lunes, 22 de diciembre de 2014

La grandeza de los Médicis

Como todos los hombres famosos, también los Médicis fueron ensalzados y calumniados más que conocidos. En el siglo XV, los rivales y los facciosos; en el XVI, los nostálgicos y los exiliados; en el XVII, los libelistas; en el XVIII, los iluministas; en el XIX, los jacobinos. Cada siglo ha querido arrojar su puñado de barro o su botella de vitriolo contra los protagonistas mediceos, ya estuvieran vivos o muertos, o contra toda la familia.
La envidia, floreciente y poderosa en toda democracia, y enFlorencia más que en ninguna parte, persiguió a los Médicis a partir de Cósimo el Viejo, y si no pudo impedir a sus sucesores que reinaran y predominaran, fue lo bastante tenaz y vigorosa para hacerlos aparecer, hasta nuestros días rodeadas de luces lívidas y sanguinosas. Aventureros de la pluma, historiadores partidarios, novelistas de izquierda, han competido representándolos como corrompidos y corruptores de Florencia, como tiranos hipócritas y feroces, esclavos de todo sucio vicio, reos confesados o sospechosos de torpe delito, infame linaje de envenenadores y de traidores. No son estas acusaciones vociferaciones de la plebe ignorante, sino ideas fijas y tenaces de la cultura media, que suele equivocarse más que los simples.
Desde los poetas ingleses del siglo XVII a los novelistas franceses del XIX, los Médicis fueron bautizados como progenie de Satanás, astutos como serpientes y crueles como delincuentes. Incluso en Italia, en el siglo pasado, Gioberti, güelfo; Guiusti, liberal y Guerrazzi, demócrata, juzgaron con igual severidad a la gran familia florentina. Desde hace unos decenios solamente -aunque la familia se extinguió hace dos siglos- ha comenzado para ella la justicia de la Historia. No estuvo, ciertamente, exenta de errores y de culpas la estirpe medicea, por la evidente y universal razón de que no ha existido, ni puede existir, ninguna familia humana inmune de culpas y de errores, comenzando por la primera de todas, que tuvo en su primogénito al más famoso de los fratricidas.
Pero piénsese en cuánto mayores son las tentaciones y las ocasiones en una familia que fue primero la más rica y luego la más poderosa de su patria. Piénsese en que los Médicis estuvieron expuestos a esas tentaciones durante casi tres siglos, y en tiempos bastante distintos, por costumbres y pasiones, de los presentes. Piénsese que fueron perseguidos por la enfermedad y por la muerte: casi todos estuvieron atormentados por la gota u hostigados por la tisis; casi todos murieron jóvenes o, por lo menos, bastante antes de la vejez; y algunos, como Giuliano di Piero, Giovanni dalle Bande Nere y el duque Alejandro, muertos por el hierro enemigo. Piénsese que, a pesar de esta persecución de enfermedades y desgracias, supieron dar a Italia y al mundo ejemplos maravillosos de audacia, de magnificencia y de genio.
Piénsese que, apenas en dos siglos, esta familia odiada y vilipendiada produjo una docena de criaturas superiores y dio un genio a la poesía y a la política, tres Pontífices de la Iglesia, dos reinas a Francia y héroes y príncipes a la gran historia toscana e italiana. Piénsese en que el Renacimiento, que es uno de los supremos honores y regalos de nuestra civilización, se puede personificar, por lo menos durante medio siglo, en las figuras de tres generaciones mediceas: Cósimo el Viejo, Lorenzo el Magnífico y León X.
Para mejor entender cuál fue la misión y la gloria de los Médicis en el milagro del Renacimiento, bastará recordar a uno de ellos, y de los menos excelentes y conocidos: Giuliano, duque de Nemours. Vivió apenas treinta y siete años, de 1479 a 1516, y, sin embargo, gracias a una feliz concurrencia de casos, se nos aparece casi en el centro de la más brillante estación del Renacimiento. Hijo del Magnífico y hermano del Papa León, este Médicis de segundo plano figura con honor en las obras de Castiglione y de Bembo; tuvo a su servicio a nada menos que a Leonardo y Rafael, que le hizo también el retrato; disputó en versos con Niccolò Machiavelli -que quería dedicarle el Príncipe-, y su tumba fue esculpida en la famosa sacristía nueva de San Lorenzo por el cincel divino de Miguel Angel.
Ningún otro príncipe, yo creo, ni siquiera Pericles o Alejandro Magno, estuvo rodeado por una guirnalda de espíritus tan magnos como este poco conocido y mal juzgado brote del árbol mediceo, tanto como para hacer de él casi el símbolo de los protectores del genio italiano en el triunfal mediodía del renacimiento florentino y europeo. Después de los de Pericles y Augusto, la Historia conoce solamente dos siglos que pueden reconocerse por el nombre de un hombre solo, y el primero de estos siglos lleva el nombre de aquel que antes de ser, en Roma, León X, se llamó en Florencia, Giovanni di Lorenzo dei Medici.
Más admirable que nunca parece tal ascensión a los más altos órdenes de la historia universal cuando se recuerdan los orígenes y las vicisitudes de la familia en sus comienzos. Los Médicis no provienen, como la mayor parte de los señores de Italia de aquel tiempo, ni de la nobleza feudal ni de una dinastía de caudillos o aventureros afortunados. Vienen del pueblo, y durante casi dos siglos edifican lenta y oscuramente su patrimonio con el comercio, y especialmente con el arte del cambio. No rehuyen los cargos públicos, pero tampoco los buscan, y solamente en 1378 uno de ellos, Salvestro, se pone a la cabeza del pueblo. Pero el verdadero fundador de la potencia de los Médicis fue Cósimo el Viejo, Pater Patriae, y desde que volvió del exilio véneto, en 1434, se puede decir que sus descendientes han señoreado Florencia y la Toscana -salvo breves interrupciones- durante tres siglos largos; es decir, la muerte de Gian Gastone en 1737. ¿Por qué caminos los oscuros cambistas del siglo XIII se convirtieron, en el transcurso de pocas generaciones, en dueños de la ciudad y del Estado, en promotores y símbolos del Renacimiento, en Pontífices y príncipes emparentados con los reyes? No hazañas de antepasados famosos; no investiduras imperiales al principio, y tampoco empresas guerreras. Durante mucho tiempo no fueron otra cosa que simples banqueros y, en apariencia, nada más que ciudadanos privados.
 Se ha dicho, con fácil cita al materialismo histórico, que los Médicis consiguieron llegar a ser poderosos y famosos gracias a su riqueza. No es verdad. Hubo en Florencia, antes de los Médicis y junto a los Médicis, familias más ricas que ellos, y, sin embargo, solamente los Médicis consiguieron elevarse y mantenerse en el poder, a pesar de las infinitas envidias, intrigas, rencores, y alteraciones de aquella edad. El dinero es instrumento, y todo está en saberlo utilizar y manejar. Los rivales de los Médicis -exceptuando, acaso, los Strozzi- supieron ganar riquezas, pero no supieron gastarlas. La admirable fortuna de los Médicis no se debió a los florines, sino a su genio político. Se puede hablar, sin recurrir a circunloquios sofísticos, de un verdadero y propio sistema político mediceo, que se puede fácilmente extraer de la práctica efectiva de las primeras generaciones, pero que se conservó, por lo menos en parte, hasta casi el final del gran ducado. Sistema simple y sabio que se puede reducir a tres palabras: liberalidad, sustancialidad, unidad.

