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miércoles, 28 de enero de 2015

LA CREACION
POEMA INDIO
I
Los aéreos picos del Himalaya se coronan de nieblas oscuras en cuyo seno hierve el rayo, y sobre
las llanuras que se extienden a sus pies flotan nubes de ópalo que derraman sobre las flores un
rocío de perlas.
Sobre la onda pura del Ganges se mece la simbólica flor del loto, y en la ribera aguarda su víctima
el cocodrilo, verde como las hojas de las plantas acuáticas que lo esconden a los ojos del viajero.
En las selvas del Indostán hay árboles gigantescos, cuyas ramas ofrecen un pabellón al cansado
peregrino, y otros cuya sombra letal lo llevan desde el sueño a la muerte.
El amor es un caos de luz y de tinieblas; la mujer, una amalgama de perjurios y ternura; el hombre,
un abismo de grandeza y pequeñez; la vida, en fin, puede compararse a una larga cadena con
eslabones de hierro y de oro.
II
El mundo es un absurdo animado que rueda en el vacío para asombro de sus habitantes.
No busquéis su explicación en los Vedas, testimonios de las locuras de nuestros mayores, ni en los
Puranas, donde, vestidos con las deslumbradoras galas de la poesía, se acumulan disparates sobre
disparates acerca de su origen.
Oíd la historia de la creación tal como fue revelada a un piadoso brahmín, después de pasar tres
meses en ayunas, inmóvil en la contemplación de sí mismo y con los índices levantados hacia el
firmamento.
III
Brahma es el punto de la circunferencia: de él parte y a él converge todo. No tuvo principio ni
tendrá fin.
Cuando no existían ni el espacio ni el tiempo, Maya flotaba a su alrededor como una niebla
confusa pues, absorto en la contemplación de sí mismo, aún no la había fecundado con sus deseos.
Como todo cansa, Brahma se cansó de contemplarse, y levantó los ojos en una de sus cuatro caras
y se encontró consigo mismo, y abrió airado los de otra y tornó a verse, porque él lo ocupaba todo,
y todo era él.
La mujer hermosa, cuando pule el acero y contempla su imagen, se deleita en sí misma: pero al
cabo busca otros ojos donde fijar los suyos, y si no los encuentra, se aburre.
Brahma no es vano como la mujer, porque es perfecto. Figuraos si se aburriría de hallarse solo,
solo en medio de la eternidad y con cuatro pares de ojos para verse.IV
Brahma deseó por primera vez y su deseo, fecundando la creadora Maya que lo envolvía, hizo
brotar de su seno millones de puntos de luz, semejantes a esos átomos microscópicos y encendidos
que nadan en el rayo del sol que penetra por entre la copa de los árboles.
Aquel polvo de oro llenó el vacío, y al agitarse produjo miríadas de seres, destinados a entonar
himnos de gloria a su creador.
Los gandharvas, o cantores celestes, con sus rostros hermosísimos, sus alas de mil colores, sus
carcajadas sonoras y sus juegos infantiles, arrancaron a Brahma la primera sonrisa, y de ella brotó
el Edén. El Edén con sus ocho círculos, las tortugas y los elefantes que los sostienen, y su
santuario en la cúspide.
V
Los chiquillos fueron siempre chiquillos: bulliciosos, traviesos e incorregibles, comienzan por
hacer gracia; una hora después aturden y concluyen por fastidiar. Una cosa muy parecida debió de
acontecerle a Brahma cuando, apeándose del gigantesco cisne que como un corcel de nieve lo
paseaba por el cielo, dejó aquella turbamulta de gandharvas en los círculos inferiores y se retiró al
fondo de su santuario.
Allí donde no llega ni un eco perdido, ni se percibe el rumor más leve, donde reina el augusto
silencio de la soledad y su profunda calma convida a las meditaciones, Brahma, buscando una
distracción con que matar su eterno fastidio, después de cerrar la puerta con dos vueltas de llave,
entregóse a la alquimia.
VI
Los sabios de la tierra, que pasan su vida encorvados sobre antiguos pergaminos, que se rodean de
mil objetos misteriosos y conocen las extrañas propiedades de las piedras preciosas, los metales y
las palabras cabalísticas, hacen, por medio de esta ciencia, transformaciones increíbles. El carbón
lo convierten en diamante, la arcilla en oro; descomponen el agua y el aire, analizan la llama y
arrancan al fuego el secreto de la vitalidad y la luz.
Si todo esto consigue un mortal miserable con el reflejo de su saber, figuraos por un instante lo que
haría Brahma, que es el principio de toda ciencia. De un golpe creó los cuatro elementos y creó
también a sus guardianes: Agnis, que es el espíritu de las llamas; Vajous, que aúlla montado en el
huracán; Varunas, que se revuelve en los abismos del océano, y Prithivi, que conoce todas las
cavernas subterráneas de los mundos y vive en el seno de la creación.
Después encerró en redomas transparentes y de una materia nunca vista gérmenes de cosas
inmateriales e intangibles, pasiones, deseos, facultades, virtudes, principios de dolor y de gozo, de
muerte y de vida, de bien y de mal. Y todo lo subdividió en especies y lo clasificó con diligencia
exquisita, poniéndole un rótulo escrito a cada una de las redomas.
VIII
La turba de rapaces, que ensordecía en tanto con sus voces y sus ruidosos juegos los círculos
inferiores del Paraíso, echó de ver la falta de su señor. «¿Dónde estará?», exclamaban los unos.«¿Qué hará?», decían entre sí los otros; y no eran parte a disminuir el afán de los curiosos las
columnas de negro humo que veían salir en espirales inmensas del laboratorio de Brahma, ni los
globos de fuego que desde el mismo punto se lanzaban volteando al vacío, y allí giraban como en
una ronda luminosa y magnífica.
La imaginación de los muchachos es un corcel y la curiosidad, la espuela que lo aguijonea y lo
arrastra a través de los proyectos más imposibles. Movidos por ella, los microscópicos cantores
comenzaron a trepar por las piernas de los elefantes que sustentan los círculos del cielo, y de uno
en otro se encaramaron hasta el misterioso recinto donde Brahma permanecía aún absorto en sus
especulaciones científicas. Una vez en la cúspide, los más atrevidos se agruparon alrededor de la
puerta, y uno por el ojo de la llave y otros por entre las rendijas y claros de los mal unidos tableros,
penetraron con la mirada en el inmenso laboratorio objeto de su curiosidad.
El espectáculo que se ofreció a sus ojos no pudo menos de sorprenderles.
Allí había diseminadas, sin orden ni concierto, vasijas y redomas colosales de todas hechuras y
colores. Esqueletos de mundos, embriones de astros y fragmentos de lunas yacían confundidos con
hombres a medio modelar, proyectos de animales monstruosos sin concluir, pergaminos oscuros,
libros en folio e instrumentos extraños. Las paredes estaban llenas de figuras geométricas, signos
cabalísticos y fórmulas mágicas, y en medio del aposento, en una gigantesca marmita colocada
sobre una lumbre inextinguible, hervían con un ruido sordo mil y mil ingredientes sin nombre, de
cuya sabia combinación habían de resultar las creaciones perfectas.
XI
Brahma, a quien apenas bastaban sus ocho brazos y sus dieciséis manos para tapar y destapar
vasijas, agitar líquidos y remover mixturas, tomaba algunas veces un gran canuto, a manera de
cerbatana, y así como los chiquillos hacen pompas de jabón valiéndose de las cañas del trigo seco,
lo sumergía en el licor, se inclinaba después sobre los abismos del cielo y soplando en la una
punta, aparecía en la otra un globo candente que, al lanzarse, comenzaba a girar sobre sí mismo y
al compás de los otros que ya flotaban en el espacio.
XII
Inclinado sobre el abismo sin fondo, el creador les seguía con una mirada satisfecha, y aquellos
mundos luminosos y perfectos, poblados de seres felices y hermosísimos sobre toda ponderación,
que son esos astros que, semejantes a los soles, vemos aún en las noches serenas, entonaban un
himno de alegría a su dios, girando sobre sus ejes de diamante y oro con una cadencia majestuosa
y solemne.
Los pequeñuelos gandharvas, sin atreverse ni aun a respirar, se miraban espantados entre sí, llenos
de estupor y miedo ante aquel espectáculo grandioso.
XIII
Cansóse Brahma de hacer experimentos y, abandonando el laboratorio no sin haberle echado, al
salir, la llave, y guardándola en el bolsillo, tornó a montar sobre su cisne con objeto de tomar el
aire. Pero, ¡cuál no sería su preocupación cuando él, que todo lo ve y todo lo sabe, no advirtió que,
abstraído en sus ideas, había echado la llave en falso! No le pasó lo mismo a la inquieta turba derapaces que advirtiendo el descuido, le siguieron a larga distancia con la vista y, cuando se
creyeron solos, uno empuja poquito a poco la puerta, éste asoma la cabeza, aquél adelanta un pie,
acabaron por invadir el laboratorio, tardando muy poco en encontrarse en él como en su casa.
XIV
Pintar la escena que entonces se verificó en aquel recinto sería imposible.
Primeramente examinaron todos los objetos con el mayor asombro; luego se atrevieron a tocarlos,
y al fin terminaron por no dejar títere con cabeza. Echaron pergaminos en la lumbre para que
sirvieran de pasto a las llamas; destaparon las redomas, no sin quebrar algunas; removieron las
vasijas, derramando su contenido, y después de oler, probar y revolverlo todo, los unos se colgaron
de los soles y estrellas aún no concluidos y pendientes de las bóvedas para secarse; los otros se
subían por las osamentas de los gigantescos animales cuyas formas no habían agradado al señor. Y
arrancaron las hojas de los libros para hacer mitras de papel, y se colocaron los compases entre las
piernas a guisa de caballo, y rompieron las varas de virtudes misteriosas, alanceándose con ellas.
Por último, cansados de enredar, decidieron hacer un mundo tal y como lo habían visto hacer.
XV
Aquí comenzó el gran bullicio, la confusión y las carcajadas. La marmita estaba candente. Llegó el
uno, vertió un líquido en ella y se levantó una columna de humo. Luego vino otro, arrojó sobre
aquel un elixir misterioso que contenía una redoma, con la que llegó casi sin aliento hasta el borde
del receptáculo: tan grande era la vasija y tan rapazuelo su conductor. A cada nuevo ingrediente
que arrojaban en la marmita se elevaban de su fondo llamaradas azules y rojas, que saludaba la
alegre muchedumbre con gritos de júbilo y risotadas interminables.
XVI
Allí mezclaron y confundieron todos los elementos del bien y del mal, el dolor y la alegría, la
fealdad y la hermosura, la abnegación y el egoísmo, los gérmenes del hielo destinados a mundos
hechos de manera que el frío causase una fruición deleitosa en sus habitadores y los del calor
compuestos para globos cuyos seres se habían de gozar en las llamas, y revolvieron los principios
de la divinidad, el espíritu con la grosera materia, la arcilla y el fango, confundiendo en un mismo
brebaje la impotencia y los deseos, la grandeza y la pequeñez la vida y la muerte.
Aquellos elementos tan contrarios rabiaban al verse juntos en el fondo de la marmita
XVII
Hecha la operación, uno de ellos se arrancó una pluma de las alas, le cortó las barbas con los
dientes y, mojando lo restante en el líquido, fue a inclinarse sobre el abismo sin fondo, y sopló, y
apareció un mundo. Un mundo deforme, raquítico, oscuro, aplastado por los polos, que volteaba de
medio ganchete, con montañas de nieve y arenales encendidos, con fuego en las entrañas y
océanos en la superficie, con una humanidad frágil y presuntuosa, con aspiraciones de dios y
flaquezas de barro. El principio de muerte, destruyendo cuanto existe, y el principio de vida, con
conatos de eternidad, reconstruyéndolo con sus mismos despojos: un mundo disparatado, absurdo,
inconcebible, nuestro mundo en fin.Los chiquillos que lo habían formado, al mirarle rodar en el vacío de un modo tan grotesco, le
saludaron con una inmensa carcajada, que resonó en los ocho círculos del Edén.
XVIII
Brahma, al escuchar aquel ruido, volvió en sí y vio cuanto pasaba, y lo comprendió todo. La
indignación llameó en sus pupilas. Su airado acento atronó el cielo y amedrentó a la turba de
muchachos, que huyó sobrecogida y dispersa a puntapiés; y ya tenía levantada la mano sobre
aquella deforme creación para destruirla, ya el solo amago había producido en ella esa gran
catástrofe que aún recordamos con el nombre del Diluvio, cuando uno de los garzdharvas, el más
travieso, pero el más mono, se arrojó a sus plantas, diciendo entre sollozos:
-¡Señor, señor, no nos rompas nuestro juguete!
XIX
Brahma es grave, porque es dios y, sin embargo, tuvo que hacer un grande esfuerzo al oír estas
palabras para no dejar reventar la risa que le retozaba en los ojos. Al cabo, reponiéndose, exclamó:
-¡Id, turba desalmada e incorregible! Marchaos donde no os vea más con vuestra deforme criatura.
Ese mundo no debe, no puede existir, porque en él hasta los átomos pelean con los átomos; pero
marchad, os repito. Mi esperanza es que en poder vuestro no durará mucho.
Dijo Brahma, y los chiquillos, dándose empellones y riéndose descompensadamente y arrojando
gritos descomunales, se lanzaron en pos de nuestro globo, y éste le da por aquí, el otro le hurga por
allá... Desde entonces ruedan con él por el cielo para asombro de los otros mundos y desesperación
de sus habitantes.
Por fortuna nuestra, Brahma lo dijo y sucederá así. Nada hay más delicado ni más temible que las
manos de los chiquillos; en ellas, el juguete no puede durar mucho.
El Contemporáneo
6 de junio, 1861


