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sábado, 7 de marzo de 2015

SCHUBERT: CUARTETO PARA CUERDAS NO. 15 EN SOL MAYOR, D. 887

En los territorios de habla alemana, los compositores que vinieron después de Beethoven, y que querían componer sinfonías, sonatas para piano, o los cuartetos de cuerda, tuvieron que enfrentarse al formidable legado de Beethoven - “el gigante marchando detrás”, como Brahms famosamente (y algo malhumorado) lo expuso.

Franz Schubert (1797-1828) nació en Viena al momento en que Beethoven, con veintiséis años estaba dejando su marca; y como su vida fue trágicamente truncada por la sífilis, sobrevivió a Beethoven por apenas veinte meses. Schubert, cuyos últimos tres cuartetos para cuerda se encuentran entre los tesoros del repertorio de cámara, sin duda, sintió las fuertes pisadas de Beethoven detrás de él, igual que Brahms.

En 1826, cuando Schubert compuso su último y quizá más grande cuarteto de cuerda, el enorme Sol Mayor D. 887, había escuchado con toda seguridad los últimos cuartetos de Beethoven, que redefinieron radicalmente la noción de lo que podría ser un cuarteto para cuerda.

Escrito en aproximadamente diez días, el Sol Mayor de Schubert es una obra, como el historiador de música Stephen Hefling ha dicho, de una “rareza épica,” sin precedentes tal como los últimos cuartetos de Beethoven, pero de una forma completamente diferente.

Las sonoridades del Sol Mayor son mucho más extremas que en cualquier obra de Schubert hasta la fecha - a partir de los trémolos temblorosos y los cambios dramáticos entre mayor y menor en el movimiento de apertura, ‘a los contrastes violentos del Andante, a la tarantella desenfrenada que pone fin al cuarteto en lo que Hefling llama un “delirio de conducción que se extiende más allá de todas las fronteras.”

http://www.festivalsanmiguel.com/notas-del-programa-2014


miércoles, 12 de noviembre de 2014

Fantasía en Fa menor (Schubert)

La Fantasía en Fa menor de Franz Schubert, D.940 (Op. posth. 103), para piano a cuatro manos, es una de las composiciones para más de un pianista más importantes de Schubert, así como una de las más importantes de toda su obra. Schubert la compuso en 1828, el año de su muerte, y la dedicó a su discípula, Karoline Esterházy.

El musicólogo Christopher Gibbs ha descrito la obra como "no sólo su mejor obra sino su más original" composición para dúo de piano.

Historia
Schubert empezó a componer la Fantasía en enero de 1828 en Vienna. Terminó la obra en marzo de ese año, y su primera interpretación pública tuvo lugar en mayo. Un amigo suyo, Eduard von Bauernfeld, escribió en su diario el 9 de mayo que un memorable dueto fue interpretado por Schubert y Franz Lachner. Dedicó la obra a Karoline Esterházy, un amor no correspondido.
Schubert murió en noviembre de 1828. Tras su muerte, sus amigos y familiares impulsaron la publicación de ciertas obras suyas. Esta Fantasía fue una de esas obras, y en marzo de 1829 fue editada por Anton Diabelli. El manuscrito original se conserva en la Biblioteca Nacional de Austria.

Estructura
La Fantasía está dividida en cuatro movimientos que se presentan interconectados e interpretados sin pausa entre ellos. Una interpretación habitual suele durar unos 20 minutos.
1. Allegro molto moderato
2. Largo
3. Scherzo. Allegro vivace
4. Finale. Allegro molto moderato
La idea de una fantasía con cuatro movimientos conectados también aparece en la Wanderer-Fantasie, y representa un punto estilístico entre la forma sonata tradicional y la forma libre del poema sinfónico. La estructura básica de las dos fantasías es esencialmente la misma: Allegro, movimiento lento, scherzo, allegro con una fuga. La forma de esta obra, con su relativamente ordenada estructura (más que las fantasías de Beethoven y Mozart), resultó influyente en la obra de Franz Liszt, quien compuso arreglos de la Wanderer Fantasie en un concierto para piano, entre otras transcripciones de la música de Schubert.

