Dentro de las profundidades más
oscuras de la naturaleza humana hay temores calados muy hondo, temor a lo
desconocido, temor a lo inseguro pero más allá de todo temor a desaparecer…
temor a ser olvidados y caer en un profundo abismo de nada. La muerte
personifica el olvido, es la desaparición en su plena esencia. Así como los
chicos de pequeños aprenden a cargar con sus temores jugando con estos para así
tal vez llevarlos consigo más fácilmente, la cultura humana en su conjunto
también lo hace de manera similar. Es mediante la expresión de estos temores
globales que compartimos como especie, así como hoy en día vemos películas
sobre guerras termonucleares -nuestro posible Armagedón- en los tiempos
antiguos, cuando la peste hacía estragos por Europa, el arte comenzó a jugar
con la muerte.. quién sabe, tal vez así se hacía más pasable.
La Danza macabra o Totentanz, es un
tema alegórico en el arte, tanto en la música, como en la pintura o literatura
que se caracteriza por la representación de esqueletos humanos -símbolo de la
muerte- danzando, moviéndose o jugando como si se aferraran a su vida perdida.
Tanto el rico como el mendigo, el Papa como el hereje son representados en
estas imágenes, la muerte es inevitable y es igualadora, al final todos somos
huesos marchando a la tumba. En la danza macabra vemos esas diferencias
terrenales se acaban en la muerte, y son los esqueletos bailando tan
eufóricamente los que nos comentan que no importa cual haya sido el rol o
posición de una persona durante su vida, al fin y al cabo eso desaparece. La
figura del esqueleto en los siglos XIV y XV representaba a la muerte
literalmente, un mundo repleto de plagas oscuras y guerras interminables
pintaba un paisaje sombrio en las bóvedas de los cementerios donde los esqueletos
se apilaban día tras día, y los crematorios que trabajaban la 24 horas del día
no hacían mas que iluminar esta cruel realización. El mundo es efímero y lo
efímero se acaba, que triste.
Podemos ver representaciones de esta alegoría en los grabados del siglo XV de
Huy Marchant, quien se podría decir es uno de los “padres” del genero, Konrad
Witz, Hans Holbein y en infinidad de frescos que pululan las capillas y
cementerios más antiguos de Francia, Suiza y Alemania. Siendo la más famosa la
obra -tristemente destruida- que se encontraba en la Iglesia de los Santos
Inocentes de París. En la poesía y literatura Goethe, Calderón de la Barca,
Quevedo y muchos más de los más prominentes escritores que conocimos dejaron
impresas sus impresiones sobre el tema.
Generalmente la Danza macabra suele confundirse con el Ars moriendi -las
imágenes que muestran el arte de morir bien- pero no tienen mucho que ver unas
con otras.
Franz Liszt (1811-1886), pianista y compositor. Nació en Raiding
(actualmente Austria), desde pequeño mostró interés por la música,
especialmente por la ejecución de piezas en el piano, por lo que su padre buscó
la forma de llevarlo a estudiar a Viena, donde fue discípulo de Karl Czrny.
Como compositor, a Liszt se le considera el creador del poema
sinfónico, pieza que, a través de la música, exalta sentimientos e ideas.
Además, Franz Liszt es autor de más de cuatrocientas obras, entre sinfonías,
valses, rapsodias, sonatas, canciones y arias de ópera. De entre sus creaciones
destacanTres sonetos de Petrarca,Sonata
para piano en sí menor,Sinfonía FaustoyDe la cuna a la tumba. Franz
Liszt murió el 31
de julio de 1886 en Bayreuth (actualmente Alemania), durante una
serie de conciertos dedicados a Wagner.
Totentanzo “Danza macabra para piano” es una de las obras compuestas por
Liszt para piano y orquesta entre 1847 y 1853. La pieza es famosa por la
utilización de un tema, conocido como el Dies Irae, que no deja de sonar en
innumerables variaciones, ya sean ejecutadas por la orquesta o por alguno de
los instrumentos, destaca la de los trombones al inicio. La melodía recrea los
bailes medievales en torno a la figura de la muerte, tema que Liszt exploró en
otras obras comoFunerales,La
lúgubre góndolayPensé
de morts, lo cual identifica al autor con características del
romanticismo: la obsesión por la muerte y la fascinación por la Edad Media.
INXS se fundó en 1977 en Melbourne bajo el nombre “The Farriss Brothers”. El nombre lo dice todo, ya que contaba con tres hermanos entre sus componentes. Sin embargo, el auténtico polarizador de la banda, su espíritu, su alma mater, no era otro que el mítico Michael Hutchence. Su impresionante voz, su presencia en el escenario, su aspecto de chico malo, y su tortuosa vida privada suponían todo un aliciente para los seguidores de la banda.
