domingo, 16 de noviembre de 2014

Obertura de Coriolano de Ludwig van Beethoven

La Obertura de Coriolano fue compuesta en 1807. El estreno fue dirigido por Beethoven, en el palacio del príncipe Lobkowitz, en Viena, en marzo de 1807. Beethoven necesitaba componer una obertura para concierto. Había escrito solamente una, aparte de las oberturas pertenecientes a su ópera Fidelio. La Obertura de Prometeo era utilizada frecuentemente para abrir sus conciertos, y el compositor deseaba una pieza nueva para este fin.

Encontró un tema apropiado en la tragedia Coriolano de su amigo Heinrich von Collin. La obra de Collin había sido estrenada en 1802, y había sido representada con frecuencia durante los tres años siguientes. El público la conocía bien. Se la revivió para una sola representación en abril de 1807, específicamente con el fin de reunir la música de Beethoven y la pieza teatral de Collin.

La Obertura no es, en verdad, programática. Beethoven raramente escribió música que siguiera una historia específica. La Sinfonía Pastoral es lo más cercano que llegó a la música instrumental descriptiva. Pero frecuentemente se inspiraba en el carácter de una persona en particular, especialmente si esa persona era un héroe. De este modo, la Sinfonía Heroica no es un retrato musical de Napoleón, sino más bien el resultado de la identificación del compositor con el carácter titánico del francés. De forma similar, la música de Egmont revela más acerca del compositor que del héroe de Goethe.

Beethoven conocía el legendario personaje Coriolano no solamente por el tratamiento que le había dado Collin, sino también por el relato de Plutarco sobre el general romano y por la obra de Shakespeare, Coriolano. El drama de Collin se refiere al general exiliado, que se une a los Volscos, enemigos tradicionales de Roma y marcha contra su propia gente. Los Volscos sitiaron Roma y los romanos, desesperados, enviaron una delegación a Coriolano, encabezada por su madre y su esposa. El orgullo y la determinación del general finalmente fueron vencidos por los ruegos de su madre. Cede y retira sus fuerzas, incurriendo así en la ira de los Volscos. Por último es llevado al suicidio.

Beethoven sentía afinidad por las cualidades de osadía, individualismo, orgullo y temeridad de Coriolano; conocía la soledad del individuo que no está dispuesto a ceder ante nadie; sin embargo, comprendía el poder de la persuasión femenina para minar todas esas nobles cualidades. La lucha entre el amor y el patriotismo debe haber tenido un significado muy especial para el compositor, que valoraba mucho ambas cualidades. Asimismo, Beethoven comprendía la alarma y la humillación de una ciudad sitiada y obligada a suplicar al enemigo: Viena acababa de caer ante los franceses.

El conflicto entre orgullo y amor en la figura trágica de Coriolano corresponde al contraste de los dos temas principales de la obertura, que es ora impetuosa, ora lírica. El espíritu impetuoso queda proclamado de inmediato, cuando las cuerdas tocan una nota única seguida por un breve acorde orquestal tuerte y un silencio dramático. Obsérvese cuan estridentemente disonante es el acorde breve cuando se repite este gesto, mientras las trompetas y los timbales reiteran obstinadamente sus notas del acorde anterior, a pesar del cambio de armonía. El final suave de la obertura significa la muerte del héroe.




Estados de ánimo - Mario Benedetti

Unas veces me siento
como pobre colina
y otras como montaña
de cumbres repetidas.

Unas veces me siento
como un acantilado
y en otras como un cielo
azul pero lejano.

A veces uno es
manantial entre rocas
y otras veces un árbol
con las últimas hojas.
Pero hoy me siento apenas
como laguna insomne
con un embarcadero
ya sin embarcaciones
una laguna verde
inmóvil y paciente
conforme con sus algas
sus musgos y sus peces,
sereno en mi confianza
confiando en que una tarde
te acerques y te mires,
te mires al mirarme.


Canciones con historia Time after time – Cindy Lauper

En 1984, Rob Hyman participaba de la grabación del primer álbum de una artista desconocida. La chica venía de unos años oscuros, con una afección seria en su voz que casi la deja fuera de la música. La chica, una tal Cyndi Lauper, trataba de volver, tras romper con su banda Blue Angel. La grabación de su primer álbum, la obligó a la búsqueda de músicos. Rick Chertoff, ahora productor para la Columbia Records, recomendó a sus amigos de la banda que había dejado en Filadelfia. Así se cruzaron los pasos de Lauper y Hyman.

Ambos ya tenían suficiente material para el álbum, “She's So Unusual”, con temas como “Girls Just Want to Have Fun", "She Bop" o "All Through the Night". ¿Quién quería más? Chertoff. Sugirió que podía (siempre se podía) utilizar una canción más.

Esa canción de más empezó a escribirse a las apuradas, porque en pocos días tenían que estar grabando en estudio. Hyman y Lauper se sentaban al piano, luego de los ensayos, en el estudio Record Plant de Nueva York, con un grabador como único testigo de esa búsqueda.

Cyndi tuvo una inspiración al ver la tapa de la revista “TV Guía” de esa semana que anunciaba la emisión de una película clase B de ciencia ficción, “Time after time”(http://www.imdb.com/title/tt0080025/), protagonizada por Malcolm McDowell que interpreta a H. G. Wells persiguiendo a Jack, el Destripador, viajando a 1979 con una máquina del tiempo. “Tengo el título” dijo Lauper y con eso se largó a tocar los primeros garabatos del tema en el piano.