lunes, 5 de enero de 2015

El mito de FAETÓN.

Faetón era un joven orgulloso. Esto se comprobó cuando su madre le hizo saber que su padre era Apolo, dios que diariamente cruzaba nuestro mundo en un carro deslumbrante de sol. Pero los compañeros del muchacho se mofaban de él cuando se enorgullecía de tan alto nacimiento; entonces por orden de su madre buscó a su celestial padre para pedirle un favor a través del cual todos conocerían su nacimiento divino.
Antes del alba llegó al divino palacio de Febo, donde un dios con manto púrpura estaba sentado en su trono de marfil, en medio de un brillante arco iris de joyas. Alrededor de él estaban sus ministros y guardaespaldas, las Horas, los Días, los Meses y las Estaciones. Faetón no dudó en acercarse al trono.
Su padre le recibió y le preguntó qué hacía allí. Faetón se quejó de que los hombres no le creyeran hijo de Apolo, a menos que su padre le diera una garantía de su nacimiento que pudiese ser vista por todo el mundo.
Su padre le preguntó qué deseaba y Faetón le pidió que le dejase conducir su carro del Sol. Apolo inmediatamente le contestó que eso que le pedía era imposible, ya que el único dios que podía manejar correctamente ese carro era Apolo (ni siquiera el mismo Zeus podría conducirlo). Apolo le intentó persuadir de su idea, pero Faetón seguía intentándolo. Por fin, Apolo, no sin gran miedo, aceptó y condujo a su hijo a la obra maestra de Hefesto, el carro dorado adornado con gemas chispeantes. Apolo no dejaba de dar consejos a su hijo, pero éste, impaciente, apenas le oía.
Apolo le advirtió de que no bajase demasiado rápido, para que la Tierra no tocase el fuego, y que no subiese demasiado alto para no abrasar la cara del cielo. También le dijo que evitase el látigo y sujetase fuertemente las riendas para que los caballos volasen y todo el trabajo lo hiciesen ellos.
Faetón subió al carro y audaz,  incitó al brioso tiro a través de la bruma del alba, con el viento del Este siguiéndole en la soberbia carrera. Pero pronto la velocidad le cortó la respiración mientras que, debido a su poco peso, el carro se tambaleaba y balanceaba como una quilla sin lastre, hasta que su cabeza empezó a moverse y demasiado pronto los fieros corceles se dieron cuenta que sus riendas estaban en una mano novata. Se encabritaron y se echaron a un lado, abandonando el camino acostumbrado; luego toda la tierra se asombró al ver el glorioso carro del Sol corriendo torcido encima de sus cabezas como un relámpago.
A los caballos no les importaba ya su novata mano, y tomaron su propio camino en el aire, saltando acá y allá. El carro cayó sobre la Tierra. La hierba se marchitó, las cosechas se abrasaron, los bosques se incendiaron, los ríos se secaron y los lagos empezaron a hervir. Desde entonces una parte de nuestra tierra se convirtió en un desierto arenoso, donde ni hombres ni bestias podían vivir.
El desdichado Faetón había abandonado la esperanza de enderezar su triste marcha. Cegado por el terror y la luminosidad, dondequiera que fuese, quemado por el calor hasta que no pudo permanecer en el brillante carro, tiró las inútiles riendas cayendo de rodillas pidiendo ayuda a su padre. Pero su oración no fue oída por los gritos de toda la Tierra, pidiendo al señor de los cielos que salvase a la humanidad de la destrucción.
Oyendo estos gritos, el todopoderoso Zeus, que estaba durmiendo al mediodía, rápidamente se despertó y levantó su cabeza viendo todo lo ocurrido. Cogió al vuelto un trueno y, una vez en su mano, lo lanzó al humeante aire tirando al insensato Faetón del carro, que no podía controlar. Bajó el joven deprisa con los mechones quemados, rápido como una estrella fugaz, para apagarse como una tea en el río Eridano. Entonces los caballos del Sol agitaron sus yugos y, sueltos, fueron a buscar su establo en el cielo.
Así pues, en este terrible día terminó el hijo vanaglorioso de Apolo, que escondía su rostro de su padre por vergüenza.

http://www.iesfuente.org/departamentos/latin/Clasica/mito6.htm


viernes, 26 de diciembre de 2014

Santa Claus y Washington Irving

Washington Irving, el escritor estadounidense del siglo XIX, fue el primero de muchos escritores en ejercer una influencia importante en el desarrollo de la imagen moderna de Santa. A Irving y a su círculo social les preocupaba que la época navideña fuera, para muchos, una temporada para beber en exceso y romper las reglas, para llegar a los hogares de los ricos y exigir favores y refrigerios (“¡Oh! Por favor, sírvanos un poco de pudín navideño y una copa de alegría”), y para amenazar a los malos anfitriones con actos de vandalismo.

Con grandes esperanzas de transformar a los apáticos alborotadores que plagaban la temporada, Irving escribió sobre la alegría de otro tipo de celebración en su sátira, Knickerbocker’s History of New York from the Beginning of the World to the End of the Dutch Dynasty.