Liberalidad:
Los usurpadores ambiciosos que tendían a dominar Florencia solían fundarse en camarillas de magnates y en tumultos armados. Los Médicis, en cambio, se apoyaron siempre en otras fuerzas: en el pueblo pequeño, en la plebe y en los intelectuales, ya fueran eruditos o artistas. Ayudaron siempre, larga y generosamente, con dinero y con protección, a aquellas clases que, más que cualquier otra, tienen necesidad de ser ayudadas: los trabajadores, los humildes, los pobres -que son mayoría- y los hombres de ingenio, de los que en primer lugar depende la influencia y la fama en el presente y en el futuro. Es decir, fueron sabiamente liberales: benefactores de la plebe, mecenas de los artistas. Y cuando la mujer del mercado y Donatello están de acuerdo en decir públicamente que Cósimo es un hombre digno, generoso y juicioso, podéis estar seguros de que el predominio suyo y de los suyos está apoyado en fundamentos firmes y seguros. De esta manera, los Médicis tienen consigo el número, que es fuerza, y la inteligencia, que es potencia. Están con los simples de espíritu contra minorías avasalladoras y con los señores del espíritu contra la burda ignorancia. Rodeados por el reconocimiento del pueblo y por el resplandor del arte, no tienen necesidad de gobernar para ser obedecidos, ni de ser coronados para reinar. Y cuán profundo era el amor del pueblo por los Médicis se vio en 1434, por la llamada de Cósimo; en 1478, después de la conjura de los Pazzi; en 1512, por el retorno de la familia a Florencia; en 1537, después de la muerte de Alessandro. Favor nacido de la liberalidad, pero de una libertad justa y sabia: liberalidad por el necesitado y por el genio; liberalidad que hizo a Florencia menos infeliz y más bella.

Sustancialidad:
El segundo principio del sistema mediceo, que he llamado sustancialidad, no es menos importante. Los Médicis no se habían propuesto nunca claramente, hasta Cósimo y Lorenzo, apoderarse del Estado; pero tuvieron que convencerse, en un momento determinado, de que la envidia oligárquica los hubiese, en breve tiempo, despojado, expulsado y extinguido, de manera que tuvieron que llegar a la conclusión de que para permanecer en su patria ricos y respetados era preciso convertirse en los dueños de Florencia, como hizo Cósimo a partir de 1434. La señoría, para ellos, no fue afán de orgullo, sino necesidad de vida, obligación forzada. Llegaron a ser señores, y que no parezca paradoja, por legítima defensa. Y por eso prefirieron mucho más un poder invisible y silencioso; por lo menos, hasta 1531. Los Médicis no quisieron, conociendo la naturaleza de sus conciudadanos, sobresalir, brillar y aparecer más de lo necesario, y hasta Cósimo I, gran duque, es decir, durante un siglo entero, procuraron parecer más ciudadanos privados que príncipes. Tal tipo de vida fue en ellos prudencia, pero acaso también viejo y natural amor por la vida simple y modesta, más libre y alegre que la de los príncipes. Quisieron la sustancia del poder más que la apariencia, y fue discreción política , pero acaso también nostalgia de la antigua humildad popular y cristiana.