Con una estructura musical simple, tres notas repetidas, la letra empezó a fluir entre los dos músicos. Era una época de rupturas y abandonos (sentimentales y artísticas) para ambos. Tal vez por eso, inconscientemente, la canción tomó un tono melancólico, más emotivo, menos zumbón que el resto de los temas del álbum.

Un ángel bajó y Roby Hyman y Cyndi Lauper compusieron su primera canción juntos.

Un par de ensayos fueron suficientes para grabar el tema, pocos días después, sin arreglos previos, quedando como la versión final, la primer toma que capta toda la energía que circuló entre ambos, en ese primer trabajo juntos.

La canción cobró vida propia y trepó al primer lugar del ranking. El video, interpretado por la misma Cyndi, su novio y varios parientes, ganó su espacio en MTV y coadyuvó al éxito del tema.

http://libretachatarra.blogspot.com.ar/2010/08/conozco-la-cancion-time-after-time.html


sábado, 15 de noviembre de 2014

Análisis comparativo del mito de Prometeo según Esquilo y Hesíodo

Resumen: El mito de Prometeo ha sido abordado por diversos autores a lo largo de la historia de la literatura. Nos detendremos, en esta oportunidad, en las versiones de Esquilo y Hesíodo para abordar las semejanzas y las diferencias que nos brindan sobre la historia de este titán en Prometeo encadenado y Teogonía, respectivamente.

Introducción:
La hegemonía de la tragedia clásica coincidía con el crecimiento, grandeza y declinación del poder secular del estado ático.
Según Jaeger, la tragedia como poética alcanza su mayor fuerza popular al ejercer sobre los espectadores una viva impresión ya que concentraba el destino del hombre en el breve e impresionante curso de los acontecimientos que se desarrollan frente a los ojos y oídos de los espectadores.
Esquilo es el más antiguo de los poetas trágicos griegos cuyas obras conservamos. Los siete textos lo mantienen hoy en día como un distinguido patriarca de la tragedia, si bien la época moderna fue tardía en apreciarlo. El Renacimiento se centra, fundamentalmente en Sófocles y Eurípides pero, a fines del siglo XVIII, se redescubre a Esquilo, sobre todo a través de su versión de Prometeo que se convertirá en uno de los mitos de la cultura moderna.
A partir de Esquilo, la representación de la poesía trágica, que se basaba fundamentalmente en la participación del coro, comienza a darle relevancia al papel del locutor que, originalmente, formaba parte de los coreutas y, luego, se independizaría. Así, “el coro, de narrador lírico, se convertirá en actor y, por lo tanto, en sujeto de sufrimientos que hasta ahora solo había compartido y acompañado con sus propias emociones” (Jaeger, 1993, p. 233). El poeta solo podía utilizar las limitadas posibilidades de esta forma de expresión mediante la incorporación de bruscos cambios en el destino de los personajes tal como lo vemos enLas suplicantes en la que el verdadero actor es el coro de danaides. Como consecuencia de la importancia que toma el locutor, el coro deja de ser un fin en sí mismo, el locutor comparte con él la acción que se refería, sobre todo, al sufrimiento humano. “La representación obvia y vivaz del sufrimiento en los éxtasis del coro manifestados mediante el canto y la danza y que por la introducción de múltiples locutores se convertía en la representación más acabada del curso del destino humano, encarnaba del modo más vivo el problema religioso, desde largo tiempo candente, el misterio del dolor humano considerado como un envío de los dioses” (Jaeger, 1993, p. 234).
Una de las tragedias clásicas en que la participación del coro está reducida al mínimo y el papel central está a cargo del actor principal es Prometeo encadenado, segunda obra que integra la trilogía conformada por Prometeo, portador del fuego y Prometeo liberado, textos que no hemos conservado. La poesía trágica, tanto en Esquilo como en el resto de los autores, tomaba como tema principal un mito antiguo ya conocido por todos.
A lo largo de este trabajo nos detendremos, especialmente, en el tratamiento que realiza Esquilo del mito de Prometeo, considerado como uno de los aportes fundamentales del gran autor trágico a la historia del teatro occidental.

Transposición del mito del titán:
El origen del nombre de Prometeo y su leyenda son objeto de discusión por parte de la crítica.
Según Curtius y Kuhn, entre otros, el mito sería originario de la India. “El bastón giratorio, decían esos autores, con el cual se procuraba el fuego por frotación, se llama en Sánscrito védico pramantha de la raíz math/manth, ‘frotar’” (Sechan, 1960, p. 11) de donde provendría Pramanthius o Pramathius,Prometheus en griego, que sería, entonces, la personificación del bastón giratorio. Esta hipótesis se considera poco probable porque jamás se ha considerado a Prometeo en Grecia como el inventor del bastón generador del fuego.
Una segunda posibilidad del origen del nombre y del mito afirma que Prometheus deriva del indoeuropeo man que significa ‘pensamiento’, ‘reflexión’, ‘sabiduría’. Los griegos mismos le daban a Prometeo el sentido de: ‘prudente’, ‘previsor’.
La representación del mito está vinculada con lo espiritual, con el espíritu religioso de la época, tal como lo vemos en Prometeo encadenado en la que el dolor se convierte en el rasgo específico de los seres humanos.
La Ilustración ha soñado con la victoria del conocimiento y el arte. Esquilo no analiza esta situación, sino que exalta a un héroe que ha ayudado a la humanidad para pasar de la noche a la luz mediante el progreso y la civilización.
La figura de Prometeo como dador del fuego es muy antigua en Grecia. Su imagen se ha impuesto a partir de su vínculo con el destino de los hombres, su enfrentamiento con Zeus es solo uno de los que tuvo que sostener el dios para reafirmar su reinado.
Según Sechan, el politeísmo helénico “está en función no solo del espacio, habitado por múltiples dioses, sino también del tiempo en que esos dioses aparecen sucediéndose” (1960, p. 15). Durante el período de los orígenes, los dioses al igual que los hombres habían atravesado por distintas edades. Hasta que se produce el triunfo de Zeus y su familia, los dioses conocieron períodos de esplendor y de decadencia, de caídas abruptas, resultado de su soberbia o su desmesura (hybris) y de luchas internas o teomaquías.
Existieron tres generaciones divinas. Las dos primeras sucumben bajo el poderío de sus hijos, Urano es vencido por Cronos y éste, a su vez, es derrocado por su hijo Zeus. El mismo Zeus deberá derrotar a sus enemigos hasta que los antagonismos se reduzcan. Esta historia es resumida por Esquilo en los inicios deAgamenón: “Del que era grande otrora [Urano], desbordante de audacia para todas las luchas, ni aún se dirá que existió alguna vez. El que luego existió [Cronos] encuentra un vencedor [Zeus] y fue su perdición. Más quien celebre de corazón el nombre victorioso de Zeus logrará la sapiencia suprema” (1960, p. 15).

