jueves, 4 de septiembre de 2014

Canciones con historia: Rock argentino - En la ciudad de la furia- Soda Stéreo

"Cuando era chico y me separaba de algunas novias, lo que hacía era escribir canciones y mandárselas grabadas en casetes" recuerda Gustavo Cerati.
"Era mi manera más poderosa de tratar de revivir la relación, fuera o no posible.
Y este es un ejemplo: el riff fundamental de En la ciudad de la furia debo haberlo hecho en la guitarra cuando tenia 13 o 14 años. Habrá sido para alguna exnovia...
Este aspecto lo tengo muy presente, aunque ya no se de que hablaba la canción original; seguramente hablaba de otra cosa.
Lo que hicimos más tarde, al transformarla en una canción de Soda, fue escribir una letra tomando ideas de personajes que yo dibujaba también de chico.
Uno de ellos era 'Argos', especie de superhéroe medieval, una suerte de Icaro terrestre, por así decirlo.
La canción fue compuesta en otra época muy tremenda de la Argentina, en 1988 o 1989, en plena hiperinflación y furia desatada, así que no resultó nada difícil escribir sobre una ciudad de la furia...
El relato es una fábula que habla de un hombre alado que en cierta medida también representa a todos aquellos que estamos acostumbrados a vivir en la pasividad de la ciudad de noche y de día la vemos transformada en pura furia.
Entonces ese hombre alado sufre."

 http://www.taringa.net/posts/info/1371032/Info-Soda-Stereo-Curiosidades-I.html

TRIBUTO A GUSTAVO CERATI EN EL DIA DE SU FALLECIMIENTO




Arthur Rimbaud

(Charleville, Francia, 1854-Marsella, id., 1891) Poeta francés. Sus padres se separaron en 1860, y fue educado por su madre, una mujer autoritaria. Destacó pronto en el colegio de Charleville por su precocidad. En septiembre de 1870 se fugó de casa por vez primera y fue detenido por los soldados prusianos en una estación de París.

Su profesor, Georges Izambard, lo salvó de la cárcel, pero al mes siguiente intentó de nuevo la fuga, esta vez dirigiéndose hacia la región del Norte. Después de trasladarse a Bélgica, quiso emprender carrera como periodista en la ciudad de Charleroi. Entre las dos fugas, había empezado a escribir un libro destinado a Paul Demeny, pariente de su profesor y poeta reconocido en París.
Cuando regresó a Charleville, en el invierno de 1870-1871, su colegio había sido convertido en hospital militar. Huyó a París en febrero y fue testigo de los disturbios provocados por la amnistía decretada por el gobierno de Versalles. Volvió con su familia en marzo, en plena Comuna, y publicó la famosa Carta del vidente.

Auténtico credo estético, la Carta definía al poeta del futuro como un «ladrón de fuego» que busca la alquimia verbal y lo desconocido a través de un «largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos».
Verlaine, a quien había enviado algunos poemas, le invitó a París. Rimbaud llegó con un poema, El barco ebrio, quizás la mayor expresión de su genio visionario, que impresionó profundamente a su anfitrión. En París, se integró enseguida en el círculo literario del club zutista y escribió el Album zutique.

Tras una breve estancia en Charleville, donde compuso algunos poemas sencillos, más o menos místicos, nació una tormentosa relación amorosa con Verlaine, que empezó en el Barrio Latino de París, en mayo de 1872. Tras abandonar a su esposa, Mathilde, Verlaine se instaló con él en Bruselas y más tarde en Londres, para experimentar lo que, según Rimbaud, debía ser la aventura de la poesía.

En contacto con los partidarios exiliados de la Comuna, sus vidas se volvieron cada vez más caóticas, a medida que uno y otro cultivaban las excentricidades de todo tipo. En julio de 1873, Verlaine, el «desgraciado hermano» de Rimbaud, huyó a Bruselas; pretendía enrolarse con los carlistas, o suicidarse. Llamó a Rimbaud, éste acudió a su lado y volvieron las disputas. Verlaine, un carácter depresivo, sospechando que iba a ser abandonado pronto, disparó a Rimbaud y lo hirió, por lo que fue arrestado y encarcelado.

