entusiasmos serán de esencia colectiva. Y en esos frescos inmensos que son sus sinfonías, hará resonar los gritos de dolor y los cantos de esperanza de todo un pueblo y, más allá de ese pueblo, de toda la humanidad.
En el ensayo titulado "Un nuevo humanismo", Golea vuelve a referirse al maestro diciendo que aquella situación particular explica que su lenguaje muy tradicional y tonal en conjunto no se parezca al de aquellos que lo utilizan por pereza, por comodidad, por rutina. Además, la forma sinfónica es evidentemente tal que sus articulaciones, oposiciones y desarrollos no han podido desenvolverse más que dentro del sistema tonal. Desde el momento en que la sinfonía es todavía en Shostakóvich un fenómeno pletórico de energía vital, el lenguaje natural, el lenguaje normal de esa forma de composición, aparecerá fatalmente también deslumbrante de juventud y vitalidad. Por eso la obra de Shostakóvich contiene las preocupaciones más legítimas del humanismo musical, lo que ciertamente no ocurriría si hubiese nacido muerta como obra de pura imitación.

Sinfonía Nº. 5 en Re menor Op. 47

La Quinta Sinfonía de Dmitri Shostakóvich es una de las obras sinfónicas contemporáneas más difundidas y admiradas. Y es también una de sus composiciones más respetadas y reconocidas en todo el mundo. Sus valores fueron inmediatamente reconocidos tanto por el público y la crítica de su país como los de todo el orbe, considerándosela sin reservas como la creación de un músico cabal por el manejo de los recursos de la forma. En rigor de verdad, desde que Shostakóvich diera a conocer en 1926 su Primera Sinfonía, los círculos musicales y las personalidades más prominentes del gobierno soviético no vacilaron en ubicarlo entre los elegidos, singularmente dotados, del arte musical. Políticamente identificado con el régimen, Shostakóvich debió no obstante soportar las correcciones ideológicas que el sistema le imponía. A pesar de ello, sobresalía por sobre encuadramientos y triunfaba por sobre los dictados oficiales en materia de arte. En 1936, Shostakóvich fue seriamente reconvenido por su indomable conducta creadora y la prensa de su país comenzó a hostigarlo al igual que sus colegas compositores.
Ante la adversidad, su actitud fue netamente filosófica. En este sentido (recuerda Seroff, su biógrafo), Shostakóvich se parecía a su madre a quien adoró y quien tuvo que soportar muchas pruebas y dificultades a lo largo de su vida. Él, como ella, fueron capaces de ser estoicos cuando las circunstancias se hacían más opuestas. Seroff dice así: "No en vano Dmitri era hijo de Sonia. Ante las críticas negativas que soportó, silenció sus sentimientos, volvió a ocuparse de sus tareas de profesor en el Conservatorio y tranquilamente inició la composición de la Quinta Sinfonía. Ese año (1936), su cielo se iluminó porque tuvo un motivo de felicidad: la primavera trajo a su hogar a una niña (Gayla) con la que se sintió orgulloso".
Entretanto, y obrando con mansa resignación, el compositor retiró la Cuarta Sinfonía que venía ensayándose (y que era una obra extensa, sombría e introspectiva) para evitar más polémica sobre su concepción estética con los responsables del área cultural del régimen. A esta altura de su vida, el músico había comprendido que el mejor remedio para enfrentar los reveses de la vida era continuar trabajando y aguardar nuevos y favorables tiempos. Por otra parte, a los treinta años, una contrariedad como aquella fue probablemente lo que mejor pudo haberle ocurrido a su carrera, ya que le dio la oportunidad de revalorizar sus impulsos creadores así como de afianzarse en su verdadera personalidad. Nada induce a suponer, a través de su Quinta Sinfonía, un cambio, un replanteo estético por parte de Shostakóvich. Por lo contrario, la obra revela una expansión de su personalidad, una nueva exploración de sus emociones y un más serio desarrollo de sus ideas fundamentales. Las advertencias oficiales nada habían podido hacer con él.
Estructurada según el común esquema de los cuatro movimientos de la sinfonía tradicional, la Quinta concuerda en muchos aspectos con el plan trazado ya en su Primera Sinfonía aunque aquella revela una mayor amplitud perceptiva, una mayor fuerza de concentración y un aumento considerable de la destreza en el manejo de todos los recursos orquestales y del color instrumental.
Luego de su primera ejecución, que se llevó a cabo el 21 de noviembre de 1937 por la Orquesta de la Sociedad Filarmónica de Leningrado, bajo la dirección de Eugenio Mravinsky, en celebración del vigésimo aniversario del Estado Soviético, público y crítica la aclamaron sin reservas (a pesar del anatema que pesaba sobre el creador y a pesar también que Shostakóvich continuaba manejando su lenguaje con idéntica profundidad y estilo). Los órganos oficiales de difusión exaltaron "las grandiosas perspectivas de la tensa y trágica Quinta Sinfonía, con su inocultable búsqueda filosófica". Entretanto, la prensa occidental especializada dedicó grandes elogios a la obra y al compositor, calificando a este último como a un espíritu universal "destinado a decir cosas nuevas en música".
Desde entonces se ha convertido en el hecho artístico principal en la vida musical del país, el logro más importante de la literatura sinfónica soviética.
En esta obra, Shostakóvich utilizó el perenne tema de la aserción del hombre en el difícil y empecinado combate con fuerzas hostiles, el sublime tema de la lucha por altos ideales, por la optimista y activa percepción de la vida en su contradicción y complejidad.
La intención de la Sinfonía se desarrolla en la combinación de dos conceptos: el de la narración filosófica y la narración clara, gráfica de las grandes escenas de la vida.