INXS sufrió un golpe tremendo con el fallecimiento de Michael Hutchence en 1995, en “extrañas circunstancias” en su habitación del hotel Ritz Carlton de Sydney. La causa oficial fue suicidio por depresión bajo la influencia del alcohol y las drogas. Otras versiones hablan más de algún extraño juego sexual…
La canción que hoy os propongo, “New sensation”, proviene de su sexto LP de estudio “Kick”, que fue el que los lanzó definitivamente al estrellato mundial en 1987. El álbum ha vendido más de 10 millones de copias tan sólo en los EEUU.
“New sensation” alcanzó el número 3 en la lista Billboard Hot 100 de EEUU, número 9 en la lista AFYVE de España, número 25 en Reino Unido y número 35 en Alemania. No fue la canción con mejor ranking del grupo, pero sí es una de las más emblemáticas que compusieron.
Curiosidad 1: La compañía Atlantic records intentó evitar el lanzamiento del LP “Kick”, por considerarlo anticomercial y con un estilo de rock poco bailable. El Presidente incluso les ofreció 1 millón de dólares para que volvieran a Australia y trajeran un LP completamente nuevo. La banda se empeñó en que se lanzase tal cual y el tiempo le dio la razón.
Curiosidad 2: En la entrega de los BRIT Awards de 1996, con la popularidad de INXS en franca caída, Michael Hutchence entregó un premio a Oasis. Al recibirlo, el simpático Noel Gallagher afirmó: “Los que ya han pasado no deberían entregar premios a los que están llegando”. Haciendo amigos el muchacho…
I
En las aguas profundas que acunan las estrellas,
blanca y cándida, Ofelia flota como un gran lilio,
flota tan lentamente, recostada en sus velos...
cuando tocan a muerte en el bosque lejano.
Hace ya miles de años que la pálida Ofelia
pasa, fantasma blanco por el gran río negro;
más de mil años ya que su suave locura
murmura su tonada en el aire nocturno.
El viento, cual corola, sus senos acaricia
y despliega, acunado, su velamen azul;
los sauces temblorosos lloran contra sus hombros
y por su frente en sueños, la espadaña se pliega.
Los rizados nenúfares suspiran a su lado,
mientra ella despierta, en el dormido aliso,
un nido del que surge un mínimo temblor...
y un canto, en oros, cae del cielo misterioso.
II
¡Oh tristísima Ofelia, bella como la nieve,
muerta cuando eras niña, llevada por el río!
Y es que los fríos vientos que caen de Noruega
te habían susurrado la adusta libertad.
Y es que un arcano soplo, al blandir tu melena,
en tu mente transpuesta metió voces extrañas;
y es que tu corazón escuchaba el lamento
de la Naturaleza -son de árboles y noches.
Y es que la voz del mar, como inmenso jadeo
rompió tu corazón manso y tierno de niña;
y es que un día de abril, un bello infante pálido,
un loco miserioso, a tus pies se sentó.
Cielo, Amor, Libertad: ¡qué sueño, oh pobre Loca!
Te fundías en él como nieve en el fuego;
tus visiones, enormes, ahogaban tu palabra.
-Y el terrible Infinito espantó tu ojo azul.
III
Y el poeta nos dice que en la noche estrellada
vienes a recoger las flores que cortaste,
y que ha visto en el agua, recostada en sus velos,
a la cándida Ofelia flotar, como un gran lis.
Canciones con historia: Rock argentino - En la ciudad de la furia- Soda Stéreo
"Cuando era chico y me separaba de algunas novias, lo que hacía era escribir canciones y mandárselas grabadas en casetes" recuerda Gustavo Cerati.
"Era mi manera más poderosa de tratar de revivir la relación, fuera o no posible.
Y este es un ejemplo: el riff fundamental de En la ciudad de la furia debo haberlo hecho en la guitarra cuando tenia 13 o 14 años. Habrá sido para alguna exnovia...
Este aspecto lo tengo muy presente, aunque ya no se de que hablaba la canción original; seguramente hablaba de otra cosa.
Lo que hicimos más tarde, al transformarla en una canción de Soda, fue escribir una letra tomando ideas de personajes que yo dibujaba también de chico.
Uno de ellos era 'Argos', especie de superhéroe medieval, una suerte de Icaro terrestre, por así decirlo.
La canción fue compuesta en otra época muy tremenda de la Argentina, en 1988 o 1989, en plena hiperinflación y furia desatada, así que no resultó nada difícil escribir sobre una ciudad de la furia...
