La palabra equinoccio
proviene del latínaequinoctiumde dondeaequussignifica igual ynoctiumnoche, indicando que el día del
equinoccio la noche y el día tienen igual duración.
Este
fenómeno ocurre dos veces al año cuando el paralelo de declinación del Sol se
encuentra sobre el plano del Ecuador terrestre y la luz solar incide igual en
todo el planeta, ya que la distancia hacia los Polos es la misma.
Provocando que el día y la noche tengan igual
duración en todo el planeta, hecho que ocurre anualmente el 20 o 21 de marzo y
el 22 o 23 de septiembre, respectivamente.
El
Sol en su movimiento aparente por la eclíptica la cruza y pasa de Sur a Norte
respecto al plano ecuatorial, marcando el inicio de la Primavera en el
Hemisferio Norte y al Otoño en el Hemisferio Sur.
El
equinoccio de primavera, comienza cuando el Sol pasa por el grado 0 de Aries,
llamado también Punto Vernal y cuando pasa por el grado 0 de Libra es el
equinoccio de otoño en el Hemisferio Norte. En el Hemisferio Sur es al
contrario.
Los
equinoccios y los solsticios marcan los cambios de estación anualmente, siendo
estos contrarios en los Hemisferios de la Tierra.
SOLSTICIO
La palabra solsticio
proviene del latínsolstitium,solsde sol ystatumosistereque significa quieto, detenido, de
donde solsticio significa sol quieto. Los solsticios están provocados por la
inclinación del eje de la Tierra sobre el plano de su órbita.
Este
fenómeno ocurre dos veces al año, cuando el Sol, visto desde la Tierra, se mueve
hacia el Norte originando el Solsticio de Verano y cuando se desplaza hacia el
Sur originando el Solsticio de Invierno. En el Hemisferio Sur es al contrario.
Durante
los solsticios se producen la mayor o menor altura aparente del Sol en el cielo
y la duración del día y la noche son las máximas del año.
El
solsticio de verano marcan el día más largo y la noche más corta del año en el
Hemisferio Norte, ya que en este día el Sol alcanza su mayor altura aparente y
su máxima declinación Norte con respecto al plano del Ecuador terrestre sobre
el Trópico de Cáncer, pasando por el grado 0 de Cáncer, aproximadamente el 20 0
21 de junio.
Durante
el solsticio de invierno es la noche más larga del año con el día más corto en
el Hemisferio Norte, el Sol alcanza su máxima declinación Sur sobre el Trópico
de Capricornio aproximadamente el 20 o 21 de diciembre, pasando por el grado 0
de Capricornio.
http://www.gemamatias.com/info_i.php?n=i21
‘Parábolas (I)’ - Antonio Machado
Era un niño que soñaba
un caballo de cartón.
Abrió los ojos el niño
y el caballito no vio.
Con un caballito blanco
el niño volvió a soñar;
y por la crin lo cogía…
¡Ahora no te escaparás!
Apenas lo hubo cogido,
el niño se despertó.
Tenía el puño cerrado.
¡El caballito voló!
Quedóse el niño muy serio
pensando que no es verdad
un caballito soñado.
Y ya no volvió a soñar.
Pero el niño se hizo mozo
y el mozo tuvo un amor,
y a su amada le decía:
¿Tú eres de verdad o no?
Cuando el mozo se hizo viejo
pensaba: Todo es soñar,
el caballito soñado
y el caballo de verdad.
Y cuando vino la muerte,
el viejo a su corazón
preguntaba: ¿Tú eres sueño?
¡Quién sabe si despertó!
Dédalo era el arquitecto, artesano e inventor muy hábil que
vivía en Atenas. Aprendió su arte de la misma diosa Atenea. Era famoso por
construir el laberinto de Creta e inventar naves que navegaban bajo el mar. Se
casó con una mujer de Creta, Ariadna y tuvo dos hijos llamados Ícaro y Yápige.
Su sobrino Talos era su discípulo, gozaba del don de la
creación, era la clase de hijo con que Dédalo soñaba. Pero pronto resultó mas
inteligente que el mismo Dédalo, porque con solo doce años de edad invento la
sierra, inspirándose en la espina de los peces; sintió mucha envidia de él tras
compararlo con su hijo.