Unidad:
Significativo y esencial es también el tercer punto del sistema que hemos llamado mediceo, y que consiste en la tendencia a la unidad mediante el equilibrio. Florencia estaba revuelta y herida por las facciones: la prudente hegemonía de Cósimo, de Piero y de Lorenzo la condujo a la unidad en la paz. León X se propuso la unidad de los espíritus en la Iglesia, así como, más tarde, Cósimo I se propuso la unidad de las leyes y de los intereses en el ampliado dominio toscano, de manera que todas las ciudades tuvieron cuidados y derechos como Florencia. Y en Lorenzo el Magnífico no sólo fue admirable su genio del equilibrio entre las potencias italianas, que valió a su patria una larga paz, sino también su equilibrio entre la práctica de la fe y la pasión del arte, entre los derechos del alma y las necesidades de la carne, entre los caprichos del poeta y los deberes del príncipe. Y semejante disposición para el arte del equilibrio se manifestó admirablemente en la más famosa mujer de los Médicis, en Catalina de Francia, que supo salvar, con su florentina y medicea prudencia, la unidad del reino en uno de los momentos más turbios y tumultuosos de su historia, amenazado por las ambiciones de los grandes feudales contra la monarquía, por el odio entre reformados y católicos.
Si nosotros, ahora, examinamos con cuidadosa agudeza el sentido de este sistema mediceo , veremos cómo los príncipes que inspiraron esta familia, considerada equívocamente como diabólica, recuerdan, aunque sea aproximadamente, las virtudes fundamentales cristianas. La liberalidad, sobre todo cuando se dirige a los pobres, puede llamarse caridad; el rehuir las apariencias del poder tiene una indirecta relación con la humildad, y la inclinación al equilibrio, es decir, a la unidad es camino para la paz, o sea para la hermandad en el amor. Después de esta objetiva revelación, proporcionada por los hechos, ¿qué valor pueden tener las acusaciones de los viejos historiadores democráticos? Se reducen a dos: los Médicis, en especial Lorenzo, habrían corrompido a Florencia, y a Florencia habrían arrebatado para siempre la libertad. Acusaciones que pudieron inspirar la romántica retórica ochocentista, pero que hace sonreír, hoy, a quien tenga alguna noción de la historia florentina. A finales del siglo XIV, aquella famosas libertades florentinas, que nunca fueron liberales en nuestro sentido moderno, estaban ya agonizando. Los cambios continuos de régimen, ya denunciados y condenados por Alighieri, habían arrebatado todo prestigio al Gobierno popular. Fracasada la señoría extranjera de Gualterio de Brienne, fracasada la dictadura facinerosa de los Ciompi, la ciudad estaba en manos de una oligarquía de gente del pueblo rica que entre ellos se disputaban la supremacía y que de todo se preocupaba menos de las libertades del pueblo. Una familia más hábil o poderosa que las otras estaba destinada a asegurar el fin de las facciones y, por ello, de las moribundas instituciones democráticas. Los Pazzi, Albizi y Strazzi intentaron la empresa que sólo lograron llevar a cabo los Médicis. Cuando éstos se convirtieron en señores y luego en duques, la libertad hacía tiempo que no existía en Florencia: llamaban con tal nombre a la hegemonía, y digamos también la tiranía, de un restringido número de familias que competían por acaparar bienes, cargos y privilegios. Y gracias a los Médicis se salvó, al menos, la independencia: sin la voluntad de Clemente VII y la energía de Cósimo I, la Toscana se hubiera convertido, como Milán o Nápoles, en una provincia española. Todavía más risible es la primera acusación, es decir, que el Magnífico y sus sucesores corrompieron a los florentinos para así dominarlos mejor. Lo que era la moralidad pública y privada de Florencia desde el siglo XIV lo sabemos incluso demasiado por los cronistas y por los documentos. Florencia era tan rica en vicios como en virtudes bastante antes de que los Médicis tuvieran ninguna participación en el Estado; es decir, desde los primeros años del siglo XIV. El mayor testigo de descargo de los Médicis, pretendidos corruptores de Florencia, es el mayor poeta, y el más honesto, que Florencia ha tenido: Dante Alighieri. La Divina Commedia enseña que el Magnífico no tenía nada que enseñar, en materia de pecados, a sus conciudadanos. El Magnífico, siguiendo las normas de su abuelo, enseñó, en cambio, a los florentinos del siglo XV una virtud que sus abuelos poco practicaron: el respeto y el amor por la altura del genio. De los Médicis todo ha pasado: dominio, fasto, soberbia y victorias; aquellos que durante trescientos años llenaron con su nombre Italia y Europa, reposan en nuestro San Lorenzo, o abajo, en la sombra pobre de la cripta, bajo polvorientos rectángulos de mármol, o en la severa gracia brunelleschiana de la basílica, o bajo las misteriosas y dolorosas figuras modeladas por Miguel Angel, o en aquella solemne, dramática gigantesca capilla donde las piedras oscuras, entre sangre y verde, parecen una geométrica putrefacción mineral que quiera recordar a la vez la muerte y la eternidad. Todo ha pasado y desaparecido en torno a ellos: el sonido de las batallas, la belleza de las mujeres, la música de las fiestas, el adulatorio incienso de los cortesanos e incluso la venenosa injusticia de los parciales. Pero sólo una gloria ha permanecido ligada a su nombre y hace que no todos sus muertos estén verdaderamente muertos: la pasión de todos los Médicis, incluso de los peores, por la filosofía y por la poesía, por todo arte y por toda ciencia, por todo lo que constituye la más alta actividad y la más segura honra de espíritu, el mayor y el más duradero orgullo del género humano. Los Médicis amaron la belleza y el genio, y porque amaron estas grandes cosas, con el alma y con los hechos, merecen se les perdone mucho, hasta el bien que podían hacer y no siempre hicieron. Interceden en su favor los mas portentosos artífices de Italia, de Donatello a Vasari, de Botichelli a Bronzino, y Buonarroti niño y Buonarroti viejo; y los pensadores más profundos, de Marsilio Ficino a Machiavelli; y los más dulces poetas, de Poliziano a Tasso; y los científicos más audaces y artistas, de Galileo a Redi. Y todavía viven en nuestra memoria la Academia Platónica y la Academia del Cimento, y todavía brillan ante nuestros ojos los innumerables edificios, iglesias y palacios, conventos y fortalezas, villas y jardines que, por voluntad y pasión de los Médicis, embellecieron todo rincón de la Toscana y la misma Roma. La gloria de la estirpe está ligada ya, y para siempre, a la gloria de la civilización italiana, y no se extinguirá nunca mientras este pueblo divino sepa honrar la belleza del sueño y la grandeza de la realidad.