Mientras se recuperaba en sus Ardenas natales, Rimbaud terminó el libro autobiográfico Una estancia en el infierno, donde relataba su historia y daba cuenta de su rebeldía adolescente. Luego, gracias a su madre, publicó Alquimia del verbo, pero la obra no fue distribuida (Rimbaud dejó una copia en la prisión, para Verlaine, y repartió otros pocos ejemplares entre sus amigos). Regresó a Londres, acompañado por Germain Nouveau, en 1874, y escribió su última obra, Las iluminaciones, cerca de cincuenta poemas en prosa que proyectan sucesivos universos y proponen una nueva definición del hombre y del amor. A los veinte años, abandonó la literatura.

La segunda parte de su vida fue una especie de caos aventurero. Empezó como preceptor en Stuttgart, se alistó (y desertó luego) en el ejército colonial holandés y viajó en dos ocasiones a Chipre (1879 y 1880). Después de distintas escalas en el Mar Rojo, se instaló en Adén y más tarde en Harar (Etiopía). Se dedicó al comercio de marfil, café, oro o cualquier producto que consiguiera por el trueque de alguna mercancía europea; también envió informes a la Sociedad Francesa de Geografía. En 1885 volvió a Adén y vendió armas. Atravesó el desierto de Danakil y se tomó un tiempo de descanso en Egipto. Por último regresó a Harar, donde prosperaban sus negocios. En 1891, aquejado de fuertes dolores en la pierna derecha, volvió a Francia, donde le fue amputada y murió poco después en un hospital de Marsella.

http://www.biografiasyvidas.com/biografia/r/rimbaud.htm

Una temporada en el Infierno - Arthur Rimbaud
http://severitorres.org/ampa/joomla/images/Biblioteca/R/rimbaud/temporada%20en%20el%20infierno%20una.pdf


Clitemnestra

Clitemnestra es un personaje poco conocido que también tuvo relación con la guerra de Troya. Se trata de la esposa de Agamenón. Era hija de Tíndaro, el rey de Esparta, y de su esposa Leda, siendo hermana de Helena (mujer de Menelao), Cástor y Pólux.

Cuando tuvo edad de contraer matrimonio, se casó con Tándalo. Con él llegó a tener un hijo, pero un buen día conoció a Agamenón y éste no pudo evitar fijarse en ella. Encaprichado como estaba con ella, decidió asesinar al rey Tándalo y al hijo de ambos para poder unirse a ella. Con él llegó a tenercuatro hijos, Ifigencia, Electra, Orestes y Crisotemis.

Cuando Grecia le declaró la guerra a Troya, las naves helenas iban a la guerra pero reinaba una gran calma en el mar, hasta tal punto que hubo tal ausencia de viento que las naves no podían salir. Para ver cómo solucionarlo, Menelao fue a consultar al oráculo de Delfos. Éste le dijo que la única manera de que se aplacasen los dioses era sacrificando a la primogénita de Agamenón y Clitemnestra.
Al principio no quería hacerlo, pero viendo que la oportunidad de marchar se esfumaba, pensó que no tenía más remedio. Convenció a Agamenón de que tenía que sacrificar a su hija y así lo hizo. Clitemnestra no le perdonó el haber matado a su hija. La joven fue realmente salvada en el último momento por la diosa Artemisa y entregada como sacerdotisa en uno de sus templos, pero su madre desconocía este hecho. Una vez hubo partido la flota griega hacia Troya, se convirtió en la amante de Egisto.

Después de largos años, Agamenón regresó a su patria, pero trajo consigo a Casandra, hija del rey de Troya, Príamo, a la cual había convertido en su amante. Ciega de celos y de ira, Clitemnestra decidió poner fin a la vida de los dos amantes. Gracias a la ayuda de Egisto, mató a su marido y a Casandra. Así podía al fin casarse con Egisto.

