Schubert, un condenado que celebra la vida.
A fines de 1822 el
compositor contrajo sífilis, enfermedad vergonzante y rápidamente escondida para evitar
el desprecio social.
Muchas biografías de Schubert acallaron
esta dolencia y atribuyeron su temprana muerte a la fiebre tifoidea, lo cual no
es del todo falso: fue la causa determinante de su fallecimiento, pero hizo presa de un hombre de 31 años debilitado por la sífilis y las
curas altamente tóxicas basadas en mercurio.
En 1823 pasó temporadas en el Hospital
General de Viena —afortunadamente pionero de Europa en aquel momento— para
tratar las etapas tempranas de su mal. Debió usar peluca cuando sufrió la caída
temporal del cabello.
Su sensibilidad y bonhomía fueron paulatinamente trastornadas llevándolo a
períodos de fatiga y depresión (“melancolía severa” en el decir de sus cercanos) con otros de expansividad social y ebullición creativa.
En los últimos años de su vida el alcoholismo (válvula de
escape ante una enfermedad sin cura) había hecho mella en su carácter, disparando episodios de agresividad y haciéndolo descuidar su aspecto e
higiene.
Por su parte, la enfermedad venérea incubada en su
organismo le causaba fuertes cefaleas y dolores articulares que a veces le
impedían tocar el piano.
Pero nuestro creador nunca claudicó. Cuando
pasaban las horas amargas reanudaba sus labores y partía al encuentro de la
vida.
A poco de concluir el último año de su existencia, 1828, decidió tomar
clases de contrapunto con el propósito de ampliar sus recursos musicales, lo
cual sugiere planes para el futuro. Por entonces su ánimo había recuperado el
optimismo que supo plasmar en su última sinfonía, había presenciado un
concierto público dedicado exclusivamente a sus obras y llevaba un vigoroso
ritmo de trabajo.
Pero su salud se deterioró tras probar pescado en un
restorán el último día de octubre. Asistió
a la primera clase de contrapunto el 4 de noviembre, pero ya no acudió a
ninguna más. Su fatiga aumentó, cayó en cama y perdió el apetito.
El 14 de
noviembre todavía tiene energía para solicitar libros con que distraerse y
retoca el ciclo Viaje de invierno. El día 17 se agrava, el 18 recibe la extremaunción y el 19, sucumbe.
El repentino desenlace sorprende a todos. Pero Schubert atravesaba
entonces la fase terciaria de la sífilis, y es probable que la muerte prematura
le haya ahorrado el deterioro cerebral que padecieron otros, como Nietzsche, Lenin o Baudelaire.
Sobre la Sinfonía en Do Mayor, cito de nuevo a Arturo Reverter:
La Novena Sinfonía en do mayor,
denominada «La Grande», según parece, para
distinguirla de la Sexta
Sinfonía escrita en la misma
tonalidad, es sin duda la obra maestra de Schubert en este campo. Con ella quiso realizar una afirmación de
personalidad, de saber y de capacidad […]. La elección de la tonalidad mayor, algo
extraña conociendo sus métodos, resulta lógica si pensamos que por entonces la
identificaba con una percepción optimista del mundo. La Octava Sinfoníaintentaba
traducir sobre un plano sinfónico el trasfondo de un pensamiento introvertido.
La Novena Sinfonía resuelve, según la certera opinión de
Brigitte Massin, la contradicción que Schubert había tenido como
irreconciliable en aquella obra: traducir, una vez acostumbrado al ascetismo y
refinamiento psicológico del lied, el misterio de la interioridad en un lenguaje
sinfónico. […].
http://quinoff.blogspot.com.ar/2013/08/las-sinfonias-8-y-9-de-schubert-o.html
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