miércoles, 8 de octubre de 2014

Schubert, un condenado que celebra la vida. 

A fines de 1822 el compositor contrajo sífilis, enfermedad vergonzante y rápidamente escondida para evitar el desprecio social.

Muchas biografías de Schubert acallaron esta dolencia y atribuyeron su temprana muerte a la fiebre tifoidea, lo cual no es del todo falso: fue la causa determinante de su fallecimiento, pero hizo presa de un hombre de 31 años debilitado por la sífilis y las curas altamente tóxicas basadas en mercurio. 

En 1823 pasó temporadas en el Hospital General de Viena —afortunadamente pionero de Europa en aquel momento— para tratar las etapas tempranas de su mal. Debió usar peluca cuando sufrió la caída temporal del cabello.
 Su sensibilidad y bonhomía fueron paulatinamente trastornadas llevándolo a períodos de fatiga y depresión (“melancolía severa” en el decir de sus cercanos) con otros de expansividad social y ebullición creativa. 
En los últimos años de su vida el alcoholismo (válvula de escape ante una enfermedad sin cura) había hecho mella en su carácter, disparando episodios de agresividad y haciéndolo descuidar su aspecto e higiene. 
Por su parte, la enfermedad venérea incubada en su organismo le causaba fuertes cefaleas y dolores articulares que a veces le impedían tocar el piano.

Pero nuestro creador nunca claudicó. Cuando pasaban las horas amargas reanudaba sus labores y partía al encuentro de la vida. 
A poco de concluir el último año de su existencia, 1828, decidió tomar clases de contrapunto con el propósito de ampliar sus recursos musicales, lo cual sugiere planes para el futuro. Por entonces su ánimo había recuperado el optimismo que supo plasmar en su última sinfonía, había presenciado un concierto público dedicado exclusivamente a sus obras y llevaba un vigoroso ritmo de trabajo. 
Pero su salud se deterioró tras probar pescado en un restorán el último día de octubre. Asistió a la primera clase de contrapunto el 4 de noviembre, pero ya no acudió a ninguna más. Su fatiga aumentó, cayó en cama y perdió el apetito.
El 14 de noviembre todavía tiene energía para solicitar libros con que distraerse y retoca el ciclo Viaje de invierno. El día 17 se agrava, el 18 recibe la extremaunción y el 19, sucumbe.

El repentino desenlace sorprende a todos. Pero Schubert atravesaba entonces la fase terciaria de la sífilis, y es probable que la muerte prematura le haya ahorrado el deterioro cerebral que padecieron otros, como Nietzsche, Lenin o Baudelaire.


Sobre la Sinfonía en Do Mayor, cito de nuevo a Arturo Reverter:
La Novena Sinfonía en do mayor, denominada «La Grande», según parece, para distinguirla de la Sexta Sinfonía escrita en la misma tonalidad, es sin duda la obra maestra de Schubert en este campo. Con ella quiso realizar una afirmación de personalidad, de saber y de capacidad […]. La elección de la tonalidad mayor, algo extraña conociendo sus métodos, resulta lógica si pensamos que por entonces la identificaba con una percepción optimista del mundo. La Octava Sinfoníaintentaba traducir sobre un plano sinfónico el trasfondo de un pensamiento introvertido. La Novena Sinfonía resuelve, según la certera opinión de Brigitte Massin, la contradicción que Schubert había tenido como irreconciliable en aquella obra: traducir, una vez acostumbrado al ascetismo y refinamiento psicológico del lied, el misterio de la interioridad en un lenguaje sinfónico. […].


http://quinoff.blogspot.com.ar/2013/08/las-sinfonias-8-y-9-de-schubert-o.html






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