Destrucción
Atribución del incendio a Julio César
Suele afirmarse, equivocadamente, que el primero de todos los ataques contra la Biblioteca de Alejandría fue el perpetrado por los romanos: Julio César, en persecución de Pompeyo, derrotado en Farsalia, arribó a Egipto para encontrarse con que su antiguo compañero y yerno había sido asesinado por orden de Potino, el visir del rey Ptolomeo XIII Filópator, para congraciarse con su persona. Egipto padecía una guerra civil por la sucesión del trono, y pronto César se inclinó a favor de la hermana del rey, Cleopatra VII. Consciente de que no podría derrotar a Roma, pero sí a César, y ganarse la gratitud de sus rivales en el Senado, Potino le declaró la guerra. El 9 de noviembre del 48 adC, las tropas egipcias, comandadas por un general mercenario de nombre Aquila, asediaron a César en el palacio real de la ciudad e intentaron capturar las naves romanas en el puerto. En medio de los combates, teas incendiarias fueron lanzadas por orden de César contra la flota egipcia, reduciéndola a las llamas en pocas horas.
Por algunas fuentes clásicas puede parecer que este incendio se habría extendido hasta los depósitos de libros de la Gran Biblioteca, cercanos al puerto. Séneca confirma en su De tranquilitate animi la pérdida de 40.000 rollos en este desafortunado incidente (“quadraginta milia librorum Alexandriae arserunt”), citando su fuente, el perdido libro CXII de Tito Livio, quien fue contemporáneo del desastre. Paulo Orosio reitera en pleno siglo V esta cifra en su Historiarum adversum paganos: “...al invadir las llamas parte de la ciudad consumieron cuarenta mil libros depositados por casualidad en los edificios...” Dión Casio alude a la destrucción de los almacenes (apothekai) del puerto, algunos de los cuales contenían rollos. Por su parte, Plutarco de Queronea es el primero en mencionar de modo explícito la extensión del fuego a la gran Biblioteca de Alejandría como si hubiera quedado reducida a cenizas para siempre, y no sólo un descalabro parcial. Sin embargo, tajante afirmación de Plutarco acerca del incendio de la Biblioteca parece tener origen en un error filológico, provocado por el cambio de significado de término griego bibliotheke a finales del siglo I y principios del II. La palabra perdió su connotación de “biblioteca” para significar “colección de libros” (como la “Biblioteca Histórica” de Diodoro Sículo). Entretanto, “biblioteca” se designaría como apothekai tôn bibliôn(literalmente: almacén de libros), y el diferente significado atribuido a estos términos habría dado lugar a la confusión. Aulo Gelio , y el muy posterior Amiano Marcelino aportan una información similar a la anterior, siendo víctimas del mismo error de significado, probablemente repetido por la ignorancia o la credulidad de sus contemporáneos.
Se pueda afirmar sin duda alguna que la Gran Biblioteca alejandrina y sus tesoros no resultaron destruidos en el incendio del año 48 adC. Los famosos 400.000 tomos que habrían ardido fueron en realidad 40.000, depositados en almacenes del puerto, probablemente en espera de ser catalogados para la Biblioteca, o para su exportación a Roma, tal como indican el Bellum Alexadrinum, Séneca y Dión Casio.
Supervivencia de la Biblioteca
Después del desastroso incendio, la muerte de César y del ascenso de Augusto, Cleopatra VII se refugió en la ciudad de Tarso (en la actual Turquía) junto con Marco Antonio. Fue entonces cuando el triunvito le ofreció los 200.000 manuscritos traídos desde la biblioteca de Pérgamo (en Asia Menor), que Cleopatra depositó en la biblioteca como compensación por cualquier posible pérdida.
La existencia de la Biblioteca tras su supuesta destrucción queda confirmada por una inscripción hallada a principios del siglo XX, dedicada a Tiberio Claudio Balbilo. Como se apunta en Handbuch der Bibliothekswissenschaft (Georg Leyh, Wiesbaden 1955), Balbilus desempeñaba un cargo “supra Museum et ab Alexandrina bibliotheca” combinando la dirección del Museo y las bibliotecas como si de una academia se tratara.