Primer movimiento
La obra comienza con una lírica melodía con un ritmo con puntillo, reminiscencia del estilo húngaro.8 El tema aparece en Fa mayor, antes de repetir brevemente en Fa menor, y modular a un sombrío, casi propio de un funeral, segundo tema. Tras desarrollar ambos temas, vuelve a una versión del segundo tema en Fa mayor, que modula a Fa♯ menor, marcando el inicio del segundo movimiento.

Segundo movimiento
El segundo movimiento empieza con un enérgico y turbulento fortissimo tema en Fa♯ menor. A partir del largo, el tema con doble puntillo conduce a un ambiente con tensión, para continuar con un segundo tema más callado y lírico. Más adelante, reaparece el primer tema, terminando en la tonalidad de Do♯ mayor. Schubert había escuchado recientemente el Concierto para violín No. 2 de Paganini, y el segundo movimiento inspiró estos temas.

Tercer movimiento
Siguiendo al agitado segundo movimiento en Fa♯ menor, el tercer movimiento se presenta como un Allegro Vivace brillante en la misma tonalidad. Recuerda a otras obras del propio compositor, como los scherzos de los tríos para piano de esta misma época. Tras un delicado trío en Re mayor, el scherzo vuelve, en Fa♯ menor por unos momentos, pues la repetición del tema varía de La mayor a Fa♯ menor. Finalmente termina con octavas en Do♯ que conducen a una modulación de vuelta a Fa menor.

Finale
El finale comienza con una repetición del primer tema del movimiento inicial, tanto en Fa menor como en Fa mayor, antes de introducir una transición a una fuga basada en el segundo tema. La fuga construye un clímax que terminará abruptamente en Do mayor, la dominante, en lugar de resolver en Fa mayor o menor. Tras un compás de silencio, el primer tema se repite brevemente, conduciendo rápidamente a los últimos acordes, que recuerdan al segundo tema, que darán lugar a un tranquilo final.9 Ha sido denominada como "la cadencia más destacable de toda la obra en su conjunto de Schubert" ("the most remarkable cadence in the whole of Schubert's work,"), por la maestría a la hora de condensar los dos temas en los últimos ocho compases de la Fantasía.10

Wikipedia

Fantasía Schubert- Richter & Britten


lunes, 3 de noviembre de 2014

Las Sonatas para piano de Schubert

Aunque Franz Schubert trabajó en veinte y tres sonatas para piano, sólo completó once.

Esas 11 sonatas, entre las 23 que intentó abordar a lo largo de su corta vida, suponen un nuevo rumbo en la historia de la prestigiosa forma musical. Queriendo imitar a su modelo Beethoven, el vienés consiguió en ellas nuevas vías de desarrollo del pensamiento musical intuyó caminos que luego otros recorrieron con más precisión en cuanto a la forma pero pocas veces con tanta intensidad emotiva, con tal capacidad de invención.

La sonata es un género cultivado por el gran músico vienés durante toda su trayectoria como compositor profesional, ya que sus primeros ensayos  datan del verano de 1815, lo que es una prueba de su permanente interés por esta forma.

A ella se acercó en numerosas ocasiones, acaso incómodo ante lo mucho realizado por sus grandes predecesores, en especial, por supuesto, Joseph Haydn, Mozart y Beethoven. Más cercano sentimentalmente a los dos primeros, pero fascinado por los logros de Beethoven, Schubert intentó hallar nuevas vías que, al tiempo, le permitiesen desplegar su inmensa fantasía y delicado lirismo.

