Réquiem - Berlioz
El texto del Réquiem, atribuido a un franciscano llamado Tomás de
Celano, habla del reposo de las almas de los muertos junto a Dios. Pero antes
pasa por el terror de los días de ira y de la trompeta divina llegando con su
devastador sonido a las regiones más oscuras. Utilizado musicalmente por
primera vez en la Edad Media, el Réquiem gregoriano fue citado, entre otros,
por Héctor Berlioz, en su Sinfonía Fantástica. Allí, la vida de un artista y
sus enfrentamientos con la sociedad burguesa, contados en clave delirante,
atravesaba también el horror y daba al compositor un motivo para experimentar
con el género del espanto desde el sonido mismo. Y su Grand Messe des morts,
escrita en 1837 a pedido del ministro del Interior de Francia para recordar a
los soldados fallecidos en la Revolución de julio de 1830, llevaba esa
experimentación hasta el verdadero abismo.
La relación entre el dolor y la redención; el pasaje por el
apocalipsis antes del descanso final, hace que el Réquiem se preste como ningún
otro texto eclesiástico a la conmemoración de la guerra. Más allá de las
razones, hay allí sufrimientos insondables que no oculta ni el más feliz de los
finales.. Eventualmente, el desafío que implica su complejísimo montaje, dado
el gigantismo de un instrumental digno del apocalipsis y el juicio final al que
refieren sus palabras, se convierte, también, en una gesta.. Y, también, para
vivir una experiencia estética trascendente. Sin golpes bajos ni demagogia
alguna, apenas con la formidable escritura de una de las obras más geniales de
la historia musical, se unió sentido a belleza con las armas más genuinas.
Las fuerzas demandadas por Berlioz son inmensas: cuatro flautas,
dos oboes y dos cornos ingleses (oboes graves), cuatro clarinetes y ocho fagots;
doce cornos, cuatro cornetas a pistones y cuatro tubas, dieciséis timbales y
diez pares de platillos; cuerdas completas (y con no menos de 25 primeros y 25
segundos violines) más un coro de más de 200 cantantes y cuatro grupos de
bronces que debían situarse en las cuatro esquinas del interior de la iglesia.
El efecto de tamaño dispositivo es paralizante. El compositor sabía con
precisión lo que hacía y su manejo de la instrumentación como un drama, lleno
de suspensos y, también, de clímax inimaginables, es magistral.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/3-24785-2012-04-03. html
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