Sin embargo, la felicidad duró poco. Clitemnestra no contaba con que sus hijos se fueran a vengar por el asesinato que había cometido. Su hijo Orestes no podía dejar pasar el delito cometido por su madre y decidió asesinar tanto a su madre, Clitemnestra, como a su amante y reciente esposo, Egisto.

http://redhistoria.com/mitologia-griega-clitemnestra/#.VAjAu8V5MtE

 Marguerite Yourcenar: “Clitemnestra o el Crimen”.-

En la literatura griega, Clitemnestra simboliza la pasión. Ciega de rabia porque su esposo sacrifica a la hija mayor de ambos, Ifigenia, para que los dioses favorecieran a los aqueos en la guerra se convierte en amante de Egisto, primo de Agamenón. Cuando este último regresa de la guerra de troya,  tras diez años de ausencia y acompañado de Cassandra, Clitemnestra decide vengarse. Con su amante, Egisto, deciden asesinar al recién llegado rey, Agamenón, y a su amante a pesar de que todavía viven en el palacio los tres hijos restantes de su boda real: Electra, Crisotemis y Orestes .
En la trilogía de Esquilo “La Orestíada” (compuesta por las tragedias: “Agamenón”, “Las Coéforas” y “Las Euménides”), se relata justamente la venganza de Orestes en favor del padre, con la asistencia de Electra, consumando éste  el asesinato de Egisto y Clitemnestra

Extractos de “Clitemnestra o el Crimen”, de Marguerite Yourcenar:
… Esperé a aquel hombre antes de que tuviera un nombre, un rostro, cuando aún no era sino mi lejana desgracia. Busqué entre la multitud de los vivos a ese ser necesario a mis futuras delicias: miré a los hombres sólo como se mira a los transeúntes que pasan por la taquilla de una estación, para asegurarse que no son las personas que uno está esperando.  Mis padres me lo escogieron, y aunque él me hubiera raptado a espaldas de mi familia, yo hubiera seguido obedeciendo al deseo de mis padres, puestos que nuestros sueños de ellos provienen y el hombre que amamos es siempre aquel con quien sueñan nuestras abuelas. Le dejé sacrificar el porvenir de nuestros hijos a sus ambiciones de hombre: ni siquiera lloré cuando murió nuestra hija. Consentí en deshacerme en su destino como una fruta en una boca, para aportarle sólo una sensación de dulzura. Señores jueces, vosotros lo conocisteis ya ajado por la gloria, envejecido por diez años de guerra, convertido en una especia de ídolo enorme desgastado por las caricias de las mujeres asiáticas, salpicado por el barro de las trincheras. Sólo yo estuve con él en su época de dios. Pasaban los días uno tras otro por las calles desiertas como una procesión de viudas; la plaza del pueblo parecía negra con tantas mujeres de luto. Yo envidiaba a aquellas desgraciadas por no tener más rival que la tierra y por saber, al menos, que su hombre dormía solo. Yo vigilaba en lugar del mío los trabajos del campo y los caminos del mar; recogía las cosechas; mandaba clavar la cabeza de los bandidos en el poste del mercado; utilizaba su fusil para dispararle a las cornejas; azotaba los flancos de su yegua de caza con mis polainas de tela parda. Poco a poco, yo iba ocupando el lugar del hombre que me faltaba y que me invadía. Acabé por contemplar, con los mismos ojos que él, el cuello blanco de las sirvientas. Egisto galopaba a mi lado por los eriales; tenía casi la edad de ir a reunirse con los hombres; me devolvía la época de los besos entre primos perdidos en el bosque, durante las vacaciones de verano. Yo lo miraba menos como un amante que como a un niño que hubiera engendrado en mí la