Prometeo en la Teogonía:
Prometeo, nuestro héroe, aparece tanto en las obras de Hesíodo: la Teogonía y Los trabajos y los días, como en la de Esquilo, Prometeo encadenado.
Hesíodo es quien por primera vez nos informa que hubo cinco razas humanas: la de oro, plata, bronce, la de los héroes y la de hierro. La primera era la mejor y la que vivía más feliz en tiempos de la Edad de oro en que reinaba Cronos, el padre de Zeus.
La raza de los mortales nace de la tierra, Gea, la divinidad primordial, la diosa madre por excelencia. Ya había creado al cielo y a los dioses y, obviamente, crearía, también, a los hombres, las generaciones de la Edad de oro salieron de su seno, sin ninguna intervención divina o natural, puesto que la mujer aún no había visto la luz, la humanidad de la Edad de oro era exclusivamente masculina, dice Sechan que “ha de creerse que era éste uno de los aspectos de la felicidad del hombre, así como de sus prerrogativas inauditas, ya que la mujer, a fuer de verdadera desheredada, jamás ha conocido esa dicha de estar sola” (1960, p. 18).
Estos hombres primitivos residían junto a los hombres y hasta vivían como dioses. Los dioses eran considerados como hermanos más poderosos. El suelo fecundo les daba tanto lo necesario como lo superfluo, no conocían la vejez, la enfermedad ni la muerte dolorosa, al morir caían en un sueño definitivo.
Según Hesíodo, esto seguirá incluso durante el primer tiempo del reinado de Zeus pero empezaron los conflictos, y dioses y hombres se separaron amistosamente. Durante la separación solemne que se sellaba con un sacrificio, Prometeo hace su primer engaño: “había hecho dos partes de un buey, en un lado, puso la carne y las entrañas, recubriéndolas con el vientre del animal; en otro, puso los huesos mondos, cubriéndolos con grasa blanca. Luego dijo a Zeus que eligiese su parte; el resto quedaría para los hombres. Zeus escogió la grasa blanca y, al descubrir que solo contenía huesos, sintió un profundo rencor hacia Prometeo y hacia los mortales, favorecidos por aquella astucia” (Grimal, 2004, p. 455). El dios se enoja y decide el exterminio de los hombres quitándoles el fuego. Pero Prometeo se los devuelve mediante la utilización de un nuevo engaño, saca el fuego del reino de los dioses en el hueco de una férula. Zeus, furioso por esta nueva afrenta, decide enviar un nuevo castigo a los hombres: una plaga, y el dios crea a la mujer, esa “bella calamidad”. Dice Hesíodo enLos trabajos y los días: “una de las plagas más perniciosas sobre todo porque los hombres se complacen en rodear de amor su propia desdicha” (1995, p. 78). Así, nace la Eva griega: Pandora.
En el mito hesiódico Pandora es la primera mujer. Fue creada por Hefesto y Atenea con ayuda de los restantes dioses. Cada uno le dio una cualidad, así, recibía: belleza, gracia, habilidad manual, persuasión, etc. pero Hermes puso en su corazón la mentira. Hefesto la modeló según la imagen de las diosas inmortales. Zeus se la envía a Epimeteo, hermano de Prometeo, conocido por su imprudencia y torpeza, éste había sido advertido de no aceptar regalos de Zeus pero se dejó seducir por la belleza de Pandora y la convirtió en su esposa. Pandora tenía una caja que escondía todos los males, al llegar a la tierra, la abrió, los males se escaparon y distribuyeron por todas partes, solo la esperanza quedaba como consuelo. Según otra de las versiones, la caja contenía los bienes que, al ser liberados, volvieron al reino de los dioses, abandonando la tierra, quedando solo la esperanza para los mortales.
Entonces, vemos que, según Hesíodo, la participación de Prometeo solo agrava la situación porque la separación, inicialmente, amigable entre dioses y hombres se convierte en un divorcio irreversible. El origen del conflicto se presenta como la obra de un bromista, en principio para lograr una simple satisfacción gastronómica, solo en la segunda intervención la participación del titán es francamente bienhechora al restituir el fuego a los mortales. La actividad de Prometeo, según el autor, tiene como consecuencia traer el mal a la tierra.

