En costa lejana
y en mar de Pasión,
dijimos adioses
sin decir adiós.
Y no fue verdad
la alucinación.
Ni tú la creíste
ni la creo yo,
«y es cierto y no es cierto»
como en la canción.
Que yendo hacia el Sur
diciendo iba yo:
«Vamos hacia el mar
que devora al Sol».
Y yendo hacia el Norte
decía tu voz:
«Vamos a ver juntos
donde se hace el Sol».
Ni por juego digas
o exageración
que nos separaron
tierra y mar, que son
ella, sueño y el
alucinación.
No te digas solo
ni pida tu voz
albergue para uno
al albergador.
Echarás la sombra
que siempre se echó,
morderás la duna
con paso de dos...
Para que ninguno,
ni hombre ni dios,
nos llame partidos
como luna y sol;
para que ni roca
ni viento errador,
ni río con vado
ni árbol sombreador,
aprendan y digan
mentira o error
del Sur y del Norte,
del uno y del dos!
Ludwig van Beethoven.
Sonata para Piano Nº 26 en Mi Bemol Mayor Opus 81a, Los Adioses.
Ludwig van Beethoven
compuso la Sonata para Piano Nº 26 en Mi Bemol Mayor Opus 81a, conocida como la
sonata Les Adieux , durante los años 1809 y 1810.
Esta obra, es una de
las sonatas más difíciles de Beethoven, debido a las emociones maduras que
deben ser transmitidas a través de ella y también es el puente entre el período
medio, y su último período creativo.
Está considerada
como la tercera gran sonata del período medio y el último movimiento es
técnicamente muy difícil.
Por la misma época en que el público vienés lo tenía en su más alta
consideración como el compositor más prestigioso de la capital del Imperio,
Ludwig van Beethoven se iba quedando irremediablemente sordo, cuando el sigloXIX aún no completaba su primera década. El
año 1808 marca su última presentación en público como solista, dirigiendo desde
el piano una improvisada orquesta para el estreno del Concierto N° 4
en sol mayor.
Las fuerzas napoleónicas habían invadido Viena en 1805 y lo harían nuevamente
en 1809. Tal vez intuyéndolo, los vieneses disfrutaban de unintermezzode relativa paz cuando se programó la
maratónica sesión del 22
de diciembre de 1808 en el nuevo pero increíblementemente gélidoTheater an der Wien, administrado por el empresario y ex
libretista de Mozart, Emanuel Schikaneder.
El mismo día estaba
programado en el Burgtheater un concierto en ayuda de una Fundación de viudas
de los músicos. Por ello Beethoven se las vio negras para lograr armar una
orquesta que lo acompañara en un concierto en beneficio propio (amén el de
Schikaneder y los músicos), cuyo programa sólo contemplaba obras de su autoría.
Pero la velada se realizó y en ella Beethoven estrenó la Quinta ySexta sinfonías, la Fantasía Coral, la Misa en do mayor y
el Concierto para piano N° 4. Como era habitual, el programa incluyó además unaEscena Italianapara voz femenina. El público vienés,
quizá consciente del paréntesis histórico, soportó con hidalguía el frío
implacable durante las cuatro largas horas que duró el concierto.
Concierto para piano y orquesta N° 4 en sol mayor
Compuesto en 1806-07, el concierto gozó de una función privada bastante
anterior a su estreno público, en marzo de 1807, en casa del príncipe von
Lobkowitz, uno de los amigos nobles de Beethoven. Está dedicado a su pupilo,
también amigo y mecenas, el archiduque Rodolfo de Austria, a quien el
compositor favoreció con numerosas dedicatorias, entre otras, las delConcierto Emperador, elTriple Concierto, y varias sonatas.
Si bien la crítica lo consideró en su momento el concierto más admirable,
personal y complejo que Beethoven había compuesto hasta entonces, la obra fue
olvidada por largo tiempo hasta que un año antes de su muerte Felix Mendelssohn
lo interpretó en su última visita a Londres, en 1846. Hoy, es una página
ineludible del repertorio estándar de la literatura concertística para piano.
Movimientos: 00Allegro moderato Inusualmente, es el piano el que
introduce el tema, rítmicamente cercano al célebre motivo de la Quinta
Sinfonía. 21:22Andante con moto Solista
y orquesta dialogan en este movimiento simple y sencillo aunque lleno de
contrastes. 27:01Rondo. Vivace Alegre y optimista, es abordado
sin pausa después delAndante.
Para que nunca haya
malentendidos
para que nada se interponga
voy a explicarte lo que mi amor convoca
tus ojos que se caen de desconcierto
y otras veces se alzan penetrantes y tibios
tienen tanta importancia que yo mismo me asombro
tus lindas manos mágicas
que te expresan a veces mejor que las palabras
tan importantes son que no oso tocarlas
y si un día las toco es solamente
para retransmitirte ciertas claves
tu cuerpo pendular
que duda en recibirse o entregarse
y es tan joven que enseña a pesar tuyo
es un dato del cual me faltan datos
y sin embargo ayudo a conocerlo
tus labios puestos en el entusiasmo
que dibuja palabras y promete promesas
son en tu imagen para mí los héroes
y son también el ángel enemigo
en mi amor estás toda o casi toda
me faltan cifras pero las calculo
faltan indicios pero los descubro
sin embargo en mi amor hay otras cosas
por ejemplo los sueños con que muevo la tierra
la pobre lucha que libré y libramos
los buenos odios esos que ennoblecen
el diálogo constante con mi gente
la pregunta punzante que me hicieron
las respuestas veraces que no di
en mi amor hay también corajes varios
y un miedo que a menudo los resume
hay hombres como yo que miran tras las rejas
a una muchacha que podrías ser vos
en mi amor hay faena y hay descanso
sencillas recompensas y complejos castigos
hay dos o tres mujeres que forman tu prehistoria
y hay muchos años demasiados años
de inventar alegrías y creerlas
después a pie juntillas
querría que en mi amor vieras todo eso
y que vos muchachita
con paciencia y cautela
sin herirme ni herirte
rescataras de allí la luna el río
los emblemas rituales
los proyectos de besos o de adioses
el corazón que aguarda pese a todo.
