sábado, 23 de agosto de 2014

KUBLA KHAN  - Samuel Taylor Coleridge (1816)

En Xanadú se hizo construir
Kubla Khan un fastuoso palacio:

Allí donde el sagrado río Alfa discurría
a través de grutas inconmensurables para el hombre
hasta precipitarse en un mar sin sol.

Así pues, diez millas de terreno fértil
fueron cercadas de muros y torres:
y surgieron jardines en los que brillaban sinuosos arroyos
y donde crecían abundantes árboles del incienso;
y había bosques tan viejos como las colinas
rodeando los prados iluminados por el sol.

¡Mas, ved aquel romántico y profundo abismo abierto
en el costado de la verde colina, bajo la sombra de los cedros!

¡Qué lugar tan agreste! ¡El más sagrado y lleno de encantamientos
que jamás fue visitado bajo la luna menguante
por la mujer que clama por su demonio amante!

Y de este abismo, bullendo en incesante remolino,
como si la tierra respirara con ansioso jadeo,
brotó al instante un poderoso manantial;
y en medio de su repentino e intermitente impulso
enormes fragmentos de roca saltaban como el granizo
o como el trigo que se separa de la paja bajo los golpes del trillador;
y en medio del incesante resonar de las rocas que danzaban en el aire,
surgió a borbotones el sagrado río.

Trazando laberínticos meandros, a lo largo de cinco millas
discurría el sagrado río a través de bosques y valles,
hasta llegar a las cavernas inconmensurables para el hombre
y hundirse con estruendo en un océano sin vida:
y, en medio de este estruendo, oyó Kubla a lo lejos
las voces de sus antepasados que profetizaban la guerra.

La sombra del palacio deleitoso
se reflejaba en medio de las olas,
allí donde se oían los ritmos mezclados
del manantial y los abismos.

Era una maravilla de peculiar diseño
este palacio de deleites bañado por el sol sobre cavernas de hielo.

De una jovencilla que llevaba un dulcémele
tuve una vez una visión:
era una doncella abisinia,
y tocaba su dulcémele
mientras cantaba del monte Abora.

Si fuera capaz de revivir en mí
la música y la letra de su canción
me sentiría penetrado de tan profunda delicia,
que, con música aguda y prolongada,
sería capaz de construir en los aires el palacio,
¡ese palacio soleado! ¡esas grutas de hielo!

Y todos los que oyeran mi música los verían,
y gritarían todos: ¡Cuidado, cuidado!

¡Mirad sus ojos centelleantes, su cabello desmelenado!

Tejed tres veces en torno a él un círculo,
y cerrad los ojos con terror sagrado,
pues él se ha alimentado de ambrosía
y ha bebido la leche del Paraíso.


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