Una noche subieron el tejado y desde allí; divisando Atenas,
veían las aves e imaginaban distintos mecanismos para volar. Ícaro se marchó cansado,
y después de engañar Dédalo a Talos, lo mató empujándole desde lo alto del
tejado de la Acrópolis.
Al darse cuenta del gran error que había cometido, para evitar
ser castigado por los atenienses, huyeron a la isla de Creta, donde el rey
Minos los recibió muy amistosamente y les encargaron muchos trabajos.
El rey Minos, que había ofendido al rey Poseidón, recibió como
venganza que la reina Pasifae, su esposa, se enamorara de un toro. Fruto de
este amor nació el Minotauro, un monstruo mitad hombre y mitad toro.
Durante la estancia de Dédalo e Ícaro en Creta, el rey Minos les
reveló que tenía que encerrar al Minotauro. Para encerrarlo, Minos ordenó a
Dédalo construir un laberinto formado por muchísimos pasadizos dispuestos de
una forma tan complicada que era imposible encontrar la salida. Pero Minos,
para que nadie supiera como salir de él, encerró también a Dédalo y a su hijo
Ícaro.
Estuvieron allí encerrados durante mucho tiempo. Desesperados
por salir, se le ocurrió a Dédalo la idea de fabricar unas alas, con plumas de
pájaros y cera de abejas, con las que podrían escapar volando del laberinto de
Creta.
Antes de salir, Dédalo le advirtió a su hijo Ícaro que no volara
demasiado alto, porque si se acercaba al Sol, la cera de sus alas se derretiría
y tampoco demasiado bajo porque las alas se les mojarían, y se harían demasiado
pesadas para poder volar.
Empezaron el viaje y al principio Ícaro obedeció sus consejos,
volaba al lado suyo, pero después empezó a volar cada vez más alto y
olvidándose de los consejos de su padre, se acercó tanto al Sol que se derritió
la cera que sujetaba las plumas de sus alas, cayó al mar y se ahogó.
Dédalo recogió a su hijo y lo enterró en una pequeña isla que mas tarde recibió
el nombre de Icaria.
Después de la muerte de Ícaro, Dédalo llegó a la isla de
Sicilia, donde vivió hasta su muerte en la corte del rey Cócalo.
Llego al camino desde la nada
Tuve que saltar en mi coche
Y ser jinete en un juego de amor
Siguiendo las estrellas
No necesito ningún libro de sabiduría
No tengo ninguna charla de dinero
Ella tiene un tren que va al centro de la ciudad
Tiene un club en la luna
Y ella está diciendo todos sus secretos
En un globo maravilloso
Ella es el corazón de la diversión
Ella me hizo silbar su melodía privada
Y todo empieza donde termina
Y ella es toda mía, mi amiga mágica
Ella dice: Hola, tonto, te amo
Vamos únete al paseo de la alegría
Únete al paseo de la alegría
Ella es una flor, puedo pintarla
Ella es una niña del sol
Somos parte de esto juntos
No podría dar la vuelta y correr
No necesito que me digan mi fortuna
Para saber a dónde pertenece mi amor afortunado
Oh no.
Porque todo empieza otra vez cuando termina
Y nosotros somos todos amigos mágicos.
Ella dice: Hola, tonto, te amo
Vamos únete al paseo de la alegría
Únete al paseo de la alegría
Se un jinete de la alegría
Te llevo a un paseo por el cielo
Un sentimiento como si estuvieras hechizado
El sol es una dama
Quien te arrulla como a un bebé.
Ella dice: Hola, tonto, te amo
Vamos únete al paseo de la alegría
Únete al paseo de la alegría
El gran cañon del Colorado
Universo que habita la soledad del desierto,
grita a lo lejos el nombre de cada viajero
acogiéndolo en ecos de inmensidad,
Me perdí en el ardor de sus iris anaranjados,
y seguí con mis ojos la levedad de la ardilla
jugueteando y haciendo malabarismos
en la profundidad insondable de sus abismos.
El gran espíritu acampaba en sus montañas de fuego
y el río colorado bañaba su sagrada piel.
Mi alma era solo una pulga buscando la simbiosis
de cielo y cumbre, de pequeñez y grandeza,
me sentí una “Telma y Loise” sin coche que despeñar.
Olía a sangre que un día fluyó libre como potro salvaje.