El relato es una fábula que habla de un hombre alado que en cierta medida también representa a todos aquellos que estamos acostumbrados a vivir en la pasividad de la ciudad de noche y de día la vemos transformada en pura furia.
Entonces ese hombre alado sufre."
TRIBUTO A GUSTAVO CERATI EN EL DIA DE SU FALLECIMIENTO
Arthur Rimbaud
(Charleville, Francia, 1854-Marsella, id., 1891) Poeta francés. Sus padres se separaron en 1860, y fue educado por su madre, una mujer autoritaria. Destacó pronto en el colegio de Charleville por su precocidad. En septiembre de 1870 se fugó de casa por vez primera y fue detenido por los soldados prusianos en una estación de París.
Su profesor, Georges Izambard, lo salvó de la cárcel, pero al mes siguiente intentó de nuevo la fuga, esta vez dirigiéndose hacia la región del Norte. Después de trasladarse a Bélgica, quiso emprender carrera como periodista en la ciudad de Charleroi. Entre las dos fugas, había empezado a escribir un libro destinado a Paul Demeny, pariente de su profesor y poeta reconocido en París.
Cuando regresó a Charleville, en el invierno de 1870-1871, su colegio había sido convertido en hospital militar. Huyó a París en febrero y fue testigo de los disturbios provocados por la amnistía decretada por el gobierno de Versalles. Volvió con su familia en marzo, en plena Comuna, y publicó la famosa Carta del vidente.
Auténtico credo estético, la Carta definía al poeta del futuro como un «ladrón de fuego» que busca la alquimia verbal y lo desconocido a través de un «largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos».
Verlaine, a quien había enviado algunos poemas, le invitó a París. Rimbaud llegó con un poema, El barco ebrio, quizás la mayor expresión de su genio visionario, que impresionó profundamente a su anfitrión. En París, se integró enseguida en el círculo literario del club zutista y escribió el Album zutique.
Tras una breve estancia en Charleville, donde compuso algunos poemas sencillos, más o menos místicos, nació una tormentosa relación amorosa con Verlaine, que empezó en el Barrio Latino de París, en mayo de 1872. Tras abandonar a su esposa, Mathilde, Verlaine se instaló con él en Bruselas y más tarde en Londres, para experimentar lo que, según Rimbaud, debía ser la aventura de la poesía.
En contacto con los partidarios exiliados de la Comuna, sus vidas se volvieron cada vez más caóticas, a medida que uno y otro cultivaban las excentricidades de todo tipo. En julio de 1873, Verlaine, el «desgraciado hermano» de Rimbaud, huyó a Bruselas; pretendía enrolarse con los carlistas, o suicidarse. Llamó a Rimbaud, éste acudió a su lado y volvieron las disputas. Verlaine, un carácter depresivo, sospechando que iba a ser abandonado pronto, disparó a Rimbaud y lo hirió, por lo que fue arrestado y encarcelado.
Mientras se recuperaba en sus Ardenas natales, Rimbaud terminó el libro autobiográfico Una estancia en el infierno, donde relataba su historia y daba cuenta de su rebeldía adolescente. Luego, gracias a su madre, publicó Alquimia del verbo, pero la obra no fue distribuida (Rimbaud dejó una copia en la prisión, para Verlaine, y repartió otros pocos ejemplares entre sus amigos). Regresó a Londres, acompañado por Germain Nouveau, en 1874, y escribió su última obra, Las iluminaciones, cerca de cincuenta poemas en prosa que proyectan sucesivos universos y proponen una nueva definición del hombre y del amor. A los veinte años, abandonó la literatura.
La segunda parte de su vida fue una especie de caos aventurero. Empezó como preceptor en Stuttgart, se alistó (y desertó luego) en el ejército colonial holandés y viajó en dos ocasiones a Chipre (1879 y 1880). Después de distintas escalas en el Mar Rojo, se instaló en Adén y más tarde en Harar (Etiopía). Se dedicó al comercio de marfil, café, oro o cualquier producto que consiguiera por el trueque de alguna mercancía europea; también envió informes a la Sociedad Francesa de Geografía. En 1885 volvió a Adén y vendió armas. Atravesó el desierto de Danakil y se tomó un tiempo de descanso en Egipto. Por último regresó a Harar, donde prosperaban sus negocios. En 1891, aquejado de fuertes dolores en la pierna derecha, volvió a Francia, donde le fue amputada y murió poco después en un hospital de Marsella.