En definitiva, y por lo que respecta concretamente a la forma sonata, Schubert no intenta renovar su arquitectura; mantiene, por ejemplo, las estructuras típicas: ordenación tradicional sonatística, rondó, variaciones, lied, scherzo, trío..., y maneja la clásica disposición en tres o cuatro movimientos. Pero penetra en los más profundos repliegues del misterio romántico, de la mano de su vena melódica única. La armonía schubertiana explora hasta sus últimos límites el territorio de una tonalidad ya bastante ampliada, rozando prácticamente el de la atonalidad. Esta armonía sorprendente es, como dice Harry Halbreich, “a la vez audazmente funcional, sutilmente impresionista y profundamente psicológica”.

Esa curiosa y aparente contradicción que se establece entre el seguimiento de unas estructuras externas clásicas y la destrucción que, desde dentro, se opera sobre ellas, minándolas casi subversivamente, es el gran logro de Schubert en este campo de la sonata para piano.

Las quince primeras son obras juveniles y solo siete de ellas fueron acabadas. El resto se encuentra incompleto de muy diferente forma, desde la que conserva un simple fragmento, hasta todos los movimientos menos uno. (La núm. 15, en La mayor, D.664es ya una pequeña obra maestra, como lo es la núm. 16 D. 784, de cuyo Allegro giustose ha dicho que, por su ingenua simplicidad, tiene el color de una antigua leyenda, y de su Andante en Fa mayor que es "delicado, misterioso y adorablemente femenino.)

Con la apariencia de sonata clásica, Schubert se adentra en el mundo tonal hasta alcanzar sus límites. Su armonía es de un atrevimiento solo comparable a la perfecta adecuación de su uso a los fines del artista. Un músico lleno de sutilezas, cuyo melodismo tiene un valor lírico y dramático de primera magnitud. Sus desarrollos no tanto explotan el material temático sino otros valores considerados hasta entonces adjetivos, como son el estatismo, la tímbrica, la dinámica, unas armonías de incomparable sutileza, todo tipo de contrastes, un piano a veces casi sinfónico, el uso de todo el teclado, de las octavas graves, etc.

Las siete últimas sonatas son auténticas maravillas, baste citar, por ejemplo, el minueto de la Sonata núm. 20 en Sol mayor, D.894. En cinco minutos ¿cabe algo más elegante, más íntimo y a la vez más vienés?

La sonata nº 20 es, para Schumann, “La más perfecta de todas tanto en la forma como en el espíritu”. Lo cierto es que la obra lleva desde el principio el sobrenombre de Fantasía; y a fe que lo merece no ya por la forma, más bien ortodoxa, sino por su talante y el contenido fuertemente poético, en especial el de su primer movimiento, un Molto moderato e cantábile en el insólito compás de 12/8 verdaderamente original por la riqueza de sus ideas y el libre y fantasioso tratamiento que reciben. Se rige, en todo caso, por la estructura de la forma sonata, en cuyo exacerbado lirismo Rehberg aprecia, muy literariamente, “el inminente presentimiento de la llegada de la primavera”. Liszt amaba particularmente esta partitura, a la que calificaba de “de poema virgiliano”, calificativo que le cuadra en general, a pesar del contenido fuertemente dramático y emocional del primer movimiento y de la inclusión de esos otros instantes en los que el misterio schubertiano acierta a entreverse.

Es también bastante definitorio de estas sonatas de su carácter frecuentemente tempestuoso, muy contrastado con la elaborada escritura de las melodías. En todo caso, matiza Massin, en estas composiciones se manifiestan en su mejor acabado los procedimientos a los que el piano de Schubert había llegado por esas fechas. Entre ellos: empleo de acordes secos, fanfarrias, marchas en vehementes octavas y utilización muy libre del instrumento en busca de una sonoridad orquestal que alcanza singular significación en la Sonata nº19.

http://histoclasica.blogspot.com.ar/2014/06/Schubert-piano-musica-camara.html


miércoles, 8 de octubre de 2014

Schubert, un condenado que celebra la vida. 

A fines de 1822 el compositor contrajo sífilis, enfermedad vergonzante y rápidamente escondida para evitar el desprecio social.

