Los faraones negros
Los faraones negros fueron una serie de reyes nubios que gobernaron Egipto durante unos 75 años, formando la dinastía XXV o kushita.
Procedían del reino nubio de Kush, una civilización africana que había florecido durante 2.500 años, remontándose a la primera dinastía egipcia.
La saga de los nubios demuestra que esta civilización, nacida en las profundidades de África, no solo fue próspera, sino que ejerció un importante dominio en la antigüedad y estableció alianzas matrimoniales con Egipto.
Por ejemplo, algunos afirman que la abuela del faraón Tutankamon era de ascendencia nubia. Sin embargo, la historia de los faraones negros era un capítulo de la historia casi desconocido hasta que en las últimas cuatro décadas los arqueólogos lo sacaron a la luz.
Los egipcios dependían de las minas de oro nubias para mantener y extender su poderío, de modo que les inquietaba tener un vecino tan poderoso al sur. Los faraones de la XVIII dinastía enviaron ejércitos a conquistar el territorio y construyeron guarniciones a lo largo del Nilo. La élite sometida comenzó así a abrazar la cultura y costumbres de Egipto, venerando a sus dioses, y entre ellos especialmente a Amón. Además adoptaron su lengua y sus formas de enterramiento.
Más adelante, cuando en el siglo VIII a. C. Egipto estaba desgarrado por la pugna entre diversas facciones, se estaba perdiendo el culto a Amón. Los sacerdotes de Karnak, preocupados, buscaron a alguien capaz de devolver al país a su anterior estado de poder y santidad. Lo encontraron en el sur, en un pueblo que, aun sin haber puesto el pie en Egipto, había conservado sus tradiciones espirituales.
Cuando Piya (o Pianji) invadió Egipto en el 730 a. C., llevaba dos décadas gobernando su reino de Nubia, coincidente en su mayor parte con el actual Sudán. Sus soldados desembarcaron en Tebas. El rey les había ordenado purificarse antes del combate bañándose en el Nilo, vistiendo fino lino y rociando sus cuerpos con agua del templo de Karnak, lugar sagrado del dios Amón, al que el nubio identificaba con su propia divinidad personal. Piya hizo sacrificios al dios, y así, santificada la empresa, comenzó la guerra.
Al cabo de un año todos los líderes egipcios habían capitulado. El vencedor cargó su botín de guerra y navegó con su ejército hacia su hogar en Nubia, para no regresar nunca a Egipto. Cuando murió en el año 715 a. C., sus súbditos cumplieron su última voluntad enterrándolo en una pirámide al estilo egipcio, junto a cuatro de sus caballos favoritos. Hacía más de 500 años que un faraón no recibía dicho enterramiento.
No nos ha llegado ninguna imagen de Piya. En un relieve del templo en la capital nubia de Napata solo se conservan sus piernas, por lo que lo único que podemos conocer de él es el color de su piel. Él fue el primero de los llamados faraones negrosque reunificaron el país y lo llenaron de monumentos.
Bajo el gobierno nubio, Egipto recuperó su esencia. Cuando murió Piya en el 715 a. C., su hermano Shabaka consolidó la XXV dinastía al establecer su residencia en Menfis. En lugar de ejecutar a sus enemigos, Shabaka los ponía a trabajar en la construcción de diques que protegieran a las poblaciones de las crecidas del Nilo. Además enriqueció Tebas y el templo de Luxor con sus construcciones.
En oriente los asirios, con su rey Senaquerib al frente, marcharon contra los territorios de Judá en el 701 a. C.. Tras duro combate con el ejército nubio en Eltekeh, los asirios obtuvieron la victoria, pero un joven príncipe nubio, hijo del faraón Piya, logró sobrevivir.
Cuando el enemigo se presentó ante las puertas de Jerusalén, de pronto el ejército asirio se retiró, probablemente porque el príncipe nubio marchaba al frente de sus tropas contra él. Sea como fuere, Senaquerib levantó el sitio y regresó a su reino, donde fue asesinado 18 años después, al parecer a manos de sus propios hijos.
Los asirios se referían al príncipe superviviente en Eltekeh como “el maldito por todos los grandes dioses”. Su nombre era Taharqa, y su influencia en Egipto fue tan grande que sus enemigos no consiguieron borrarla. Erigió monumentos por todo el país, con bustos, estatuas y cartuchos que llevaban su nombre, muchos de los cuales se encuentran hoy en diversos museos por todo el mundo. Se le representa como suplicante, o en presencia de Amón, o bien como esfinge, en pose de guerrero. La mayor parte de las estatuas fueron mutiladas por sus rivales para impedir su regreso de entre los muertos. La nariz aparece frecuentemente arrancada; también aparece destrozada la corona uraeus en su frente, para rechazar su pretensión de ser Señor de las Dos Tierras.