Prometeo según Esquilo:
La concepción de Esquilo es muy diferente a la hesiódica. En primer lugar, la descripción que realiza de la evolución de la humanidad es en sentido opuesto a Hesíodo, reemplazando el tema de la decadencia por el del progreso. Presenta a Prometeo como el salvador del género humano y como un aliado de Zeus en su enfrentamiento con Cronos. Muestra a Zeus despreciando a una humanidad miserable y bárbara y, celoso de todo aquello que habían creado los hombres y que no era fruto de su creación. El único que tiene el coraje suficiente para oponerse a esto es Prometeo que logra preservar a los hombres de la destrucción. Según Esquilo, los mortales jamás habían poseído el fuego, sino que Prometeo se los da, hace esto por piedad, por amor hacia los “efímeros mortales”. Dice Maurice Croiset: “Esquilo ha prestado al titán un verdadero amor hacia la pobre raza humana, por sí misma tan débil, tan desnuda y, lo que es más, odiosa al nuevo señor del Olimpo (...). Hace de él el salvador que se sacrifica a sí mismo en pro de aquellos a quienes ama, concepción sublime que lo iguala (...) a los que las religiones de la humanidad proponen a la adoración de sus fieles” (1960, p. 19).
En Prometeo encadenado encontramos altivas declaraciones de Prometeo: “escuchad las miserias de los mortales; como de las ignorantes criaturas que eran, hice seres claros de espíritu, dueños de su mente” (1960, p. 19-20). Gracias al fuego los hombres podrán aprender innumerables artes. Dice Prometeo: “Tal es mi obra. Y los tesoros ocultos bajo la tierra a los humanos: el bronce, el hierro, la plata, el oro ¿quién podía decir que los ha descubierto antes que yo? Nadie, bien lo sé, a menos que quiera jactarse en vano. En suma, sábelo de una vez: todas las artes han venido a los mortales de Prometeo” (1960, p. 20). En esta concepción de Esquilo hay una posición original ya que, según Mazón, “no ve en Prometeo al titán que dio el fuego a los hombres, sino que lo convierte en iniciador de todas las artes “iniciador de la civilización que Atenas, a su vez, se enorgullecía de haber enseñado al mundo” (1987, p. 154).
Según Sechan los elementos que constituyen la trilogía de Prometeo son tres:
1. Las tradiciones populares.
2. La transformación de dichas tradiciones por invención personal o por fuentes desconocidas por nosotros.
3. Los vínculos entre el resto de la obra de Esquilo y esta creación.
Como dijimos anteriormente, el conflicto con Zeus ya se encuentra presente en Hesíodo pero Esquilo invierte la idea de decadencia y desventura.
Toma de Píndaro la idea del arma y el secreto que posee el titán, otorgado por su madre Temis-Ge (Tierra).
Aumenta, también, el carácter combativo de nuestro héroe, indignado por la ingratitud de Zeus a quien había sostenido en su guerra contra los titanes.
En cuanto al suplicio, Esquilo, también, modifica la tradición de Hesíodo. En éste el castigo se lleva a cabo en un tiempo: Zeus encadena a Prometeo y suelta al águila que le carcome el hígado.
En Esquilo encontramos tres fases sucesivas:
I. Es encadenado a una roca de la Escitia.
II. Lo hunde en las profundidades subterráneas.
III. Lo encadena, nuevamente, en el Cáucaso, con el agravante del águila que roe su hígado. Obviamente, todo sucede a lo largo de varios siglos, es decir, en términos de tiempos divinos.
Esto obedecería al deseo de progresión patética (Sechan).
La tortura a que es sometido Prometeo en Esquilo tiene dos elementos diferentes en relación con Hesíodo. En primer lugar, se lo castiga en la tierra encadenado a un pico montañoso. En Hesíodo, en cambio, se lo sujetaba a una columna. El ataque del águila estaba vinculado con esta fase del suplicio.
En segunda instancia, cuando lo hunde en el Tártaro, Prometeo solo tenía posibilidades de ser liberado si su lugar era ocupado por otro, porque el Tártaro no suelta su presa sino es a cambio de otra. Lo va a sustituir, voluntariamente, el centauro Quirón quien, torturado por una herida incurable y cansado de una inmortalidad dolorosa, acepta reemplazar en los Infiernos al titán.
En ambos autores, Prometeo es liberado por Heracles quien mata al águila y libera a nuestro héroe de su tormento. Pero en tanto en la obra de Hesíodo, Heracles cuenta con el consentimiento de su padre, Zeus, que renuncia a sus rencores para que su hijo obtenga la gloria de la liberación, en Esquilo el dios desconocía las planes de su hijo.
También hay que tener en cuenta ciertos factores religiosos y culturales que incorpora Esquilo.
Según Sechan, la Prometeida no es solo la historia de una pelea y una reconciliación, se perdona a los titanes a quienes se libera de sus cadenas y el mismo Zeus se ocupará de ser en el futuro más prudente y moderado permitiendo que su antiguo rival reciba honores en Ática. Así, el dios vence sus instintos de lucha y venganza. Perdona, también, a su padre Cronos a quien rescata del abismo donde lo había precipitado. Reconciliarse con su padre era la condición necesaria para que el propio Zeus se libere del peligro que se cernía sobre él. Zeus y Poseidón se disputaban el amor de Tetis, la más bella de las nereidas; “pero Temis ‘la buena consejera’ descubre a los dioses que, según lo dispuesto por el destino, la diosa marina daría a luz a un hijo que llegaría a ser un soberano más poderoso que su padre y que su mano lanzaría un dardo más potente que el rayo y el tridente” (Sechan, 1960, p. 17).
La narración implica una evolución moral y el advenimiento de un Zeus menos vengativo y con mejores sentimientos. Esta elevación de Zeus a esferas más altas respondería a la influencia del orfismo o de otras doctrinas que retoman antiguas concepciones religiosas. Dice Cicerón en Tusculanas que Esquilo era pitagórico.
En cuanto al factor cultural, durante la época de Esquilo se tributaban honores a Prometeo en la Academia y se celebraba la fiesta anual de Prometeo.
En esta tragedia la participación del coro es breve, dice: “Así, he aprendido a reconocer tu destino aniquilador”, lo que el coro dice de sí mismo, lo experimenta el espectador, se fusionan el coro y los espectadores en esta nueva etapa del arte coral. Según cuenta Nietzsche en El origen de la tragedia cuando el hombre individual se convierte en portador del destino hubo que cambiar la función del coro que se va convirtiendo poco a poco en el “espectador ideal”. El coro de Prometeo está en esta situación, es todo miedo y compasión. Es él quien dice que solo se llega al conocimiento por el camino del dolor, alcanzando el fundamento originario de la expresión religiosa en Esquilo. Por eso, el poeta, según Jaeger, “se sirve del mito que se transforma en puro símbolo, al celebrar el triunfo de Zeus sobre el mundo originario de los titanes y su fuerza provocadora que se opone a la hybris. A pesar de todas las violaciones, siempre renovador, el orden vence al caos. Tal es el sentido del dolor aunque no lo comprendamos” (1993, p. 247).
Por otra parte la figura del titán aparece aludido en otras tragedias del autor.
Las suplicantes, una de las obras que integra una trilogía de la que solo se conserva esta obra del año 490 a. de C. cuenta el crimen de las danaides quienes por instigación de su padre, asesinan a sus primos, los hijos de Egipto que querían casarse con ellas por la fuerza. Solo Hipermestra “fascinada por el deseo de ser madre” desobedece la orden paterna y es salvada por Afrodita que confirma su unión con Linceo generando en Argos la estirpe de la que nacerá Heracles, el liberador de Prometeo. También sabemos que antes de 467 a de C. ya Esquilo había elegido a Prometeo como tema de una de sus obras ya que ganó el concurso teatral en 472 con los dramas Fineo, Los Persas, Glauco de Potnia y Prometeo, encendedor del fuego, que era un drama satírico.