Guiovanni Papini. Discurso para la inauguración de la Exposición Medicea (Florencia 1939)
http://www.mgar.net/var/medicis2.htm

Historia Familia Médici
http://www.mgar.net/var/medicis.htm


Los Medici - Capítulo 2

Los Médici - Capítulo 3

Los Médici - Capítulo 4
HÉCATE, LA OSCURA DIOSA DE TRES CABEZAS

Hécate (en griego antiguo Ἑκάτη Hekátē o Ἑκάτα Hekáta) fue originalmente una diosa de las tierras salvajes y los partos, nacionalizada primero en la Grecia micénica o en Tracia, pero originada entre los carios de Anatolia, la región donde se atestiguan la mayoría de sus nombres teofóricos, como Hecateo o Hecatomno, y donde Hécate permaneció como Gran Diosa hasta tiempos históricos, en su inigualable lugar de culto en Lagina. Diosa griega del mundo subterráneo, mucho más antigua que  el resto de los dioses del Olimpo. Su día sagrado es Hallomas o Halloween, que se celebra el 31 de octubre en el Hemisferio Norte. Es la víspera de Todos los Santos cuando se dice que los espíritus de los muertos caminan por la tierra y desaparecen los límites entre la vida y la muerte. En algunos círculos, Halloween es el Año Nuevo de las brujas. Es la época del año ubicada entre el otoño y el solsticio de invierno, “cuando el sol comienza su viaje hacia la oscuridad”. El verano y sus cosechas quedan atrás y llega el momento para retirarse al interior de las casas, frente al fuego del hogar, en una actitud más introspectiva. Para el calendario celta esta época es conocida como Samhain y es uno de los festivales del fuego. Por eso se lo celebra con el encendido de hogueras.

Como la madre de las brujas, Hécate representa la magia y la elaboración de hechizos. En muchas tradiciones, se la representa con tres cabezas (que pueden ser de diferentes animales como león, perro y yegua) o acompañada por un sabueso de tres cabezas como mascota (el Can Cerbero, guardián del Mundo Subterráneo). Los adoradores de Hécate solían dejar su estatua en las encrucijadas, de manera que mirase a los tres caminos al mismo tiempo. Esto es una manifestación de su carácter de Diosa Triple (doncella, madre y vieja) y forma diversas tríadas como en el caso de Artemisa-Selene-Hécate y Perséfone (Kore)-Deméter (Ceres)-Hécate. Esta triple naturaleza de la Diosa fue utilizada en los principios de la iglesia católica para presentar sus enseñanzas del Padre, Hijo y Espíritu Santo, análogos a la Doncella, la Madre y la Bruja. El atributo de sabiduría de la Bruja pasó al Espíritu Santo quien, en su aparición a los apóstoles en Pentecostés les impartió sabiduría espiritual para que pudieran salir a predicar. Otro paralelismo entre la cristiandad y la Triple Diosa son las tres Marías que aparecen en la tumba donde Cristo resucitó: María, la Virgen; María de Bethania, la esposa de Cleofás, y María Magdalena.

Está relacionada también a la sangre menstrual que originalmente era considerada sagrada y misteriosa. El nombre Hécate deriva de la diosa-comadrona egipcia Hequit, Heket o Hekat. El Heq era el matriarcado tribal del Egipto predinástico, presidido por una mujer sabia. Heket era una diosa con cabeza de rana conectada con el estado embrionario en el que el grano muerto se descomponía y comenzaba a germinar. Era también una de las comadronas que asistía cada mañana al nacimiento del sol.

En Grecia, Hécate era una diosa lunar, una de las trinidades originales conectada con las tres fases de la luna que gobernaba el cielo, la tierra y el submundo. Hesíodo, en la Teogononía, dice que era hija de dos Titanes: Asteria, una diosa estelar, y Perses, ámbos símbolos de la luz brillante. Asteria era a su vez hermana de Leto, madre de Apolo y Artemisa. Una tradición anterior la contempló como una diosa más primitiva y la hizo hija de Erebo y Nix (noche). Una tradición posterior afirma que era hija de Zeus y de Hera y que enfadó a ésta por robarle su colorete para regalárselo a Europa.

En un principio, los griegos helénicos hallaron difícil incluir a Hécate en su panteón. No obstante, y a pesar de no encontrarse entre los dioses del Olimpo, retuvo su dominio sobre el cielo y la tierra y el submundo, lo que hizo de ella la otorgadora de riquezas y de las bendiciones de la vida.
Experta en el arte de la adivinación, concede a los mortales sueños y visiones que, si se interpretan correctamente, les proporciona una mayor claridad para resolver sus problemas. Debido también a su asociación con Perséfone, está conectada con la muerte y la regeneración. Su presencia en el mundo subterráneo era la que otorgaba a los pre-helénicos la esperanza del renacimiento y la transformación, como opuesta a Hades, que representa la inevitabilidad de la muerte.
Por estar en el cruce de caminos puede mirar al pasado al presente y al futuro. Entre sus numerosas sacerdotisas estaban Medea y Circe. Sus árboles sagrados eran los tejos y los álamos negros. Como “perra negra” su estrella es Sirio y se la asocia también con los perros que ladran a la luna.