Mario Benedetti
QUÉDATE
Cuando este sol se apague,
tú partirás de mí.
Seguiré solo, con mi dolor
y llanto y llanto.
Mi convicción es no querer
ya nunca más, porque
la misma historia es otra vez
y otra vez, y otra vez, y otra vez.
Quédate, quédate
para poder vivir sin llanto,
sin llanto.
Cuando me desengañe
no sé si viviré,
porque es muy triste
tener tan sólo llanto y llanto,
y mil renuncias en el corazón
que implora
que alguna vez alguien se quede
y llora.
Mi convicción es no querer
ya nunca más, porque
la misma historia es otra vez
y otra vez, y otra vez, y otra vez.
Silvio Rodríguez (1967)
Canciones
con historia: Wonderful Tonight – Eric Clapton
"Wonderful Tonight "es
una canción del famoso músico ínglesEric
Clapton. Pertenece al discoSlowhandde 1977, que es uno de
los mejores discos de este gran guitarrista, donde resaltan varias canciones
que ya sontachadasde clásicas, como esta que
analizaremos hoy. El single de esta delicada balada fue lanzado
recien en 1978 y fue un gran éxito en ventas, ayudando aún más a la popularidad
del impresionante disco.
Esta balada es de las mejores composiciones deClaptonen su etapa setentera. La inspiración
y dedicación de esta romantica pieza fue paraPattie Boyd,quien era su
novia por ese entonces. Como ya hablamos meses atrás enel analisis del temazo
titulado "Layla",Boydera novia deGeorge Harrisonhasta que
conoció al mejor amigo delex-Beatley decidió irse por elfácil y peligrosocamino de la infidelidad y los
engaños en una relación amorosa marcada por la lucha de egos entre esos dospesos pesadosdel rock que le dedicaron grandes
canciones a la figura de esta hermosa pero "pilla" joven. Ejemplos
claros fueronSomethingy"For
Your Blue"deHarrison, mientras que Clapton
le regaló los versos de"Layla"y"Wonderfull
Tonight" . Todo esto fue corroborado años despues en el libro
autobiográfico dePattie BoydtituladoWonderful Tonight: George
Harrison, Eric Clapton, and Me.
Pero volvamos a la canción..."Wonderfull Tonight"fue escrita en 1976 porClaptonmientras esperaba
impaciente quePatti Boydse arreglara y maquillara para asistir
a un tributo deBuddy HollydondeClaptoncompartiría escenario junto aPaul McCartney.
En una entrevista con el periodicoThe Guardianen 2008,Pattie Boydrecordó que Clapton"estaba sentado a mi lado
tocando su guitarra, mientras yo trataba de elegir un vestido para llevar al
show. Al parecer ya llevaba harto rato en eso, mas encima no estaba a gusto de
mi peinado, mi ropa, todo, asi que en ese rato Eric me grita "¡Escucha
esto!" y empezó a tocar los acordes de esta canción que la habia compuesto
mientras yo me arreglaba..."
Musicalmente es una canción notable, llena de
magia en los riffs de guitarra y con un sonido blues muy delicado y cuidado
casi a la perfección. AdemásClaptonse dió el lujo de colocar algo mas
"pop" en esta canción y eso le jugó a favor, ya que se estaba
desligando un poco del rock sesentero del cual fue protagonista principal y
pudo dar cuenta a su publico que tambien estaba para sonidos actuales en sus
discos y eso se nota en sus posteriores publicaciones discograficas.
ARTE
El Nobel Dario Fo rehabilita a Lucrecia Borgia y la presenta como víctima de la desinformación.
En «Lucrecia Borgia. La hija del Papa», Fo describe a la hija del papa español Alejandro VI como una mujer extraordinaria, inteligente y llena de coraje, muy lejos de la imagen extendida durante siglos como lujuriosa y perversa, intrigante e incestuosa
Lucrecia Borgia, una de las mujeres más célebres de la historia, es rehabilitada por el premio Nobel de literatura, Dario Fo, en un libro titulado «Lucrecia Borgia. La hija del Papa» , que se presentó el 21/04/2014 en Italia. En el retrato que hace el dramaturgo, actor y escritor italiano, Lucrecia Borgia (Subiaco, Roma, 1480 - Ferrara, 1519) hija ilegítima del cardenal Rodrigo Borgia (Játiva, Valencia, 1431 – Roma, 1503), que sería papa entre 1492 y 1503 con el nombre de Alejandro VI, no fue una mujer perversa, promiscua y hambrienta de sexo y poder. Frente a la fama de envenenadores y asesinos que tenía la familia, Dario Fo señala que «Lucrecia no tuvo nada que ver con venenos, ni con tramas perversas ni asesinó a nadie». De forma sorprendente, casi 500 años después de su muerte, Lucrecia Borgia encuentra en Dario Fo su más apasionado e inesperado defensor.