En sus atractivas historias el popular escritor estableció una base firme para el Santa Claus estadounidense al describir con imaginación encantadoras escenas domésticas y al relacionarlas con San Nicolás (o Sinterklaas, su sobrenombre holandés). Encabezó el cambio en la apariencia tradicional de Nicolás de un escultural hombre santo que vestía una larga bata y era mitra de un obispo, a un pequeño hombre rechoncho usando pantalones bombachos hasta la rodilla y un sombrero.

También presentó a San Nicolás como el santo patrono de Nueva York y, hablando con nostalgia sobre sus primeros días como Nueva Ámsterdam, le atribuyó algunas características que ahora nos son familiares: “En los nemorosos días de Nueva Ámsterdam, el buen San Nicolás aparecía a menudo en su amada ciudad, la tarde de un día festivo, andando alegremente entre las copas de los árboles o sobre los tejados de las casas, sacando de vez en cuando espléndidos regalos de los bolsillos de sus bombachos pantalones y lanzándolos dentro de las chimeneas de sus favoritos”.

Del cuento de Irving también surge una tradición de que Sinterklaas acompañó en el siglo XVII a los inmigrantes de los Países Bajos hacia Nueva Ámsterdam. En un ingenioso intento por desviar el día festivo de sus asociaciones paganas, describió el tope del barco original: “El arquitecto, ...lejos de decorar la embarcación con ídolos paganos, tales como Júpiter, Neptuno o Hércules, cuyas idólatras abominaciones —no tengo duda— ocasionan las desgracias y naufragios de muchos nobles navíos, él, les digo, por el contrario, erigió plausiblemente en la proa una hermosa imagen de San Nicolás”.

Después de 1822 un “duende viejo y bueno” del tamaño de una pinta, volando de chimenea en chimenea “en la víspera de Navidad” en un trineo miniatura tirado por ocho pequeños renos con nombre y un saco de juguetes colgado sobre su hombro, se convirtió en la norma gracias al recién publicado poema “La noche antes de Navidad” (Account of a Visit From St. Nicholas).

Sin duda la inmediata y duradera popularidad de este poema (atribuido a Clement Clarke Moore) siempre estará en deuda con la inclusión de elementos de numerosas culturas. El autor combinó las innovadoras descripciones de Irving con antiguas tradiciones escandinavas, germánicas, inglesas y rusas. Incluso los escoceses y los irlandeses podían identificarse con la pequeña criatura, similar a los duendes, “enanos” o elfos de sus países natales.

http://www.visionjournal.es/visionmedia/article.aspx?id=4118

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Cuentos del viejo Nueva York - Washington Irving

Washington Irving (Manhattan, 1785-1859) fué un gran escritor romántico estadounidense y un estupendo cuentista, como atestigua el libro que reseñamos hoy. Comprende siete deliciosos cuentos, incluyendo dos de los más famosos, «Rip van Winkle»  y el inefable«Sleepy Hollow», sobre la leyenda del jinete sin cabeza, magistralmente llevado al cine por Tim Burton en 1999. Ameno, ligero, con un suave sentido del humor de fondo, su escritura se desliza página a página desgranando con agilidad historias que nos cautivan y nos fascinan. Irving supo recoger leyendas e historias populares y reescribirlas con un encanto y un atractivo que las convierten en clásicos.

Nuestro hombre nacio en la gran manzana cuando era todavía un pueblecillo. Hijo de un rico comerciante escocés, estudió derecho, pero pronto comenzó a trabajar como periodista e inició una carrera diplomática que le facilitó el poder dedicarse a sus dos grandes pasiones: viajar y escribir. Con solo 17 años quedó tan hondamente impresionado por la muerte de su prometida que ya no volvió a pensar en la pareja y permaneció soltero toda su vida.

Escribió una Historia de Nueva York que tuvo un gran éxito y viajó tanto a España y le dedicó tanto tiempo que acabó por ser un gran hispanista. Fué el primer estadounidense que alcanzó éxito y fama como escritor. Murió en Nueva York y está enterado en el cementerio del pueblo de Sleepy Hollow.

Muy recomendable para todo tipo de lectores, es uno de los escritores clásicos estadounidenses, ameno, entretenido e irónico, una maravilla.

http://laantiguabiblos.blogspot.com.ar/2011/07/cuentos-del-viejo-nueva-york-washington.html

Cuentos del viejo Nueva York – Washington Irving pdf
http://webmail.compartelibros.com/libro/cuentos-del-viejo-nueva-york/41507


martes, 25 de noviembre de 2014

UNA MALDICIÓN DIVINA. LA HISTORIA DE UNA FAMILIA:  LOS ATRIDAS

Los mitos griegos se formaron en la "Edad Oscura", y se nos han transmitido sobre todo, gracias a los poemas homéricos. Sus protagonistas, en la mayoría de los casos, son hombres y mujeres de un período definido del pasado, que tenían poderes mayores y eran más interesantes que la gente de nuestra época, pero que no eran dioses. Los mitos han servido para que los poetas nos expresaran sus pensamientos más profundos; son, para los clásicos, no dogmas de fe, sino instrumentos de creación. Algunos de ellos, están estrechamente relacionados con un rito (Misterios de Eleusis, Deméter), otros tienen una función política, algunos conservaban hechos del pasado (nombres, acontecimientos, lugares históricos); también definen muchas veces la posición que ocupaban los hombres respecto a los dioses.
Uno de estos mitos es la historia de toda una familia: los Atridas; desde su antepasado Tántalo hasta Orestes. Es la historia de un pecado contra los dioses, una contaminación que va más allá de los límites de orden jurídico y moral y que reclama la venganza divina sobre el culpable y se difunde en el espacio, involucrando a la comunidad que lo acoge, y también en el tiempo a lo largo de varias generaciones, como ocurre en este caso. Los principales protagonistas de esta historia aparecen en la Ilíada: Agamenón y Menelao, los caudillos griegos de la guerra contra Troya, y sus descendientes. Orestes y Electra son dos de las figuras preferidas de los grandes clásicos del teatro del s. V: Eurípides y Sófocles.

EL CASTIGO DE TÁNTALO.-
Tántalo, hijo de Zeus, es el primer antepasado conocido de los Atridas. Era invitado muy a menudo por su padre a los banquetes de los dioses hasta que un día, no contento con su suerte, decidió robar algunos de estos manjares para compartirlos con sus amigos; además de esto, cometió un crimen aún peor, para comprobar si era verdad que los dioses lo conocían todo, les ofreció en una comida a su propio hijo Pélope, guisado. Todos los dioses se dieron cuenta menos Deméter, que probó un trozo del hombro del niño. Los dioses inmediatamente resucitaron a Pélope, y le regalaron un nuevo hombro de marfil.
Tántalo fue condenado a sufrir un castigo eterno: sumergido en un lago hasta la altura del pecho jamás podía beber, puesto que cuando lo intentaba, las aguas bajaban de nivel; tampoco podía alcanzar nunca las manzanas de un árbol cuyas ramas se extendían sobre él: en el momento en que alargaba la mano, las ramas se alejaban. Además una piedra enorme sobresalía por encima del árbol amenazando siempre con aplastar su cabeza.

PÉLOPE Y LA CARRERA DE CARROS.-
Pélope, después de ser resucitado, pasó un tiempo como copero de los dioses, fue expulsado por robar néctar y ambrosía, como su padre, y marchó a Pise, donde reinaba por entonces el rey Enómao. Este rey tenía una hermosa hija: Hipodamía, y no quería que ésta contrajese matrimonio. Así que desafió a los pretendientes de Hipodamía en una carrera de carros por turno. El premio era Hipodamía; pero si los pretendientes perdían, eran castigados con la muerte. Y perdían siempre, porque Enómao hacía que su cochero limara las ruedas de los carros para que se rompieran en la carrera.
Cuando se presentó Pélope, la princesa se enamoró de él y sobornó al cochero de su padre para que le cambiase los ejes de madera de su carro por otros de cera. Durante la carrera, se rompió el carro del rey y éste murió arrastrado por sus propios caballos. Pélope se casó entonces con Hiopodamía, pero el cochero Mírtilo, quiso cobrarse el favor en la persona de la princesa; Pélope le dio muerte y Mírtilo, antes de morir, le maldijo a él y a toda su descendencia. Pélope tuvo varios hijos, entre ellos Atreo y Tiestes, los continuadores de la maldición familiar.

ATREO Y TIESTES.-
Estos dos hermanos, instigados por su madre, mataron a Crisipo, un hermanastro suyo. Pélope, al enterarse, los maldijo y desterró. Ambos se refugiaron en Micenas en la corte de Esténelo. Cuando murió el rey, Atreo y Tiestes se enfrentaron por el trono. Atreo sacrificó un carnero de su rebaño que tenía el vellón de oro, pero rellenó y guardó orgulloso la piel del animal. Tiestes, celoso, convenció a la mujer de Atreo, de que sería su amante si le entregaba el vellocino de oro. Después del robo, propuso a Atreo que sería rey aquél que poseyera un vellón de oro. Atreo aceptó, sin sospechar nada, y perdió sus derechos. Una última prueba tuvo que ver con la marcha del sol: si el astro se pusiera por el este, sería Atreo el soberano. Zeus cambió el curso solar, favoreciendo así a Atreo.
Atreo fue coronado y Tiestes desterrado; después de cierto tiempo, Atreo descubrió la infidelidad de su esposa con Tiestes, arrojó a su esposa al mar y, fingiendo perdonar a su hermano Tiestes, lo invitó a un banquete. Allí, como ya había ocurrido con su abuelo Tántalo, fueron despedazados y guisados los propios hijos de Tiestes. Al final de la comida, Tiestes descubrió con horror las cabezas de sus hijos. Vomitando, maldijo para siempre a los descendientes de Atreo.