Muchas biografías de Schubert acallaron esta dolencia y atribuyeron su temprana muerte a la fiebre tifoidea, lo cual no es del todo falso: fue la causa determinante de su fallecimiento, pero hizo presa de un hombre de 31 años debilitado por la sífilis y las curas altamente tóxicas basadas en mercurio. 

En 1823 pasó temporadas en el Hospital General de Viena —afortunadamente pionero de Europa en aquel momento— para tratar las etapas tempranas de su mal. Debió usar peluca cuando sufrió la caída temporal del cabello.
 Su sensibilidad y bonhomía fueron paulatinamente trastornadas llevándolo a períodos de fatiga y depresión (“melancolía severa” en el decir de sus cercanos) con otros de expansividad social y ebullición creativa. 
En los últimos años de su vida el alcoholismo (válvula de escape ante una enfermedad sin cura) había hecho mella en su carácter, disparando episodios de agresividad y haciéndolo descuidar su aspecto e higiene. 
Por su parte, la enfermedad venérea incubada en su organismo le causaba fuertes cefaleas y dolores articulares que a veces le impedían tocar el piano.

Pero nuestro creador nunca claudicó. Cuando pasaban las horas amargas reanudaba sus labores y partía al encuentro de la vida. 
A poco de concluir el último año de su existencia, 1828, decidió tomar clases de contrapunto con el propósito de ampliar sus recursos musicales, lo cual sugiere planes para el futuro. Por entonces su ánimo había recuperado el optimismo que supo plasmar en su última sinfonía, había presenciado un concierto público dedicado exclusivamente a sus obras y llevaba un vigoroso ritmo de trabajo. 
Pero su salud se deterioró tras probar pescado en un restorán el último día de octubre. Asistió a la primera clase de contrapunto el 4 de noviembre, pero ya no acudió a ninguna más. Su fatiga aumentó, cayó en cama y perdió el apetito.
El 14 de noviembre todavía tiene energía para solicitar libros con que distraerse y retoca el ciclo Viaje de invierno. El día 17 se agrava, el 18 recibe la extremaunción y el 19, sucumbe.

El repentino desenlace sorprende a todos. Pero Schubert atravesaba entonces la fase terciaria de la sífilis, y es probable que la muerte prematura le haya ahorrado el deterioro cerebral que padecieron otros, como Nietzsche, Lenin o Baudelaire.


Sobre la Sinfonía en Do Mayor, cito de nuevo a Arturo Reverter:
La Novena Sinfonía en do mayor, denominada «La Grande», según parece, para distinguirla de la Sexta Sinfonía escrita en la misma tonalidad, es sin duda la obra maestra de Schubert en este campo. Con ella quiso realizar una afirmación de personalidad, de saber y de capacidad […]. La elección de la tonalidad mayor, algo extraña conociendo sus métodos, resulta lógica si pensamos que por entonces la identificaba con una percepción optimista del mundo. La Octava Sinfoníaintentaba traducir sobre un plano sinfónico el trasfondo de un pensamiento introvertido. La Novena Sinfonía resuelve, según la certera opinión de Brigitte Massin, la contradicción que Schubert había tenido como irreconciliable en aquella obra: traducir, una vez acostumbrado al ascetismo y refinamiento psicológico del lied, el misterio de la interioridad en un lenguaje sinfónico. […].


http://quinoff.blogspot.com.ar/2013/08/las-sinfonias-8-y-9-de-schubert-o.html






Schubert o cuando un Condenado celebra la Vida



Pocas cosas debe haber más difíciles que asumir el término brusco de la propia vida. Y más cuando se ha vivido poco. Las puertas del alma se astillarán a golpes de frustración, rebeldía, agobio, incertidumbre.
Aun así, pienso que esta fatalidad resulta psicológicamente más dura para nosotros, hijos de un Occidente horrorizado con la muerte y enemigo del dolor, que para nuestros bisabuelos. Antaño la muerte, aun siendo la misma tragedia, no provocaba el mismo escándalo. La reacción estaba moderada por la costumbre, y es que la medicina no tenía entonces tanto poder sobre enfermedades hoy consignadas en los tratados como cosa antigua; antes al contrario, existir era toda una proeza al amparo de la Providencia.
Quizá ese palpar la propia fragilidad hacía de la vida un milagro evidente, celebrado, como diría Borges, “con minucioso fervor”. Hasta los lánguidos decenios del Romanticismo sabían abandonar sus nostalgias para embriagarse con esta pletórica alegría de vivir, carpe diem que, no nos engañemos, tenía mucho de trascendental.