ausencia; pagaba sus gastos de guarnicioneros y caballos. Infiel a mi hombre, seguía imitándolo: Egisto no era para mí sino lo equivalente a las mujeres asiáticas o a la innoble Arginia. Señores jueces, no existe más que un hombre en el mundo: los demás no son más que un error o un triste consuelo, y el adulterio es a menudo una forma desesperada de la fidelidad. Si yo engañé a alguien fue con toda seguridad al pobre Egisto. Lo necesitaba para percatarme de que hasta qué punto el que yo amaba me era irremplazable. Él tenía por costumbre tomar un baño caliente antes de irse a acostar. Subí a preparárselo: el ruido del agua que salía del grifo me permitía llorar en voz alta. Calentábamos con leña el agua del baño; el hacha que utilizábamos para cortar los troncos se hallaba tirada en el suelo; no sé por qué la escondí en el toallero. Durante un instante, pensé en disponerlo todo para simular un accidente que no dejara huellas, de suerte que la lámpara de petróleo cargara con las culpas. Pero yo quería obligarlo a mirarme de frente por lo menos al morir: por eso lo iba a matar, para que se diera cuenta de que yo no era una cosa sin importancia que se puede dejar o ceder al primero que llega. Llamé a Egisto en voz baja: se puso pálido cuando abrí la boca. Le ordené que me esperara en el rellano. El otro subía pesadamente las escaleras; se quitó la camisa; la piel, con el agua del baño, se le puso toda violeta. Yo le enjabonaba la nuca y temblaba tanto como el jabón que continuamente se me resbalaba de las manos. El estaba un poco sofocado y me mandó con rudeza que abriese la ventana, demasiado alta para mí. Le grité a Egisto que viniera a ayudarme. En cuanto entró cerré la puerta con llave. El otro no me vio, pues nos daba la espalda. Le dí torpemente un primer golpe que sólo le hizo un corte en el hombro; se puso de pie; su rostro abotargado se iba llenando de manchas negras; mugía como un buey. Egisto, aterrorizado, le sujetó las rodillas, acaso para pedirle perdón. El perdió el equilibrio y cayó como una masa, con la cara dentro del agua, con un gorgoteo que parecía un estertor. Entonces fue cuando le dí el segundo golpe que le cortó la frente en dos. Pero creo que ya estaba muerto: no era más que un pingajo blando y caliente. Se habló de rojas oleadas: en realidad, sangró muy poco. Yo sangraba más cuando di a luz a mis hijos. Después de morir él, matamos a su amante: fuimos generosos, si ella lo amaba.
Sé que mi cabeza acabará por rodar en la plaza del pueblo y que la de Egisto caerá cortada por el mismo cuchillo. Es extraño, señores jueces, se diría que ya me habéis juzgado otras veces. Pero tengo la experiencia suficiente para saber que los muertos no permanecen en reposo: me levantaré, arrastrando a Egisto tras de mí como a un galgo triste. Y erraré por las noches a lo largo de los caminos, a la búsqueda de la justicia de Dios. Volveré a hallar a ese hombre en algún rincón de mi infierno y gritaré de nuevo con alegría con sus primeros besos. Luego, me abandonará para irse a conquistar alguna provincia de la Muerte. Ya que el tiempo es la sangre de los vivos, la Eternidad debe de ser la sangre de las sombras. Mi eternidad, la mía, se perderá esperando su regreso , de suerte que me convertiré en el más lívido de los fantasmas. Entonces volverá, para burlarse de mí, y acariciará ante mis ojos a la amarilla hechicera turca acostumbrada a jugar con los huecesillos de las tumbas. ¿Qué puedo hacer? Es imposible matar a un muerto…”.