Un “Siux” bajó de su vieja ranchera
descendiendo presto y preocupado la ladera,
interesándose por aquellos peregrinos
polvorientos, sedientos y asustados
a los que el autobús dejó tirados
en mitad del desierto de Arizona.
Alma noble y generosa
reflejo admirable de la grandeza de América,
y su corazón ancho, interesado por el viajero errante,
se añadió a la comitiva, quiso compartir la fiesta
de aquellas diminutas estrellas danzarinas
precipitándose en cascada por encima de sus cabezas,
como lluvia de brillante y fina harina.
No fue fácil retomar el rumbo,
no fue fácil abandonar la inmensidad,
hubiese sido muy fácil dejarse llevar por el corazón,
mimetizarse con la piedra roja
no volver nunca más a la civilización,
no recuperar nunca la cordura
y abandonarse a una nueva vida de aventura.
Gran Espíritu libre, Señor de la inmensidad
escucha hoy mi súplica y mi oración,
no dejes que mis sueños se conviertan en cenizas,
permíteme un día regresar
y a tu imagen y semejanza de águila soberana,
planear las montañas en aire de libertad .
A una vasta e incomparable soledad renombrada en el mundo entero acuden personas de todos los lugares de la tierra, todos con ánimo de admiración: un jeque árabe y su séquito que se conserva a respetuosa distancia; un grupo de estudiantes franceses con la mochila a la espalda; una octogenaria de San Francisco en su silla de ruedas; un famoso actor, que camina apartado de los demás en compañía de su hijo.
Viajeros de todos los Estados Unidos, de todos los países, peregrinan a este santuario que une en común emoción a gente de todas las razas y de todos los credos. Y es que el Gran Cañón del Colorado es una de las maravillas del mundo; ninguna la supera en magnitud, antigüedad ni esplendor. De cuantos espectáculos ofrece la Naturaleza, ninguno encierra igual virtud para apaciguar el corazón y elevar el alma.
Perdido en los apartados desiertos de la América del Norte; accesible únicamente tras largo rodeo en tren o en automóvil, atrae sin embargo a un crecido número de visitantes que acuden diariamente al lado sur. Oculta el Gran Cañón su imponente majestad hasta el último momento. El viajero recorre kilómetros de la imperceptible pendiente poblada de artemisas y más adelante de pinos. Al fin está cerca de la maravilla, pero aún no la divisa siquiera; unos pasos más, y queda al borde de la sima, sobrecogido ante su horror sublime.
Lo que contempla es la inmensidad; casi una nueva dimensión. En esta garganta de 1600 metros de profundidad y 16 kilómetros de longitud el abismo se hunde en precipicios más hondos aún que desaparecen en una noche de profundidad como la del océano. Surgen aquí en silencioso tumulto los colores: rojos de rescoldo; púrpuras sombríos, vestigios de un ayer abismal; pálidos amarillos de dunas y playas de mares hace siglos extinguidos. Allá en lo más hondo, sobre el rápido espejear del río, se alzan adustas rocas negras que los geólogos llaman arqueozoicas, las más antiguas que conoce la ciencia.
De lo recóndito de la sima asciende en invisibles oleadas el silencio. Sólo de vez en cuando percibimos el estrépito del río, el segundo de los Estados Unidos por su extensión y el primero del mundo por el ímpetu de sus aguas. Nos llega a nosotros el rumor, semejante a lejano palmoteo, de los álamos que se mecen en el saliente rocoso que a modo de anaquel corre a lo largo del barranco. Todo ruido lo absorbe el abismo insaciable. “Aquí siente uno la necesidad de hablar en voz baja”, oigo que le murmura a su acompañante una señora.
No es un silencio de muerte; es más bien una presencia. Llega a nosotros como grandiosa música. Sólo que la música obra del hombre tiene culminación y término, en tanto que esta música del Gran Cañón del Colorado está hecha de culminaciones; es una armonía que resuena en la eternidad.
Porque la cuarta dimensión que aquí percibimos es, naturalmente, el tiempo en liberal medida. Cerca de siete millones de siglos tardaron el Río Colorado y sus tributarios en abrir el Gran Cañón. Y sin embargo, el río es un recién llegado; no había empezado a correr siquiera en las remotas épocas en que el mar, al cubrir los desiertos de Arizona, y retirarse, y tornar a cubrirlos para alejarse nuevamente, fue dejando sucesivas sedimentaciones. Y antes que las aguas del mar, estuvieron aquí las rocas arqueozoicas, asiento de enhiestas montañas cuando la Tierra era joven. Sucedió esto dos mil millones de años atrás, según cálculos de los geólogos. Así, en un sólo vistazo, el Gran Cañón del Colorado revela más de la historia de la tierra que ningún otro paraje.