Ni lujuriosa ni sanguinaria
Frente a las biografías de la bella y fascinante Lucrecia, con reconstrucciones escandalosas plagadas de eros y muerte, hasta el punto de hacer de ella una de las mujeres más perversas de la historia, Dario Fo asegura que la realidad es muy distinta. Para escribir esta obra, que constituye su primera novela, Fo ha bebido en numerosas fuentes. «Conozco bien esa época. He escrito diez libros ambientados en ese periodo. Para este libro de los Borgia me he documentado en varios textos y he buscado documentos en bibliotecas. Al final, todas las fuentes más acreditadas concuerdan que la imagen de una Lucrecia lujuriosa y sanguinaria no se corresponde con su verdadera personalidad», ha manifestado Dario Fo a medios italianos.
«Mejor los Borgia que ciertos políticos de hoy»
Además de reivindicar a Lucrecia, Dario Fo revalúa también a Alejandro VI y a su hijo César, cínicos y despiadados, pero capaces de construir futuro y cultura: «Mejor los Borgia que ciertos políticos de hoy. La cultura de hoy está muerta, destruida: ojalá tuviéramos todavía los Borgia. Con toda su increíble brutalidad y su cinismo aterrador, los Borgia era gente que aspiraba a dejar a la posteridad algo de extraordinario. Los políticos que hoy nos gobiernan tienen como única preocupación continuar en el poder. Rodrigo, papa Alejandro VI, era un hombre cultísimo, mientras hoy los políticos no tienen el mínimo interés por la cultura. Él llamaba a su lado a los más grandes científicos, para que le ayudaran a pensar el máximo de la modernidad, teniendo la cabeza en el futuro. Y Lucrecia, denigrada durante siglos, como una intrigante incestuosa y envenenadora, era una mujer extraordinaria , bella e inteligente», declara Dario Fo al semanario L’ Espresso.
Lucrecia, una víctima de la desinformación
Obviamente, Fo no la declara santa súbita, pero sí la presenta como una víctima de la desinformación. El escritor considera que la imagen negra de los Borgia procede de los hombres de la familia, comenzando por el cardenal Rodrigo Borgia, padre de cuatro hijos ilegítimos de su relación con la prospera aristócrata roma Vannozza Cattanei. Pontífice libertino, se encaprichó también a sus 58 años deGiulia Farnese, de 14, con la que tendría otra hija. Alejandro VI utilizó esos hijos para sus maniobras políticas y financieras. «Era un verdadero talento el papa Borgia para inventarse matrimonios. Apoyado por su hijo César (el futuro Príncipe de Machiavelli), Alejandro VI utilizó la belleza y la cultura de Lucrecia como moneda de cambio según sus necesidades de alianzas. Para congraciarse con los Sforza, la esposó con Giovanni, duque de Pesaro. Cuando ya no le sirve, declara al yerno impotente y anula el matrimonio. Al fin y al cabo el papa es él», explica Dario Fo al Corriere.
«Las orgías, fuera de la familia»
Los Sforza, en revancha, propagaron la voz de que entre el pontífice y su hija Lucrecia había una relación incestuosa, así como con su hermano César. Pero Dario Fo lo desmiente: «Los Borgia organizaban sus orgías fuera de la familia, y a Lucrecia la inmolaban en otras camas. Antes en la de Alfonso de Aragón y luego en la de Alfonso DŽEste». Tres maridos, el segundo asesinado, algún que otro amante, muchos hijos, muchos abortos, muchas intrigas familiares… todo eso y mucho más se carga sobre la piel de Lucrecia. Pero Dario Fo describe otra realidad: «Con gran dignidad y coraje, se aparta de aquel nido de víboras. Apasionada estudiosa de San Bernardino y Santa Catalina, funda un convento revolucionario basado más en las obras que en la oración y en Ferrara crea un Monte de Piedad para ayudar a los más pobres, ocupándose incluso de las cárceles».
(Lucrecia Borja o Borgia; Subiaco, 1480 - Ferrara, 1519) Noble y mecenas italiana a la que tradiciones poco fundamentadas atribuyen toda clase de crímenes y vicios, hasta el punto de haber sido erigida en prototipo de maldad. Último miembro influyente de la poderosa y corrupta estirpe de los Borgia, en su corte de Ferrara favoreció el mecenazgo de escritores y artistas y acogió a sus familiares tras la caída de su padre. Mujer extraordinariamente hermosa (su belleza angelical fue inmortalizada por Pinturicchio), Lucrecia Borgia creció en aquellas exquisitas y también depravadas cortes donde era común servir pócimas envenenadas a los invitados con elegante ademán y también sonrisa obsequiosa.
Su familia procedía de Borja, una región española situada en los confines orientales de la sierra del Moncayo, en la actual provincia de Zaragoza, aunque en el siglo XIII se estableció en Valencia. Uno de sus antepasados, el obispo Alonso de Borja (1378-1458), pasó de Játiva a Roma y se convirtió en papa con el nombre de Calixto III, practicando desde entonces un descarado nepotismo que tuvo su principal beneficiario en su sobrino Rodrigo, padre de Lucrecia. Rodrigo, tras sortear la animadversión desatada por los romanos contra los Borja tras la muerte de su tío, se valió de su fortuna para hacerse 1492 con el papado, convirtiéndose en el papa Alejandro VI.