http://www.apocatastasis.com/marguerite-yourcenar-clitemnestra-crimen.php#axzz3CNX41zLG




MI NIÑA VENENO - Richie

Medianoche y en mi cuarto, ella va a subir.
Oigo sus pasos acercando, veo la puerta abrir.
Media luz color carne, y sabanas de azul.
Cortinas de seda, y finalmente tu.

Mi niña veneno, el mundo es pequeño para los dos,
y en toda cama que duermo, te vuelvo a ver, te vuelvo a ver,
Te vuelvo a ver, yeah, yeah, yeah, yeah.

Sus ojos verdes en mi espejo, brillan para mi.
Su cuerpo entero es un placer, del principio al fin.
Y, solo, en mi cuarto, yo despierto sin tu ser,
Me veo hablando con paredes, hasta anochecer.

Mi niña veneno, tu tienes un modo sereno de ser,
y cada noche y en mi cuarto, vienes para enloquecer,
enloquecer, enloquecer, yeah, yeah, yeah, yeah.

mi niña veneno el mundo es pequeño para los dos
en toda cama q duermo te vuelvo a ver
te vuelvo a ver  te vuelvo a ver yeeh yeah yeah
Medianoche y en mi cuarto, ella va a subir.

Oigo sus pasos acercando Veo la puerta abrir.
Y ella conoce de donde tu vienes para amar,
no se ni cual es tu nombre, ni necesito llamar.

Mi Niña Veneno, Mi Niña Veneno


Canción de otoño - Paul Verlaine

Los sollozos más hondos
del violín del otoño
son igual
que una herida en el alma
de congojas extrañas
sin final.

Tembloroso recuerdo
esta huida del tiempo
que se fue.
Evocando el pasado
y los días lejanos
lloraré.

Este viento se lleva
el ayer de tiniebla
que pasó,
una mala borrasca
que levanta hojarasca
como yo.

Canción de Otoño - Verlaine
Suite Bergamasque - Claude Debussy

Nada hacía presagiar que el niño Achille-Claude Debussy, finalmente autor de más de 800 obras para orquesta, instrumental y de cámara, estaba predestinado a la música. Su genealogía apuntaba a cualquier cosa menos al arte. Nacido en 1862 en una pequeña ciudad situada a orillas del Sena, su bisabuelo había abierto un taller de cerrajería en París luego de casarse con la hija de un carpintero, y un tío, hermano de su padre, ejerció asimismo el noble oficio de la carpintería de banco.

El padre de Claude, por su parte, se enroló muy joven en la infantería de marina y luego probó suerte en las más diversas profesiones. Cuando en 1871 se desencadenaron los sucesos de la Comuna de París quiso tocar también el cielo con las manos y se unió a las filas de los revoltosos. El fracasado levantamiento terminó con él juzgado y enviado a la cárcel durante un año. Las circunstancias luego se conjugaron para que la madre de otro comunero preso se interesara en la familia del compañero de su hijo. Discípula de Chopin, según ella misma, no tuvo dificultades para intuir la disposición musical del niño Claude.

Madame Mauté de Fleurville, que así se llamaba la pretendida discípula de Chopin, preparó gratuitamente a Claude para su ingreso al Conservatorio de París, lo que consiguió en 1872. Ocho años más tarde, una gran dama rusa, Nadezhda von Meck, amiga y protectora de Tchaikovski, solicitó al Conservatorio que le proporcionara un joven pianista para dar lecciones a sus hijos. El elegido fue Claude. Al año siguiente, la señora von Meck lo invitó a unírsele en un viaje a Moscú. El verano siguiente, Claude se repitió el plato, con lo que la confianza en sí mismo debe haber experimentado un salto descomunal, y entonces cometió el error.

Con sorprendente audacia, Claude se atrevió a pedir a la señora von Meck la mano de su hija Sonia. La señora von Meck escuchó su petición mientras observaba el jardín a través de los ventanales. Luego volvió la cabeza y le preguntó a Claude si no le molestaría regresar a París en el próximo tren.

http://labellezadeescuchar.blogspot.com.ar/2011/09/claude-debussy-claro-de-luna.html


La Suite bergamasque o Claire du Lune de Claude Debussy es una suite para piano en varios movimientos. Aunque fue escrita en 1890, la obra no se publicó hasta 1905, y eso pese a que su autor intentó que no viese la luz, pues creía que esta obra de juventud estaba muy por debajo del nivel de sus composiciones más modernas.
La Suite toma su nombre de las máscaras de la Commedia dell'Arte de Bérgamo (Comedia del arte de Bérgamo) y está inspirada en las Fêtes galantes (Fiestas galantes) de Verlaine.
Estructura
Está dividida en cuatro piezas:
1. Preludio
2. Minueto
3. Claro de luna
4. Pasapiés
Piezas
Prélude: (en español: preludio) es la primera pieza en la suite, que se titula "Prélude". Esta pieza se encuentra en la clave de Fa, en rubato. Se caracteriza por poseer contrastes muy dinámicos con un comienzo y un final bastantes vigorosos. Es una pieza festiva, ya que ocupa gran parte del estilo barroco que se encuentra comúnmente en los preludios de la época.
Menuet: (en español: minueto) la segunda parte de la Suite Bergamasque es el "Menuet". Es el tema principal, contrasta alternativamente el misterio con mitad de dramatismo. Esta pieza es particularmente original, ya que no se conforma con el estilo particular de la mayoría de los minuetos. Más bien, en vez de ser fresca y delicada, esta pieza muestra mucho más comedia cruda. Una vez más, Debussy establece una muy novedosa pieza bajo la apariencia del estilo de una vieja canción.