La formidable potencia desgastadora del río, que arrastra diariamente un millón de toneladas de sedimento, el frío cincel de los hielos, y las menudas cuchillas de la lluvia, concurrieron a grabar esta página monumental del ayer de la Tierra. Aquí son las rocas testimonio que habla a las miradas de la ciencia. En verdad, una simple ojeada basta a cualquiera para advertir el orden admirable que reina en estas pétreas fantasías, en este magnífica derroche de colores. Capas de la misma roca, distintas en espesor, color y ángulo aparecen con frecuencia en extensiones de 350 kilómetros a lo largo de las paredes del Gran Cañón. A modo de colosal escalera ofrécense a la vista mesetas y precipicios en los que leemos los sucesivos periodos geológicos, desde la edad del caos, cuando aún no había aparecido la vida en nuestro mundo, hasta el soleado período actual en que alzan los pinos su encumbrada copa en la seca atmósfera de Arizona, pacen confiadamente los venados, se balancean las flores silvestres al borde del abismo, y el pensamiento humano se eleva a la contemplación de la hermosura universal.
Lo más espectacular del Gran Cañón es tal vez el Redwall o Barranco Rojo, la gran caliza que se extiende casi verticalmente a todo lo largo del Cañón y alcanza una altura de 170 metros por término medio. Realmente es una caliza gris azulada pero la han teñido superficialmente con encendidos tonos de crepúsculo las sales de hierro que el agua arrastró de las rocas. La pureza de la caliza indica que se formó en ancho y tranquilo mar poblado de moluscos de vistosa concha y de peces de especies hoy extintas.
Coronan el Redwall capas alternas de areniscas rojas y de esquistos de cientos de metros de espesor en los que se hallan fósiles de alas de insectos, de hojas de helecho, y curiosas huellas de animales que fueron antecesores de las ranas. Debió de seguir a este periodo otro bastante largo en que la región fue un desierto, porque la capa inmediata, de colores pálidos, parece deber su formación a arenas acumuladas por el viento. Las capas superiores son calizas amarillentas, formaciones sedimentarias de mares de aguas templadas, según lo atestiguan abundantes fósiles de coral y de dientes de tiburón.
Siglos y siglos después de la llegada del río empezó a crecer el Gran Cañón engalanado por los soles estivales, envuelto en el manto deslumbrador de las nieves del invierno, viendo deslizarse el tiempo como las nubes cuya sombra presta aspecto sin cesar cambiante a su grandeza. Vinieron al cabo los hombres –pieles rojas prehistóricos cuyas viviendas, más de 500, han sido halladas en los cañones laterales. Esas tribus indígenas permanecieron tal vez unos mil años. Después de idas, trascurrieron alrededor de otros mil hasta el día en que una cansada partida de españoles de la gente de Coronado ganó el borde del Gran Cañón, nunca visto hasta entonces por hombres blancos.
Llegaron luego en sucesivas épocas misioneros españoles, tramperos exploradores estadounidenses. En todos infundió asombro y espanto el profundísimo abismo; no hallaron camino para descender por sus flancos, y a causa de su gran longitud tuvieron que desviarse miles de kilómetros por la región de los desiertos. En 1858 un joven e intrépido teniente del ejército de los Estados Unidos, Joseph C. Ives, habiendo logrado remontar el río en una embarcación de vapor hasta el sitio donde hoy está la presa de Hoover, se puso al frente de su reducida tropa de ingenieros y guiado por unos indios mojaves, llegó a pie hasta las profundidades del Gran Cañón. Allí encontró a los havasupais, tribu de indios pacíficos que habitan y siguen habitando hasta el día en algunos de los cañones laterales donde el clima es benigno todo el año. “Hemos sido los primeros en visitar estos improductivos parajes”, decía el teniente Ives en su informe, y agregaba la temeraria predicción de que serían seguramente los últimos.