LOS HIJOS DE ATREO: AGAMENÓN Y MENELAO.-
Asesinado Atreo, sus dos hijos huyeron a Esparta. Allí conocieron a sus mujeres, las causantes de las desgracias posteriores. Menelao desposó a Helena, que escapó más adelante con el príncipe troyano Paris. La alianza de jefes guerreros griegos para rescatarla dio origen a la guerra de Troya que cuenta la Ilíada.
Agamenón, por su parte, se casó con una hermana de Helena: Clitemnestra, de la que tuvo un hijo varón: Orestes y varias hembras: Electra, Ifigenia, Crisotemis... Agamenón tuvo que abandonar a su esposa, durante los diez años que duró la guerra de Troya. La expedición no podía llevarse a cabo porque una calma total impedía la navegación; el único remedio, según los adivinos, era que Agamenón sacrificase a su hija Ifigenia; este sacrificio le grangeó el odio eterno de Clitemnestra.
A la vuelta de la guerra, le esperaba un destino funesto: su mujer le aguardaba con un amante: Egisto. Irritada por el sacrificio de su hija, por la concubina que su esposo traía de Troya, Casandra, y por la muerte de su primer esposo, asesinado por Agamenón, lo recibió fingiendo alegría, y una vez dentro del palacio, lo asesinó en el baño.

LA VENGANZA DE ORESTES.-
Tras la muerte de Agamenón, Electra envió a su hermano Orestes fuera de la ciudad, temiendo que el amante de su madre quisiera acabar también con la vida de un posible heredero.
Electra vivía en una pobreza deshonrosa, deseando siempre que regresara Orestes. Cuando el niño fue mayor, visitó el oráculo de Delfos. Allí se le informó de que era necesario que vengase a su padre Agamenón. Se encaminó a su patria y ofrendó un mechón de su cabello en la tumba de su padre. Electra encontró el mechón y, llena de alegría, supuso que su hermano se encontraba allí. Se reconocieron y juntos planearon la venganza.
Clitemnestra estaba inquieta; había soñado que daba a luz una serpiente y sospechaba algo malo. En efecto, su propio hijo, Orestes, sin hacer caso de su súplicas, la mató y también a su amante Egisto. Orestes se había vengado, pero también había cometido el horrible crimen del matricidio. Las Erinias, espíritus vengadores, con cabellos de serpientes, cabezas de perro y alas de murciélago, lo persiguieron por toda Grecia hasta hacerle enloquecer.

EL JUICIO DE ORESTES.-
Sólo un dios o un tribunal humano, con la suficiente categoría, podría deshacer esta maldición. De hecho, según la tradición, este mito del juicio de Orestes sirve para dar validez a la nueva institución del tribunal del Areópago.
Orestes fue acusado en Atenas. Apolo lo defendió, alegando que la madre es sólo un accidente biológico y que es mucho más importante un vínculo paterno. Orestes se salvó por el voto de Atenea, a su favor, puesto que todos los demás votos se dividieron en partes iguales.
Es así como, por fin, termina la larga maldición de la familia de los Atridas.
A cada episodio podríamos darle una significación histórica, etiológica o filosófica.

http://www.iesfelixburgos.es/articulos/atridas.htm

El mito de los Atridas, el retorno y la muerte de Agamenón a manos
de Clitemnestra y Egisto, el dolor y la soledad de Electra y la venganza
de Orestes desde sus primeras manifestaciones literarias
http://interclassica.um.es/var/plain/storage/original/application/0483a793ab0e2f184bfd112c38ecae56.pdf

La maldición de los Atridas

domingo, 16 de noviembre de 2014

Las Minas del Rey Salomón - Henry Ridder Haggard

Las Minas del Rey Salomón es un libro escrito por Henry Ridder Haggard y si de algo podemos estar seguro es de esto: Si Nathan Drake le debe todo a Indiana Jones, Indiana Jones le debe todo a Allan Quatermain, protagonista de esta aventura, o sea, leer este libro es como leer una historia de Indiana Jones o de Uncharted, y eso siempre es algo bueno.
Se trata de una aventura (Haggard es el máximo exponente en el género de aventura de mundos perdidos) en África, un par de caballeros ingleses, Sir Henry y el Capitán Good, viajan al continente negro buscando al hermano de Sir Henry, quien se había perdido en una expedición hace años, para su campaña deciden contratar al renombrado cazador Allan Quatermain, un hombre experimentado que conoce muy bien el continente. Resulta que el hermano de Sir Henry llegó a África buscando las minas del Rey Salomón, que dicen oculta tesoros inimaginables y, afortunadamente para ellos, Quatermain conoce la leyenda y accede a guiarlos debido a que le gusta el dinero (así es, Quatermain no es un personaje heróico, más de eso cuando llegue el momento).
Una vez listos, los 3 hombres blancos (pues Quatermain también es europeo) forman un grupo junto a algunos nativos, entre ellos un africano de casi 2 metros llamado Umbopa, que les pide lo lleven por… cuestiones que no quiere revelar (y nos podemos oler el giro de tuerca a kilómetros de distancia). Una vez listos se lanzan a la expedición, una que casi les cuesta la vida pues deben enfrentar la dureza de África, el fuerte calor, hambre, sed y, eventualmente, frío (pues deben subir altas montañas).

Varias veces se encuentran a punto de morir hasta que llegan a un lugar muy hermoso en medio de las montañas y son emboscados por un grupo de nativos, todos de casi 2 metros de alto (y si no te hueles el giro de tuerca no sabes nada de la vida).
Ahí se verán involucrados con los nativos de Kualalandia, una tribu que se ha mantenido alejada de la civilización, una ciudad perdida dominada por el tirano Twala, pero dicen los sabios que él no es el verdadero heredero al trono…
Las Minas del Rey Salomón tiene mucho de historia militar y no tanto de búsqueda de tesoros pues la parte central de la historia trata sobre el levantamiento de la tribu de Kualalandia contra su tiránico rey. Aquí los 3 personajes principales se ven envueltos en una guerra para derrocar a Twala e instaurar al “sorpresivo” rey verdadero. Y debo decir que es una parte muy interesante que me recuerda mucho a la serie Suikoden (RPG de Konami) y a mi libro de El Perro Fantasma (que está inspirado en Suikoden,).
Afortunadamente la trama no acaba con el combate sino que, efectivamente, llegarán a las minas, donde deberán encontrar la forma de sobrevivir y escapar pues quedan encerrados. Básicamente la historia se resume en 3 partes: El camino de ida, la batalla y las minas. Todas son partes muy interesantes, divertidas y ligeras.
Este es un libro que no es difícil de leer, está escrito en base a la experiencia que Quatermain tuvo de esa aventura, o sea, está contando su experiencia (lo que de inicio te revela que sobrevivió). Quatermain también le pide disculpas al lector debido a su escaso vocabulario y eso es algo que notarás pues la manera en que está escrito es… relativamente casual, Quatermain narra la historia de forma un tanto amateur, me recuerda un poco a… pues a mí, en el sentido de que agrega muchos razonamientos personales durante la redacción, lo que es un poco extraño siendo una novela clásica. Sé que es algo intencional y no es molesto pero sí es una situación inusual.
Ya que estamos hablando de Allan Quatermain, a diferencia del personaje de los comics de Allan Moore (La Liga Extraordinaria), Quatermain realmente no es un héroe, el mismo se describe como cobarde, débil e incluso ambicioso (no hay que olvidar que su motivación en esta aventura es realmente el dinero). Técnicamente el verdadero héroe de esta historia es Sir Henry, un caballero inglés de más de 2 metros de estatura, increíblemente fuerte, valiente, honesto y que es admirado por toda la tribu Kuala debido a su fortaleza. Good, por su lado, es también un personaje honorable aunque es más una especie de comic relief, pero también es quien vive las situaciones más dramáticas. Sea como fuere, Quatermain es el personaje menos admirable de los tres.
Aunque la historia es bastante relajada, tiene algunas situaciones que, aunque no son malas, sí son un poco… desagradables moralmente. Para empezar Quatermain es un cazador de elefantes, los caza por el marfil (sabemos lo inhumano que es eso) y un capítulo entero es dedicado a una cruel cacería de elefantes, si bien este libro es una ficción, no deja de ser un poco incómodo tener por protagonista a un sujeto que ama la cacería de animales salvajes por dinero.
Por otro lado también es un libro algo racista, pues los nativos son retratados siempre como súbditos y aún cuando Umbopa les profesa una amistad sincera, no es correspondido con la misma intensidad, en especial por Quatermain quien en algún momento, cuando les ofrecen mujeres con tal de quedarse en la tribu, responde que los “blancos sólo yacen con blancas”. Es una situación totalmente entendible por la época en que la historia se desarrolla y la época en que el libro fue escrito (no olvidemos que la igualdad de raza es un concepto bastante reciente, así como el respeto por la vida animal), pero no se puede evitar sentir cierto malestar al tener unos héroes con poco que admirar en nuestros días (en especial Quatermain pues Good y Henry son mucho más nobles).
Las Minas del Rey Salomón es una aventura en el más puro estilo de Indiana Jones o Uncharted, con comedia, acción y drama. Es una lectura muy fácil y amena, además no se trata de un libro largo (apenas 211 páginas en la editorial Porrúa) y a pesar de que Quatermain no sea el mejor ejemplo a seguir, tanto Sir Henry como Good son personajes muy afables y con mucho que admirarles por lo que se compensa cuando ellos entran en acción. Es una aventura ideal para quienes desean algo que no se aleje mucho del estilo “Hollywood” y, sin duda, ha servido de inspiración para incontables aventuras cinematográficas que siempre disfrutamos.
Estoy consciente que el personaje de Allan Quatermain tiene una serie de aventuras, siendo Las Minas del Rey Salomón su primera, por lo que aún me falta por conocer más de él para entender por qué es tan reconocido (protagonista en La Liga Extraordinaria y un editor de Game Master usa ese nombre como nick), cuando lea más de sus aventuras ten por seguro que lo leerás aquí.
http://www.nerdcast.net/libros-las-minas-del-rey-salomon/
Las minas del rey Salomón