Su padre, Piya, y su tío Shakaba fueron pálidas figuras comparadas con la de este general de 31 años que recibía la corona en Menfis en 690 a. C. para regir los destinos de Egipto y Nubia durante los siguientes 26. Fue un próspero reinado: el país estaba en paz, y durante el sexto año las aguas del Nilo garantizaron una espectacular cosecha de grano sin llegar a inundar las poblaciones. Según consta en cuatro estelas, las aguas incluso exterminaron ratas y serpientes. Parecía que Taharqa era realmente el elegido de Amón.
En el complejo del templo de Karnak hay una columna, parte de un conjunto de diez que formaban un kiosco gigantesco añadido por el faraón nubio al templo de Amón. También construyó capillas en torno a él y erigió estatuas de sí mismo y de su madre, Abar. La misma atención prestó a la ciudad nubia de Napata. Su montaña sagrada, Jebel Barkal, había cautivado a los faraones egipcios, que la consideraban el lugar de nacimiento de Amón. Buscando presentarse como heredero de los faraones del Imperio Nuevo, Taharqa erigió dos templos al pie de la montaña para honrar a las diosas consortes de Amón.
Llevaba 15 años gobernando cuando el éxito que siempre le había acompañado parece haberle convertido en un personaje soberbio y megalómano.
Los mercaderes de madera de la costa del Líbano habían estado suministrando al faraón material para sus construcciones. Cuando el rey asirio quiso acabar con esta arteria comercial, Taharqa envió tropas para apoyar una rebelión interna contra él. Las represalias desembocaron en un enfrentamiento en el que el ejército de Taharqa resultó vencedor. Los Estados rebeldes del Mediterráneo entraron en una alianza contra el asirio, y en 671 a. C. este se dirigió con sus tropas hacia el delta del Nilo. Durante dos semanas se libraron sangrientas batallas en las que los nubios fueron derrotados y hubieron de retroceder hasta Menfis. Herido cinco veces, Taharqa logró escapar y abandonó la ciudad. Esarhaddon, el rey de los asirios, dejaría escrito lo siguiente:
“Su reina, su harén, su heredero Ushankhuru y el resto de sus hijos e hijas, sus propiedades y sus bienes, sus caballos, su ganado, sus ovejas en incontables cantidades, todo lo llevé a Asiria. Arranqué de Egipto la raíz de Kush”.
Y para conmemorar la humillación del enemigo, Esarhaddon encargó una estela que mostraba al heredero nubio arrodillado ante él con una soga atada alrededor del cuello.
El rey asirio fallecía en 669 a. C. camino de Egipto nuevamente, tras enterarse de que los nubios habían logrado retomar Menfis. Con el nuevo rey, el enemigo asaltó otra vez la ciudad, esta vez con un ejército incrementado con las tropas rebeldes capturadas.Taharqa no tenía la menor posibilidad, de modo que huyó hacia el sur, a Napata, y nunca regresó a Egipto. Cómo pasó sus últimos años es un misterio, pero eligió ser enterrado en una pirámide, al igual que su padre antes que él. Sin embargo, en lugar del cementerio real en el que los faraones kushitas descansaban, eligió un emplazamiento en Nuri, en la orilla opuesta del Nilo.
Hoy las pirámides de Sudán, más numerosas que las de Egipto, constituyen un impresionante espectáculo en el desierto nubio. Los exploradores que llegaron al tramo central del río Nilo informaron del descubrimiento de elegantes templos y pirámides, ruinas de una antigua civilización llamada Kush.
George Reisner, egiptólogo de Harvard, cuyos hallazgos tuvieron lugar entre 1916 y 1919, ofreció las primeras evidencias arqueológicas de que los reyes nubios habían gobernado Egipto. Pero él, al igual que otros estudiosos, pensaba que los africanos de raza negra no podían haber construido los monumentos que estaba excavando.
Creía que los líderes nubios, incluso Piya, eran hombres de piel clara que habían gobernado a los primitivos africanos, y explicaba lo efímero de su grandeza como una probable consecuencia de que sus reyes concertaran matrimonios con “elementos negroides”.
http://themaskedlady.blogspot.mx/2013/03/los-faraones-negros.html?m=1
El misterio de los faraones africanos
No hay comentarios.:
Publicar un comentario