En la actualidad, la recua de mulas en que viajan turistas y abastos desciende diariamente por el Bright Angel Trail, camino que partiendo de la orilla sur del Gran Cañón lleva al fondo del mismo. Ahí se hospeda el viajero en el Phantom Ranch, que le ofrece toda clase de comodidades, inclusive piscina de natación. El camino cruza después el impetuoso Colorado por un puente colgante y sube al lado norte del Gran Cañón donde la empresa del ferrocarril Union Pacific tiene un hotel de veraneo cuyas instalaciones y comodidades rivalizan con las del famoso hotel que la línea del ferrocarril de Santa Fe sostiene en el lado sur.
Aunque situados frente a frente, los dos hoteles están separados por insalvable abismo de 19 kilómetros de anchura, y hay que recorrer 345 kilómetros en automóvil para ir de uno a otro. El lado norte del Gran Cañón sólo puede visitarse en los meses de verano; su altura excede en unos 365 metros a la del lado sur; su clima, semejante al del Canadá, delicioso en julio y agosto, cuando abetos, pinos y álamos brindan grata sombra, es muy riguroso la mayor parte del año, en que cubre el suelo una capa de nieve de tres a cuatro y medio metros de espesor.
El lado sur del Gran Cañón brinda en toda época del año la tibia caricia del sol y un aire límpido y seco que embalsama el humo de los piñones con que los indios jopi alimentan sus fogatas. Unos pocos pasos trasportan al turista del mundo cotidiano a ese otro que abre ante nuestra mirada el Gran Cañón del Colorado, la página más grandiosa y elocuente de la historia de la Tierra. Al cavar cada vez más hondo, siglos y siglos su lecho de roca, el río nos ha revelado cómo fue desarrollándose la vida en nuestro planeta.
Ferde Grofé nació en Nueva York en 1892, hijo de emigrantes de origen francés y credo hugonote, aunque su origen primigenio era Alemania. Todo ello hizo que cuando nació nuestro músico de hoy fuera bautizado como Ferdinand Rudolph von Grofé, nada menos. Nombre levemente rimbombante para una sociedad como la americana de principios del Siglo XX, sobre todo cuando en su familia no eran aristócratas, sino… músicos. Se ganaban bien la vida, pero no eran particularmente pudientes. Al fallecer su padre, Emil von Grofé, en 1899, cuando Ferdinand Rudolph tenía siete años, su madre se mudó a Leipzig con él, y allí recibió clases de música, sobre todo piano, viola y composición, dándole una sólida formación musical que muchas años después le permitiría triunfar.
Con catorce años, ya de vuelta en los Estados Unidos, se escapó de casa. Hizo de todo: lechero, repartidor, ascensorista (sí, en aquellas épocas los ascensores eran unas máquinas de alta tecnología que requerían su manejo por profesionales: los ascensoristas), etc. También ganaba unos cuartos tocando el piano en un bar. Con diecisiete años recibió su primer encargo para una composición musical… como veréis, una historia similar a la Gershwin, y en épocas muy similares. La diferencia era que Grofé sí tenía una sólida formación musical, y consiguió un puesto como viola en la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles.
Pero no estuvo mucho tiempo allí. Al despuntar la década de los felices veinte, Grofé consiguió trabajo como pianista en la orquesta de Paul Whiteman, aunque debería mejor decir en la banda de Paul Whiteman, banda de no más de veinte músicos especializada en jazz, naturalmente, pues fue en esos años de cortísimas faldas y movido charlestón cuando el jazz obtuvo el reconocimiento definitivo como música “seria” y “adecuada a los oídos de los blancos”. Rápidamente destacó Ferde como arreglista, tomando canciones populares o composiciones de Broadway o de otros compositores y creando una versión para banda de jazz, la de Paul Whiteman, de quien fue el arreglista titular durante doce años, proporcionándole el combustible necesario para que consiguiera el sobrenombre de “Rey del Jazz”… y Grofé el de “Primer Ministro”. Hacía tiempo que Ferdinand Rudolph von Grofé se había convertido en un simple Ferde (o Ferdie) Grofé, abandonando el aristocrático von en el mismo desván que el obviamente germano Rudolph.