Cuando Hécate aparece en nuestra vida, nos dice que ha llegado el momento de desarrollar nuestro lado intuitivo e inspirado. La intuición y el conocimiento son capacidades que muchas mujeres han ocultado y temido. Vicki Noble advierte que “en el proceso de descubrimiento de sus capacidades proféticas, mucha gente ha pensado que se estaba volviendo loca, que se convertiría en “lunática” y que nunca volvería a ser “normal”. Pero como la naturaleza femenina está relacionada con la luna, las mujeres frecuentemente nos fiamos más de la experiencia y de la intuición”. Ponerla en práctica sin temor es una tarea en la que necesitamos de la asistencia de Hécate para poder aceptar que se trata de un conocimiento que va mucho más allá de lo que llamamos “sentido común” y que puede utilizarse de forma creativa y curativa.

Hécate también es propicia para tratar problemas relacionados con el envejecimiento, la muerte y la vida en el más allá. “En nuestra sociedad el envejecimiento y la muerte son tabúes –explican Starck y Stern-. La insistencia moderna en parecer joven es una forma de mantener el proceso de envejecimiento en la sombra. Ver constantemente escenas de muerte por TV es un proceso de negación de la muerte. Hécate, como Diosa de la Muerte y de la Regeneración puede ayudar a hombres y mujeres a entender que la muerte corporal es parte del proceso natural. Como Bruja, la figura de Hécate muestra el hecho de que a medida que la gente envejece puede mantener sus capacidades y una hermosa apariencia.
Su sabiduría nos muestra que podemos volver a métodos más antiguos y naturales de curación, sin dejar de recurrir a la medicina moderna. Podemos invocarla para transformar nuestros miedos”. Es imprescindible recurrir a ella y recibir su asistencia durante el período de la menopausia. Podemos interpretar que “las subidas de calor” son en verdad “oleadas de poder” que nos recuerdan el poder de la sangre roja que está dentro de nosotras. Para celebrarla podemos reunirnos y cantar: “Somos las mujeres viejas. Somos las nuevas mujeres. Somos las mismas mujeres, más sabias que antes”.

Diosa de las encrucijadas
En los oráculos caldeos que fueron editados en Alejandría, fue también asociada con un laberinto serpentino alrededor de una espiral, conocido como rueda de Hécate (el «Strophalos de Hécate»,el simbolismo alude al poder de la serpiente para renacer, al laberinto de conocimiento a través del cual Hécate guía a la humanidad y a la llama de la propia vida.

Reina de los muertos
“Reina de los Fantasmas” es un título asociado con Hécate debido a la creencia de que podía tanto evitar que el mal saliese del mundo de los espíritus, como también permitir que dicho mal entrase. Tenía un papel y poder especial en los cementerios. Guarda los “caminos y senderos que se cruzan”. Su asociación con los cementerios también tuvo mucha importancia en la idea de Hécate como diosa lunar.

Animales
La perra es el animal más comúnmente asociado a Hécate, quien a veces es llamada la “perra negra”, y alguna vez se sacrificaron perros negros a ella en rituales de purificación. En Colofón (Tracia) Hécate podía manifestarse como perro. Los ladridos de los perros eran la primera señal de su cercanía en la literatura griega y romana.
La rana, significativamente una criatura que puede cruzar dos elementos, está también consagrada a Hécate.
Como diosa triple, a veces aparece con tres cabezas: de perro, caballo y oso, o de perro, serpiente y león.

Símbolos
Ella es a menudo representado celebración linternas, llaves, azote, cuchillo, o alguna combinación de los mismos. A veces, ella llevaba un polo (tocado), o se describe como el uso de una sola sandalia.
Se afirma que el cuchillo es un símbolo de Hécate como el papel de la matrona, y que se usa para cortar el cordón umbilical. Podría muy bien ser un sacrifical cuchillo, o un cuchillo para cortar las hierbas.
Pero, una vez más, la luna es Hécate, el símbolo de sus diferentes fases y de su poder depende de las fases. Por tanto su poder aparece en tres formas, teniendo como símbolo de la luna nueva la figura de la túnica blanca y sandalias de oro, y antorchas encendidas: la cesta, que ella tiene cuando ella ha montado alto, es el símbolo del cultivo de las cosechas , que hace crecer de acuerdo con el aumento de su luz: otra vez el símbolo de la luna llena es la diosa de la descarada sandalias.

https://acenizadonpelayo777.wordpress.com/category/mitologia-griega/page/6/









Filigrana  - Wolffallen

La filigrana,
Deja ver mis recuerdos,
Vestidos,
De blancos y negros.
-
Pero poco, importa el
olvido,
A lo que creíste
olvidar,
Pues estos se
congelan,
Como recuerdos en tu
mente.
-
Porque en ellos,
Somos jóvenes corriendo,
Y ahora,
Ancianos
envejeciendo.
-
No como algo vano,
Sino algo, muy
vivido,
Sujetados en retales
mentales,
Y levitados, cuerpos
olvidados.
-
Y las centellas,
De la serpentina,
También congelada,
Mientras camino,
Entre sus trazos,
Recortados y abnegados.