http://www.refinandonuestrossentidos.com/dmitri-dm%C3%ADtrievich-shostak%C3%B3vich/



Chopin Piano Concerto No. 1 Op.11 Evgeny Kissin



El piano alcanzó en el siglo XIX su máxima popularidad. Había dejado completamente de lado al clavicémbalo y se adecuó perfectamente a la expresión individual del sentimiento, característica del Romanticismo. Los fabricantes perfeccionaban el instrumento mejorando su variedad de matices, la pureza y riqueza del timbre y las posibilidades sonoras.
Ante la posibilidad de que Chopin fuera un autodidacto del piano, Alfred Cortot afirmó que «nunca recibió lecciones de piano» y varios estudios sobre el músico enfatizan lo mismo: «un pianista sin maestros de piano». Lo cierto es que Chopin sí recibió lecciones de piano pero de músicos que no eran pianistas profesionales: Żywny era violinista y Elsner era compositor. Ambos le dieron las herramientas básicas y supervisaron sus primeros pasos, pero no encaminaron al joven hacia un método, escuela o estilo particular. Probablemente recibió lecciones irregulares de Wilhelm Würfel; si eso fuera cierto, éstas habrían sido las únicas clases de parte de un verdadero pianista. En todo caso, el adolescente Chopin era consciente de su personal estilo y de la necesidad de proseguir solo en la búsqueda de una técnica y un sonido propios, sin seguir ni imitar a nadie en particular. Rechazó asistir a las clases de piano cuando ingresó en el Conservatorio de Varsovia en 1826 y, después, al llegar a París en 1831, rechazó cortésmente una invitación para recibir clases de piano por Kalkbrenner, uno de los pianistas más notables y técnicos de su tiempo.
Fue tan importante para Chopin que necesitaba del instrumento para componer. Los primeros testimonios acerca del estilo de tocar de Chopin provienen de su primera gira, en Viena, donde se admiró «la extraordinaria delicadeza de su pulsación, una indescriptible perfección técnica, su completa gama de matices, fiel reflejo todo ello del más profundo sentimiento» (en el Allgemeine Musikalische Zeitung, 1829). Sin embargo, también se le criticó su poco volumen.[6] Uno de los testimonios más destacados lo ofreció Robert Schumann en 1837, cuando escribió:
Imagínense que un arpa eólica tuviera todas las escalas y la mano de un artista las pulsara desordenadamente con toda clase de adornos fantásticos, de tal modo que siempre se oyera una fundamental más grave y una voz más aguda de forma suave y mantenida –así tendrán una imagen aproximada de su modo de tocar–.
Por estos y otros comentarios, se sabe que la sonoridad de Chopin al piano era delicada; no impresionaba la fuerza ni el sonido, sino los matices y los contrastes. La falta de fuerza no se debió necesariamente a la enfermedad como a veces se ha dicho; era parte de su propio estilo interpretativo. Por esa razón, el sonido de Chopin se avino muy bien a las veladas o soirées de la aristocracia; el músico prefirió presentarse en esos pequeños salones, con un breve y selecto auditorio, en donde era posible una singular comunión. Chopin no fue un concertista de piano (como Thalberg o Liszt), sino que fue un pianista-intérprete de sus propias obras, y llegó a tener una posición envidiable como tal. Tampoco era un ejecutante arrollador y teatral. Otra razón por la que quizás evitó los grandes auditorios fue su extraordinario nerviosismo para enfrentarlos. Liszt transcribió una confesión de su colega en su Autobiografía: «No tengo temple para dar conciertos: El público me intimida, me siento asfixiado, paralizado por sus miradas curiosas, mudo ante estas fisonomías desconocidas». También en una carta a su amigo Titus W. dice Chopin: «No sabes qué martirio son para mí los tres días anteriores al concierto».
Una de las características particulares de su toque y de sus obras fue el rubato (probablemente Schumann se refería a él cuando decía «desordenadamente [...]»). El mismo Chopin escribió sobre él:
La mano derecha puede desviarse del compás, pero la mano acompañante ha de tocar con apego a él. Imaginemos un árbol con sus ramas agitadas por el viento: el tronco es el compás inflexible, las hojas que se mueven son las inflexiones melódicas.
En las partituras de Chopin, el rubato está presente sobre todo en las partes en que se presentan valores irregulares o grupos de notas pequeñas (adornos). Según Chopin, éstos no deben tocarse exactamente, sino con estilo y buen gusto. Quizás por ello, ésta y otras características de su música han llevado a varias interpretaciones afectadas, e incluso a partituras «editadas» por músicos que sin ningún respeto ni juicio crítico han realizado cambios en varios pasajes. Según testimonios de Moscheles y Müller, Chopin rechazó la exageración y el amaneramiento respecto al rubato y a otros aspectos interpretativos. El rigor y la sencillez fueron las constantes de su modo de tocar.
Partiendo de Johann Nepomuk Hummel y John Field, Chopin descubrió el verdadero potencial del piano para construir un mundo poético de melodía y color. Sus obras son de una naturaleza profundamente pianística: comprendió la capacidad del cantabile del instrumento, muy distinta del canto o del violín, como entonces se pretendía, «inventó» una nueva manera de tocar (dinámica, digitación) y exploró sus recursos tímbricos mediante la armonía, la extensión, la resonancia y el pedal. A medida que profundizó en ella, se aproximó a una sensibilidad más alucinada del sonido. Por ello, su trascendencia e influencia en la música para piano fue inmensa, hizo posible las investigaciones posteriores de Fauré, Debussy y Skriabin, o incluso las de Messiaen o Lutosławski, como ellos han reconocido.
La carrera de Chopin (desde 1831 en París hasta 1849) se desarrolla durante el Romanticismo, en su segundo periodo conocido como «Romanticismo pleno». Además de él, en Europa brillaban en aquellos años compositores como Berlioz, Paganini, Schumann, Mendelssohn, Meyerbeer y destacaban las primeras óperas de Verdi y Wagner.
Muchos rasgos de la vida de Chopin son símbolos del Romanticismo: su aire de misterio, su doloroso exilio, su inspiración atormentada, su refinamiento, incluso su temprana muerte por la tisis son temas románticos típicos. Sin embargo, es preciso notar que las biografías novelescas (también algunas películas) y las interpretaciones exageradas han terminado por falsificar la imagen del músico y su genio. De Candé ha dicho que «el mito con que se ha hecho víctima a su genio es el más tenaz y más nefasto de la historia de la música».
