miércoles, 15 de octubre de 2014

El poeta - Antonio Machado

Maldiciendo su destino
como Glauco, el dios marino,
mira, turbia la pupila de llanto, el mar,
que le debe su blanca virgen Scyla.

Él sabe que un Dios más fuerte
con la sustancia inmortal
está jugando a la muerte,
cual niño bárbaro. Él piensa
que ha de caer como rama
que sobre las aguas flota,
antes de perderse, gota de mar,
 en la mar inmensa.

En sueños oyó el acento
de una palabra divina;
en sueños se le ha mostrado
la cruda ley diamantina,
sin odio ni amor, y el frío
soplo del olvido sabe
sobre un arenal de hastío.

Bajo las palmeras del oasis
el agua buena miró brotar de la arena;
y se abrevó entre las dulces gacelas,
y entre los fieros animales carniceros...

Y supo cuánto es la vida
hecha de sed y dolor.
Y fue compasivo para
el ciervo y el cazador,
para el ladrón y el robado,
para el pájaro azorado,
para el sanguinario azor.

Con el sabio amargo dijo:
Vanidad de vanidades,
todo es negra vanidad;
y oyó otra voz que clamaba,
 alma de sus soledades:
sólo eres tú, luz que fulges
 en el corazón, verdad.

Y viendo cómo lucían
miles de blancas estrellas,
pensaba que todas ellas
en su corazón ardían.
¡Noche de amor!

Y otra noche
sintió la mala tristeza
que enturbia la pura llama,
y el corazón que bosteza,
y el histrión que declama

Y dijo: Las galerías
del alma que espera están
desiertas, mudas, vacías:
las blancas sombras se van.

Y el demonio de los sueños
abrió el jardín encantado
de ayer. ¡Cuán bello era!
¡Qué hermosamente el pasado
fingía la primavera,
cuando del árbol de otoño
estaba el fruto colgado,
mísero fruto podrido,
que en el hueco acibarado
guarda el gusano escondido!

¡Alma, que en vano quisiste
ser más joven cada día,
arranca tu flor, la humilde
flor de la melancolía!


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