Alejandro Magno llegó a Egipto y quedó fascinado por su cultura y grandes realizaciones.
Realizó una expedición hacia Siwa para visitar el Oráculo de Amon y conocer su destino. Allí fue proclamado hijo de Amon Zeus y divinizado.
La influencia que supuso Egipto para Alejandro fue muy importante y marcó profundamente sus sueños de grandeza.
Según Arriano de Nicomedia, Alejandro quería ir a Egipto porque los héroes griegos, Perseo y Heracles (antepasados de Alejandro) habían ido y visitado el Oráculo de Zeus-Amon. Alejandro y el mundo griego admiraban a Egipto por sus misterios, sus paisajes y su herencia cultural. Egipto era un lugar muy soñado por Alejandro Magno. Tenía un gran deseo de conocer esa tierra casi mítica y conquistarla.
Tardaron 7 días y recorrieron 200 km desde Gaza. Cuando llegó a Pelusio (actual Port Said ) en diciembre de 332 AC, encontró su flota ya anclada en el puerto. Aquí, el satrapa persa Mazaces se encontró con Alejandro y un funcionario llamado Amminapes, quién entregó el país. Mazaces pudo tener deseó de comportarse un poco más heroicamente, pero él no tenía ninguna tropa, la habían destruido en la batalla cerca de Iso, y sabía que en caso de guerra, él tendría que hacer frente al invasor y a la población indígena, que se había rebelado muy recientemente (en 338-336). Amminapes tenía otros planes: él había vivido en Macedonia y conocía al conquistador.
Dejó una guarnición en Pelusium o Pelusio, y hizo que la flota remontara el Nilo mientras él, por tierra, se encaminaba a Menphis.
Ordenó a su marina de guerra ocupar Memphis y condujo a su ejército a Heliopolis. Éste era uno de los lugares más importantes de la vida religiosa de Egipto: aquí estaba el templo de Ra. Alejandro no tan solo era un devoto religioso, sino que creía que su destino y su naturaleza estaban amparados por los mitos y los dioses. Adoraba a los dioses con sinceridad, y veneró a los dioses locales casi con el mismo énfasis con el que adoraba a los suyos; llegando a construir incluso dos santuarios y restaurando los que estaban en ruinas. En esta ciudad, probablemente Alejandro aceptó los títulos de faraón de Egipto.
Los Egipcios lo vieron como un mensajero de Persia al principio, y le aceptaron como su faraón después. Aclamado en todo Egipto como libertador, Alejandro fue entronizado como faraón, con la doble corona y el áspid, los cetros cruzados del cayado y el mayal, símbolos del pastor y el juez. Sobreviven tarjetas que dicen: «Horus, el príncipe fuerte, aquel que puso las manos en las tierras de los extranjeros, amado de Amón y elegido de Ra, hijo de Ra, Alejandro». Con respecto a Egipto y a sus pueblos, la tradición inmemorial lo convirtió en dios. Alejandro poseía una gran tolerancia religiosa y asimilaba ritos y costumbres de los paises vencidos. En Judea, ofreció ofrendas al dios de los judíos y éstos lo recordaron en los textos bíblicos.
“”No descuidó el mundo griego y celebró juegos ceremoniales, no sólo para
atletas, sino también para las artes escénicas, lo que probablemente fue más de su agrado. De las ciudades griegas llegaron muchos participantes. Fue la primera vez que saboreó las mieles de la auténtica magnificencia; no llegó al palacio de Persia como un tosco provinciano.”” (Mary Renault)
El nuevo faraón continuó en Memphis, donde hizo sacrificios a Apis. Por todas partes, saludaron a los macedonios como libertadores. Y de hecho lo eran: los persas ya lo habían ocupado e invadido entre 525 y 404 y lo tenían ocupado y administrado desde solamente once años antes a la llegada de Alejandro. Los egipcios todavía recordaban su libertad anterior, una idea que Alejandro sabía utilizar para su propia ventaja.
“”Hay que hacer un esfuerzo para imaginar el impacto que esa civilización de fábula ejerció en Alejandro y sus hombres –la mayoría de los cuales ni siquiera habían visto Atenas–, convertida en leyenda desde la infancia, mientras seguían el gran río que era su sostén, su ruta nacional y su camino sagrado. Hay que imaginar lo que sintieron al llegar a los grandes templos de Menfis; a las pirámides, con sus lados de lisura geométrica; a la sonrisa aún no arrasada de la descomunal Esfinge. Debió de modificar la escala de su perspectiva humana.
Uno se estremece al pensar que cuando Alejandro Magno se detuvo a contemplarla, habia pasado ya tanto tiempo desde que fue construida como el que ha pasado desde la epoca en que vivió Alejandro hasta nuestros dias. Si eso no es la eternidad, se le parece mucho.”” (Mary Renault)
La Historia del Arte nos ha dejado un testimonio de estos hechos. En Luxor existe un relieve donde se ve a Alejandro haciendo las ofrendas al dios Amón, como lo hace un converso.
Viste la indumentaria faraónica:
Klaft faraónico (el manto que cubre la cabeza y va por detrás de las orejas, clásico del antiguo Egipto), más las coronas roja y blanca que se sostienen en equilibrio inestable.
Cola litúrgica de chacal, que con el tiempo se transformó en "cola de vaca".
Ofrenda en cuatro vasos como símbolo para indicar "cantidad", "repetición", "abundancia" y "multiplicación".
En los jeroglíficos de la pared se distinguen además los dos nombres de Alejandro-faraón y ambos se presentan dentro del anillo elíptico:
Alejandro como Horus
Alejandro como Alejandro
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