Otro aspecto romántico en Chopin es el hecho de que su sentimiento lírico termine por quebrantar siempre la realidad patente. «Rosas, claveles, plumas de escribir y un poco de lacre [...] y en ese instante ya no estoy en mí, sino, como siempre, en un espacio totalmente distinto y asombroso [...] aquellos espaces imaginaires». Su preferencia por las formas breves, sobre todo por la pieza de carácter (el nocturno, la balada) es típicamente romántica. También el recoger géneros clásicos o históricos para tratarlos en forma no convencional (la sonata, el concierto y el preludio). Y sobre todo, su marcado nacionalismo musical, manifestado en la adopción y estilización de formas procedentes de la música folclórica de Polonia como la polonesa y la mazurca, reivindicando el sentimiento patriótico, precisamente en tiempos de opresión rusa.
Indiscutiblemente un romántico, hay otras características en él que colocan a Chopin en una posición singular. Por ejemplo, su preferencia por la aristocracia y la monarquía. Poseedor de una gran cultura literaria, sus formas son sin embargo abstractas y libres de referencias de esa índole, a diferencia de Robert Schumann o Liszt, por ejemplo (Kreisleriana o Años de Peregrinaje). Los títulos que se les han aplicado («Revolucionario», «La gota de agua») no le pertenecen. Chopin evitaba que se buscasen referencias extramusicales en sus obras —en este sentido puede comparársele a Brahms—, de hecho, todas sus obras llevan títulos genéricos (sonata, concierto, polonesa, preludio...). Su música es pura, como la de Mozart. Por ello, no sorprende que su enfado fuera mayúsculo al ver publicados por Wessel (editor inglés) sus Nocturnos Op. 9 como «Los murmullos del Sena», los Nocturnos Op. 15 como «Los zafiros» o el Scherzo Op. 20 como «El banquete infernal». Esta situación se mantuvo, sobre todo en Inglaterra, hasta bien entrado el siglo XX.
También es conocida su indiferencia por la música de sus contemporáneos (incluso por Beethoven y Schubert). Manifestó en cambio su admiración y constante inspiración en Bach y Mozart, y también la escuela clavecínistica francesa (Chopin es, según Wanda Landowska, «un Couperin teñido de Romanticismo»).
En cambio, Chopin siempre mostró un gran interés por la ópera de su tiempo, sobre todo por el bel canto italiano (Rossini y su amigo Bellini). Aunque su maestro Józef Ksawery Elsner vio en él al creador de la ópera polaca y lo estimulara en tal propósito, no compuso nada relacionado con ella. Sin embargo, el melodismo italiano para él fue una importante fuente que le permitió «descubrir los secretos de la melodía verdaderamente cantable, y realzada por la técnica del bel canto». Chopin empleó frecuentemente la textura tradicional de la melodía acompañada, como Mozart. Otra importante fuente de su melodismo fue el folclore de su patria. Sus melodías son animadas, emotivas y de una perfecta elegancia, conocía admirablemente los secretos de la constitución melódica.
Chopin jugó un rol muy importante en el desarrollo de la armonía en el siglo XIX. Poseía un genio extraordinario e innovador para ella, que se revela en su riqueza, su ritmo armónico, sus modulaciones y sus sutiles cromatismos, anticipándose en medio siglo a sus contemporáneos. Por ello encontró cierta oposición entre los músicos más conservadores. Sigismund Thalberg dijo una vez: «Lo peor de Chopin es que a veces uno no sabe cuándo su música está bien o está mal».
A veces se ha considerado a Chopin un músico «plano», que mantuvo un único estilo desde la madurez artística que alcanzó por el tiempo en que salió de Varsovia (1830), sin etapas marcadas o una línea evolutiva como sucede en otros compositores. Sin embargo, se distingue en él un último periodo creativo o «estilo tardío», en el que el dramatismo y los efectos violentos ceden su paso a la gran concentración, la moderación del gesto y un lirismo más profundo. A él pertenecen el Scherzo n.º 4, la Sonata n.º 4, la Balada n.º 4, la Barcarola, la Polonesa-fantasía, los Nocturnos Op. 55 y 62 y la Sonata para violonchelo. Estas obras revelan la búsqueda de nuevos moldes formales, armónicos y sonoros. Lo que hubieran sido sus posteriores composiciones es sólo conjetura.
Las únicas obras de Chopin que incluyen una orquesta son de carácter concertante: piano y orquesta. Significativamente, estas seis composiciones pertenecen prácticamente al periodo inicial de su carrera en Varsovia, cuando estudiaba con Elsner entre 1827 y 1831, el año en que llegó a París. La primera fue Variaciones sobre un tema de Don Giovanni Op. 2, que recibió el célebre elogio de Schumann. Hay tres obras inspiradas en el folclore polaco y finalmente dos conciertos para piano: el Concierto para piano y orquesta n.º 2 Op. 21 en fa menor (1829-30) y el Concierto para piano y orquesta n.º 1 Op. 11 en mi menor (1830).
Ambos son obras clásicas del repertorio internacional. Destaca en ellos la originalidad de su forma, que rechaza el sonatismo convencional, reemplazándolo por la idea de la segmentación. También la brillantez y expresividad de la parte pianística y la gracia y suprema elegancia, basada en la aristocracia natural del gesto, que toma distancia de la fogosidad romántica y que más bien recupera una nueva dimensión del Clasicismo. Los movimientos lentos recuerdan los futuros nocturnos. El Larghetto del Op. 21 lo compuso inspirado en su amor adolescente por Konstancja Gladkowska; sobre el Romance del Op. 11, Chopin escribió a Tytus W.: «Es como soñar despierto en una hermosa noche de primavera a la luz de la luna [...] De ahí también el acompañamiento con sordina». Los movimientos finales tienen un carácter danzable: uno de los temas del Allegro vivace del Op. 21 es una mazurca, y el Vivace del Op. 11 ha sido considerado una polca o un krakowiak. Schumann vio una continuidad beethoveniana en estos conciertos que ha sido luego refutada: «Así como Hummel difundió el estilo de Mozart, Chopin llevó el espíritu beethoveniano a la sala de conciertos».
Varios han criticado la «mala» orquestación de estas composiciones, entre ellos Berlioz. Hoy se considera que el modelo de estos conciertos no es el beethoveniano ni el de Mozart, sino las obras de Johann Nepomuk Hummel, Friedrich Kalkbrenner, Ferdinand Hiller o Sigismund Thalberg. En las obras concertantes de estos compositores contemporáneos, el piano tenía un papel absolutamente dominante y protagonista, mientras que la orquesta pasaba a un segundo plano, limitándose a hacer la exposición inicial del material musical y a subrayar ciertos momentos expresivos del solista. Por ello, la debilidad de la orquestación era un propósito y no resultado de una incapacidad. Se han realizado otras orquestaciones de estos conciertos: por Tausig, Burgmeister, Messager y Klindworth, pero es significativo que las versiones más interpretadas sean las originales, pues se considera que las nuevas versiones no han mejorado mucho la obra inicial.