Una temporada en el Infierno - Arthur Rimbaud
http://severitorres.org/ampa/joomla/images/Biblioteca/R/rimbaud/temporada%20en%20el%20infierno%20una.pdf
Clitemnestra
Clitemnestra es un personaje poco conocido que también tuvo relación con la guerra de Troya. Se trata de la esposa de Agamenón. Era hija de Tíndaro, el rey de Esparta, y de su esposa Leda, siendo hermana de Helena (mujer de Menelao), Cástor y Pólux.
Cuando tuvo edad de contraer matrimonio, se casó con Tándalo. Con él llegó a tener un hijo, pero un buen día conoció a Agamenón y éste no pudo evitar fijarse en ella. Encaprichado como estaba con ella, decidió asesinar al rey Tándalo y al hijo de ambos para poder unirse a ella. Con él llegó a tenercuatro hijos, Ifigencia, Electra, Orestes y Crisotemis.
Cuando Grecia le declaró la guerra a Troya, las naves helenas iban a la guerra pero reinaba una gran calma en el mar, hasta tal punto que hubo tal ausencia de viento que las naves no podían salir. Para ver cómo solucionarlo, Menelao fue a consultar al oráculo de Delfos. Éste le dijo que la única manera de que se aplacasen los dioses era sacrificando a la primogénita de Agamenón y Clitemnestra.
Al principio no quería hacerlo, pero viendo que la oportunidad de marchar se esfumaba, pensó que no tenía más remedio. Convenció a Agamenón de que tenía que sacrificar a su hija y así lo hizo. Clitemnestra no le perdonó el haber matado a su hija. La joven fue realmente salvada en el último momento por la diosa Artemisa y entregada como sacerdotisa en uno de sus templos, pero su madre desconocía este hecho. Una vez hubo partido la flota griega hacia Troya, se convirtió en la amante de Egisto.
Después de largos años, Agamenón regresó a su patria, pero trajo consigo a Casandra, hija del rey de Troya, Príamo, a la cual había convertido en su amante. Ciega de celos y de ira, Clitemnestra decidió poner fin a la vida de los dos amantes. Gracias a la ayuda de Egisto, mató a su marido y a Casandra. Así podía al fin casarse con Egisto.
Sin embargo, la felicidad duró poco. Clitemnestra no contaba con que sus hijos se fueran a vengar por el asesinato que había cometido. Su hijo Orestes no podía dejar pasar el delito cometido por su madre y decidió asesinar tanto a su madre, Clitemnestra, como a su amante y reciente esposo, Egisto.
Marguerite Yourcenar: “Clitemnestra o el Crimen”.-
En la literatura griega, Clitemnestra simboliza la pasión. Ciega de rabia porque su esposo sacrifica a la hija mayor de ambos, Ifigenia, para que los dioses favorecieran a los aqueos en la guerra se convierte en amante de Egisto, primo de Agamenón. Cuando este último regresa de la guerra de troya, tras diez años de ausencia y acompañado de Cassandra, Clitemnestra decide vengarse. Con su amante, Egisto, deciden asesinar al recién llegado rey, Agamenón, y a su amante a pesar de que todavía viven en el palacio los tres hijos restantes de su boda real: Electra, Crisotemis y Orestes .
En la trilogía de Esquilo “La Orestíada” (compuesta por las tragedias: “Agamenón”, “Las Coéforas” y “Las Euménides”), se relata justamente la venganza de Orestes en favor del padre, con la asistencia de Electra, consumando éste el asesinato de Egisto y Clitemnestra
Extractos de “Clitemnestra o el Crimen”, de Marguerite Yourcenar:
… Esperé a aquel hombre antes de que tuviera un nombre, un rostro, cuando aún no era sino mi lejana desgracia. Busqué entre la multitud de los vivos a ese ser necesario a mis futuras delicias: miré a los hombres sólo como se mira a los transeúntes que pasan por la taquilla de una estación, para asegurarse que no son las personas que uno está esperando. Mis padres me lo escogieron, y aunque él me hubiera raptado a espaldas de mi familia, yo hubiera seguido obedeciendo al deseo de mis padres, puestos que nuestros sueños de ellos provienen y el hombre que amamos es siempre aquel con quien sueñan nuestras abuelas. Le dejé sacrificar el porvenir de nuestros hijos a sus ambiciones de hombre: ni siquiera lloré cuando murió nuestra hija. Consentí en deshacerme en su destino como una fruta en una boca, para aportarle sólo una sensación de dulzura. Señores jueces, vosotros lo conocisteis ya ajado por la gloria, envejecido por diez años de guerra, convertido en una especia de ídolo enorme desgastado por las caricias de las mujeres asiáticas, salpicado por el barro de las trincheras. Sólo yo estuve con él en su época de dios. Pasaban los días uno tras otro por las calles