Concierto de
la Orquesta Sinfónica de Santa Fe – 03/10/2014
El Op.15 de
Brahms (concierto para piano nº1)
Quiero
empezar con el Op.15 de
Brahms, el concierto para piano nº1 en re menor, ya que desde que lo escuchara
por primera vez en una impetuosísima versión con Barenboim y Sir John
Barbirolli, se convirtió en una de las piezas que más me turbaron y me
incitaron a seguir explorando en el repertorio. Recuerdo el gran impacto que me
causaba el inicio del concierto, tan oscuro, tan dramático que me sobrecogía,
después el movimiento lento, como un oasis de calma lleno de lirismo y
melancolía, para volver a desatarse en el último movimiento, que es como una
danza frenética e impetuosa.
El
Concierto para Piano Número 1 fue compuesto entre 1854 y 1858. Brahms fue el
solista del estreno, que dirigió Joseph Joachim en Hanover, el 22 de enero de 18 59.
Se puede afirmar que la emocionalidad del concierto es su rasgo más
interesante, porque fue el último trabajo de la etapa temprana y apasionada de
Brahms. Nunca más permitió él que su espíritu romántico se expresara con tanta
libertad.
Johannes
Brahms tenía recién 20 años cuando por primera vez le mostró algunas de sus
composiciones a Robert Schumann. Este se sintió tan impresionado que salió de
su retiro como crítico musical para escribir un artículo especial en alabanza
de Brahms. En su crítica profetizaba que el joven compositor “revelaría su
maestría no por el desarrollo gradual sino que brotaría como una fuente, así
como salió Minerva, completamente armada, de la cabeza de Júpiter… “.
Era una
gran alabanza para un compositor joven que no había escrito más que música de
cámara y algunas obras para piano. Brahms súbitamente se encontró empujado
frente al mundo musical, teniendo que mantener una reputación. Sintió que tenía
la obligación de intentar componer una sinfonía, y así se lo escribió a
Schumann en enero de 1854: “He estado entrenando mi mano en una sinfonía el
pasado verano e incluso he orquestado el primer movimiento y compuesto el
segundo y el tercero.”
Al mes
siguiente, Schumann, que padecía de una enfermedad mental, se arrojó al Rhin.
Fue rescatado, pero debió pasar los dos años y medio restantes de su vida en un
manicomio. Brahms quedó desolado. Se mudó a la casa de Schumann para tratar de
ayudar a cuidar a Clara Schumann y sus hijos. Desarrolló un profundo
sentimiento respecto de Clara, de la que se enamoró, pero quien al mismo tiempo
representaba para él también una figura maternal. Continuó trabajando en su
sinfonía e hizo un retrato musical de Clara en el movimiento lento.
Brahms
recibió ayuda de su amigo Julius Grimm para la orquestación. Sin embargo, el
compositor no estaba satisfecho. Sentía que todavía no estaba preparado para
intentar una forma tan monumental como la sinfonía. Su verdadera primera
sinfonía no habría de quedar concluida hasta 22 años más tarde. Modificó la
sinfonía inicial y parcialmente terminada y la convirtió en una sonata para dos
pianos, que interpretó con Clara. También se la escuchó interpretar junto con
Grímm. Pero todavía se sentía insatisfecho. Grimm le sugirió combinar sus dos
ideas y hacer un concierto para piano. La idea parecía posible y el compositor
se puso a trabajar nuevamente en la revisión. Volvió a escribir los primeros
dos movimientos para piano y orquesta, pero sustituyó el tercer movimiento con
un final nuevo. El movimiento desechado finalmente se convirtió en el coro de
“Ved toda la carne” del Réquiem Alemán.
Para la
primavera de 1858 el concierto estaba casi listo. Brahms tuvo oportunidad de
probarlo en un ensayo. Introdujo otras modificaciones. Seguía sin estar
totalmente conforme y dudó en presentarlo ante el público, pero finalmente se
decidió a seguir adelante con dos presentaciones programadas para enero de
1859. En el estreno, dirigido por Joseph Joachim, la audiencia escuchó
cortésmente, pero con poca comprensión o apreciación. Cinco días más tarde
Brahms lo ejecutó en Leipzig y le escribió a Joachim sobre su fracaso:
“Mi
concierto ha sido un brillante y decisivo… fracaso… El primer ensayo no
despertó ningún tipo de sentimiento ni en los ejecutantes ni en la audiencia.
Al segundo no acudió público alguno y a ningún ejecutante se le movió siquiera
un músculo de la cara… Por la noche… el primero y segundo movimientos se
escucharon sin que surgiera la menor demostración de sentimiento. Al final tres
pares de manos se unieron muy lentamente, en tanto que un silbido perfectamente
reconocible de ambos lados prohibió cualquier otro tipo de demostración… Este
fracaso no me impresionó en absoluto. Después de todo, sólo estoy
experimentando y sintiendo mí forma. De todos modos, el silbido fue demasiado.
A pesar de todo, el concierto hallará aprobación cuando yo haya mejorado su
estructura corporal y el próximo va a sonar muy diferente.”
El
carácter turbulento y dramático de la pieza resulta evidente de inmediato. El
vigoroso motivo de la apertura, aunque está ausente durante gran parte del
primer movimiento, hechiza incluso los temas secundarios más líricos, de modo
que no podemos estar muy convencidos de la aparente paz. Durante la mayor parte
de la exposición, el piano y la orquesta tienen temas separados. El proceso del
desarrollo es en parte el proceso de la integración. El segundo tema es
particularmente bello y se lo escucha primero solo en piano. Aunque este vasto
movimiento atraviesa muchos estados de ánimo, su pasión meditativa y subyacente
se experimenta a lo largo de toda su extensión.
El
segundo movimiento intenta, mediante su suavidad expansiva, disipar la
intensidad del primero. Pero queda una corriente subterránea de tensión
recordada, porque el movimiento lento está moldeado en la métrica del
movimiento de apertura (6/4) y la clave (Re mayor como opuesta a Re menor,
aunque el primer movimiento dedica largo tiempo a la clave mayor justo antes
del final). El ritmo constante sugiere un himno.
El final
es un rondó gitano húngaro, con varios temas, dos cadencias y un fugato de
desarrollo. En la coda se produce una transformación del tema principal en
marcha lenta en modo mayor.
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