SALOMÓN Y LA REINA DE SABA (Solomon and Sheba)


Película estrenada entre 1959
Director: King Vidor. EE.UU. 1959. Color

La frontera entre Egipto e Israel era la raya que enfrentaba a dos discordias: David y el Faraón. A ochocientas leguas de esta discordia estaba el reino de Saba, la indómita mujer aliada a los egipcios y a quien Adonijah, hijo de David y jefe del ejército israelita, quiso atraerse a su causa. Tras cuarenta años de reinado, David deja el trono a Salomón, hermano de Adonijah, y aunque éste se siente postergado, aceptará por poco tiempo la sumisión. La reina de Saba será la que juegue ahora su definitiva carta: de acuerdo con Egipto se propone poner a sus pies a Salomón

El rodaje de este filme se llevó a cabo íntegramente en territorio español, más concretamente en El Escorial, se utilizaron miles de extras, se pidieron al Ministerio de Defensa cientos de soldados, y puedo asegurar, que las escenas de masas fueron cuidadas al máximo.

La pasión que nace entre ambos monarcas está reflejada con aroma a incienso en todo el filme, es como si después de volver de un día cotidiano, nos dijesen que abramos los ojos, aspiremos el humo fatuo que produce el deseo de amar y sentirse amado…Vemos complacientes como esa hermosa mujer se acerca lentamente al hombre, no al rey, no al sabio que todos admiran, al profeta, ella se dirige al hombre y creo que Gina nunca estuvo mejor
. Se cuenta que el director Vidor estuvo a punto de abandonar el rodaje del filme debido a los innumerables problemas que tuvo con la policía española… Estaban constantemente vigilando el rodaje, siempre tenían una pareja de guardias, desde la mañana, hasta que todos abandonaban el rodaje y se marchaban a sus hoteles. La fama de Gina, su hermosura, su vestuario en el filme, y la censura apocalíptica de la época franquista en España enviaban a diario la vigilancia de las fuerzas de seguridad, afortunadamente Vidor sabia como torear e hizo lo que quiso al final, dejando con poca ropa a Gina en la danza ante su dios pagano sin ningún impedimento y sus pechos fueron en aquellos años cincuenta los mas fotografiados. Ahora al cabo de los años, y viendo las fotos que existen, todos los cinéfilos del mundo tenemos una deuda pendiente con el director.
Se dijo que era muy normal ver a Gina acompañada del bailarín Antonio, figura grande de la danza española… Se cuenta que ambos vivieron un romance en aquellos días, la prensa lo aireaba una y otra vez, pero según propias palabras de mi confidente, aquello no era un romance, era una simple forma de dar publicidad a la estrella y al filme. Antonio era un grande de la danza, pero el campo floral de Gina requería abono procedente de los dioses del Olimpo
La película tiene un enorme fallo, un tremendo fallo y es la desdibujada figura del Rey Salomón, los guionistas, salvo en contadas ocasiones, como el famoso juicio, el sabio queda relegado a un segundo término y nos deja ver simplemente el hombre… ¿O eso era realmente lo que pretendían ellos y el director?, yo, personalmente creo que ahí es precisamente donde cojea el filme, Salomón fue una figura grande según la Biblia, de la historia de la humanidad; tal vez la película hubiera sido más redonda de haberse volcado con más profundidad sobre el personaje que Yul interpreta de forma impecable. Tal vez King Vidor sea demasiado terrenal, tal vez la productora quería un vehículo de lucimiento para una Gina realmente espléndida, tal vez hubiera porel medio factores que pesaban mucho y sobre los cuales nadie tuvo la fuerza suficiente para levantar, con todo y con eso cabe destacar dos escenas, el juicio y el milagroLástima. Tanto la historia, como las generaciones actuales, bastante interesadas por el cine clásico, hubieran quedado agradecidas de ver más completo este fantástico puzzle que, por otro lado, es claro ejemplo de lo que es el Séptimo Arte.
La secuencia final, donde Gina sale del templo de Salomon es de una belleza enorme, serena, brillante… el pueblo la espera, el pueblo quiere demostrar lo que piensa de ella con piedras en la mano. No nos hace falta nada más, no hay dialogo… sólo el lento caminar de una mujer, una simple mujer, reflejada por una Gina inolvidable. El cine aquí se rencuentra con el espectador, nos da una longitud plena de su capacidad, y nos envuelve con la belleza de ese azul roto pastel, la importancia que tiene en la vida de los humanos el más bello de los sentimiento. Secuencia digna de mencionar.

Gina es el filme, como fue Elizabeth Taylor a Cleopatra, o como Kim Novak en Vértigo…y como muchos de los rostros más brillantes del cine lo fueron a sus trabajos, dando tonalidad y magia, al tiempo que ensalzan una labor de equipo.


