Capricho español, op. 34, de Nikolai Rimski-Korsakov
Seguramente resulta injusto que la figura de Anfrei Nikolaievich
Rimski-Korsakov nos sea familiar casi exclusivamente en base a este Capricho
español y a lasuite Scherezade.
Ambas obras datan del mismo año (1885), época en la que Rimski trabajaba como
director adjunto de Balakirev en la capilla imperial de San Petersburgo. Para
entonces ya había completado y estrenado tres óperas propias: Iván
el Terrible, Una noche de mayo y Snegurochka (además,
se había ocupado de completar y editar diversas composiciones de Glinka y
Mussorgski y pronto lo haría con las que Borodin había dejado inconclusas). En
el terreno sinfónico, Rimski llevaba compuestas tres grandes sinfonías,
una Sinfonietta, el Concierto
para piano, la Fantasía
sobre temas rusos y también se había estrenado con fortuna
en la música de cámara.
Es harto conocido el motivo de inspiración que tuvo Rimski para
componer el Capricho español. Cuando en 1862 finalizó sus
estudios navales permaneció embarcado en un buque escuela durante tres años,
visitando las costas de Escandinavia, Inglaterra, América y el Mediterráneo. En
el transcurso de aquellos viajes el músico escuchó y anotó gran cantidad decanciones
populares. La elaboración de este material no se hizo, por supuesto,
según unos postulados de investigación científica, sino que más bien podemos
decir que Rimski se sirvió del “aroma” exótico de ritmos y giros populares
para, a partir de una cita muy localizada, construir fantásticos monumentos de
orfebrería sonora. Hay en esta música, por otra parte, una considerable carga
de refinada sofisticación en el manejo de los timbres, que para algún
comentarista llega incluso a prefigurar el futuro impresionismo. No es fácil,
sin embargo, extraer de una partitura como la del Capricho
español una imagen trascendente de las
considerables aportaciones que hizo Rimski al desarrollo de la armonía: por
ejemplo, en la Snegurochka emplea la superposición de dos acordes
de quinta aumentada, lo que le lleva a establecer las seis notas de la escala
de tonos incluso antes de que lo hiciera Debussy. Por no hablar de las
modulaciones que anuncian ya a Shostakovich, en la obertura de La
ciudad invisible de Kiteg, o del empleo de múltiples acordes
aumentados, en El inmortal Katschei. Todo ello no se hace
presente en la colorista paleta sonora del Capricho español, un excelente ejemplo de aquello
que Kant denominara “artes del bello juego de las sensaciones”.
Artículo extraído del libro de Gonzalo Badenes “Programa en Mano”
editado por Rivera Editores.
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