http://javierclassic.blogspot.com.ar/2010/08/concierto-piano-y-orquesta-n-1-1.html


lunes, 24 de noviembre de 2014

El divino amor - Alfonsina Storni

Te ando buscando, amor que nunca llegas;
te ando buscando, amor que te mezquinas.
Me aguzo por saber si me adivinas;
me doblo por saber si te me entregas.

Las tempestades mías, andariegas,
se han aquietado sobre un haz de espinas;
sangran mis carnes gotas purpurinas
porque a salvarte, oh niño, te me niegas.

Mira que estoy de pie sobre los leños,
que a veces bastan unos pocos sueños
para encender la llama que me pierde

Sálvame, amor, y con tus manos puras
trueca este fuego en límpidas dulzuras
y haz de mis leños una rama verde.


Canciones con historia: It’s My Life – Talk Talk

Amantes ochenteros de los animales: este es vuestro grupo, este es vuestro vídeo. Los chicos de Mark Hollis, Talk Talk, se atrevieron en 1984 con uno de los primeros videoclips de la historia en el que no aparece el vocalista para difundir un temazo: It’s My Life, que tuvo una segunda época de esplendor gracias a la versión de No Doubt.

Los Talk Talk son uno de esos escasos grupos que, a pesar de haber oscilado entre diversos géneros e influencias a lo largo de su carrera, siempre mantuvieron un sonido consistente. Aunque comenzaron bastante cerca del synth-pop y terminaron como uno de los pioneros del llamado post-rock (que recogerían bandas como Radiohead), el poderío característico vocal de Mark Hollis hizo de Talk Talk algo unitario, sin apenas fracturas en sus cinco elepés.
Y eso que el líder de la banda no tenía, para nada, pensado dedicarse a la música.Hollis, nacido en Londres en 1955 y hermano pequeño de Ed Hollis, un conocido DJ de la época, quería ser psicólogo infantil y comenzó los estudios universitarios para ello. Sin embargo, dejó la facultad a los 20 años y, dejándose llevar, formó un grupo llamado The Reaction que apenas duró un par de años pero en el que se estrenó como compositor.