Cayo Suetonio Tranquilo tampoco dice nada de la destrucción de la Gran Biblioteca. Es más, en su biografía de Claudio refiere que el Emperador, tras escribir en griego una historia de los etruscos y otra sobre los cartagineses (hoy perdidas), quiso celebrar la escritura de estos libros y creó un anexo del Museo:
“…añadió al antiguo Museo de Alejandría otro nuevo que llevaba su nombre y se estableció que todos los años, en determinados días, se habría leer en las salas públicas de recitación, en uno de los museos, la historia de los etruscos, y la de los cartagineses en el otro, ambas, y cambiando de lector a cada libro...
Vidas de los Doce Césares, Vida de Claudio, 42
. Ello da a entender de manera más que manifiesta que el viejo Museo seguía existiendo y en pleno funcionamiento. El mismo Suetonio, al narrar la vida de Domiciano, indica que mandó restaurar con grandes gastos bibliotecas incendiadas a lo largo y ancho del Imperio, haciendo buscar por todas partes nuevos ejemplares de las obras perdidas, y "envió a Alejandría una misión para sacar esmeradas copias o corregir los textos" . Un tercer testimonio es el de Ateneo de Naúcratis (c. 200) que escribió detalladamente en suDeipnosophistae sobre la riqueza de Ptolomeo II, y el número y poderío de sus flotas. Pero al llegar al Museo y a la Gran Biblioteca, dice:
“¿Para qué referirse a los libros, al establecimiento de las bibliotecas y las colecciones en el Museo, cuando están en la memoria de todo hombre?”
Los desastres de los siglos III y IV
Sin embargo, a finales del siglo II y a lo largo del III, una serie de desastres se abatieron sobre la antigua capital de los Ptolomeos: en primer lugar, la llamada Guerra Bucólica (172-5), que se extendió hasta Alejandría; a ésta siguieron la rebelión de los usurpadores Avidio Casio (175) y Pescenio Níger (193-4); el brutal saco de Alejandría por capricho de Caracalla (215); la pléyade de tumultos y revueltas civiles y militares que hubo durante la Anarquía Militar a raíz de la crisis económica y la aplastante presión fiscal; los ataques de los blemmíes… La ciudad fue destrozada por Valeriano (253); de nuevo en 269, cuando se dio la desastrosa conquista de la ciudad por Zenobia, reina de Palmira; y en el 273, cuando Aureliano, al reconquistarla para los romanos, saqueó y destruyó completamente el Bruchión, desastre al que no pudieron sobrevivir ni el Museo ni la Biblioteca. Se dice que en aquella ocasión los sabios griegos se refugiaron en el Serapeo, que nunca sufrió con tales desastres, y otros emigraron a Bizancio. Finalmente, en 297 la revuelta del usurpador Lucio Domicio Domiciano acabó con Alejandría tomada y saqueada por las tropas de Diocleciano, tras un asedio de ocho meses (victoria conmemorada por el llamado “Pilar de Pompeyo”). Se dice que tras la capitulación de la ciudad, Diocleciano ordenó que la carnicería continuara hasta que la sangre llegara a las rodillas de su caballo. La accidental caída de éste libró a los alejandrinos de la muerte, y para conmemorar el hecho erigieron una estatua al caballo. Diocleciano ordenó asimismo quemar millares de libros relacionados con la alquimia y las ciencias herméticas, para evitar que alguien pusiera en peligro la estabilidad monetaria que a duras penas se había conseguido restaurar.
En 330, con la fundación de la nueva capital imperial, Constantinopla, es probable que parte del contenido del Serapeum fuera incautado por las autoridades imperiales y trasladado a la Nueva Roma.
Para colmo, entre 320 y 1303 hubo 23 terremotos en Alejandría. El del 21 de julio de 365 fue particularmente devastador. Según las fuentes, hubo 50.000 muertos en Alejandría, y el equipo de Franck Goddio del Institut Européen d´ Archéologie Sous-Marine, ha encontrado en el fondo de las aguas del puerto cientos de objetos y pedazos de columnas que demuestran que al menos el veinte por ciento de la ciudad de los ptolomeos se hundió en las aguas, incluyendo el Bruchión, supuesto enclave de la Biblioteca.
Los cristianos
A finales del siglo IV, el emperador Teodosio el Grande, en respuesta a una petición del patriarca de Alejandría, envió una sentencia de destrucción contra el paganismo en Egipto: en el año 391, el patriarcaTeófilo de Alejandría demolió el Serapeo al frente de una muchedumbre fanática y sobre sus restos se edificó un templo cristiano. Parece que es en este momento cuando la Biblioteca-hija del Serapeo fue saqueada y desperdigada o destruida. El sucesor de Teófilo, su sobrino Cirilo, se dedicó a eliminar a los filósofos, entre los que se encontraba la última directora de la Academia, Hipatia; su asesinato en el 412 marca el fin de la filosofía y la enseñanza neoplatónica en todo el Imperio romano.