Prometeo encadenado y la ideología de Esquilo:
El Zeus de Prometeo es, según Sechan, inflexible, cerrado a toda persuasión, desconfía de sus amigos, somete el derecho a su capricho, ejerce el poder sin límites y dicta las leyes de acuerdo a su antojo.
El derecho en la concepción de Esquilo no es un absoluto, sino que se modifica y desplaza. Si bien, al comienzo, Prometeo actúa con desmesura (hybris), Zeus también, se excede en la violencia contra quien lo ha beneficiado.
Dice Sechan que Esquilo ya veía a Zeus como una divinidad histórica y antigua presionado por la maldición paterna y amenazado por un oscuro secreto. Si bien es muy poco probable que el poeta se haya querido oponer a la religión popular de su época, el Zeus de la religión popular no era como el de Prometeo encadenado, un dios más moderado y justo como el que aparece al final de la Orestíada. El creador de una “armonía” que se impondrá a través de la ley.
La trilogía toma el carácter de una apología de Prometeo, especie de ‘tribuno’ de la humanidad contra una divinidad hostil que simboliza, según Sechan, la creciente confianza del hombre en sus propias fuerzas. Esta imagen estaría inspirada en las tendencias de la sofística. Por otro lado, podemos ver en la obra una democratización de la religión ya que se rechaza el absolutismo de los dioses.
La base de creación de esta tragedia es la leyenda teológica, todos los personajes son seres divinos.