http://www.claqueta.es/1959/salomon-y-la-reina-de-saba-solomon-and-sheba.html

Salomón y la Reina de Saba



Refiere la Biblia que Salomón, hijo de David y su sucesor al frente de Israel, fue un poderoso y sabio monarca al que la enigmática reina de Saba quiso conocer. Un relato fascinante que nos sitúa en la frontera de la Historia.
lto y fuerte. Así era Saúl, un guerrero que tuvo que ganar con la espada su condición de primer soberano de lo que eran turbas aún sin personalidad, un hombre atormentado en el filo del gran cambio inevitable de un régimen tribal a otro centralizado. David, su sucesor, era rubio. Un ser humano con defectos y virtudes, que pecó y abusó, que amó, que danzó exultante y que lloró. Y también un guerrero astuto y valiente. Tampoco a David le fue regalada la condición de segundo monarca de aquel aglomerado tribus. Pero no sabemos cómo era Salomón, el tercer y último monarca único del «todo Israel». Tal vez ni siquiera se llamaba Salomón antes de acceder al trono, sino Yedideyah, «el amado de Yahvé», como le puso por nombre al nacer el profeta Natán ( I Reyes, 12, 25). El aspecto más humano de Salomón es su propia concepción y nacimiento, ya que es fruto del consuelo y amor de David a Betsabée, desolados por la muerte de su anterior hijo sin nombre, muerto apenas nacer. También es humano Salomón – en el peor sentido – durante su ascensión al trono, cuando elimina a sus posibles rivales. Y ya en el trono, el relato bíblico se aleja de la novela de una vida y perfila un estereotipo más que una personalidad.
Salomón ya no es un rey-caudillo. Ha nacido y vivido en la incipiente corte real de su padre, y no se ha ganado la corona con las armas sino que es rey por ser hijo de rey (aunque no el de mejor derecho: era a Adonías, muerto por orden de Salomón a quien correspondía suceder a David). El carácter hereditario de la monarquía se inaugura así junto con la administración centralizada y la capacidad del Estado para abordar obras públicas y otras misiones de mayor alcance que las que un régimen tribal puede llevar a cabo. La Biblia, en efecto, describe con amplitud el reinado y las obras de Salomón.
EN LA FRONTERA DE LA HISTORIA
Por primera vez, el protagonista de la narración bíblica no es sólo «un hombre que llega a ser rey», como en las magníficas novelas que son las historias de Saúl y David, sino «un rey». Sabemos que la Historia se escribe a impulsos de poderes centralizados, nace selectiva, tendenciosa e incompleta, y frecuentemente se autojustifica con pasados reinterpretados a conveniencia. Las lisonjas, exageraciones, tendenciosidades e inexactitudes de las crónicas a medida del soberano están servidas. Estamos ya, en cuanto al texto bíblico, en la frontera de la Historia.
Pero la Biblia no tiene ninguna intención de ser «historia» en sentido técnico, así que tanto la proclamación de su carácter histórico como la acusación de falta del mismo son radicales incoherencias. Si lo que queremos saber es cómo era Salomón hombre, por fuera y por dentro, poco nos va a decir el texto bíblico. Y si lo que queremos es saber simplemente si existieron él y su reino, fuera de lo que el texto bíblico nos cuente, habremos de recurrir a otras fuentes. Serán pocas e indirectas, pero firmes.
ENCUENTRO EN JERUSALÉN
En esta frontera nebulosa, entre la historia y la leyenda, tal vez pudiera insertarse la visita de la reina de Saba a la corte del rey Salomón, que la Biblia cuenta así: «Conocedora la reina de Saba de la fama de Salomón en el nombre de Yahvé, vino para ponerle a prueba con enigmas. Entró en Jerusalén con un importante séquito de camellos cargados de aromas y oro en grandísima cantidad y piedras preciosas y, llegada ante Salomón, le expresó cuanto tenía propósito de decirle. Salomón le declaró todas sus consultas, sin que ni una sola cosa se le ocultase al monarca y no se la resolviese. Cuando la reina de Saba vio toda la sabiduría de Salomón, la casa que había construido, la jerárquica colocación de asientos de sus dignatarios, el funcionamiento de sus ministros y sus uniformes, sus provisiones de bebidas y los holocaustos que ofrecía en la casa de Yahvé, se quedó como sin aliento, y dijo al rey: “Verdad era lo que yo había oído en mi país sobre tus cosas y sabiduría; pero no daba crédito a lo que me contaban hasta que he venido y mis propios ojos lo han visto; mas he aquí que no se me había referido ni la mitad: son mayores tu sabiduría y excelencia de lo que yo había oído. Felices tus gentes, felices éstos tus servidores, que están siempre ante ti y escuchan tu sabiduría. Sea bendito Yahvé, tu Dios, que se ha complacido en ti, poniéndote sobre el trono de Israel, a causa de su amor eterno a Israel, y te ha constituido rey para que ejercites derecho y justicia”. Luego regaló al monarca ciento veinte talentos de oro, aromas en grandísima cantidad y piedras preciosas. Nunca más llegó tal abundancia de aromas como la que la reina de Saba regaló al rey Salomón. [...] El rey Salomón dio a la reina de Saba cuanto ella le pidiera, además de lo que regaló con la munificencia que correspondía al rey Salomón. Ella se volvió después y marchó a su país acompañada de sus servidores» (I Reyes, 10, 1-10; 13).
Mas de nuevo, al hilo de este episodio, es inevitable preguntarse si Salomón – como la propia reina – fue un personaje «histórico» o legendario. Ésa es una pregunta tan frecuente como mal formulada. Buscad bajo una leyenda y hallaréis un hecho real: un hecho deformado, generalizado y aprovechado para ignotos propósitos (desacreditación o glorificación, justificación o descalificación, política o religión, y un largo etcétera). Pero que ocurrió en la realidad. Para que sea un hecho «histórico», hemos de ponerle un «donde» y un «cuándo». Y a pesar de otros múltiples detalles, el texto bíblico nos deja sin eso que tan afanosamente buscamos en nuestro tiempo: una fecha exacta.
LA INFLUENCIA EGIPCIA
Una dificultad de partida es la falta de referencias a Salomón fuera de la Biblia. Pero es precisamente esa ausencia de noticias la que paradójicamente hace verosímil la existencia de un reino como el de Salomón en un determinado momento: mediados del siglo X a.C. Por entonces las tradicionales potencias de la zona (Egipto, Mesopotamia) estaban en horas bajas, y sólo en esas circunstancias – que no volvieron a repetirse – podía el antiguo Canaán conformarse en pequeños estados: Fenicia al norte, Israel-Judá al centro, Filistea en la costa, Ammon, Moab y Edom al otro lado del Jordán, y otros pueblos más o menos organizados en el resto del llamado Creciente Fértil. Todos apoyados voluntaria o involuntariamente los unos en los otros, al calor del tráfico de mercancías que resucitaba tras el colapso de las grandes potencias.
Mientras que Egipto no se menciona como poder político en la tradición bíblica de David, varios faraones tienen un papel importante durante el reinado de Salomón. A comienzos del mismo, un faraón atacó la ciudad de Guezer, y la dio en dote a su hija al casarse con Salomón. Pudo ser Psusenes II o mejor Siamún, uno de los últimos faraones de la dinastía XXI.
Aunque los textos egipcios conocidos no mencionan esa boda, hubo una fuerte influencia cultural egipcia en la corte de Salomón. Es evidente el paralelismo terminológico del gabinete real salomónico con el egipcio, y la estructuración del país en doce distritos administrativos. Incluso algún autor ve en esa organización una influencia de dirección contraria. En todo caso, que el mismo tipo de administración aparezca al mismo tiempo en Israel y en Egipto no parece una simple coincidencia. Es posible también que la tradición literaria de los doce hijos de Jacob y de las doce tribus de Israel tuviera su origen en esa organización de distritos, como han sugerido algunos autores.
Otro faraón mencionado en el relato bíblico de Salomón es Shishak, que aparece por primera vez en relación con la revuelta de Jeroboam (I Reyes, 11, 26-42). Shishak (Sheshonk I) es el fundador de la dinastía XXII (de origen libio), una fuerte personalidad que quiso restaurar el poder egipcio en Canaán. Su ascensión al trono (hacia el 945 a.C.) marca un cambio en el reinado de Salomón: en lugar de un amigo y aliado tuvo ante sí un Egipto hostil que animaba a los opositores a Salomón, Rehoboam, Shishak organizó una expedición militar contra Judá e Israel, que el faraón conmemoró en los relieves del templo de Amón en Karnak.
LOS REINOS DE SALOMÓN Y SABA
Esa expedición de castigo y botín dejó claros niveles de destrucción en ciudades que habían sido «salomónicas». Así, todo un caudal de datos muy recientemente obtenidos por la arqueología va corroborando una reurbanización del antiguo Canaán hacia la mitad del siglo X a.C., en que la mayoría de los yacimientos arqueológicos (Meguido, Guezer, Hatsor, Rehov y otros en Jordania) parecen haber sido construidos o reconstruidos hacia esa fecha, mostrando luego un nivel de destrucción correspondiente a la campaña de Shishak hacia el 925 a.C.
Toda la cultura material y el modelo de asentamiento humano muestran evidencias de un cambio social. La población se duplica de Saúl a Salomón, como resultado de una explosión demográfica y de un cierto bienestar económico. El cambio en la cultura material durante el siglo X a.C. se aprecia no sólo en las obras públicas (puertas de ciudad, murallas, abastecimientos de agua, almacenes, etc.) sino también en un tímido regreso de los objetos de lujo y en la cerámica, que es de mejor calidad y que presenta los primeros ejemplares fenicios importados e imitados localmente. Muchas ciudades del norte y del sur del territorio muestran facturas arquitectónicas que parecen emanadas de una misma mente organizadora justamente en ese siglo X a.C.
La Biblia describe de forma un tanto optimista los territorios a los que alcanzaba el poder de Salomón. Sin embargo, en éste como en tantos casos, es mucho lo que se le hace decir al texto bíblico y que en realidad no dice. No se trata de un «imperio» sino más bien de un «emporio». Los reyes mencionados como sujetos a tributo siguen siendo reyes. Tal vez el simple hecho de no estar en guerra con un rey y sí en tratos comerciales, aunque sólo fueran de acuerdos aduaneros, ya era considerado por el cronista salomónico como signo de sumisión.
Algunos de los lugares que la Biblia menciona han sido malinterpretados. Por ejemplo, «Tamar en el desierto» es confundido a veces con Palmira en Siria, lo que sería una exageración, cuando se trata de un modesto fortín en el Negev que, en efecto, ofrece un primer nivel del siglo X a.C., así como otros fortines en la misma línea que sin duda sirvieron al rey sabio para mantener sus peajes sobre las mercancías de las caravanas.
En cuanto a la localización del reino de Saba, la Biblia no indica nada. La narración de la expedición a Ofir a través del mar Rojo está intercalada en la de la expedición de la reina de Saba (I Reyes, 9, 26-10, 22) pero no deben confundirse ambos hechos. La reina llega en camellos y lleva consigo especias, características ambas de la península Arábiga. Aunque la visita de la reina de Saba parece contada para glorificar a Salomón, textos asirios de los siglos VIII- VII a.C. mencionan una reina de Saba (mejor Shebah o Shabah) en el norte de Arabia septentrional. A la luz de esos textos, la reina de Saba pudo haber venido del desierto transjordano más que del extremo sur de Arabia, y muy probablemente para algo tan prosaico como obtener alguna mejora o rebaja aduanera.
UNA REINA LEGENDARIA
Nada sustenta en la Biblia las leyendas que sobre esta visita real se han venido montando a lo largo de la historia en cuanto a las relaciones amorosas de Salomón y la reina de Saba. Como no sea la afición de Salomón por las mujeres, que se traducía en un amplio harén de esposas y concubinas, algo que formaban parte de la red de alianzas del rey. La reina de Saba pudo ser fea o guapa, joven o vieja. No lo sabremos nunca. Sin nombre en la Biblia, es Makeda en la tradición oral preislámica recogida en el Corán. En otra tradición se llama Balkis, Bilikisu Sungbo en la Nigeria islámica, uno de los últimos puntos del mundo en reclamarse como patria y sepulcro de la reina, además de los ya tradicionales Yemen o Etiopía. Así, una de las figuras centrales de la cultura rasta es el emperador de Etiopía Ras Tafari Makonen, Haile Selassie I, el 2.250º descendiente de Salomón y la reina de Saba según el Kebra Negest, la «Biblia» de Etiopía, que recoge la orden impartida a Menelik I, hijo de Salomón y la reina de Saba (nada menos), de llevar el Arca de la Alianza del templo de Salomón al reino de Etiopía junto a los primogénitos de Jerusalén.
Sin entrar en el ámbito de esoterismos varios, todo ungüento, perfume o especia parece que fue traído o usado por la Reina de Saba, desde la mirra, el incienso y el bálsamo, hasta la humilde canela y el café. Unas veces para sus «taimadas» artes y otras para realzar su hermosura, según sea considerada siniestramente maga o simplemente bella.
Y toda supuesta sabiduría en un gobernante, rey o juez se parangona con la sabiduría salomónica. Leer más detenidamente la Biblia revela además una confianza de esa sabiduría en el instinto humano, la más elemental de las sabidurías. En el conocido «juicio de Salomón» el rey aplica una justicia, injusta por estricta, que deja al veredicto de «las entrañas» de la verdadera madre. Las artes plásticas de todos los tiempos han encontrado su inspiración en las leyendas sobre Salomón y la reina de Saba. Todas las épocas han tratado de representarlos, vistiéndolos a la moda vigente con retoques a su entender exóticos. Las fantasías pueden continuar. Cualquier versión nueva o antigua tiene las mismas posibilidades (es decir, ninguna) de acercarse a una realidad de la que difícilmente sabremos más en el futuro.
Pero para quienes gusten de hechos concretos, un rey de las características de Salomón (aunque quizá no hablase con los animales como consta en muchas tradiciones) y un relativamente próspero Estado en el corazón del antiguo Canaán pudo existir en el siglo X a.C., y también una reina como la de Saba (tal vez tan comerciante como Salomón). La tozuda y tecnificada arqueología actual los sitúa justamente ahí: en la frontera de la historia.
MARIA TERESA RUBIATO DIAZ