Wikipedia


La muerte de Beethoven

Entre las 4 y las 5 de la tarde del 26 de marzo de 1827 se produjo en Viena una fortísima tormenta de nieve y granizo. A las seis menos cuarto un relámpago iluminó la habitación, Beethoven abrió los ojos, levantó la mano derecha y, con el puño cerrado, con aspecto feroz y amenazante, fijó durante unos segundos su mirada en lo alto, cuando su mano cayó sobre el lecho su corazón había dejado de latir.

Beethoven era, por naturaleza, fuerte físicamente, pero cuidó muy poco de su salud: por ejemplo, cuando se hallaba sudoroso gustaba de rociarse con agua fría y, sin secarse, se exponía a corrientes de aire. Padeció, por ello, desde el comienzo de su edad adulta, enfermedades y crisis que fueron agravándose con el paso del tiempo. Así, tras los frecuentes desarreglos intestinales que sufrió desde su juventud, en 1815 experimentó disfunciones hepáticas y, pese a ello, siguió bebiendo sin moderación.

En octubre de 1816 se le declaró un fuerte catarro que tardó varios meses en curar, hasta el punto de decidirse a llamar en su ayuda a su amiga Nanette Streicher. La prolongación de este catarro, acompañado de intensos dolores de cabeza, le sumirá en la desgana y la tristeza hasta finales del año siguiente; pide auxilio a varios de sus amigos, pero apenas pueden o tienen tiempo de atenderle: se sentirá solo y deprimido. De otra recaída en 1818 no se recobrará hasta pasar una temporada veraniega inusualmente prolongada en Módling, más en contacto con su amada naturaleza que en Viena.

A finales de 1820 le ataca una fuerte bronquitis y, antes de recuperarse del todo, se le declara una ictericia en la primavera siguiente. Entre marzo y mayo de 1825 presenta un «cuadro patológico» complejo, pulmonar e intestinal. Al restablecerse, escribe el «Molto adagio» del Cuarteto opus 132, que titula «canto de acción de gracias a la Divinidad de un convaleciente». Al estrenarse en privado este Cuarteto (el 9 de septiembre de 1825), algunos presentes lloran escuchando ese episodio. Nuevos dolores, ahora también de ojos, se le presentan los dos primeros meses de 1826.

El primer día de diciembre de 1826, cuando Beethoven vuelve con su sobrino a Viena desde la propiedad de su hermano Nikolaus en la que habían descansado un par de meses, hacen noche en un albergue muy frío; al día siguiente llega a Viena con pulmonía. Ya no volverá a salir de su habitación. Según Schindler, su sobrino «se olvidó» de avisar al médico. Hoy está comprobada la falsedad de esta acusación. (En su biografía del compositor, Schindler ataca con saña a Karl, pero éste su frió en silencio muchas de estas calumnias y ni siquiera se defendió. Es más, le hizo entrega de todas las cartas que le había enviado su tío, en las que por lo general no sale muy bien parado.)

Beethoven se quejaba de la frialdad y el distanciamiento del médico que lo atendía, el muy competente doctor Wawruch. Un cambio temporal de médico resultó a la postre contraproducente. Tras una pasajera y breve mejoría, el 10 de diciembre se le presenta una ictericia generalizada, consecuencia de la cirrosis. La hidropesía le ha hinchado su vientre hasta tal punto que hubo que practicarle punciones cuatro veces (la primera el 20 de diciembre y la última el 27 de febrero de 1827), que le alivian por muy pocos días.

En diciembre recibe una carta del rey de Prusia, al que había dedicado la Novena Sinfonía, y del que Beethoven esperaba una condecoración. El rey, sin embargo, no hablaba de distinción alguna, sino que le decía: «Os agradezco esta dedicatoria y os envío un anillo con brillantes como expresión de mi sincero aprecio». Pero el anillo traía una piedra poco noble; al ser valorada en sólo ciento sesenta florines, Beethoven se encolerizó y dijo que la vendería. Holz le recriminó: «Maestro, debe conservar este anillo: ¡es el regalo de un rey! «¡Yo también soy rey!», le contestó.