Esa amalgama contradictoria entre dicha y fatalidad ocupa un espacio central en el arte de Franz Peter SCHUBERT, uno de los grandes músicos de todos los tiempos y ciertamente el más grande nacido en Viena. La capital austríaca se constituyó durante mucho tiempo en “meca” europea de la Música, atrayendo a quien quisiera labrarse una gran carrera. Allí llegaban y se quedaban los creadores de fama mundial, agasajados por teatros, salones y palacios. No obstante, para Schubert casi no hubo alfombras rojas. Nacido duodécimo hijo de una humilde familia, manifestó talento soberano desde tierna edad. Sus profesores fueron declarando sucesivamente que nada más podían enseñarle al tímido chiquillo de rizos abundantes. Poseyó una preciosa voz infantil que le abrió las puertas del Coro de niños de la Capilla de la Corte, institución predecesora de los “Niños Cantores de Viena”. Eso le dio derecho a entrar en el “Stadtkonvikt”, colegio destinado únicamente a los pequeños miembros del coro imperial. Allí recibió una esmerada formación general, participó con ventaja en la pequeña orquesta organizada con miembros del recinto y fue alumno del mismísimo Antonio Salieri. Aunque nunca se avino con el régimen del establecimiento, fueron cinco años fructíferos para Schubert: de esta época datan sus primeras obras vocales e instrumentales y el contacto con la obra sinfónica de Mozart, Haydn y   Beethoven.

Dueño de esas raras facultades que son el oído absoluto y el oído interno(vale decir, identificar de inmediato cualquier sonido atribuyéndole la nota correspondiente, y generar dentro de la propia cabeza los sonidos leídos en una partitura), Schubert tuvo también una inspiración musical tan arrebatadora como su genio para la melodía. Sabía ser espontáneo y profundo a la vez, y nunca padeció falta de ideas frente a una página de papel pautado. Podríamos decir que su condición innata, su mismo propósito existencial, era crear música.
Y así fue. Pese a las presiones de su padre, quien quería verlo como maestro de escuela, se dedicó a la vida del artista, la cual era su auténtica vocación.No disminuyó nunca su timidez pero tampoco su fenomenal talento, y si no tuvo el carácter jupiterino de su idolatrado Beethoven, bien podía enseñarle a hacer amigos. Fueron éstos los primeros testigos (o causantes o dedicatarios) de composiciones inmortales como el “Ave María” o la“Serenata”. Schubertíada (1868) / Moritz von SchwindSchubert tenía un don para escribir canciones. Era capaz de inventar una melodía que capturara la frase poética, sostenerla en armonías que acompañaran el sentido expresivo y en el proceso no perder una sola gota de naturalidad ni frescura, de manera que muy a menudo, oyendo sus canciones, sentimos imposible otra posibilidad de plasmarlas en música salvo aquélla. (Tiempo atrás, mi querido amigo Fernando de León nos ofreció un repaso de varias versiones musicales del lied Erlkönig, y habíamos de admitir que ni las más meritorias podían hacer sombra a la genial propuesta de Schubert para tal poema de Goethe).