La familia se escindió en dos ramas cuando el mayor de los hijos de Rodrigo de Borja, Pedro Luis (1458-1488), compró el ducado de Gandía a Fernando el Católico y casó con una prima de éste, María Enríquez. Pronto ducado y esposa serían heredados por su hermano menor, Juan, mandado asesinar en 1497 por otro de sus terribles y envidiosos hermanos, César Borja, aunque los duques de Gandía permanecerían desde entonces ajenos a los asuntos de Italia, dando origen a una casta jalonada de personalidades notables entre las que destacan San Francisco de Borja, nieto de Juan, y el virrey del Perú Francisco de Borja y Aragón (1577-1658).
Mientras tanto, entre la fecha en que Alejandro VI fue promovido a la dignidad pontificia y la de su muerte, que le acaeció en 1503, los Borja, que habían italianizado su apellido convirtiéndose en los Borgia, se fortalecieron en el poder hasta el extremo de que, por un momento, pareció que se podían adueñar de toda Italia, suscitando con su actitud la unánime inquina de las familias patricias de Roma.
Además de Pedro Luis y Juan, Alejandro VI fue el progenitor de César, nacido en Roma en 1475, y de Lucrecia, cinco años más joven que éste, todos ellos nacidos de su amante Vanozza Catanei. El escudo de su familia llevaba un toro de oro sobre terraza recortada de sinople con bordura de gules cargada de ocho llamas también de oro. A pesar de la acomodación de su apellido a la lengua del país de adopción, padre e hijos mantenían en su correspondencia privada el catalán, dando con ello origen a una estrafalaria leyenda sobre el lenguaje cifrado utilizado por los Borgia, naturalmente alimentada por sus capciosos enemigos.
Veraz es sin embargo el recurso frecuente que se les atribuye a un veneno secreto, probablemente arsénico, con el que despachaban expeditivamente a sus contrincantes políticos, pero esta apelación a los bebedizos ponzoñosos era relativamente habitual en aquella turbulenta y poco escrupulosa época, y no patrimonio exclusivo de los Borgia, como se ha pretendido maliciosamente. Baste recordar que Alfonso el Grande recibió una advertencia de sus galenos para que no leyera el libro de Tito Livio que Cosme de Médicis le había regalado, porque las páginas estaban impregnadas de un polvillo tan invisible como letal; que la silla de mano del papa Pío II apareció untada de un extraño veneno, y que toda Italia estaba intrigada por la composición del tósigo líquido con que fue asesinado el gran pintor Rosso Fiorentino.
Alejandro VI, cuya actividad diplomática más relevante fue sin duda la célebre bula Inter caetera(1493), que repartía las tierras del Nuevo Mundo entre España y Portugal, casó a los trece años a su hija Lucrecia con Giovanni Sforza, pero cuatro años más tarde logró deshacer el compromiso alegando impotencia del marido. En realidad, su propósito era unirla, como así haría en agosto de 1498, con su segundo cónyuge, Alfonso, príncipe de Bisceglie, bastardo de la familia real de Nápoles, con quien tuvo un hijo, llamado Rodrigo, en noviembre del año siguiente.
Por aquel entonces César Borgia, que, como era de esperar, había tenido una fulgurante carrera eclesiástica, siendo nombrado obispo de Pamplona a los dieciséis años (1491) y arzobispo de Valencia y cardenal a los veinte, abandonó su condición sacerdotal y se casó con Catalina de Albret, hermana del rey de Navarra. En su cuerpo comenzaban a advertirse los estragos de la sífilis, pero ello no le impidió aliarse con el rey Luis XII de Francia y, tras recibir el título de duque de Valentinois, acompañarle en su conquista del Reino de Nápoles en 1501. Como prueba de buena voluntad, previamente había hecho estrangular en las gradas mismas de las escaleras de San Pedro al esposo de su hermana, Alfonso de Aragón, en agosto de 1500. Se cuenta que la víctima venía de asistir a un espectáculo muy poco edificante protagonizado por cinco meretrices.
Éstas habían sido detenidas, acusadas de diversos crímenes y condenadas a la horca, pero se les ofreció la gracia de que se les conmutaría la pena si se prestaban a actuar como estatuas de la Voluptuosidad en la arena durante una corrida de toros. Ante la alternativa de una muerte segura, naturalmente aceptaron y aparecieron en la plaza desnudas sobre un pedestal y cubiertas por un barniz dorado. Los astados mataron a dos de ellas, que se movieron presas de pánico, antes de que los señores acribillasen con sus flechas a la bestia, pero las otras tres, que salieron ilesas de aquella fiesta atroz y fueron paseadas triunfalmente en el mismo carro que transportaba a los toros muertos, no corrieron mejor suerte, porque a pesar de los esfuerzos que hicieron por la noche para desprenderse del indeleble barniz que las cubría, fallecieron en medio de espantosas agonías.
Fue entre esta fecha y la de su posterior y postrero matrimonio, en diciembre de 1501, con Alfonso de Este, primogénito del duque de Ferrara, cuando la vida disoluta de la Lucrecia veinteañera dio pábulo a la leyenda negra que se cierne sobre ella. Durante este período de alegre viudez se entregó a todos los excesos y orgías en el escenario corrompido del Vaticano, dando a luz un hijo fruto de amores incestuosos con su propio padre y llegando incluso a desempeñar por tres veces la máxima dignidad en los asuntos de la Iglesia.