Vocales - Arthur Rimbaud
A negro, E blanco, I rojo, U verde, O azul: vocales 
algún día diré vuestro nacer latente: 
negro corsé velludo de moscas deslumbrantes, 
A, al zumbar en tomo a atroces pestilencias,

calas de umbría; E, candor de pabellones
y naves, hielo altivo, reyes blancos, ombelas 
que tiemblan. I, escupida sangre, risa de ira 
en labio bello, en labio ebrio de penitencia;

U, ciclos, vibraciones divinas, verdes mares,
paz de pastos sembrados de animales, de surcos
que la alquimia ha grabado en las frentes que estudian.

O, Clarín sobrehumano preñado de estridencias 
extrañas y silencios que cruzan Mundos y Ángeles: 
O, Omega, fulgor violeta de Sus Ojos.


                                                       Vocales - Arthur Rimbaud


viernes, 22 de enero de 2010

La suite de Jazz, de Shostakovich


Parecerá raro, pero a Shostakovich no le gustaba el jazz. En la época hacía furor, porque era una música nueva y todo lo nuevo llama la atención a unos y espanta a otros. A Europa llegaba desde Estados Unidos, porque los músicos que iban de gira se traían discos de por allí. Uno de los que se trajo un disco fue el director Nikolai Malko. Cuenta una leyenda urbana (yo he oído infinidad de versiones todas distintas) que Nikolai Malko estaba en una casa con Dmitri Shostakovich tomando un café. Total que Malko le puso el disco a Shostakovich para que este lo escuchara. Shostakovich lo escuchó y le dijo a Malko que menuda pieza fea le había puesto. Entonces le hirió su orguyo a Malko por aquéllo de "pues a mí me gusta" y tal y le debió de decir a Shostakovich eso que se dice tantas veces de "pues si no te gusta es porque tienes envidia de que tú no puedes hacerlo". Total que se estableció una conversación que bien pudo ser la siguiente.

Sh. Que dices, ¿Que tengo envidia de esa música insulsa e insípida, que no tiene ni buenas melodías ni buenas armonías ni siquiera buenas orquestaciones?

Mk. Sí, eso digo. Tienes envidia

Sh. Eso puedo hacerlo mejor con los ojos vendados.

Mk. Ah, ¿Sí? ¿Que te apuestas?

Sh. Me apuesto 100 Rublos y me la estrenas tú.

Mk. Trato hecho. Te doy una hora.

Sh. De acuerdo

Y entonces Shostakovich le pidió volver a escuchar la pieza, que era el famoso tema "Tea for two", la memorizó, se metió en una habitación, y una hora después salió con lo que hoy conocemos como "Tahiti Trot". Evidentemente, ganó la apuesta, y Malko la estrenó un mes después junto con el concierto para piano (creo). Era 1927.

Y cuento la anécdota, porque conociéndola es cuando a uno le extraña que Shostakovich se acercara nuevamente al Jazz para escribir las dos suites de jazz 11 años después. Sin embargo es cierto que su música tiene cierto carácter jazzistico. Escuchamos los conciertos para piano y algo queda, escuchamos algun fragmento de alguna sinfonía, y algo queda, y en estas suites pues algo hay también. Yo no conozco grandes cosas de estas dos suites. Pero sí que sé que en toda la historia de la música, (hasta que llegaron Schoenberg y sus alumnos) la música clásica y la música popular han ido de la mano. Todos los compositores incluendo a Stravinsky, aunque después lo negara, han echado mano de las melodías populares para tomar inspiración. Y a principios del siglo XX, con la proliferación de la música grabada, lo que hacía furor era el jazz y la música de Cabaret, que podríamos considerarla como un derivado. Así que Shostakovich cogió, supongo, melodías que oía por ahí, de temas de jazz, y las rearmonizó, y casi podríamos decir que reorganizó. Hizo una música que suena a Shostakovich, pero con melodías tomadas del jazz. Y luego, medio las abandonó. De hecho, de las dos suites, la segunda (que ahora se llama la primera) estuvo desaparecida hasta mil novecientos noventa y pico.

http://www.audicionescomentadas.com/2010/01/la-suite-de-jazz-de-shostakovich.html#ixzz3MdG95sYo



Dmitri Shostakovich - Sinfonía No. 7 "Leningrado"

 