Hizo denodados intentos de triunfar en el escena lírica —lo cual aseguraba entonces la carrera de un músico— y no conseguirlo fue su mayor frustración. Hoy sabemos que la culpa recae en los pésimos libretistas y no en la enorme calidad de su música. Los verdaderos dramas musicales schubertianos están contenidos en sus prodigiosos lieder.
También compuso para la orquesta, y esa faceta la ilustraremos hoy. Dicen algunos que sus dotes como orquestador no siempre brillan a la altura de su genio; incluso Brahms, actuando como supervisor de la edición oficial a fines del siglo XIX, se permitió “corregir” los “cientos de errores” que a su modo de ver existían en esas partituras, principalmente en los acentos y la dinámica instrumental. Nada de eso fue justo. Schubert fue un maestro consumado del difícil género sinfónico, y curiosamente en este apartado se muestra más conservador, tomando como modelos a Haydn y Mozart tanto o más que a Beethoven. Así forjó un eslabón nítido entre el Clasicismo y el Romanticismo.

La célebre Sinfonía Inconclusa procede del año 1823. A sólo un mes de empezada, el compositor se entera de que padece el mal incurable. Ello podría explicar el abandono de la obra con dos movimientos completos y apenas esbozos de un tercero. No obstante, el verdadero motivo de este abandono queda abierto a la especulación; lo cierto es que esos dos únicos movimientos son tan geniales y complementarios que bastan y sobran para erigir esta sinfonía en obra maestra. Cuesta creer que casi nadie supo de su existencia por décadas hasta su estreno en1865. No me cabe la menor duda que si hubiera recibido difusión en su momento, habría acelerado el desarrollo sinfónico de la segunda generación romántica.
Cito a Arturo Reverter:
Los dos únicos movimientos que componen la «Incompleta» poseen una unidad y una condensación musical extraordinarias […]. Se pone de manifiesto en esta obra la extraña atracción que sobre el músico ejercía el modo menor en estos años […]. La orquestación es muy rica, uniéndose al conjunto habitual un trío de trombones […]. El carácter de la melodía y el colorido orquestal otorgan a la Octava Sinfonía una apariencia específicamente schubertiana que se aprecia asimismo en el segundo tema expuesto por los violoncelos en una amplia y bellísima frase de neto sabor liederístico […]. Dulzura, serenidad, rasgos de íntima felicidad, lirismo son carácteres propios de la obra […], pero están salpicadas de detalles de intenso valor dramático que rompen y proporcionan extraña e irisada luz al conjunto. […] Alfred Einstein, refiriéndose al Allegro moderato [primer movimiento], dice que posee una gran concentración, sólo comparable a la del primer movimiento de la Quinta Sinfonía de Beethoven.
El pesar del movimiento inicial y la esperanzada dulzura del segundo crean un binomio irrepetible.






miércoles, 13 de agosto de 2014

Schubert: 2 Tríos con piano

Los dos Tríos para violín, violonchelo y piano fueron compuestos en 1827. Ambos son dos obras de madurez que figuran entre las cumbres del género, dotados de los mejores sabores de la inspiración schubertiana: melodismo, fluidez, ligereza, intensidad, luminosidad,…



Trío nº 1 en si bemol mayor op.99 D.898

De él dijo el genial Schumann “Basta un vistazo al op.99 de Schubert para que toda la miseria de la existencia se desvanezca como por encanto, y el mundo aparezca de nuevo henchido de su radiante frescura…”

El trío n.º 1 en si bemol mayor, para piano, violín y cello, D. 898, fue compuesto por Franz Schubert en 1827. Fue publicado como opus 99. Está dividido en cuatro movimientos:

I. Allegro moderato
II. Andante un poco mosso
III. Scherzo
IV. Rondo, allegro vivace

Wikipedia

Escuchemos el segundo movimiento Andante un poco mosso, con su tema principal íntimo y soñador entrando sucesivamente en el violonchelo, pasando al violín y acabando en la opulencia del piano.


                                                                        Segundo Movimiento

sábado, 5 de julio de 2014

¡Bellísima música, impactantes imágenes! 

 Este tipo de videos llenan mis sentidos de bella música, imágenes y reavivan sueños que mi alma acaricia desde hace mucho tiempo...


                                                                                                                         Schubert - Serenade