Aunque el Serapeum fuera destruido por órdenes de Teófilo, no hay un acuerdo entre los historiadores en torno a quiénes destruyeron los libros del Museo. Algunos creen que seguramente se salvaron buena parte de los libros de la biblioteca, toda vez que la destrucción era previsible. Pero en la colina donde estaba el templo de Serapis nunca se volvió a reconstruir la biblioteca. Cuatro años después de la muerte de Hipatia, en 416, el teólogo e historiador hispanorromano Paulo Orosio vio con mucha tristeza las ruinas de aquella ciudad que había sido magnífica y los restos de la biblioteca en la colina, confirmando que "sus armarios vacíos... fueron saqueados por hombres de nuestro tiempo".
Los árabes
En el siglo VI hubo en Alejandría luchas violentas entre monofisitas y melquitas y más tarde aún, en el 616 los persas de Cosroes II tomaron la ciudad. Alejandría seguía siendo, no obstante, una de las mayores metrópolis mediterráneas en el momento de la conquista musulmana, en 642, tras 14 meses de asedio. El historiador Eutiquio cita una carta escrita hacia el viernes de la luna nueva de Moharram del año vigésimo de la Hégira donde el comandante musulmán Amr ibn al-Ass, al entrar en la ciudad, se dirigió al segundo sucesor de Mahoma, al califa Umar ibn al-Jattab e hizo un inventario de lo encontrado en la ciudad de Alejandría: "4.000 palacios, 4.000 baños, 12.000 mercaderes de aceite, 12.000 jardineros, 40.000 judíos y 400 teatros y lugares de esparcimiento".
El cronista y pensador atristotélico Ibn al-Kifti, afirmó en sus páginas que Amr se entrevistó con el comentarista aristotélico Juan Filópono, quien le pidió tomar una decisión sobre el futuro de los libros de la Biblioteca debido a que las actividades de este lugar estaban momentáneamente suspendidas. Amr no se atrevió a responder, y prefirió enviar otra misiva al califa, pidiendo instrucciones. La epístola tardó más de treinta días en llegar a las manos del polémico Omar, quien estaba ocupado para ese entonces en sus conquistas y en la redacción escrita del Corán. Pasados treinta días más, Amr recibió la respuesta través de un mensajero y leyó, no sin pesadumbre, a Filópono la decisión de Omar:
“Con relación a los libros que mencionas, aquí está mi respuesta. Si los libros contienen la misma doctrina del Corán, no sirven para nada porque repiten; si los libros no están de acuerdo con la doctrina del Corán, no tiene caso conservarlos”.
Amr lamentó este criterio, pero fue obediente, según el historiador Abd al-Latif, y no vaciló en cumplir la orden recibida, con lo que la biblioteca de Alejandría fue incendiada y totalmente destruida. Añade Ibn al-Kifti que los papiros sirvieron como combustible para los baños públicos por espacio de seis meses.
No obstante, hay historiadores que consideran espurios estos datos por dos razones:
1. No hay ningún testigo coetáneo de los hechos. Abd al-Latif e Ibn al-Kifti vivieron entre los siglos XII y XIII, es decir, al menos seis y siete siglos posteriores al acto.
2. Juan Filópono no pudo conversar con Amr, porque vivió en el siglo VI y no en el VII.
Algunos, como Bernard Lewis, sostienen que esta historia es falsa de principio a fin.
En cualquier caso, ninguno de los restantes reductos de la cultura helénica que aún atesoraba la antigua ciudad de los lágidas sobrevivió a la ocupación árabe. Si acusar a los árabes como únicos responsables de la destrucción de la Gran Biblioteca es un error, el exculparlos lo es igualmente. No se puede descartar la responsabilidad de los sarracenos, ya que Cartago, Cesarea de Palestina, Leptis Magna y otras grandes metrópolis romanas que aún subsitían en el siglo VII fueron arrasadas durante la expansión del Islam. La biblioteca de Cesarea, que contenía la mayor colección de obras cristianas del Imperio, desapareció sin que se sepa su destino, y seguramente fue destruida.