Séptima sinfonía

La Sinfonía Nº 7 en Do mayor Op. 60 es una de las composiciones mas conocidas de Dmitri Shostakovich,cuya primera audición tuvo lugar en Kuibyshev (actual Samara) el 5 de marzo de 1942, por la Orquesta del Teatro Bolshoi dirigida por Samuil Samosud. Esta prémière es una de las varias que tuvo la obra, ya que, debido a las circunstancias del momento –la II Guerra Mundial–, la sinfonía, que llegó a ser considerada como un canto contra el fascismo nazi, se interpretó con carácter de estreno en diversas ocasiones y lugares.
El 22 de junio de 1941, Alemania invade la Unión Soviética, rompiendo unilateralmente el pacto de no agresión firmado entre Hitler y Stalin, dando comienzo a lo que los soviéticos denominaron la «Gran Guerra Patria». Desde el 8 de septiembre de 1941 hasta el 27 de enero de 1944, la ciudad de Leningrado fue sometida a un feroz asedio por parte de los alemanes: son los llamados «900 días». Veintinueve meses en los que la ciudad padeció cortes de suministros y bombardeos sistemáticos, sufriendo la pérdida de más de un millón de ciudadanos, la mayoría por hambre y frío. En este trágico entorno es donde compuso Shostakovich su séptima sinfonía, la que sería llamada «Leningrado». No obstante, hay cierto desacuerdo sobre si el compositor comenzó a escribir la partitura antes o después del asedio. Haremos una reflexión sobre ello más abajo, una vez expuesta la estructura de la obra.
La sinfonía tiene una duración de aproximadamente una hora y quince minutos, siendo la más extensa del compositor. Su estructura es la convencional para las sinfonías, cuatro movimientos, y destaca por su tamaño sobre los demás el primer movimiento (Allegretto), de aproximadamente 30 minutos de duración, el cual está escrito en la académica forma sonata. Se inicia éste con un solemne y esplendoroso tema a cargo de las cuerdas que es seguido por los oboes, para dar paso al tema secundario, un tranquilo pasaje a cargo de las flautas que transmite un clima de paz y sosiego. La incorporación de las cuerdas da pie al inicio del desarrollo, que en esta sinfonía tiene una característica especial: el llamado «tema de la invasión». Una marcha que se inicia con el pizzicato de las cuerdas en pianissimo, para ir in crescendo a medida que se van incorporando nuevos grupos de instrumentos durante las doce veces que se repiten los compases de la marcha, mientras los redobles de la caja acompañan dichas incorporaciones, al estilo del Bolero de Ravel. A medida que se acercan las secuencias al fortísimo del final del tema, otros instrumentos, en segundo plano, crean sonidos que aportan un excitante clima que evoca alarmas, bombardeos y ataques aéreos. La escalada sonora desemboca en un caótico y frenético episodio entre la percusión y las cuerdas, para luego pasar a la recapitulación, el la que el tema principal se nos presenta de una forma más sosegada. El movimiento termina con un recuerdo al tema de la invasión tocado por una lejana trompeta sobre el redoble de la caja.
El segundo movimiento –Moderato (Poco Allegretto)– tiene una duración aproximada de 12 a 14 minutos. Un scherzo que comienza manteniendo el tranquilo clima del final del anterior movimiento, largas combinaciones a cargo de las cuerdas dibujan una lírica melodía. A la mitad del pasaje un violento solo de los viento-madera cambian de forma drástica el tono, que se repite, a veces en forma de majestuosa marcha, por los diversos vientos que paulatinamente se van incorporando a la ejecución. Tras una disminución reaparece el plácido tema inicial. El tercer movimiento –Adagio– se toma cerca de 20 minutos y se inicia con un pausado motivo que evoca, según el autor, el bello caer de la tarde sobre Leningrado y la desembocadura del Nevá. Las cuerdas, replicadas por los vientos, componen serenas y evocadoras melodías, que se tornan violentas y rudas mediante un fondo rítmico de percusión y bajos en ostinato. Tras esto, el tema del inicio vuelve a ser el motivo que nos conduce al final. Shostakovich, en un momento determinado, subtituló cada movimiento (1º: La guerra irrumpe en nuestras pacificas vidas; 2º: Intermezzo lírico «Memorias»; 3º: Remembranza de una bella ciudad atacada), el cuarto movimiento – Allegro non troppo – lo intitulóVictoria. Durante aproximadamente 20 minutos, diferentes melodías nos encaminan a un tema principal que desemboca en una poderosa apoteosis que canta la gloria de un pueblo resistente e invencible.

A modo de requiem
Cuando las tropas alemanas cercaron la ciudad, Shostakovich solicitó ser enrolado en el Ejercito Rojo, petición que fue denegada en varias ocasiones y tras su insistencia, fue asignado a la brigada de bomberos del Conservatorio. Tras rechazar en diversas ocasiones ser evacuado, finalmente, el 22 de octubre de 1941 fue trasladado con su familia a la actual Samara, donde completó la sinfonía. Según cuentan, en el equipaje del compositor sólo iban dos partituras: el manuscrito de los tres primeros movimientos de la nueva sinfonía y la partitura de la Sinfonía de los Salmos de Igor Stravinski. «Stravinski: el compositor que venero; Stravinski: el pensador que detesto», una frase con la que Shostakovich definía su relación con el creador de Petrushka. Shostakovich, años después, declaró la influencia de dicha composición en la inspiración de la Séptima sinfonía, sobre todo la lectura de los salmos de David, especialmente los dedicados a la venganza, como el 94: «y Él vendrá a recompensar a los libres de malicia y destruirá a los otros con su propia maldad, si, el Señor nuestro Dios los destruirá». Esto refuerza la opinión de muchos de que realmente la séptima no era, inicialmente, una respuesta a la invasión alemana, sino que el compositor planeaba, antes del conflicto, escribir una pieza sinfónica en un solo movimiento con coros, usando como texto los salmos arriba citados. Una sinfonía-réquiem dedicada a todas las víctimas de la represión estalinista de su ciudad: Leningrado.
A pesar de las diferentes opiniones al respecto, hay que señalar que varios factores indican que el primer movimiento, con su famoso tema de la invasión, fue escrito con anterioridad al cerco de la ciudad: la Orquesta Sinfónica de Leningrado había anunciado la premiere de la 7ª sinfonía antes del ataque alemán a Rusia; dada la personalidad de Shostakovich, esto significa que el compositor tenía bastante trabajo ya realizado, en caso contrario no habría autorizado dicho anuncio. Una testigo relata que, en una de las exposiciones de la sinfonía que realizó al piano durante la guerra, y preguntado acerca de este tema, respondió: «Sí, por supuesto, va contra el fascismo... Pero, el fascismo no es solamente el Nacional-Socialismo y esta música es sobre el terror, la esclavitud y la opresión del espíritu». Pese al generalizado uso del término «tema de la invasión», el autor nunca se refirió a él de esa manera. Más al contrario, afirmaba: «Yo no he compuesto música de batalla. Yo solamente he expuesto amargos sucesos». Los únicos amargos sucesos a los que se podía referir, además de los bélicos, eran las purgas masivas llevadas a cabo por el poder soviético.