El eximio poeta vanguardista y desaforado pornógrafo francés Guillaume de Apollinaire noveló aquellos festines, desmesuras, obscenidades y escándalos en una obra maldita y poco conocida que se tituló La Roma de los Borgia, publicada en 1913 y raramente reeditada. Aunque el relato se centra sobre todo en las perfidias maquiavélicas de César Borgia, ofrece asimismo numerosos pasajes en los que describe las perversiones de su deslumbrante hermana. La novela atribuye, por ejemplo, los amores entre Lucrecia y Alejandro VI a una mala jugada de César. Fue en el curso de una de esas locas y licenciosas fiestas a las que se entregaban con gran pasión los romanos de la época. Estaban en ella presentes, junto a una multitud selecta de cortesanos, además del papa, sus dos extraordinarios hijos y la que, por entonces, era su amante preferida, Julia Farnesio.
Después del banquete, amenizado con música de laúd, arpa, rabel y violón, y bien surtido de exquisitos vinos de Capri, Sicilia y moscatel de Asti, los regalados cuerpos sintieron llegada la hora voluptuosa. César Borgia, que actuaba siempre de maestro de ceremonias, organizó entonces el juego de las candelas, un divertimento consistente en que, mientras se apagaban las luces, los convidados se entrelazaban libremente y se besaban a su sabor. Las bocas de las mujeres eran copas donde los hombres bebían vinos generosos, al tiempo que las aliviaban de sus rasos y terciopelos y soltaban sus cabellos para que cayeran libremente sobre los senos desnudos.
El juego, en el que estaba prohibido hablar y que servía de pretexto para desatar los apetitos febriles en una apoteosis orgiástica, consistía en mantener en la boca una candela ardiendo mientras todo el mundo hacía esfuerzos para apagarla, y era obligatorio caminar a cuatro patas. Por lo común las cortesanas reemplazaban enseguida las bujías por confituras que los hombres trataban de atrapar en la misma boca y nunca se tardaba demasiado en que la oscuridad se hiciera completa. Alejandro VI buscaba a su amante, a la que apenas podía reconocer por su collar, pero en el remolino de cuerpos César había quitado esa joya a Julia Farnesio y la había puesto al cuello de Lucrecia. Alejandro VI creyó tener así entre sus brazos a su amante cuando en realidad poseía a su adorable hija. La lasitud sobrevino tras los jadeos, y una luz tenue reveló la figura yaciente y encantadora de Lucrecia que dormía con placidez. Lejos de arrepentirse de aquella indeliberada monstruosidad, tras sobreponerse de la sorpresa inicial, el papa acarició los bucles sedosos de su linda niña.
En otra ocasión, cuenta también Apollinaire, un tal Eliseo Pignatelli ofendió de palabra a Lucrecia, siendo sus invectivas acogidas con agrado y sonrisas por los presentes. Indignada por esta afrenta pública, la hija del papa concibió una horrible venganza, y para ello se aprovechó de una de las fiestas habituales que ofrecía en el lujoso palacio de Santa María, en Roma, adonde acudían las damas más nobles y las más hermosas cortesanas.
Durante los espectáculos que se representaban en el jardín, sus invitadas se acompañaban de delicados pajes de labios pintados de rojo y perfumados con algalia, almizcle y ámbar, cuya misión consistía en ofrecer a las mujeres, sentadas sobre los tapices que las protegían del fresco contacto con la hierba, trozos de torta, mazapanes y refrescos en bandejas de plata. Pero entre todos destacaba uno, admirable por su moldeado torso desnudo y sus blancos brazos de Narciso, que la anfitriona confió deferente a la encantadora cortesana Alessandra.
La representación comenzó con la lectura de poemas de amor mientras el jardín iba siendo invadido por una completa oscuridad, a la que siguió una comedia con escenas mitológicas, amenizada por grotescas máscaras, disputas de locos y jorobados que se propinaban golpes con vejigas de cerdo. Pero antes de que la farsa concluyera las embriagadas damas habían hallado mejor distracción en los cuerpos flexibles y serviciales de los mancebos, quienes desarreglaban entre risas las sedas y encajes y dejaban la huella bermeja de sus labios en los rostros complacientes de sus frenéticas compañeras. Estando muy avanzada la velada y los cuerpos molidos y saciados, se convino en repetir aquellas orgías, y las alegres mujeres se despidieron envidiando sobre todo a la agraciada Alessandra. Pero la más feliz aquella noche era sin duda Lucrecia, sabedora de que la satisfecha Alessandra, amante del ahora cornudo Eliseo Pignatelli, no tardaría en contagiar a su detractor la ponzoñosa sífilis que su joven paje le había transmitido.
Sea o no cierta esta cruel travesura y las anteriores circunstancias que rodearon el incesto que los historiadores parecen haber confirmado, la depravada Roma, que asistía impasible a que el Vaticano se hubiera convertido en un lupanar y a que en su seno proliferaran los crímenes sin tasa, difícilmente podía condenar la inmoralidad de Lucrecia Borgia, víctima de un tejido perenne de conspiraciones y de una época en que la vida humana apenas poseía ningún valor.