The Reaction: cuando las contras de los discos se hacían sobre manteles de mesa.
Tras la disolución del grupo, Hollis conocería a través de su hermano a Paul Webb (bajo), Lee Harris (batería) y Simon Brenner (teclista), con los que creó Talk Talk en 1981. Así daba inicio la historia del cuarteto, ya desde el principiounida a sus hermanos gemelos Duran Duran: ambos compartían discográfica (EMI), productor (Colin Thurston), obsesión de la disquera por incrustarles en un movimiento (los New Romantics) y nombre formado por una sola palabra repetida.
E, incluso, se los llevaron de gira con los chicos de Simon Le Bon a fnales de 1981-principios de 1982. Talk Talk, al margen de comparaciones, presentó en aquellos conciertos su primer disco, The Party’s Over, un extraordinario elepé que soporta los 30 años de antigüedad (a diferencia de muchos creados al hilo del synth-pop). En él se grabó una de las canciones compuestas por Hollis en la época de The Reaction, Talk Talk, que llegó al número 23 en las listas de Estados Unidos.

Además de teloneros de los Duran Duran, también lo fueron de Génesis, en su concierto de reunión de 1982 con Peter Gabriel, lo que les hizo ser más conocidos, sobre todo para el público inglés. Esto les da pie a decidir pulir su música y alejarse de los fríos sintetizadores en busca de un sonido más cálido y natural. Así, a principios de 1984 publicarían su megaéxito It’s My Life, y la canción que le daba título fue el segundo single del álbum.
La influencia, ahora, ya no era de los Nuevos Románticos o de Duran Duran, sino de una mucho más clara: Roxy Music. El sencillo It’s My Life les dio a conocer en medio mundo; aunque, curiosamente, donde llegó más alto en las listas fue en Italia. El autor de la cover del LP fue James Marsh,un reconocido diseñador y artista autor de varias portadas para la revista Time.

Aunque para nosotros sea este su sencillo más conocido, el LP más vendido de la banda fue el siguiente, publicado en 1986, The Colour of Spring. Y aún le quedarían un par de ellos más: Spirit of Eden (1987) -en el que, tras 14 meses en el estudio, comenzaban los coqueteos de Talk Talk con el jazz- y su canto del cisne, Laughing Stock (1992), publicado cuando el grupo ya había sacado un grandes éxitos que había llevado al single It’s My Life al número 13 de las listas británicas.
Estos dos últimos álbumes suelen ser considerados precursores de ese género llamado post-rock en el que se incluyen bandas como Portishead, Elbow, Radiohead o Mogwai. Muchos grupos y cantantes han mostrado su reverencia a Talk Talk; entre ellos los No Doubt que en diciembre de 2003 hicieron la magnífica versión con la que se cierra este post. De todos ellos y de la intrahistoria del grupo se habla en Spirit of Talk Talk,un libro aparecido en septiembre que tiene muy, pero que muy buena pinta.

http://thebestofthe80s.wordpress.com/2012/11/13/its-my-life/


El Valle de los Reyes


Los obreros que construían las tumbas de los faraones en el Valle de los Reyes vivían concentrados en el poblado de Deir el-Medina, para garantizar que la ubicación de las sepulturas quedara en secreto
Como si de una narración viva se tratase, los monumentos que bordean el Nilo nos muestran los pasos, a veces desordenados, que siguió la historia del antiguo Egipto. Este desorden se manifiesta en tumbas y templos que presentan indicios, más o menos evidentes, de usurpaciones sucesivas que se llevaron a cabo sin demasiados miramientos. Esta práctica llegó a considerarse normal y tiene su ejemplo más ilustrativo en el templo de Karnak, el santuario del dios Amón, donde era habitual que los monumentos erigidos por un faraón fuesen usurpados por sus sucesores, que inscribían en ellos sus nombres. Sin embargo, existe una feliz excepción a esta norma.
Nos referimos al asentamiento de Deir el-Medina, donde el tiempo se detuvo hace poco más de tres milenios. Desde entonces, las arenas del desierto guardaron intacto el secreto de este pueblo excepcional. Durante quinientos años, entre 1552 y 1069 a.C., bajo el gobierno de las dinastías XVIII, XIX y XX –período que hoy conocemos como Imperio Nuevo–, en este recóndito rincón de la montaña tebana, a poniente del Nilo y frente a la antigua ciudad de Tebas (Uaset, en egipcio), vivieron y murieron los obreros que excavaron y decoraron las fastuosas tumbas faraónicas del Valle de los Reyes. Algún tiempo después, sus trabajos se extendieron también aTa set neferu, el Valle de las Reinas.
Las excavaciones arqueológicas han desvelado la curiosa vida cotidiana de este pueblo, escondido en un uadi, el lecho seco de un primitivo riachuelo, que nunca fue ocupado tras su abandono. Y lo más importante de todo: nos han permitido conocer el arte de sus moradas de eternidad, en la necrópolis anexa al poblado. Pese a su sencillez, o quizá por ella, estas tumbas son las más interesantes de esta orilla izquierda, conocida por los egipcios como el Occidente, el mundo de Osiris, dios de los «occidentales», los difuntos.