Prometeo después de Esquilo:
La figura de Prometeo no encontró eco en los restantes poetas trágicos griegos. Sin embargo, sí encontró transposiciones en las artes plásticas, especialmente, en Parrasio y Evantes (Sechan). En la tragedia solo encontramos una alusión de Eurípides en Las fenicias, donde imagina a Prometeo portando una antorcha en el escudo de Tideo. También, hay una alusión en el Gorgias de Platón cuando se refiere a Zeus ordenando a Prometeo quitarles a los hombres el conocimiento de la hora de su muerte. Por su parte, Aristófanes en Las aves ubica al titán en un ambiente cómico tal como lo había hecho Esquilo en el drama satírico de 472. El mismo espíritu jocoso caracteriza las dos farsas de Luciano en Diálogos con los dioses donde Prometeo es liberado por Hefesto después de detener la unión de Zeus con Tetis.
El Prometeo que nos muestra Esquilo en Prometeo encadenado ha generado diferentes interpretaciones simbólicas por parte de las distintas religiones a lo largo de los siglos.
Para los padres de la Iglesia, Prometeo vislumbra de cierta manera, la visión de Cristo por haber amado demasiado a los hombres. La imaginación cristiana ha visto concordancias entre la Pasión de Jesús y la del titán. “El pico del águila que le hiere el costado recuerda el lanzazo que atravesó el corazón del Salvador. Las oceánides, asistiéndole fielmente en su agonía, evocan las lágrimas de las santas mujeres llorando al pie de la cruz. Al hundirse Prometeo tembló la tierra como en la expiración de Cristo” (Sechan, 1960, p. 13).
A partir del Renacimiento, en cambio, Prometeo es visto como símbolo del “empleo de la conciencia en lucha con lo arbitrario” (Sechan, 1960, p. 13).
Durante el siglo XIX muchos escritores retoman la figura de Prometeo. Lo que estos autores exaltan es el orgullo del hombre en presencia de la divinidad opresiva o indiferente y al rebelde consciente de su buen derecho.
Entre estos autores podemos mencionar a Shelley quien le da a la leyenda antigua un desenlace original. Perseverando hasta el fin, Prometeo no le revela su secreto a Zeus y el dios concreta su unión con Tetis de la que surgirá el Demogorgon que siendo superior a su padre, lo derribará, como éste hizo con Cronos y solo después de liberado por Heracles comenzará el período de paz y libertad para el hombre, la denominada Edad de Oro.
Más adelante, encontramos La estatua de Prometeo (1669) de Calderón de la Barca.
La versión inacabada de Goethe con su drama Prometeo de 1773, nos presenta por primera vez la imagen del hombre prometeico que, posteriormente, tomarán Nietzsche y Kafka.
Heiner Müller explora la mitología durante el período de su producción que va de 1960 a 1968 con obras como Prometeo. Dice Müller: “El teatro relacionado con la Antigüedad tiene una resonancia mayor porque tiene su fundamento en una cultura que funciona como en una especie de ‘esperanto’. Se trata de una temática que todo el mundo conoce y, por consecuencia, una actualidad que ha sido cargada de mitos tiene más aceptación por parte del público”(El público Nro. 42, Didier Méreuze, 1987).
Considerada como uno de los grandes aportes de Esquilo a la historia del teatro occidental, la figura de Prometeo ha suscitado profunda resonancia debido tanto a su valor simbólico como a su belleza intrínseca, ya que todos, en algún momento nos hemos “sentido encadenados a la roca y participado con frecuencia en el grito de su odio impotente” (Jaeger, 1993, p. 244). Símbolo del heroísmo doloroso y militante de la creación humana, Prometeo ha sido siempre la pieza preferida por los poetas y filósofos de todos los tiempos.
 María Araceli Laurence
Universidad Nacional de Lomas de Zamora
Argentina
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Este trabajo fue leído por su autora en el II Congreso Argentino de Historia del Teatro Universal, “Teatro y cultura viviente: del mundo griego clásico a la post-modernidad actual”, 22 al 26 de agosto de 2005, Centro Cultural Ricardo Rojas, Universidad de Buenos Aires.
https://pendientedemigracion.ucm.es/info/especulo/numero44/mitprome.html

Prometeo encadenado - Esquilo
http://www.colombiaaprende.edu.co/html/mediateca/1607/articles-65471_archivo.pdf

Teogonía - Hesíodo
http://teoriasdelaamistad.com.ar/pagina5/Unidad0/HesiodoTEOGONIA.pdf

El mito de Prometeo en Hesíodo
http://elenacardenna.wordpress.com/2011/04/04/el-mito-de-prometeo-en-hesiodo/