Profesora titular de hebreo de la Universidad Complutense de Madrid. Directora de laMisión Arqueológica Complutense en Tel Hatso
http://www.gbasesores.com/reflexiones/biblia/reina_Saba.htm


La reina de Saba y su reino fabuloso
http://enigmasymitos.blogspot.com.ar/2010/08/la-reina-de-saba-y-su-reino-fabuloso.html




















sábado, 15 de noviembre de 2014


Mito de Prometeo

Cielo y tierra habían sido creados; el mar se mecía en sus orillas y en su seno jugueteaban los peces; en el aire cantaban, aladas, las aves; pululaban en el suelo los animales. Pero faltaba aún la criatura en cuyo cuerpo pudiera dignamente morar el espíritu y dominar desde allí todo el mundo terreno. Apareció entonces en la Tierra Prometeo, vástago de la vieja estirpe de los dioses que Zeus destronara, hijo de Japeto, que lo era de Urano, nacido de la Tierra, dotado de gran ingenio. Bien sabía éste que en el suelo dormitaba la semilla del Cielo; por eso tomó arcilla, la humedeció con agua del río, la amasó y modeló con ella un ser a imagen de los dioses, señores del Mundo. Para animar este amasijo obra de sus manos, pidió a las almas de todos los animales cualidades, buenas y malas, y las encerró en el pecho del hombre. Entre los Olímpicos tenía una amiga, Atenea, diosa de la sabiduría, quien, admirada de la obra del hijo del Titán, infundió en la figura semianimada el espíritu, el hálito divino.
Así nacieron los primeros hombres, y no tardaron en multiplicarse y llenar la Tierra. Durante largo tiempo, sin embargo, no supieron cómo servirse de sus nobles miembros y de la divina chispa que recibieran. Miraban en vano, sin ver; oían sin oír. Vagaban como fantasmas, sin poder ayudarse de lo creado. Desconocían el arte de excavar las piedras y trabajarlas, de cocer ladrillos con barro, con los troncos caídos del bosque tallar maderos, y con todas estas cosas construirse viviendas. Pululaban bajo el suelo, en cavernas donde jamás penetraba el sol, como inquietas hormigas. No conocían las señales seguras anunciadoras del invierno, de la primavera con sus flores, del verano con su riqueza de frutos. Cuanto hacían era sin plan ni concierto.
Y he aquí que en Prometeo se despertó el interés por sus criaturas. Les enseñó a observar la salida y la puesta de los astros, las inició en el arte de contar, en el de la escritura; les enseñó a reducir a los animales al yugo y a utilizarlos como compañeros de trabajo; acostumbró los corceles a la brida y al carro, inventó barcas y velas para navegar. Se preocupó igualmente de los demás aspectos de la vida de los humanos. Antes no sabían éstos emplear remedios en sus enfermedades, desconocían los ungüentos que mitigan el dolor y no practicaban para cada dolencia una dieta apropiada; por falta de medicinas, los pacientes sucumbían miserablemente. Por eso, Prometeo les enseñó a mezclar medicamentos con que combatir toda suerte de enfermedades. Les enseñó luego el arte de la predicción, revelándoles los significados de señales y sueños, del vuelo de las aves y de los aruspicios. Además, les hizo dirigir la mirada al interior de la tierra y descubrir así los minerales metálicos: el hierro, la plata y el oro. En una palabra, les inició en todos los regalos y las artes de la existencia.
No hacía mucho que reinaba en el Cielo, junto con sus hijos, Zeus, que había destronado a su padre Cronos y a la antigua raza de dioses de la que también descendía Prometeo.
Y he aquí que los nuevos dioses fijaron su atención en el linaje de hombres que acababa de nacer. Le exigieron les rindiera homenaje, a cambio de la protección que pensaban dispensarle. Se celebró en Mekone (Sición), Grecia, ura asamblea de mortales e inmortales, y en ella se estipularon los derechos y deberes de los hombres. Como abogado de sus humanas criaturas se presentó en la asamblea Prometeo, con objeto de velar para que los dioses no impusiesen excesivas cargas a los mortales en pago de la protección otorgada. Pero su listeza incitó al hijo de los Titanes a engañar a los dioses. En nombre de sus criaturas sacrificó un gran toro, del cual los Olímpicos debían escoger la parte que desearan. Una vez despedazado, había hecho dos montones con el cuerpo del animal propiciatorio: de un lado puso la carne y las entrañas, con abundante grasa, atado todo ello en la piel del animal, y puso el estómago encima; del otro lado colocó los huesos mondos, envueltos hábilmente en el sebo de la víctima. Y este montón era el más voluminoso. Pero Zeus, el padre de los dioses, el omnisciente, vio el engaño y dijo: «Hijo de Japeto, rey ilustre, buen amigo, ¡qué desiguales has hecho las partes!». Creyó entonces Prometeo haberle engañado y, sonriendo para sus adentros, dijo: «Ilustre Zeus, el más grande de los dioses eternos, escoge la parte que el corazón en tu pecho te aconseje». Zeus sintió la indignación en su alma, pero cogió adrede con ambas manos el blanco sebo y, habiéndolo apretado y viendo los pelados huesos, simuló que hasta aquel momento no se daba cuenta de la superchería e, irritado, exclamó: «¡Bien veo, amigo Japetónida, que no has olvidado todavía el arte del fraude!»
Resolvió Zeus vengarse de Prometeo por su engaño, y negó a los mortales el último don que necesitaban para alcanzar la plena civilización: el fuego. Más, también aquí supo componérselas el astuto hijo de Japeto. Cogiendo el largo tallo del jugoso hinojo gigante, se acercó con él al carro del Sol que pasaba y prendió fuego a la planta. Provisto de aquella antorcha bajó a la Tierra y pronto la primera hoguera flameó hacia el Cielo. Fue el Tonante quien más se sintió dolido en el fondo del alma, cuando divisó a lo lejos el resplandor del fuego elevándose de entre los hombres. Inmediatamente, y para reemplazar el uso del fuego, que no podía ya arrebatar a los mortales, ideó para ellos un nuevo mal: Hefesto, dios del fuego, famoso por sus habilidades, formaría la estatua de una hermosa doncella. La propia Atenea que, celosa de Prometeo, se había trocado en su enemiga, echó sobre la imagen una vestidura blanca y reluciente, le aplicó sobre el rostro un velo que la virgen mantenía separado con las manos, la coronó de frescas flores y la ciñó el talle con un cinturón de oro, artística obra que Hefesto ofrendara también a su padre, adornada maravillosamente con policromas figuras de animales. Hermes, el mensajero de los dioses, otorgaría el habla a la bella imagen, y Afrodita le daría todo su encanto amoroso. De este modo Zeus, bajo la apariencia de un bien, había creado un engañoso mal, al que llamó Pandora, es decir, la omnidotada; pues cada uno de los Inmortales había conferido a la doncella algún nefasto obsequio para los hombres. Condujo entonces a la virgen a la Tierra, donde los mortales vagaban mezclados con los dioses, y unos y otros se pasmaron ante la figura incomparable. Pero ella se dirigió hacia Epimeteo, el ingenio hermano de Prometeo (1), llevándole el regalo de Zeus. En vano aquél había advertido a su hermano que nunca aceptase un obsequio venido del olímpico Zeus, para no ocasionar con ello un daño a los hombres; debía rechazarlo inmediatamente. Epimeteo se olvido de aquellas palabras, acogió gozoso a la hermosa doncella y no se dio cuenta del mal hasta que ya lo tuvo. Pues hasta entonces las familias de los hombres, aconsejadas por su hermano, habían vivido libres del mal, no sujetos a un trabajo gravoso, exentos de la torturante enfermedad. Pero la mujer llevaba en las manos su regalo, una gran caja provista de una tapadera. Apenas llegada junto a Epimeteo abrió la tapa y en seguida volaron del recipiente innumerables males que se desparramaron por la Tierra con la velocidad del rayo. Oculto en el fondo de la caja hahia un único bien: la esperanza; pero, siguiendo el consejo del padre de los dioses, Pandora dejó caer la cubierta antes de que aquélla pudiera echar a volar, encerrándola para siempre en el arca. Entretanto, la desgracia llenaba, bajo todas las formas, tierra, mar y aire. Las enfermedades se deslizaban día y noche por entre los humanos, solapadas y silenciosas, pues Zeus no les había dado la voz. Un tropel de fiebres sitiaba la Tierra, y la muerte, antes remisa en sorprender a los hombres, precipitó su paso.
Después, Zeus dirigió su venganza contra Prometeo. Entregó al culpable a Hefesto y sus criados, Cratos y Bia (la coerción y la violencia), quienes hubieron de arrastrarle a las soledades de Escitia, y allí, sobre un espantoso precipicio, encadenarle con cadenas indestructibles al muro de roca del Cáucaso. Hefesto cumplió con desgano el mandato de su padre, pues amaba en el hijo de los Titanes al consanguíneo descendiente de su abuelo Urano, a un vastago de los dioses de tan alta alcurnia como Zeus. Con palabras llenas de piedad y bajo los improperios de sus brutales servidores, mandó a estos a que efectuaran el cruel trabajo.
Y así hubo de permanecer Prometeo suspendido de la desolada peña, de pie, insomne, sin nunca poder doblar la cansada rodilla. «Exhalarás muchas inútiles quejas y suspiros —le díjo Hefesto—, pues la voluntad de Zeus es inexorable, y todos aquellos que llevan poco tiempo disfrutando de un poder usurpado son duros de corazón (2)». En realidad, el tormento del cautivo debía durar eternamente, o por lo menos treinta mil años. Aunque suspirando y quejándose a voces, aunque llamando, como testigos de su dolor, a los vientos y a los ríos, a las fuentes y a las olas del mar, a la madre Tierra y a los astros del Zodíaco que todo lo ven, su. ánimo no se doblegó. «Debe soportar la decisión del Destino —dijo— todo aquel que sabe comprender la fuerza invencible ce la necesidad». Tampoco se dejó mover por las amenazas de Zeus a descifrar la oscura profecía de que un nuevo lazo matrimonial (3) depararía al soberano de los dioses la perdición y la caída. Zeus cumplió su palabra: envió al prisionero un águila que, huésped diario, se nutría de su hígado, el cual, consumido, se regeneraba constantemente. Aquel tormento no habría de cesar hasta que se presentase un redentor que, aceptando voluntariamente la muerte, se aviniese en cierto modo a reemplazarle.
Finalmente llegó para el infeliz el día de la liberación. Después de haber permanecido por espacio de siglos suspendido de la roca y sufriendo torturas espantosas, acertó a pasar Hércules camino de las Hespérides y en busca de sus manzanas. Al ver colgando en el Cáucaso al nieto de los dioses y con la esperanza de poder aprovecharse de su buen consejo, se apiadó de su destino al ver cómo el águila, posada sobre las rodillas de Prometeo, devoraba el hígado del infeliz. Dejando entonces la maza y la piel de león, tendió su arco y disparó la flecha, ahuyentando al ave cruel de la entraña del atormentado. Acto seguido desató sus ligaduras y se alejó con el redimido. No obstante, para que se cumpliese la condición del rey de los dioses, puso en su lugar al centauro Quirón, quien se declaró presto a morir en aquel sitio, pues que antes era inmortal (3). Mas para que no quedase incumplida la sentencia de Zeus, que condenaba a Prometeo a permanecer desterrado en la roca durante un tiempo mucho más prolongado, tuvo éste que llevar en adelante un anillo de hierro en pie que, se encontraba una piedrecita arrancada de las peñas del Cáucaso. De este modo, Zeus pudo jactarse de continuar teniendo a su enemigo cautivo a la montaña.
1. Prometeo significa «el previsor»; Epimeteo, «que reflexiona después del hecho».
2. Zeus había derrocado a Cronos (Saturno) y con él a la antigua dinastía de dioses, apoderándose por la fuerza del Olimpo. Japeto y Cronos eran hermaros; Prometeo y Zeus hijos de hermanos.
3. Con Tetis. (Pues a ésta se le había vaticinado que tendría un hijo que sería más fuerte que su propio padre. Por eso más tarde Zeus la casó con el héroe mortal Peleo, de quien tuvo Aquiles.)
4. Ver Hércules: «Trabajos cuarto al sexto».