Una de sus últimas alegrías fue recibir los cuarenta volúmenes de las Obras completas de Haendel, recién editadas y que le enviaba el fabricante inglés de arpas J. A. Stumpff. Haendel era para Beethoven, así lo manifestó con insistencia, el más grande compositor del pasado. Johann Sebastian Bach, Haydn y Mozart eran los restantes.

Al día siguiente de ingresar Karl en el ejército (el 2 de enero de 1827), Beethoven redacta su testamento, en el que manda escribir: «Karl van Beethoven, mi bienamado sobrino, es el único heredero de todas mis tenencias». Ya no volverían a verse. El 23 de marzo, sin embargo, añadió un codicilo al testamento: «Mi sobrino Karl será mi único heredero, pero el capital de mi propiedad irá a manos de sus herederos naturales o testamentarios»: sus últimas letras fueron, pues, para reconciliarse con su cuñada Johanna, heredera de Karl por ser éste soltero. Al terminar esto, Beethoven exclamó: «¡Ya está! ¡Ya no escribiré ni una sola palabra más!» Pese a ello, se siente liberado de un gran peso, se anima y comienza a hablar de proyectos que pretende realizar.

El joven Gerhard von Breuning, con su frecuente compañía junto al lecho del enfermo, endulza muchas de las últimas y amargas horas del compositor. Y algunas de las conversaciones que mantuvieron tienen para nosotros el mayor valor: «Vuestro Cuarteto, bien ejecutado por Schuppanzigh, no ha despertado interés». «Ya les gustará algún día...» Y le habla de obras que quiere escribir: «Todavía tengo que componer mucho: quiero escribir mi Décima Sinfonía, un Réquiem y música para Fausto. Y un método de piano, totalmente distinto de los que se han hecho hasta ahora (...) Quería haber escrito más óperas, pero no he encontrado libretos [que me gustasen]. Necesito uno que me inspire: debe ser algo moral y sublime». Pero, en cama y tan enfermo, no es capaz de componer nada, sino tan sólo de hacer algún que otro retoque: «Lo más doloroso para mí, no lo oculto, es la suspensión total de mi actividad» (18 de febrero).

Al correrse la voz de que se encuentra gravemente enfermo, muchos de sus amigos van a visitarlo. Pero no está entre ellos el archiduque-arzobispo Rodolfo. Sus sufrimientos son grandes, pero los soporta con entereza. En una nota que G. von Breuning le envía, le dice: «Me han dicho hoy que sufres de tal manera a causa de las chinches que cuando duermes te despiertas a cada momento; como necesitas dormir, te llevaré algo que acabe con ellas.»

El 22 de febrero, inquieto todavía por su situación económica, escribe al pianista y compositor Moscheles para que intente organizar un concierto. Moscheles comunica a la Sociedad Filarmónica de Londres la apurada situación de Beethoven y le envían cien libras (unas mil coronas de oro). El 15 o el 16 de marzo se presenta un banquero en su casa para hacerle entrega del dinero. «Partía el corazón ver a Beethoven con las manos juntas, deshecho en lágrimas de alegría y agradecimiento», escribió el banquero. Los periódicos de Viena se quejan, indignados, de que Beethoven haya pedido ayuda económica al extranjero (!).

Beethoven no se da aún por vencido: el 6 de marzo escribe (a Smart): «Mi enfermedad durará seguramente hasta mediados del verano». Viene a verlo desde Weimar el compositor Hummel. Beethoven, que tiene junto a sí una litografía con la casa natal de Haydn que le acaban de regalar, le dice: «Me ha alegrado como a un niño: ¡una casa tan pequeña, la cuna de un hombre tan grande!» Sus últimas pequeñas alegrías se las proporcionan las compotas que le envía un amigo; Beethoven le escribe notas dándole las gracias.