Prometeo Rubens comentada

Mito de Prometeo

Cielo y tierra habían sido creados; el mar se mecía en sus orillas y en su seno jugueteaban los peces; en el aire cantaban, aladas, las aves; pululaban en el suelo los animales. Pero faltaba aún la criatura en cuyo cuerpo pudiera dignamente morar el espíritu y dominar desde allí todo el mundo terreno. Apareció entonces en la Tierra Prometeo, vástago de la vieja estirpe de los dioses que Zeus destronara, hijo de Japeto, que lo era de Urano, nacido de la Tierra, dotado de gran ingenio. Bien sabía éste que en el suelo dormitaba la semilla del Cielo; por eso tomó arcilla, la humedeció con agua del río, la amasó y modeló con ella un ser a imagen de los dioses, señores del Mundo. Para animar este amasijo obra de sus manos, pidió a las almas de todos los animales cualidades, buenas y malas, y las encerró en el pecho del hombre. Entre los Olímpicos tenía una amiga, Atenea, diosa de la sabiduría, quien, admirada de la obra del hijo del Titán, infundió en la figura semianimada el espíritu, el hálito divino.
Así nacieron los primeros hombres, y no tardaron en multiplicarse y llenar la Tierra. Durante largo tiempo, sin embargo, no supieron cómo servirse de sus nobles miembros y de la divina chispa que recibieran. Miraban en vano, sin ver; oían sin oír. Vagaban como fantasmas, sin poder ayudarse de lo creado. Desconocían el arte de excavar las piedras y trabajarlas, de cocer ladrillos con barro, con los troncos caídos del bosque tallar maderos, y con todas estas cosas construirse viviendas. Pululaban bajo el suelo, en cavernas donde jamás penetraba el sol, como inquietas hormigas. No conocían las señales seguras anunciadoras del invierno, de la primavera con sus flores, del verano con su riqueza de frutos. Cuanto hacían era sin plan ni concierto.
Y he aquí que en Prometeo se despertó el interés por sus criaturas. Les enseñó a observar la salida y la puesta de los astros, las inició en el arte de contar, en el de la escritura; les enseñó a reducir a los animales al yugo y a utilizarlos como compañeros de trabajo; acostumbró los corceles a la brida y al carro, inventó barcas y velas para navegar. Se preocupó igualmente de los demás aspectos de la vida de los humanos. Antes no sabían éstos emplear remedios en sus enfermedades, desconocían los ungüentos que mitigan el dolor y no practicaban para cada dolencia una dieta apropiada; por falta de medicinas, los pacientes sucumbían miserablemente. Por eso, Prometeo les enseñó a mezclar medicamentos con que combatir toda suerte de enfermedades. Les enseñó luego el arte de la predicción, revelándoles los significados de señales y sueños, del vuelo de las aves y de los aruspicios. Además, les hizo dirigir la mirada al interior de la tierra y descubrir así los minerales metálicos: el hierro, la plata y el oro. En una palabra, les inició en todos los regalos y las artes de la existencia.
No hacía mucho que reinaba en el Cielo, junto con sus hijos, Zeus, que había destronado a su padre Cronos y a la antigua raza de dioses de la que también descendía Prometeo.
Y he aquí que los nuevos dioses fijaron su atención en el linaje de hombres que acababa de nacer. Le exigieron les rindiera homenaje, a cambio de la protección que pensaban dispensarle. Se celebró en Mekone (Sición), Grecia, ura asamblea de mortales e inmortales, y en ella se estipularon los derechos y deberes de los hombres. Como abogado de sus humanas criaturas se presentó en la asamblea Prometeo, con objeto de velar para que los dioses no impusiesen excesivas cargas a los mortales en pago de la protección otorgada. Pero su listeza incitó al hijo de los Titanes a engañar a los dioses. En nombre de sus criaturas sacrificó un gran toro, del cual los Olímpicos debían escoger la parte que desearan. Una vez despedazado, había hecho dos montones con el cuerpo del animal propiciatorio: de un lado puso la carne y las entrañas, con abundante grasa, atado todo ello en la piel del animal, y puso el estómago encima; del otro lado colocó los huesos mondos, envueltos hábilmente en el sebo de la víctima. Y este montón era el más voluminoso. Pero Zeus, el padre de los dioses, el omnisciente, vio el engaño y dijo: «Hijo de Japeto, rey ilustre, buen amigo, ¡qué desiguales has hecho las partes!». Creyó entonces Prometeo haberle engañado y, sonriendo para sus adentros, dijo: «Ilustre Zeus, el más grande de los dioses eternos, escoge la parte que el corazón en tu pecho te aconseje». Zeus sintió la indignación en su alma, pero cogió adrede con ambas manos el blanco sebo y, habiéndolo apretado y viendo los pelados huesos, simuló que hasta aquel momento no se daba cuenta de la superchería e, irritado, exclamó: «¡Bien veo, amigo Japetónida, que no has olvidado todavía el arte del fraude!»
Resolvió Zeus vengarse de Prometeo por su engaño, y negó a los mortales el último don que necesitaban para alcanzar la plena civilización: el fuego. Más, también aquí supo componérselas el astuto hijo de Japeto. Cogiendo el largo tallo del jugoso hinojo gigante, se acercó con él al carro del Sol que pasaba y prendió fuego a la planta. Provisto de aquella antorcha bajó a la Tierra y pronto la primera hoguera flameó hacia el Cielo. Fue el Tonante quien más se sintió dolido en el fondo del alma, cuando divisó a lo lejos el resplandor del fuego elevándose de entre los hombres. Inmediatamente, y para reemplazar el uso del fuego, que no podía ya arrebatar a los mortales, ideó para ellos un nuevo mal: Hefesto, dios del fuego, famoso por sus habilidades, formaría la estatua de una hermosa doncella. La propia Atenea que, celosa de Prometeo, se había trocado en su enemiga, echó sobre la imagen una vestidura blanca y reluciente, le aplicó sobre el rostro un velo que la virgen mantenía separado con las manos, la coronó de frescas flores y la ciñó el talle con un cinturón de oro, artística obra que Hefesto ofrendara también a su padre, adornada maravillosamente con policromas figuras de animales. Hermes, el mensajero de los dioses, otorgaría el habla a la bella imagen, y Afrodita le daría todo su encanto amoroso. De este modo Zeus, bajo la apariencia de un bien, había creado un engañoso mal, al que llamó Pandora, es decir, la omnidotada; pues cada uno de los Inmortales había conferido a la doncella algún nefasto obsequio para los hombres. Condujo entonces a la virgen a la Tierra, donde los mortales vagaban mezclados con los dioses, y unos y otros se pasmaron ante la figura incomparable. Pero ella se dirigió hacia Epimeteo, el ingenio hermano de Prometeo (1), llevándole el regalo de Zeus. En vano aquél había advertido a su hermano que nunca aceptase un obsequio venido del olímpico Zeus, para no ocasionar con ello un daño a los hombres; debía rechazarlo inmediatamente. Epimeteo se olvido de aquellas palabras, acogió gozoso a la hermosa doncella y no se dio cuenta del mal hasta que ya lo tuvo. Pues hasta entonces las familias de los hombres, aconsejadas por su hermano, habían vivido libres del mal, no sujetos a un trabajo gravoso, exentos de la torturante enfermedad. Pero la mujer llevaba en las manos su regalo, una gran caja provista de una tapadera. Apenas llegada junto a Epimeteo abrió la tapa y en seguida volaron del recipiente innumerables males que se desparramaron por la Tierra con la velocidad del rayo. Oculto en el fondo de la caja hahia un único bien: la esperanza; pero, siguiendo el consejo del padre de los dioses, Pandora dejó caer la cubierta antes de que aquélla pudiera echar a volar, encerrándola para siempre en el arca. Entretanto, la desgracia llenaba, bajo todas las formas, tierra, mar y aire. Las enfermedades se deslizaban día y noche por entre los humanos, solapadas y silenciosas, pues Zeus no les había dado la voz. Un tropel de fiebres sitiaba la Tierra, y la muerte, antes remisa en sorprender a los hombres, precipitó su paso.
Después, Zeus dirigió su venganza contra Prometeo. Entregó al culpable a Hefesto y sus criados, Cratos y Bia (la coerción y la violencia), quienes hubieron de arrastrarle a las soledades de Escitia, y allí, sobre un espantoso precipicio, encadenarle con cadenas indestructibles al muro de roca del Cáucaso. Hefesto cumplió con desgano el mandato de su padre, pues amaba en el hijo de los Titanes al consanguíneo descendiente de su abuelo Urano, a un vastago de los dioses de tan alta alcurnia como Zeus. Con palabras llenas de piedad y bajo los improperios de sus brutales servidores, mandó a estos a que efectuaran el cruel trabajo.
Y así hubo de permanecer Prometeo suspendido de la desolada peña, de pie, insomne, sin nunca poder doblar la cansada rodilla. «Exhalarás muchas inútiles quejas y suspiros —le díjo Hefesto—, pues la voluntad de Zeus es inexorable, y todos aquellos que llevan poco tiempo disfrutando de un poder usurpado son duros de corazón (2)». En realidad, el tormento del cautivo debía durar eternamente, o por lo menos treinta mil años. Aunque suspirando y quejándose a voces, aunque llamando, como testigos de su dolor, a los vientos y a los ríos, a las fuentes y a las olas del mar, a la madre Tierra y a los astros del Zodíaco que todo lo ven, su. ánimo no se doblegó. «Debe soportar la decisión del Destino —dijo— todo aquel que sabe comprender la fuerza invencible ce la necesidad». Tampoco se dejó mover por las amenazas de Zeus a descifrar la oscura profecía de que un nuevo lazo matrimonial (3) depararía al soberano de los dioses la perdición y la caída. Zeus cumplió su palabra: envió al prisionero un águila que, huésped diario, se nutría de su hígado, el cual, consumido, se regeneraba constantemente. Aquel tormento no habría de cesar hasta que se presentase un redentor que, aceptando voluntariamente la muerte, se aviniese en cierto modo a reemplazarle.
Finalmente llegó para el infeliz el día de la liberación. Después de haber permanecido por espacio de siglos suspendido de la roca y sufriendo torturas espantosas, acertó a pasar Hércules camino de las Hespérides y en busca de sus manzanas. Al ver colgando en el Cáucaso al nieto de los dioses y con la esperanza de poder aprovecharse de su buen consejo, se apiadó de su destino al ver cómo el águila, posada sobre las rodillas de Prometeo, devoraba el hígado del infeliz. Dejando entonces la maza y la piel de león, tendió su arco y disparó la flecha, ahuyentando al ave cruel de la entraña del atormentado. Acto seguido desató sus ligaduras y se alejó con el redimido. No obstante, para que se cumpliese la condición del rey de los dioses, puso en su lugar al centauro Quirón, quien se declaró presto a morir en aquel sitio, pues que antes era inmortal (3). Mas para que no quedase incumplida la sentencia de Zeus, que condenaba a Prometeo a permanecer desterrado en la roca durante un tiempo mucho más prolongado, tuvo éste que llevar en adelante un anillo de hierro en pie que, se encontraba una piedrecita arrancada de las peñas del Cáucaso. De este modo, Zeus pudo jactarse de continuar teniendo a su enemigo cautivo a la montaña.
1. Prometeo significa «el previsor»; Epimeteo, «que reflexiona después del hecho».
2. Zeus había derrocado a Cronos (Saturno) y con él a la antigua dinastía de dioses, apoderándose por la fuerza del Olimpo. Japeto y Cronos eran hermaros; Prometeo y Zeus hijos de hermanos.
3. Con Tetis. (Pues a ésta se le había vaticinado que tendría un hijo que sería más fuerte que su propio padre. Por eso más tarde Zeus la casó con el héroe mortal Peleo, de quien tuvo Aquiles.)
4. Ver Hércules: «Trabajos cuarto al sexto».