Arregló centenares de canciones y temas en esta época, pero también compuso obras propias. No se puede decir que tuviera gran éxito, ni que sus composiciones fueran de una gran calidad, a diferencia de sus maravillosos arreglos. Véase la Rhapsody in Blue, mismamente. Cómo sería la cosa para que, refiriéndose sobre todo a él, el gran director alemán Wilhelm Furtwängler llegara a asegurar que “en América no hay compositores, tan sólo arreglistas”.
La primera obra de cierta notoriedad que compuso, naturalmente para la orquesta de Whiteman, en 1925, fue la Suite del Mississippi, evocando el discurrir del gran río norteamericano entre agrestes paisajes, grandes llanuras y plantaciones de algodón, que no está mal… ni especialmente bien, y que hoy casi no se representa ni se graba ni se oye en parte alguna. Luego compuso canciones, bandas sonoras para películas y otras suites ((Una suite musical es una obra normalmente con varias partes o movimientos y generalmente muy descriptiva, que cuenta una historia o describe un lugar o una situación de la forma más explícita posible.)) como la del río Hudson o la de las Cataratas del Niágara, ésta última con motivo de la inauguración de la primera fase de turbinas de la central eléctrica allí instalada. Y la del Gran Cañón, claro está, también encargada y estrenada por Paul Whiteman. Y siguió arreglando magistralmente obras de otros.
Falleció Ferde Grofé en 1972 en Santa Mónica, California, adonde se mudó desde el área de Nueva York y Nueva Jersey al final de la Segunda Guerra Mundial.
Lo mejor y más conocido de Ferde Grofé es su Suite del Gran Cañón (Grand Canyon Suite), compuesta en 1931 Bueno, para ser exactos debería haber dicho “lo único conocido” hoy en día de Grofé. Y sin embargo, basta para que sea reconocida como la mejor suite descriptiva de un lugar determinado que se haya compuesto nunca. Porque está, obviamente, dedicada a describir con pelos y señales el Gran Cañón del Colorado, en Arizona. Entre los críticos y entendidos musicales no es una obra muy reputada: no tiene grandes novedades de nada y está llena de trucos baratos y obvios “efectos especiales” para reforzar la descripción del Gran Cañón… pero es que ése es precisamente su objetivo: evocar su agreste y desértico, pero siempre espectacular paisaje. Y lo consigue… ¡vaya si lo consigue! Según empieza a sonar la música, nos teletransporta inmediatamente al mismísimo centro del cañón.
Curioso lugar, el Gran Cañón del Río Colorado. Y grande…
La obra consta de cinco movimientos, de los que los tres primeros están en un video y los dos últimos, en otro. No hay problema alguno de partición, pues. La obra completa dura unos treinta y cinco minutos, y cuenta más o menos cómo podría ser un día (un día de verano) en el cañón de Arizona. Cada movimiento refleja una situación particular, pues está dedicado a un cierto aspecto o momento del paisaje del Gran Cañón. Y no de un modo sutil, ni mucho menos: el propio título de cada movimiento nos dice, sin género de dudas, lo que vamos a escuchar a continuación. Y efectivamente lo escuchamos, que es lo que tiene mérito.
Veamos, pues, cómo se nos da nuestra veraniega jornada en el Gran Cañón del Colorado. Hay que levantarse prontito, que luego hará calor. El día comienza… Vamos ya con el primer movimiento, Amanecer:
Todavía es noche cerrada, pero ya comienza a clarear por el este… Los pajarillos cantan alegres a la llegada de un nuevo día. La flauta piccolo trina y canta, tan alegre, pues el sol va a salir. Bueno, ya vemos asomarse los primeros rayos entre las montañas… El sol despunta por fin, disolviendo la escasa bruma nocturna; podemos oírle cómo se va levantando perezosamente en el firmamento. Caramba, parece que va a hacer calor hoy; recién salido que está el sol y ya se notan sus rayos calentando nuestra piel.
El sol va trepando por el cielo, y ni una nube se vislumbra en el horizonte. Las sombras van poco a poco acortándose mientras los rayos del sol ganan fuerza… En fin, recién amanecido y ya sudamos; habrá que resguardarse a la sombra, que el sol cada vez tiene más fuerza… le oímos tomar altura, fortalecerse a cada paso, hasta que “el amanecer” ha concluido. Ha empezado un nuevo día de plomo en el desierto…
El movimiento termina con el sol ya en lo alto. Los bichos se esconden, y nosotros, bichos de dos piernas en definitiva, nos refugiamos también bajo una buena sombra. Es la hora del desierto, del polvoriento desierto de color rojo, naranja y amarillo… del desierto pintado. Veamos y oigamos, recostados a la sombra mientras saboreamos una cerveza helada, cómo en el minuto 6:25 comienza el segundo movimiento, cuyo título es, precisamente, El Desierto Pintado.