Nace el pueblo de los constructores

Tutmosis I, rey de la dinastía XVIII, creó en el lugar un primer recinto con treinta y tres viviendas. La procedencia de los trabajadores era muy diversa. Junto a egipcios había también nubios y hebreos, aunque en su mayoría eran cautivos de las guerras de liberación contra los hicsos, los asiáticos que gobernaron el país hasta que fueron expulsados de Egipto por los gobernantes de Tebas. Las casas de Deir el-Medina, estrechas y de una sola planta, se adosaron a ambos lados de una calle central. El conjunto se protegió con un muro de adobes, algo más alto que las cubiertas planas de las casas. Pero aunque fue Tutmosis I quien dio forma física al recinto, ya que muchos ladrillos llevan su nombre, la idea de crear esta comunidad de obreros no partió de él. Fueron la reina Ahmés-Nefertari, esposa de Amosis, el faraón que expulsó a los hicsos de Egipto, y su hijo Amenhotep I, padre de Tutmosis, quienes concibieron el proyecto de formar una comunidad de obreros-sacerdotes para construir las tumbas reales. Con el tiempo, los artesanos rindieron culto a la reina Ahmés y a su hijo, que fueron divinizados tras su muerte.
Desde un principio, los obreros dependieron directamente del faraón, a través de su visir, y pronto se organizaron por categorías de oficios. En su aldea, y a pesar de vivir en pleno desierto, la influencia del Nilo siempre estuvo presente. Incluso adoptaron una terminología naval: los habitantes del lado derecho de la calle principal eran el equipo de estribor; los del lado izquierdo eran el de babor. El nuevo pueblo, que ocupaba el centro del uadi, quedaba oculto a la vista desde el valle, y a ambos extremos se instalaron puestos de policía y control para mantener su seguridad y aislamiento.

Tumbas y religión

En esta fase inicial, los enterramientos de los obreros se excavaron, sin demasiado orden, en la colina oriental del uadi. Allí, en la parte más baja, se encontraron sencillas sepulturas de niños y fetos, depositados en canastillas de fibra de palma trenzada. Junto a estas tumbas se alternaban otras, en humildes cajas de madera, que, como las canastillas, habían servido antes para menesteres domésticos. A media ladera se descubrieron las tumbas de lo que, en un principio, se creyó que fue una comunidad de músicos, ya que se descubrieron allí diversos instrumentos musicales. En las cotas más altas de la colina, en la actual Qurnet Murai, aparecieron los sepulcros, generalmente individuales, de personas de edad más avanzada. Las momias reposaban en sencillos ataúdes que habían sido reutilizados y pintados de nuevo, y que, sin duda, supusieron un auténtico lujo para sus nuevos propietarios.
Los obreros de Deir el-Medina constituyeron una cofradía religiosa, por gracia real, independiente del poderoso clero del dios Amón-Re. Ostentaban el cargo de «servidor en la Sede de la Verdad», que era como se denominaba a la tumba del faraón en fase de construcción. Asimismo, por su propia cuenta, los artesanos se adjuntaron después de su nombre el calificativo de maa kheru, justo de voz, o justificado, una distinción tradicionalmente atribuida a los difuntos que lograban superar el juicio de Osiris.

Una comunidad en aumento

Con los años, el poblado fue creciendo. Bajo el reinado de Seti I, de la dinastía XIX, se añadieron setenta nuevas viviendas dentro de los muros ampliados, más algunas extramuros. También se multiplicaron las tumbas, que se construyeron en un nuevo y ordenado cementerio situado en la montaña adyacente, separado del pueblo por una calle junto al muro oeste. La construcción del cementerio aquí tenía un significado religioso: se basaba en el itinerario de la luz, fuente de vida, que nace con el sol por Oriente y se extingue tras ocultarse por la montaña tebana de Occidente, el reino de Osiris.
Problemas prácticos como el suministro de agua se solucionaron con un servicio de aguadores, que ellos llamaron del «exterior», por no pertenecer a la comunidad. Estos aguadores abastecían a las casas con un continuo ir y venir de asnos cargados con tinajas. También se abrió un pozo para proveerse de agua no muy lejos de la entrada norte, pero tras excavar sin éxito hasta una profundidad de 45 metros la obra fue abandonada y convertida en un vertedero. En tiempos de la reina Hatshepsut, el poblado fue dotado de unas grandes vasijas enterradas en varios puntos de la calle para almacenar el agua.
Deir el-Medina vivió su época de apogeo bajo el reinado de Ramsés II, que ordenó realizar grandes proyectos funerarios. Entonces se levantaron cuarenta casas fuera del poblado, y en el interior del recinto las casas se subdividieron hasta alcanzar la cifra de ciento veinte viviendas.