Lo cierto es que Lucrecia celebró después su tercer matrimonio con el heredero del ducado de Ferrara y que, cuando se trasladó a su nuevo hogar, en febrero de 1502, apenas contaba veintidós años. Al año siguiente moría su padre y el ilusorio poder omnímodo de los Borgia se desmoronaba a manos de otras familias igualmente desalmadas y expeditivas. Algunos de los bastardos de César Borgia se refugiaron en la corte de su tía, en Ferrara, mientras que Jofre, uno de los hermanos menores de Lucrecia, se retiró a Nápoles, donde ostentó el título de príncipe de Squillace.
Por su parte, el artero César Borgia sobrevivió muy poco tiempo al descalabro general, y después del breve pontificado de Pío III, desde el 22 de septiembre al 18 de octubre de 1503, la elección como sucesor del peor de sus enemigos, el cardenal Giuliano della Rovere, que adoptó el nombre de Julio II, acabó de un plumazo con sus ambiciones. Julio II no tuvo empacho en faltar a la palabra que le había dado a César y mandarlo detener en Ostia, obligándole a abdicar de todas sus posesiones en la Romaña, y en perseguirle más tarde con saña hasta que consiguió que Gonzalo Fernández de Córdoba le arrestase y le enviase a España.
Allí padeció prisión durante dos largos años en los castillos de Chinchilla y de la Mota hasta que, en un nuevo alarde de astucia, determinación y temeridad, logró evadirse de este último. Murió, no obstante, poco después, a consecuencia de las heridas sufridas en una escaramuza en Navarra, en cuya corte se había refugiado.
A partir de 1505, Lucrecia se convirtió, tras la muerte de su último esposo, en la duquesa de Ferrara, y durante algunos años por su brillante corte desfilaron artistas famosos como Ariosto y Pietro Bembo, que se consagraron a cantar su belleza y sus visibles encantos. Misteriosamente, por algún motivo inexplicado, en 1512, con sólo treinta y dos años y sin que su lozanía se hubiese aún marchitado, comenzó a gustar de la soledad y se apartó de los fastos cortesanos y de las pompas ceremoniosas. Se mostraba retraída y como si fuera la contramoneda misma de la dulce, alegre y desaprensiva joven que había sido, y esta actitud inopinada, lejos de delatar un carácter voluble y tornadizo, no hizo sino acreditar su obstinación y su firmeza, porque permaneció en ella hasta el fin de sus días, durante siete interminables años.
Todas las especulaciones son válidas para explicar tan extraña actitud, incluso las de quienes suponen un tardío arrepentimiento y un recogimiento encaminado a rumiar las culpas y excesos de la vida pasada. Pero aunque esta beatífica e improbable versión de los hechos sea cierta, no podrá nunca creerse que Lucrecia se encerró en sus últimos años en una intransigente castidad, porque murió en 1519, desgarrada por los dolores, a consecuencia de un aborto.
Envueltas en vendajes de lino y enterradas con reverencia,
las momias de animales encierran pistas fascinantes sobre la vida y la muerte
en el antiguo Egipto.
En 1888, un agricultor egipcio que cavaba en la arena cerca
de Istabl Antar descubrió una fosa común. Los cuerpos sepultados no eran
humanos, sino felinos: cantidades asombrosas de antiguos gatos momificados y
enterrados. «No son unos pocos desperdigados aquí y allá –informó una revista
inglesa de la época–, sino decenas, miles, cientos de miles, un grueso estrato
de 10 a 20 capas de cadáveres sepultados unos sobre otros.» Algunos animales
envueltos en vendas aún seguían presentables, y unos pocos tenían máscaras de
oro. Los niños del lugar vendieron los mejores ejemplares a los turistas a
cambio de unas monedas. El resto se vendió a peso como fertilizante. Un barco
se llevó a Liverpool unos 180.000, una carga de 17 toneladas, para esparcirlos
por los campos ingleses.
Aquélla era la época de las expediciones generosamente
financiadas que cavaban hectáreas de desierto en busca de tumbas reales y
espléndidos sarcófagos pintados y máscaras de oro para adornar mansiones y
museos de Europa y Estados Unidos. Los miles de animales momificados que
aparecían en los lugares sagrados de Egipto sólo era algo que había que apartar
para llegar a los tesoros. Pocos estudiosos les prestaban atención, y en
general su importancia pasaba inadvertida.
En el siglo que ha pasado desde entonces, la arqueología ya
no es tanto una caza de trofeos como una ciencia. Ahora los excavadores saben
que gran parte de la riqueza de sus yacimientos reside en la multitud de
detalles que ofrecen sobre la vida de la gente: sus actividades, su forma de
pensar y sus creencias religiosas. Las momias de animales son parte importante
de esos hallazgos.
«Son en verdad manifestaciones de la vida cotidiana –dice la
egiptóloga Salima Ikram–. Animales de compañía, comida, muerte, religión…
Abarcan todo lo que interesaba a los egipcios.» Especializada en zooarqueología
(el estudio de los restos de animales antiguos), Ikram ha contribuido a poner
en marcha una nueva línea de investigación sobre los gatos y otros animales que
los egipcios preservaban con habilidad y esmero. Desde su cátedra en la
Universidad Americana de El Cairo, se hizo cargo de la deteriorada y medio
abandonada colección de momias animales del Museo Egipcio como proyecto de
investigación. Tras efectuar mediciones, escudriñar con rayos X bajo los
vendajes y catalogar sus hallazgos, creó una galería para exponer la colección,
un puente entre la gente de hoy y la de aquel pasado remoto. «Cuando ves esos
animales, piensas: “¡Ah, el faraón Tal o Cual tenía una mascota, como yo!”, y
en lugar de sentir una distancia de más de 5.000 años, ves a los antiguos
egipcios como personas de carne y hueso.»
