Entre todas las obras mayores de Brahms, el Concierto para violín es la que muestra más acabadamente la reconciliación de las dos faces opuestas de su mente creadora: la lírica y la constructiva, Brahms el compositor de canciones y el sinfonista. Este concierto -como mejor que ninguno acierta a decir Hubert Foss- es "una canción para violín a escala sinfónica" y se ubica junto a las obras de idéntica forma de Beethoven y Mendelssohn, como uno de los más grandes conciertos para violín del siglo XIX.
Con la excepción de Joseph Joachim, los músicos de la época de Brahms lejos hubiesen estado de coincidir con los conceptos de Foss. Para sus primeros intérpretes, presentaba insalvables dificultades técnicas que hicieron apuntar al gran director Hans von Bullow, que no se trataba de un concierto para violín, sino en contra de tal instrumento. Juicio que, según Tovey, otro gran músico, el violinista Bronislaw Huberman -virtuoso soberano del dorado período entre las dos guerras mundiales- se encargó de corregir con fortuna igualmente escasa: "El Concierto de Brahms, ni es contra el violín, ni es un concierto para violín y orquesta. Es para violín contra orquesta. . . y gana aquel".
Lo cierto es que el Concierto en Re mayor, si bien erizado de dificultades, se caracteriza por un notable sentido del balance entre solo y tutti. Brahms compuso la mayor parte de la partitura en 1878, durante el segundo de los tres veranos pasados en Portschach, aldea vecina a la frontera italiana, en las montañas de Carinthia, junto al lago de Wörther. El año anterior había escrito allí su Segunda Sinfonía, que comparte con el concierto la misma radiante fisonomía y la misma tonalidad y ese verano, dejó de lado el Segundo Concierto para piano para trabajar en el de violín.
Había planeado cuatro movimientos, tal como hizo con el Concierto en Si bemol, pero a sugerencia de su amigo Joachim, descartó los dos centrales para sustituirlos por el actual Adagio, incluyendo el Scherzo primitivamente esbozado en el Segundo Concierto.
Finalizada la obra, puso la parte de violín en manos del famoso virtuoso, con el objeto de que ésta se ajustara a las posibilidades técnicas del instrumento, consulta que corrientemente hacen los compositores cuando ellos mismos no son ejecutantes. Con la mayor modestia, adjunto a la música la siguiente nota: "Por supuesto, es mi deseo que corrija la partitura sin miramientos por la calidad del conjunto y si no la encuentra aceptable al ejecutarla, me lo diga. Le agradeceré me indique los pasajes difíciles, embarazosos o imposibles de interpretar". Fue un raro gesto por parte del músico, índice de la confianza que le inspiraba el juicio del artista. No obstante, luego de recibir de vuelta la partitura con las indicaciones marginales de Joachim, no parece haberlas tomado muy en serio. La reacción de Brahms se asemejó a las de Beethoven cuando, refiriéndose a las limitaciones técnicas de los instrumentistas, exclamaba: "¡Los ignoro a Uds. . . violinistas cuando me siento poseído por el espíritu!"
Karl Geiringer, quien estudió el manuscrito con las posibles enmiendas de Joachim, en la Biblioteca del Estado Prusiano, señala en su biografía del compositor que "el resultado de todas las sugestiones del gran violinista, dirigidas en su mayoría a excluir excesivas dificultades de la parte solista, es poco apreciable".
Cualquiera hubiese sido la íntima opinión de Joachim sobre el producto final, lo cierto es que se constituyó en su más rendido defensor. Al respecto, luego del estreno del Concierto en Leipzig, el 1º de enero de 1879, escribía el crítico musical del Leipziger Nachrichten: "Joachim tocó con un amor y devoción que demostraron en cada compás la participación directa o indirecta que tuvo en la obra".
Max Kalbeck, que luego escribiría un estudio de la obra de Brahms en ocho volúmenes, ha dejado una divertida anécdota de la premiere del Concierto en Re. Al parecer, el compositor y director en la ocasión llegó tarde, muy tarde para cambiar sus ropas de calle por el frac de rigor. Se vio obligado a subir al podio con sus pantalones grises de diario a los que, para peor, se había olvidado de sujetar con tiradores. La Providencia mantuvo sus pantalones en alto, pero sus agitados movimientos de brazos llevaron a su camisa a una desacostumbrada prominencia, "y este chisme como para desatar la carcajada no estaba calculado para levantar nuestro ánimo".
De los tres movimientos que en definitiva componen la obra, el primero comienza por evitar el tradicional patrón de la doble exposición. Cuando llega su turno, luego de unos cien compases de introducción, el solista se hace presente con un diseño virtuosístico que, contrariamente a lo que era de esperarse, no está basado en el tema principal. Recién posteriormente se aproxima a éste, elaborándolo aún más que lo que la orquesta lo había hecho al comienzo. La manera en que el violín acaricia los contornos melódicos de los varios motivos cantables, es, como bien lo subrayara Lawrence Gilman, "inolvidable". Para este registro, David Oistrach ha elegido la brillante cadenza de Joachim, la más usada por otra parte, aunque no faltan otras.
Según Max Bruch, la trémula melodía del oboe en el Adagio central, deriva de una canción folklórica bohemia. Sea como sea, Brahms le saca sorprendente partido. El segundo tema, anunciado por el violín, está bordado en exquisito diseño. "Aún pese al amplio rango de tonalidades y contrastes por el que hemos pasado -confiesa, admirado, Sir Donald Francis Tovey- no podemos disipar la impresión de que todo el movimiento es una sola melodía ininterrumpida".
Como muchos movimientos brahmsianos, el virtuosístico final posee cierto sabor hungáríco, si bien su ritmo no es rígidamente magyar. El violín solista propone al principio el viable tema de rondó en terceras y se presentan luego dos motivos episódicos, uno bullicioso y el otro gentil y encantador y, además, ceñido al compás de 3/4. Aquí la cadenza, a diferencia de la anterior, está cuidadosamente escrita, más aún, es acompañada o intenta serlo ya que la orquesta insinúa al solista la impaciencia del tema principal por regresar, lo que éste hace bien pronto en una ardorosa peroración con apariencia de marcha.
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