Una música hipnótica acompaña a las horas de más calor del día… un espejismo allá a lo lejos nos engaña, haciéndonos creer que allí, al otro lado del abismo, está el mar… pero no, no hay mar, sólo desierto y más desierto ardiente. Las trompetas con sordina rompen el hechizo. Pero el espejismo vuelve y cada vez constatamos que no es más que eso, otro espejismo, pues lo que tenemos ante nosotros es una naturaleza muerta, muerta e inmutable desde hace eones.
La música titila, oscila, vuelve siempre al mismo punto en un vacío recorrido circular mientras el sol gira en su camino hacia el oeste… Trompas y trombones, por un lado, y la cuerda por el otro se alternan, suben y bajan su cadencia, pero no acompasados, puesto que mientras unos suben otros bajan… ¡Qué calor! Nos quedamos por fin dormidos bajo el calor agobiante…
…Zzzzzzzz…
… ¡Un rebuzno! Caramba, parece que se prepara una excursión a lomos de burros… Sí, hace calor, pero ya que estamos aquí, mejor hacer la excursión, ¿no? Como vamos a ir montados en mulas o burros, no nos cansaremos mucho. Otra cosa serán las agujetas que luego tendremos en los muslos,[2] pero eso nos pasa por urbanitas y por no estar acostumbrados a montar en caballerías.
Bien, ya estamos equipados, sombrero, cantimplora llena, cámara de fotos, una barrita de chocolate para reponer fuerzas, aunque debemos tener cuidado para que no se nos derrita con el calor… comencemos nuestra excursión por el Gran Cañón del Colorado a lomos de un buen burro. Tomemos un sendero y veamos a dónde nos lleva, pues en el minuto 11:40 comienza el tercer movimiento: En el sendero.
Que resulta ser el más conocido de la Suite y de toda la obra de Grofé. Porque parece que hemos alquilado unos burros bastante díscolos… ¡Fijaos cómo rebuznan! La orquesta entera rebuzna, pero en seguida es el violín del concertino el que nos da un auténtico recital rebuznil. Bien, parece que nuestros asnos por fin se han decidido a marchar, así que comencemos nuestra ruta al paso de la caballería. Oímos por fin el rítmico tableteo de los cascos de los burros mientras emprenden el camino valle abajo…
La reata de mulas o de burros va bajando hacia el río a buen ritmo. El paisaje es agreste, rojizo, pelado, casi no hay vegetación, y menos aún sombras. Hacemos un breve descanso en el minuto 16:00, y un cowboy (representado por la trompa) entona una melodía que evoca a su novia allá en Santa Fe o en El Paso o donde quiera que esté esperándole. Una bella melodía, que a Ferde Grofé le inspiró una nana que la niñera cantaba a su hijo…
Se acabó el descanso, hay que seguir cabalgando. Menos mal que abajo está el río y algo nos podremos refrescar. Fijaos, los borriquillos huelen el agua, qué contentos se ponen… o quizá es que saben que estamos llegando a nuestro destino, que estos équidos rebuznadores son un rato listos. Mientras los burros beben (y nosotros también) alguien saca una cajita de música, o quizá es un reloj con música, al estilo del que Lee van Cleef y Gian Maria Volonté usan en la película “La muerte tenía un precio” (en italiano original Per qualche dollaro in più ), el spaghetti western de Sergio Leone con música de Ennio Morricone, rodado en el desierto de Almería, que lanzó a la fama a un joven e hierático Clint Eastwood… ¡quién hubiera podido imaginar entonces qué clase de director es Mr. Eastwood ahora!. La celesta imita perfectamente el peculiar sonido de la cajita de música…
Un último esfuerzo y ya llegamos. Bueno, la excursión ha terminado, así que dejamos en paz a nuestros simpáticos Equus africanus asinus en paz para que busquen alfalfa para pastar, lo que nos agradecen con un sonoro rebuzno final que cierra el movimiento y también el video, y debemos nosotros mismos repostar para el resto del día… A ver si hay suerte y la barrita de chocolate no se ha derretido mucho.