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El mito de Prometeo
(Platón, Protágoras, 320d-321d)

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<< ... Era un tiempo en el que existían los dioses, pero no las especies mortales. Cuando a éstas les llegó, marcado por el destino, el tiempo de la génesis, los dioses las modelaron en las entrañas de la tierra, mezclando tierra, fuego y cuantas materias se combinan con fuego y tierra. Cuando se disponían a sacarlas a la luz, mandaron a Prometeo y Epimeteo que las revistiesen de facultades distribuyéndolas convenientemente entre ellas. Epimeteo pidió a Prometeo que le permitiese a él hacer la distribución "Una vez que yo haya hecho la distribución, dijo, tú la supervisas ". Con este permiso comienza a distribuir. Al distribuir, a unos les proporcionaba fuerza, pero no rapidez, en tanto que revestía de rapidez a otros más débiles. Dotaba de armas a unas, en tanto que para aquellas, a las que daba una naturaleza inerme, ideaba otra facultad para su salvación. A las que daba un cuerpo pequeño, les dotaba de alas para huir o de escondrijos para guarnecerse, en tanto que a las que daba un cuerpo grande, precisamente mediante él, las salvaba.
De este modo equitativo iba distribuyendo las restantes facultades. Y las ideaba tomando la precaución de que ninguna especie fuese aniquilada. Cuando les suministró los medios para evitar las destrucciones mutuas, ideó defensas contra el rigor de las estaciones enviadas por Zeus: las cubrió con pelo espeso y piel gruesa, aptos para protegerse del frío invernal y del calor ardiente, y, además, para que cuando fueran a acostarse, les sirviera de abrigo natural y adecuado a cada cual. A algunas les puso en los pies cascos y a otras piel gruesa sin sangre. Después de esto, suministró alimentos distintos a cada una: a una hierbas de la tierra; a otras, frutos de los árboles; y a otras raíces. Y hubo especies a las que permitió alimentarse con la carne de otros animales. Concedió a aquellas descendencia, y a éstos, devorados por aquéllas, gran fecundidad; procurando, así, salvar la especie.</
Pero como Epimeteo no era del todo sabio, gastó, sin darse cuenta, todas las facultades en los brutos. Pero quedaba aún sin equipar la especie humana y no sabía qué hacer. Hallándose en ese trance, llega Prometeo para supervisar la distribución. Ve a todos los animales armoniosamente equipados y al hombre, en cambio, desnudo, sin calzado, sin abrigo e inerme. Y ya era inminente el día señalado por el destino en el que el hombre debía salir de la tierra a la luz. Ante la imposibilidad de encontrar un medio de salvación para el hombre. Prometeo roba a Hefesto y a Atenea la sabiduría de las artes junto con el fuego (ya que sin el fuego era imposible que aquella fuese adquirida por nadie o resultase útil) y se la ofrece, así, como regalo al hombre. Con ella recibió el hombre la sabiduría para conservar la vida, pero no recibió la sabiduría política, porque estaba en poder de Zeus y a Prometeo no le estaba permitido acceder a la mansión de Zeus, en la acrópolis, a cuya entrada había dos guardianes terribles. Pero entró furtivamente al taller común de Atenea y Hefesto en el que practicaban juntos sus artes y, robando el arte del fuego de Hefesto y las demás de Atenea, se las dio al hombre. Y, debido a esto, el hombre adquiere los recursos necesarios para la vida, pero sobre Prometeo, por culpa de Epimeteo, recayó luego, según se cuenta, el castigo del robo.
El hombre, una vez que participó de una porción divina, fue el único de los animales que, a causa de este parentesco divino, primeramente reconoció a los dioses y comenzó a erigir altares e imágenes a los dioses. Luego, adquirió rápidamente el arte de articular sonidos vocales y nombres, e inventó viviendas, vestidos, calzado, abrigos, alimentos de la tierra. Equipados de este modo, los hombres vivían al principio dispersos y no en ciudades, siendo, así, aniquilados por las fieras, al ser en todo más débiles que ellas. El arte que profesaban constituía un medio, adecuado para alimentarse, pero insuficiente para la guerra contra las fieras, porque no poseían el arte de la política, del que el de la guerra es una parte. Buscaban la forma de reunirse y salvarse construyendo ciudades, pero, una vez reunidos, se ultrajaban entre sí por no poseer el arte de la política, de modo que al dispersarse de nuevo, perecían. Entonces Zeus, temiendo que nuestra especie quedase exterminada por completo, envió a Hermes para que llevase a los hombres el pudor y la justicia, a fin de que rigiesen en las ciudades la armonía y los lazos comunes de amistad. Preguntó, entonces, Hermes a Zeus la forma de repartir la justicia y el pudor entre los hombres: "¿Las distribuyo como fueron distribuidas las demás artes?".
Pues éstas fueron distribuidas así: Con un solo hombre que posea el arte de la medicina, basta para tratar a muchos, legos en la materia; y lo mismo ocurre con los demás profesionales. ¿Reparto así la justicia y el poder entre los hombres, o bien las distribuyo entre todos?. "Entre todos, respondió Zeus; y que todos participen de ellas; porque si participan de ellas solo unos pocos, como ocurre con las demás artes, jamás habrá ciudades. Además, establecerás en mi nombre esta ley: Que todo aquel que sea incapaz de participar del pudor y de la justicia sea eliminado, como una peste, de la ciudad''.>>
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