Con respecto a Alejandría, en 645 la ciudad abrió sus puertas a una expedición romana de auxilio, pero al año siguiente cayó nuevamente en manos musulmanas. A partir de entonces la importancia y población de la ciudad cayeron en picado, en beneficio de la nueva capital de los conquistadores Fustat (El Cairo).
Curiosidades y anécdotas
En la literatura apócrifa judía existe un libro que lleva el título de Cartas de Aristeas a su hermano Filócrates, que se supone escrito entre los años 127 a 118 adC. En esta obra se narra un hecho histórico: En el reinado de Ptolomeo II (285-247 adC) trabajaba en el Museo un bibliotecario llamado Demetrio de Falero (o Falerio), un entusiasta de la biblioteca que luchó toda su vida por su engrandecimiento. Demetrio rogó al rey que pidiera por medios diplomáticos a la ciudad de Jerusalén el libro de la Ley judía y que también hiciera venir a Alejandría a unos cuantos traductores para traducir al griego los cinco volúmenes de dicho texto hebreo de la Torá (llamado después de la traducción Pentateuco, en griego), es decir los cinco primeros libros del Antiguo Testamento. Eleazar, el sacerdote de Jerusalén, envió a Alejandría a 72 sabios traductores que se recluyeron en la isla de Faros (frente a Alejandría) para hacer el trabajo, se dice que en 72 días. Se considera que esta fue la primera traducción de la historia, a la que se llamó Septuaginta o Biblia de los Setenta o de los LXX, porque redondearon el número de 72 traductores a 70.
En otra ocasión, Demetrio de Falero (que además era un gran viajero), estando en Grecia, convenció a los atenienses para que enviasen a Alejandría los manuscritos de Esquilo (que estaban depositados en el archivo del teatro de Dionisos, en la ciudad de Atenas), para ser copiados. Cuando se hacía una petición como ésta, la costumbre era depositar una elevada cantidad de dinero hasta la devolución de los textos. Los manuscritos llegaron al Museo, se hicieron las copias correctamente, pero no volvieron a su lugar de origen, sino que lo que se devolvió fueron las copias realizadas en la biblioteca. De esta manera Ptolomeo Filadelfo perdió la gran suma del depósito cedido, pero prefirió quedarse para su biblioteca el tesoro que suponían los manuscritos.
En el Concilio de Nicea (año 325) se decidió que la fecha para la Pascua de la Resurrección fuera calculada en Alejandría, pues por aquel entonces el Museo de esta ciudad era considerado como el centro astronómico más importante. Después de muchos estudios resultó una labor imposible; los conocimientos para poderlo llevar a cabo no eran todavía suficientes. El principal problema era la diferencia de días, llamada spacta, entre el año solar y el año lunar además de la diferencia que había entre el año astronómico y el año del calendario juliano, que era el que estaba en uso.
La biblioteca completa del filósofo Aristóteles, su obra y sus libros se custodiaban en este lugar. Algunos autores creen que la compró Ptolomeo II. Todo se perdió. Había también veinte versiones diferentes de la Odisea, la obra La esfera y el movimiento de Autólico de Pitano, Los Elementos de Hipócrates de Quíos y tantas obras de las que no se conserva más que el nombre y el recuerdo.
En Alejandría las copias se hacían siempre en papiro y además se exportaba este material a diversas regiones. La ciudad de Pérgamo era una de las que más utilizaba el papiro, hasta que los reyes de Egipto decidieron no exportar más para tener ellos en exclusiva dicho material para sus copias. En Pérgamo empezaron a utilizar entonces el pergamino, conocido desde muchos siglos atrás, pero que se había sustituido por el papiro por ser este último más barato y fácil de conseguir.
Los papiros jamás se plegaban: se enrollaban. Las primeras obras se presentaban en rollos (volumen en latín). Cada volumen estaba formado por hojas de papiro unidas unas a otras formando una banda que se enrollaba sobre un cilindro de madera. Los textos estaban escritos en columnas, en idioma griego o demótico, con tinta amarilla diluida en mirra. Los escribas utilizaban un solo lado y escribían con una caña afilada, el cálamo. Los rollos etiquetados, estaban colocados en cajas que se depositaban en el interior de armarios murales (armaria), ordenados por materias: textos literarios, filosóficos, científicos y técnicos. Posteriormente, se hizo según el orden alfabético de los nombres de autores.
http://www.letraherido.com/21030301antiguaalejandria.htm