Bueno, una vez repostado, cambiamos de video para ver y oír el cuarto movimiento: Atardecer:
Todavía hace calor… pero pronto comienza a caer el sol. Atardece en el Gran Cañón. Si normalmente el Cañón tiene tonos rojizos, ahora es el paroxismo de los tonos rojos… La trompa introduce el movimiento con una llamada que más bien parece un cuerno de cazador… pero hombre, ¡si está prohibido cazar en todo el Parque Nacional del Gran Cañón! Claro que igual en 1931 sí que se podía cazar. Cómo retumba el eco de la trompa, allá a lo lejos
El sol se acerca al horizonte, bajando poco a poco sobre el acantilado, tiñendo (aún más) de rojo las rocas. El día se despide suavemente, en el mejor momento del día, cuando la temperatura ya no es abrasadora pero tampoco es tan gélida como será durante la noche del desierto (un desierto a más de 2.000 metros de altura sobre el nivel del mar es con toda seguridad un desierto muy, pero que muy frío por la noche).
Encendemos las hogueras y contamos historias al amor de la lumbre. Cada cual cuenta la suya, historias de amor y de humor, de antepasados valientes y gestas heroicas, de duendes y de brujas, mientras cae la noche estrellada. ¡Y qué barbaridad de estrellas! Los de ciudad hacía años que no veíamos tanta estrella junta…
Qué gran día hemos tenido en el Gran Cañón hasta ahora… pero resulta que no siempre las cosas son tan plácidas en el Cañón del Colorado. Se distinguen nubarrones en el horizonte, yo creo que igual llueve. Veamos cómo se desarrollan los acontecimientos a partir del minuto 5:20, en el quinto y último movimiento: Tormenta (su título original es Cloudburst, algo así como “Las nubes estallan”).
Y el caso es que parece que el cielo está calmo, que las nubes no van a venir para acá… qué placidez se siente aquí disfrutando de las vistas tan cinematográficas del Gran Cañón. Pero el caso es que las nubes siguen viniendo.
¡Vaya! Parece que al final sí va a cambiar el tiempo. Estamos en el minuto 7:30. Las nubes oscurecen el sol (los cellos se hacen cargo de la melodía que se hace cada vez más dramática). En el minuto 8:40 se ha levantado por fin el viento. ¡Cómo sopla!
Y mira allá lejos, un relámpago solitario… caramba, el trueno, que nos llega unos segundos después del relámpago, claro. Más relámpagos. Y más. Con sus truenos correspondientes. Pues parece que se va a liar una buena. Sí, se va a liar parda… Fijaos cómo la flauta y los platillos seguidos de unas breves notas del piano reproducen maravillosamente los relámpagos, mientras los truenos, que nos llegan unos segundos después, los marcan timbales y bombo, mientras el viento que remedan los violines va tomando fuerza.
La tormenta crece y se acerca. Comienza a llover, algunas gotas bien gordas al principio, luego la lluvia arrecia. El viento es cada vez más fuerte, los relámpagos más numerosos, los truenos más estruendosos… Ahora llueve con muchísima fuerza, ¡menudo chaparrón! Esto asusta, aquí en medio del desierto…
¡La tenemos encima mismo de nosotros!
¡PAAAMMM! ¡Uuuuuy, menudo trueno, justo encima de nosotros, en el minuto 12:40! Qué susto…
Bueno, tan rápido como vino se fue la tormenta, es lo que tiene el desierto. Aún se oyen algunos truenos lejanos mientras se aleja, así como algunas rachas de viento que nos recuerdan que acaba de pasar por aquí. Anda, ahora sale el arco iris. Mientras aún haya nubes en el horizonte podremos verlo, un auténtico espectáculo… pero el cielo se va despejando poco a poco. El sol se impone de nuevo; volvemos a estar en el desierto pintado, aunque esté todavía mojado por el chaparrón, pero poco va a durar, el sol secará en seguida los charcos y disipará el susto que nos hemos llevado…
El movimiento termina, junto con el video y la obra, rememorando el miedo que hemos pasado bajo la tormenta.
Mi deseo, y supongo que el de Ferde Grofé también, es que os haya gustado este viaje sonoro y visual por uno de los paisajes más espectaculares de la Tierra.