Entre el 14 y el 16 de marzo todavía escribe breves esbozos para un Quinteto que le había encargado el editor Diabelli. Su última carta, dictada el 18 de marzo, es para Moscheles, pidiéndole que transmita a la Sociedad Filarmónica londinense «mi más profundo agradecimiento (...) Decid a esos dignos señores que, cuando Dios me devuelva la salud (...) les compondré lo que ellos deseen».

Ese día o el siguiente le visita Schubert. El día 23 el doctor le escribe, en presencia suya, que su fin se acerca. Beethoven, «con un dominio ejemplar de sí mismo, leyó con lentitud y reflexión; su rostro se transfiguró. Me tendió con gravedad la mano y me dijo cordialmente: "Mande llamar al cura" (...) Poco después se confesó, con esa piadosa resignación que conduce a la eternidad sin temor». Ese día lo visita de nuevo Hummel, con su discípulo F. Hiller: «De sus labios no salió palabra alguna. El sudor cubría su frente (...) La señora Hummel le secó varias veces el rostro con su fino pañuelo de batista. Nunca olvidaré la mirada de agradecimiento de sus apagados ojos» (Hiller).

El 24 le llegaron unas botellas de vino que un mes antes había encargado. Al verlas exclamó: «¡Lástima!... ¡Demasiado tarde!» Fue lo último que pronunció. A continuación, entró en agonía. Entre las 4 y las 5 de la tarde del 26 de marzo de 1827 se produjo en Viena una fortísima tormenta de nieve y granizo. A las seis menos cuarto «un relámpago iluminó la habitación (...) Beethoven abrió los ojos, levantó la mano derecha y, con el puño cerrado, con aspecto feroz y amenazante, fijó durante unos segundos su mirada en lo alto (...) Cuando su mano cayó sobre el lecho (...) su corazón había dejado de latir» (relata Anselm Hüttenbrenner, el único presente en el momento de la muerte, junto a Johanna, la antes odiada cuñada de Beethoven. Ésta cortó un mechón del pelo del compositor «como sagrado recuerdo de la última hora de Beethoven»).

«Cuando se levantó el cuerpo para hacerle la autopsia, se vio por primera vez que el desdichado estaba cubierto de llagas. Sin embargo, durante su enfermedad rara vez se le había oído quejarse» (G. von Breuning).

El entierro, el 29 de marzo, fue multitudinario: asistieron entre diez mil y treinta mil personas, según los distintos cálculos: para los vieneses, los entierros de personas ilustres eran un «espectáculo» al que eran muy aficionados. Entre los asistentes de veras compungidos estaba Franz Schubert, uno de los treinta y seis hombres que rodeaban el ataúd con antorchas.

El hermano y algunos amigos de Beethoven hallaron escondidos dos retratos de marfil en miniatura: de Giulietta Guicciardi y de Antoine Brentano. Schindler sustrajo la carta «A la amada inmortal» (la mantuvo oculta hasta 1840), documentos y objetos, y unos cuatrocientos «cuadernos de conversación». Nadie se cuidó de cerrar con llave la puerta del piso, y seguramente desaparecieron pertenencias de sumo valor documental o artístico. Entró la policía y requisó tres libros «prohibidos», junto a, probablemente, otros escritos comprometedores.

Hasta el 16 de agosto no se hizo un inventario de lo que quedaba. El 5 de noviembre se subastaron manuscritos de obras completas y de bocetos inacabados de Beethoven. Entre los primeros, la partitura autógrafa de la Misa Solemne fue adjudicada en ¡¡siete florines!!

Jean y Brigitte Massin llegan, llenos de amargura, a la siguiente conclusión: «Estamos convencidos de que muchos datos sobre diversos aspectos de la vida de Beethoven fueron escamoteados, camuflados o abandonados hasta que la realidad de las pruebas desapareciese. Creemos que este trabajo de erosión y deformación se siguió de acuerdo con un plan y unos objetivos conscientes y determinados». Pero ¿qué es lo que trató de ocultarse?... No es fácil que lo podamos saber nunca.

Fuente: “Beethoven” de Ángel Carrascosa

http://www.hagaselamusica.com.ar/clasica-y-opera/compositores/la-muerte-de-beethoven/