desiertas como una procesión de viudas; la plaza del pueblo parecía negra con tantas mujeres de luto. Yo envidiaba a aquellas desgraciadas por no tener más rival que la tierra y por saber, al menos, que su hombre dormía solo. Yo vigilaba en lugar del mío los trabajos del campo y los caminos del mar; recogía las cosechas; mandaba clavar la cabeza de los bandidos en el poste del mercado; utilizaba su fusil para dispararle a las cornejas; azotaba los flancos de su yegua de caza con mis polainas de tela parda. Poco a poco, yo iba ocupando el lugar del hombre que me faltaba y que me invadía. Acabé por contemplar, con los mismos ojos que él, el cuello blanco de las sirvientas. Egisto galopaba a mi lado por los eriales; tenía casi la edad de ir a reunirse con los hombres; me devolvía la época de los besos entre primos perdidos en el bosque, durante las vacaciones de verano. Yo lo miraba menos como un amante que como a un niño que hubiera engendrado en mí la ausencia; pagaba sus gastos de guarnicioneros y caballos. Infiel a mi hombre, seguía imitándolo: Egisto no era para mí sino lo equivalente a las mujeres asiáticas o a la innoble Arginia. Señores jueces, no existe más que un hombre en el mundo: los demás no son más que un error o un triste consuelo, y el adulterio es a menudo una forma desesperada de la fidelidad. Si yo engañé a alguien fue con toda seguridad al pobre Egisto. Lo necesitaba para percatarme de que hasta qué punto el que yo amaba me era irremplazable. Él tenía por costumbre tomar un baño caliente antes de irse a acostar. Subí a preparárselo: el ruido del agua que salía del grifo me permitía llorar en voz alta. Calentábamos con leña el agua del baño; el hacha que utilizábamos para cortar los troncos se hallaba tirada en el suelo; no sé por qué la escondí en el toallero. Durante un instante, pensé en disponerlo todo para simular un accidente que no dejara huellas, de suerte que la lámpara de petróleo cargara con las culpas. Pero yo quería obligarlo a mirarme de frente por lo menos al morir: por eso lo iba a matar, para que se diera cuenta de que yo no era una cosa sin importancia que se puede dejar o ceder al primero que llega. Llamé a Egisto en voz baja: se puso pálido cuando abrí la boca. Le ordené que me esperara en el rellano. El otro subía pesadamente las escaleras; se quitó la camisa; la piel, con el agua del baño, se le puso toda violeta. Yo le enjabonaba la nuca y temblaba tanto como el jabón que continuamente se me resbalaba de las manos. El estaba un poco sofocado y me mandó con rudeza que abriese la ventana, demasiado alta para mí. Le grité a Egisto que viniera a ayudarme. En cuanto entró cerré la puerta con llave. El otro no me vio, pues nos daba la espalda. Le dí torpemente un primer golpe que sólo le hizo un corte en el hombro; se puso de pie; su rostro abotargado se iba llenando de manchas negras; mugía como un buey. Egisto, aterrorizado, le sujetó las rodillas, acaso para pedirle perdón. El perdió el equilibrio y cayó como una masa, con la cara dentro del agua, con un gorgoteo que parecía un estertor. Entonces fue cuando le dí el segundo golpe que le cortó la frente en dos. Pero creo que ya estaba muerto: no era más que un pingajo blando y caliente. Se habló de rojas oleadas: en realidad, sangró muy poco. Yo sangraba más cuando di a luz a mis hijos. Después de morir él, matamos a su amante: fuimos generosos, si ella lo amaba.
Sé que mi cabeza acabará por rodar en la plaza del pueblo y que la de Egisto caerá cortada por el mismo cuchillo. Es extraño, señores jueces, se diría que ya me habéis juzgado otras veces. Pero tengo la experiencia suficiente para saber que los muertos no permanecen en reposo: me levantaré, arrastrando a Egisto tras de mí como a un galgo triste. Y erraré por las noches a lo largo de los caminos, a la búsqueda de la justicia de Dios. Volveré a hallar a ese hombre en algún rincón de mi infierno y gritaré de nuevo con alegría con sus primeros besos. Luego, me abandonará para irse a conquistar alguna provincia de la Muerte. Ya que el tiempo es la sangre de los vivos, la Eternidad debe de ser la sangre de las sombras. Mi eternidad, la mía, se perderá esperando su regreso , de suerte que me convertiré en el más lívido de los fantasmas. Entonces volverá, para burlarse de mí, y acariciará ante mis ojos a la amarilla hechicera turca acostumbrada a jugar con los huecesillos de las tumbas. ¿Qué puedo hacer? Es imposible matar a un muerto…”.