Actualmente, la colección de momias de animales es una de
las más visitadas de ese museo. Detrás de las vitrinas hay gatos amortajados
con vendas de lino que forman rombos, franjas, cuadrados e intrincadas líneas
cruzadas; musarañas en cajas de caliza tallada; carneros en sarcófagos dorados
con adornos de cuentas; una gacela envuelta en papiro deshilachado; un
cocodrilo de cinco metros enterrado con sus crías momificadas en la boca; ibis
sagrados en fardos con aplicaciones; halcones; peces y hasta diminutos
escarabajos junto a las bolas de estiércol que comían.
Algunos de esos animales fueron momificados para que los
difuntos tuvieran compañía en la eternidad. Los antiguos egipcios que podían
permitírselo se preparaban una tumba lujosa, con la esperanza de que todos los
efectos personales allí acumulados, y todas las imágenes que ordenaban
representar en los murales, estuvieran a su disposición después de la muerte.
Más o menos a partir de 2950 a.C., los reyes de la I dinastía recibieron
sepultura en sus complejos funerarios de Abydos acompañados de perros, leones y
burros. Más de 2.500 años después, durante la XXX dinastía, un plebeyo llamado
Hapi-men fue enterrado en Abydos con un perrito acurrucado a sus pies.
Otras momias eran provisiones para los muertos, «vituallas
momificadas», las llama Ikram. Los mejores cortes de carne de buey, patos
suculentos, ánsares y pichones se salaban, secaban y envolvían en tiras de
lino.
Por último, otros animales eran momificados porque eran la
viva representación de un dios. Hacia el año 300 a.C., la venerada ciudad de
Menfis, capital de Egipto durante gran parte de su historia antigua, ocupaba 50
kilómetros cuadrados y su población rondaba los 250.000 habitantes. La mayor
parte de las ruinas de la que fue una ciudad gloriosa yace hoy bajo el pueblo
de Mit Rahina. Pero junto a un camino polvoriento se yerguen las ruinas de un
templo, medio ocultas entre matas de hierba. Era la casa de embalsamamiento del
buey Apis, uno de los animales más venerados del antiguo Egipto.
Símbolo de fuerza y virilidad, Apis estaba estrechamente
relacionado con el todopoderoso faraón. Animal divinizado, era elegido para el
culto por reunir una serie de características inusuales: un triángulo blanco en
la frente, figuras blancas aladas en los hombros y la grupa, una mancha en
forma de escarabajo en la lengua, y pelos dobles en la punta de la cola.
Durante su vida lo alojaban en un santuario especial, mimado por sacerdotes,
adornado con oro y joyas, y adorado por las multitudes. Se creía que su esencia
divina pasaba a otro buey en el momento de su muerte, por lo que en ese
instante se iniciaba la búsqueda del nuevo Apis. Mientras tanto, el cadáver era
conducido al templo. La momificación se prolongaba al menos 70 días: 40 para
secar la enorme masa de carne, y 30 para envolverla.
El día del entierro del buey, los habitantes de la ciudad se
echaban a las calles para unirse al duelo nacional y atestaban el camino que
conducía a las catacumbas hoy conocidas como Serapeum, en la necrópolis de
Saqqara, en el desierto. En procesión, sacerdotes, cantantes del templo y altos
funcionarios llevaban la momia hasta la red de galerías abovedadas talladas en
el suelo de caliza, donde la sepultaban dentro de un sarcófago de madera o de
granito, entre largos corredores abiertos para otros enterramientos. En siglos
posteriores, ese lugar sagrado fue profanado por ladrones que arrancaron las
tapas de los sarcófagos y robaron los valiosos ornamentos que lucían las momias.
Por desgracia, no se conserva intacto ni un solo enterramiento del buey Apis.
Diferentes animales sagrados eran objeto de adoración en los
distintos centros de culto: bueyes en Armant y Heliópolis, peces en Isna,
carneros en la isla Elefantina y cocodrilos en Kom Ombo. Ikram cree que el
culto a esos seres divinos surgió en los albores de la civilización egipcia,
cuando un régimen de precipitaciones más generoso que el actual favoreció una
tierra verde y feraz. Rodeados de animales, los egipcios comenzaron a
relacionarlos con dioses específicos, según sus hábitos. Los cocodrilos, por
ejemplo, ponían sus huevos justo por encima del nivel más alto que alcanzaría
la crecida anual del Nilo, el gran acontecimiento que irrigaba los campos y
permitía que Egipto renaciera año tras año. «Los cocodrilos eran mágicos –dice
Ikram–, porque tenían la capacidad de predecir el futuro.»
Saber si la crecida iba a ser buena o mala era importante en
un país de agricultores. Por eso, con el tiempo, los cocodrilos se convirtieron
en símbolo de Sobek, dios acuático de la fertilidad, y los egipcios les
erigieron un templo en Kom Ombo, localidad del sur de Egipto que cada año era
una de las primeras en notar la crecida del río. En ese lugar sagrado, cerca de
la ribera donde se asoleaban los cocodrilos salvajes, los cocodrilos cautivos
llevaban una vida regalada y, al morir, eran enterrados con solemnidad.