La construcción de una tumba real

La semana de los trabajadores de Deir el-Medina era de diez días, incluidas dos jornadas de descanso. Antes de emprender el camino hacia la obra, los escribas pasaban lista en una placita situada junto a la única entrada, por el lado norte del pueblo. Por lo general, los equipos de estribor y babor se alternaban en su labor fuera de la aldea y no regresaban a sus hogares hasta después de ocho o nueve días de labor en las necrópolis reales. El equipo que trabajaba en el Valle de los Reyes pernoctaba en la parte alta de los cerros que dominaban el solitario valle. Era un lugar sólo de reposo, ya que la comida era transportada diariamente por recuas de asnos a través de un sendero que, bordeando los riscos, llegaba desde el pueblo.
El emplazamiento de la tumba real había sido elegido por el arquitecto real y aprobado por el faraón. Entre los obreros se repartían cinceles de bronce, que eran propiedad del Estado. Los trabajadores los envolvían en un manguito de lino con su marca de propiedad para proteger sus manos. También se les entregaban fragmentos de lino enrollados y grasa para alimentar sus rudimentarias lámparas. Una dificultad añadida al trabajo de los obreros era el asfixiante calor. El cerrado Valle de los Reyes es uno de los puntos más calurosos de Egipto; allí no llega la refrescante brisa del norte, por lo que el trabajo de excavación era durísimo.
Una vez marcada la entrada de la tumba se comenzaba la excavación, y se mantenía el techo del túnel excavado en forma de bóveda hasta poco antes de que los yeseros cubriesen los muros. El equipo de estribor atacaba la pared de piedra caliza de la derecha, mientras que el lado opuesto corría a cargo del grupo de babor; esta curiosa distinción también se mantenía a ambos lados del camino que discurría entre las chozas de piedra donde dormían.

Un trabajo en equipo

Todas las tareas se realizaban casi a la vez. Mientras en las profundidades de la tumba los picapedreros abrían paso, cerca de la entrada los escultores de bajorrelieves y los pintores avanzaban la decoración definitiva. Cuando las salas abiertas excedían de cierta dimensión, se cincelaban soportes en la roca virgen: los futuros pilares de las estancias. Y siempre siguiendo lo indicado en el plano del sacerdote-arquitecto. Cuando se terminaba la cámara funeraria y se colocaba en ella el sarcófago, se excavaba –antes de la antecámara funeraria– un pozo destinado a recoger las imprevisibles y temidas aguas pluviales de la escorrentía, para evitar la inundación de la tumba. Independientemente de esta función, el pozo se asimiló a la tumba de Osiris, que murió ahogado a manos de su hermano Set.
Al plano original de la sepultura, y según la duración de la vida del rey, se añadían estancias profundizando en las entrañas de la roca. El hecho de que muy pocas tumbas se acabasen nos permite conocer todas las fases del trabajo y los métodos constructivos usados. A pesar de tan dura labor, desarrollada en un ambiente polvoriento casi irrespirable, los obreros gozaban de un humor excelente. Los dibujos y comentarios satíricos, recogidos en mil fragmentos de caliza o cerámica (ostraca), así lo atestiguan.
Las tumbas reales del Imperio Nuevo siempre disimularon su entrada para evitar los saqueos, ya que la excavación debía permanecer en secreto y todo vestigio de la sepultura era después borrado. Las toneladas de lascas calizas se alejaban del lugar de trabajo, por lo que la topografía del Valle cambiaba continuamente. Con todo, las acumulaciones de escombros pusieron sobre aviso de la existencia de una tumba real tanto a los antiguos ladrones como a modernos arqueólogos. Y permitieron a Giovanni Belzoni, por ejemplo, descubrir en 1817 la magnífica tumba de Seti I, la segunda más profunda del Valle tras la de Hatshepsut.

Para saber más

Los obreros de la muerte. Fernando Estrada Lara. Planeta, Barcelona, 2001.
Valle de los Reyes
http://www.egipto.com/valles/2.html


http://www.nationalgeographic.com.es/articulo/historia/grandes_reportajes/7463/valle_los_reyes.html




















Testigo de cargo – Agatha Christie

Testigo de cargo y otras historias (Título original en inglés: The Witness for the Prosecution and Other Stories) es un libro de relatos cortos de la escritora británica Agatha Christie, publicado originalmente en Estados Unidos por Dodd, Mead and Company en 1948. En Reino Unido no fue publicado, pero todas las historias habían aparecido previamente en El podenco de la muerte y El misterio de Listerdale.
El libro está compuesto por 11 relatos cortos (9 en la edición española publicada por Editorial Molino en 1983).

Argumento

En la historia que da nombre al libro, Leonard Vole es detenido acusado de haber asesinado a una acaudalada viuda, llamada Emily French. Desde que la señora French hizo de Leonard su principal heredero, sin saber que era éste un hombre casado, las cosas se pusieron malas para su defensa. Pero el golpe final llega cuando su esposa, Romaine, se dispone a declarar, no en defensa de Leonard, sino como testigo de cargo.
En El segundo gong, Hércules Poirot resuelve la intrincada trama con su proverbial astucia.
Las demás historias tienen como principal leitmotiv el amor y la muerte.