Tema controvertido
Como se ha comentado, uno de los fragmentos más destacados de la sinfonía es el muy nombrado tema de la invasión. A propósito de este pasaje, es interesante destacar el uso de la ironía por parte de Shostakovich al componerla. Como se expuso más arriba, es un crescendo realizado por un bucle en el que una marcha va adquiriendo paulatinamente un tinte más agresivo y, dadas las circunstancias en que se escribió, se asocia al avance del ejercito alemán. La particularidad está en que, en la segunda parte del cescendo, parte de la marcha es una imitación del aria Da geh' ich zu Maxim (Yo me voy a Maxim) de la opereta La viuda alegre de Franz Lehár, que canta Graf Danilo al final del segundo acto. Curiosamente esta opereta, de tono ligero y desenfadado (y una de las favoritas de Hitler), sirve para componer uno de los momentos más inquietantes y perturbadores de la historia de la música, aunque, por otro lado, no es del todo extraño que esta alegre melodía sonara con frecuencia en una familia de un músico cuyo hijo menor se llamaba Maxim.



Béla Bartók , al escuchar la prémière americana sufrió un ataque de ira tal, que, en su precioso Concierto para orquesta Sz. 116, en el cuarto movimiento Intermezzo interrotto - Allegretto, incluyó una sección ridiculizando el tema de la invasión.

Shostakovich compuso el cuarto movimiento en tan sólo tres semanas tras su llegada a Kuibyshev, y allí se produjo el estreno que mencionábamos al principio. El 29 de marzo y con los mismos interpretes se toca en Moscú, radiándose para la toda la Unión Soviética, ya con la etiqueta de símbolo de resistencia al invasor. Inmediatamente se prepara un microfilm con la partitura, que pasando por Irán llega a Londres donde la sinfonía es interpretada por la London Philarmonic en junio de 1942 y posteriormente en New York, en julio, por la NBC y Toscanini. Pero las autoridades soviéticas dieron máxima prioridad al estreno de la sinfonía en la propia ciudad cercada, usarían la obra como arma psicológica. La Orquesta de la Radio de Leningrado, que no había podido ser evacuada, había sido disuelta y sus miembros enrolados en unidades del ejército rojo. Su director, Karl Eliasberg, fue encargado de reunir a los músicos con el fin de reorganizar una orquesta capaz de interpretar la pieza dentro de la ciudad sitiada. La situación que descubrió fue impresionante: apenas sobrevivían unos pocos componentes (la mayoría de las fuentes citan que 15) y éstos presentaban un aspecto desolador. Famélicos, algunos heridos, muchos acudieron desde sus puestos de combate con el capote y los arreos militares. Tras un llamamiento a todos los músicos de la ciudad, y no sin un enorme esfuerzo, por fin el 9 de agosto de 1942 se realizó el concierto, que fue emitido por todos los altavoces de la ciudad, pudiendo ser escuchado hasta por los soldados alemanes.
La reacción, como muchas veces antes, fue diferente en el oeste que en el interior de la Unión Soviética, donde, eufóricos, los dirigentes soviéticos vieron en la sinfonía una potente arma de propaganda tanto dentro de la Unión como en los países aliados en la lucha común contra el fascismo. En Occidente, pese de la contrariedad de algunos compositores, como el citado enojo de Béla Bartok o la indiferencia de Rachmaninov (el cual después de oír la prémière americana comentó sardónicamente: «Bien, ahora podríamos tomar un té»); en Occidente, decíamos, el engranaje propagandístico aliado presentó la obra como un ejemplo de colaboración en la lucha contra el nazismo, siendo programada en múltiples ocasiones tanto en USA como en el Reino Unido esa misma temporada.
Después de la guerra, la sinfonía perdió apoyos entre los críticos occidentales, asociándola al aparato estalinista, ya que varios factores (pasajes descriptivos, momentos marciales, orientada a ensalzar la victoria, etc.) la convertían, a ojos de estos críticos, en un perfecto ejemplo de realismo socialista. Curiosamente, una vez acabada la contienda, en la Unión Soviética los críticos oficiales comenzaron a atacarla por lo contrario (exaltación final poco convincente; el crescendo del primer movimiento describía el avance de las tropas alemanas y no a los heroicos soldados del Ejército Rojo, etc.). Como resultado de ambas corrientes, la sinfonía entró en un periodo de decadencia. Más recientemente, tras el fin de la Guerra Fría y los cambios que se fueron sucediendo en la Unión Soviética, la atención hacia la obra de Shostakovich fue situándose en el lugar que le corresponde.

 


http://oidofino.blogspot.com.ar/2009/11/shostakovich-sinfonia-n-7-haitink.html




domingo, 21 de diciembre de 2014

Impaciencia - Carlos Luján Andrade

Carezco de segundos en este recuento
Y el tiempo inacabable se deshace comenzado
Acabado 
Siempre corriendo en treinta direcciones
Al amanecer, sobre la tarde y al llegar la noche
A veces tienta imponer la árida espera
Cuando el sueño abate al vigía de las madrugadas,
El más presto para el descanso.

Y sin embargo, no vuelves
El poniente envejece como el viejo marzo
Las voces se confunden con otras voces
Las manías se desbaratan asfixiadas por otras también
Y la sonrisa, tan preciada, se vuelve un rictus 
de complacencia y educación.

El violento recuerdo destruye las horas, el día, el instante
Aprisionando el ansia en los cementerios de la memoria.