En los lugares donde las momias son más numerosas, como en
Istabl Antar, donde fueron enterradas por millones, se trata de objetos votivos
ofrecidos durante las festividades anuales en los templos donde se rendía culto
a los animales. A esos centros religiosos distribuidos a lo largo del Nilo
llegaban cientos de miles de peregrinos, que acampaban en los alrededores.
Convertidos en mercaderes, los sacerdotes ofrecían desde momias con sencillos
vendajes hasta otras más elaboradas para quienes pudieran pagarlas. Entre nubes
de incienso, los fieles culminaban la peregrinación ofreciendo al templo la
momia elegida.
Algunos lugares se asociaban con un solo dios y su animal
simbólico; pero en los centros más antiguos y venerados, como el de Abydos, se
han hallado auténticos zoos de momias votivas en los que cada especie se
relaciona con una divinidad concreta. En Abydos, donde fueron enterrados los
primeros reyes de Egipto, las excavaciones han sacado a la luz momias de ibis
que probablemente representan a Tot, el dios de la sabiduría y la escritura.
Los halcones evocaban presumiblemente a Horus, el dios del cielo, protector del
rey vivo. Los perros guardaban relación con Anubis, el dios con cabeza de
chacal, guardián de los muertos. Al ofrendar una de esas momias al templo, los
peregrinos podían ganarse el favor del dios correspondiente. «El animal siempre
le susurraba al dios al oído: “Aquí viene tu fiel, sé bueno con él”», explica
Ikram.
A partir de la XXVI dinastía, en torno al año 664 a.C., las
momias votivas se hicieron muy populares. Los egipcios acababan de expulsar a
los dominadores extranjeros y recuperaban con alivio sus propias tradiciones.
El negocio de las momias floreció y dio empleo a legiones de trabajadores
especializados, ya que era preciso criar a los animales, cuidarlos,
sacrificarlos y momificarlos, además de importar resinas, preparar las vendas y
cavar las tumbas.
Pese al elevado fin de la actividad, la corrupción se
infiltró en la cadena de producción, y algunos peregrinos resultaron estafados.
«Momias falsas y otros timos», explica Ikram. Las radiografías han revelado
diversos trucos para engañar a los consumidores: animales más baratos en
sustitución de otros más raros y valiosos; huesos o plumas en lugar del animal
completo, y hermosos vendajes con nada dentro, aparte de fango. Cuanto más
atractivo era el exterior, mayor era la probabilidad de estafa.
Para averiguar cómo trabajaban los antiguos embalsamadores
(un aspecto sobre el cual los textos antiguos callan o son ambiguos), Ikram
experimenta con las técnicas de momificación. Para encontrar los materiales
necesarios, acude al laberíntico zoco del siglo XIV de El Cairo. En una pequeña
tienda, un dependiente pesa en una vieja balanza de latón grandes trozos de una
sustancia gris cristalina. Es natrón, una sal que absorbe la humedad y la grasa
y que era el desecante más importante utilizado para la momificación. En una
herboristería a la vuelta de la esquina compra los aceites que devuelven la
flexibilidad a los cuerpos secos y rígidos, y también los resinosos pedazos de
incienso que, una vez fundido, sirve para sellar los vendajes.
La investigadora empezó momificando conejos, por su tamaño
manejable y porque podía comprarlos en la carnicería. A Orejotas(Ikram pone
nombre a todas sus momias) lo sepultó en natrón, pero el cuerpo empezó a
descomponerse en dos días, y al acumularse los gases, estalló. Tambor corrió mejor
suerte. Ikram le había ex¬¬traído los pulmones, el hígado, el estómago y los
intestinos, y luego lo rellenó de natrón y lo sepultó en la misma sustancia.
Resistió.
Pelusa, el siguiente candidato, ayudó a resolver un enigma
arqueológico. El natrón que tenía dentro absorbió tantos fluidos que se volvió
glutinoso y fétido. Ikram lo sustituyó por natrón fresco guardado en bolsas de
lino. Eran fáciles de extraer cuando la sustancia se humedecía, lo que explica
que en muchos centros de embalsamamiento se hayan encontrado este tipo de
bolsas.
El tratamiento reservado a Copo de Nieve fue totalmente
diferente. En lugar de la evisceración, el conejo recibió un enema de
trementina y aceite de cedro antes de ser sepultado en natrón. Heródoto, el
famoso historiador griego, describió el procedimiento en el siglo V a.C., pero
los investigadores cuestionaban su credibilidad. En este caso, el experimento
le dio la razón. Todas las vísceras de Copo de Nieve se disolvieron excepto el
corazón, el único órgano que los antiguos egipcios siempre dejaban en su sitio.
Una vez concluido el trabajo de laboratorio, Ikram y sus
estudiantes siguieron el protocolo y envolvieron cada cuerpo con vendas en las
que se habían impreso fórmulas mágicas. Recitando oraciones y quemando incienso,
depositaron las momias en la vitrina de un aula, donde son una atracción para
los visitantes, entre ellos yo misma. Como ofrenda, dibujo un manojo de
zanahorias y símbolos que multiplican por mil ese manojo. Ikram me asegura que,
en el más allá, los dibujos ya se han convertido en zanahorias auténticas, y
que los hocicos de sus conejos se están estremeciendo de alegría.