Títulos de las historias

Los títulos de los relatos son:
·                    Testigo de cargo (The Witness for the Prosecution)
·                    La señal roja (The Red Signal)
·                    El cuarto hombre (The Fourth Man)
·                    S.O.S. (S.O.S.)
·                    ¿Dónde está el testamento? (Where There's a Will o Wireless)
·                    El misterio del jarrón azul (The Mystery of the Blue Jar)
·                    Villa Ruiseñor (Philomel Cottage)
·                    Accidente (Accident)
·                    El segundo gong (The Second Gong)
La versión original estadounidense incluye, además de los anteriores, los siguientes relatos:
·                    La aventura del Sr. Eastwood (The Mystery of the Spanish Shawl o Mr. Eastwood's Adventure)
·                    Un cantar por seis peniques (Sing a Song of Sixpence)

Testigo de cargo (película)

Testigo de cargo (Witness for the Prosecution) es una película dirigida porBilly Wilder en el año 1957. Está basada en la obra teatral del mismo título escrita por Agatha Christie.
La película tuvo seis candidaturas a los Oscar: a la mejor película, al mejor director, al mejor actor principal (Charles Laughton), a la mejor actriz de reparto (Elsa Lanchester), al mejor sonido y al mejor montaje.

Argumento

Sir Wilfrid Roberts (Charles Laughton), un consagrado abogado algo mayor y enfermo del corazón, acepta defender a Leonard Vole (Tyrone Power), acusado de asesinato, ante las protestas de su enfermera privada, Miss Plimsoll (Elsa Lanchester), ya que su doctor le había recomendado alejarse de casos con componente criminal. Vole es acusado de asesinar a Mrs. Emily French (Norma Varden), una anciana viuda que se había enamorado de Vole, hasta tal punto de haberle hecho el principal beneficiario de su herencia. Consistentes pruebas apuntan a Vole como el asesino del caso.
Cuando Sir Wilfrid habla con la esposa alemana de Vole, Christine (Marlene Dietrich), el abogado descubre que, aunque de una manera muy fría y ensimismada, Christine puede proveer de una coartada a su defendido. Sin embargo, considera que ésta sería poco útil para la defensa de Vole por venir de su propia esposa, quien, por otro lado, no puede testificar en contra de su marido según las leyes inglesas. Es por ello que Sir Wilfrid queda enormemente sorprendido cuando Christine es llamada como testigo de la acusación en el juicio, sorpresa que aumenta cuando afirma y demuestra que ya estaba casada con otro hombre cuando se casó con Leonard y que, por tanto, no puede ser considerada esposa legal de Leonard Vole.
Tras esta primera estocada, Christine asesta el que parece golpe de gracia a Leonard, testificando que éste le había confesado haber matado a Mrs. French, y que fue su conciencia la que finalmente le obligó a decir la verdad. Leonard, totalmente desconcertado y fuera de sí, no entiende cómo la que él cree amante esposa le traiciona de esa manera, desmontando todas sus afirmaciones de que estaba con ella cuando Mrs. French fue asesinada.
Cuando el juicio está a punto de finalizar y todo parece perdido para Vole, una misteriosa señora contacta con Sir Wilfrid quien, por una pequeña compensación económica, intercambia unas cartas escritas por Christine a un misterioso amante llamado Max. El "affaire" que revela la correspondencia entre Christine y su supuesto amante le da a la esposa de Vole muchos motivos para haber mentido, lo que, finalmente, es determinante para que el jurado considere a Leonard no culpable y el juez le absuelva de todos los cargos.
Sin embargo, Sir Wilfrid se encuentra afligido por el veredicto. Su instinto le dice que todo ha ido demasiado ordenado, demasiado limpio - "¡demasiado simétrico!". Por casualidad, él y Christine se quedan solos en la sala. Ella aprovecha entonces la oportunidad para contarle todo su plan: cómo cuando ella escuchó al principio que su testimonio no era muy convincente, decidió culparse a sí misma para, más tarde, desacreditarse como culpable, y cómo se disfrazó para interpretar a la misteriosa mujer que le entregó las cartas.
Admirado por el coraje de Christine, Sir Wilfrid le pregunta por qué no confió en él para trabajar juntos en la defensa de su marido, a lo que ella, con gran naturalidad, contesta que no podía arriesgarse a trabajar con él, ya que el abogado creía a Leonard inocente y ella sabía con toda certeza que era culpable. Ante el asombro de Sir Wilfrid, Christine le revela que es cierto lo que ella misma declaró en el juicio: que Leonard llegó a casa más tarde de lo que afirmaba y con la ropa manchada de sangre; que le confesó haber matado a Mrs. French y le pidió ayuda; y que sus cartas fueron un fraude y Max nunca existió. Finalmente, cuando el abogado le pregunta por qué lo hizo, ella confiesa que ha sido porque, a pesar de su actitud, ella ama a Leonard por encima de todo.
Leonard Vole aparece en ese momento y, ya protegido por la sentencia absolutoria que le libera de volver a ser juzgado, confirma de forma despreocupada lo que Christine acaba de decir. En ese momento aparece una joven mujer (Ruta Lee) que se le echa en brazos. Cuando Leonard le cuenta que se va a ir lejos con la joven, Christine descubre que Leonard la ha traicionado, que su sacrificio no sirve de nada, y antes de permitir que se vaya con otra, lo mata con un cuchillo en un ataque de furia. Sir Wilfrid, presente durante toda la escena, considera que, finalmente, se ha hecho justicia y que Christine no asesinó a Leonard, sino que lo ejecutó. Miss Plimsoll finalmente cancela las vacaciones de Sir Wilfrid, dándose cuenta de que es incapaz de resistir trabajar en la defensa de Christine.
Wikipedia

Testigo de cargo- pdf