http://mitosyleyendascr.com/mitologia-griega/prometeo/



El mito de Prometeo
(Platón, Protágoras, 320d-321d)

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<< ... Era un tiempo en el que existían los dioses, pero no las especies mortales. Cuando a éstas les llegó, marcado por el destino, el tiempo de la génesis, los dioses las modelaron en las entrañas de la tierra, mezclando tierra, fuego y cuantas materias se combinan con fuego y tierra. Cuando se disponían a sacarlas a la luz, mandaron a Prometeo y Epimeteo que las revistiesen de facultades distribuyéndolas convenientemente entre ellas. Epimeteo pidió a Prometeo que le permitiese a él hacer la distribución "Una vez que yo haya hecho la distribución, dijo, tú la supervisas ". Con este permiso comienza a distribuir. Al distribuir, a unos les proporcionaba fuerza, pero no rapidez, en tanto que revestía de rapidez a otros más débiles. Dotaba de armas a unas, en tanto que para aquellas, a las que daba una naturaleza inerme, ideaba otra facultad para su salvación. A las que daba un cuerpo pequeño, les dotaba de alas para huir o de escondrijos para guarnecerse, en tanto que a las que daba un cuerpo grande, precisamente mediante él, las salvaba.
De este modo equitativo iba distribuyendo las restantes facultades. Y las ideaba tomando la precaución de que ninguna especie fuese aniquilada. Cuando les suministró los medios para evitar las destrucciones mutuas, ideó defensas contra el rigor de las estaciones enviadas por Zeus: las cubrió con pelo espeso y piel gruesa, aptos para protegerse del frío invernal y del calor ardiente, y, además, para que cuando fueran a acostarse, les sirviera de abrigo natural y adecuado a cada cual. A algunas les puso en los pies cascos y a otras piel gruesa sin sangre. Después de esto, suministró alimentos distintos a cada una: a una hierbas de la tierra; a otras, frutos de los árboles; y a otras raíces. Y hubo especies a las que permitió alimentarse con la carne de otros animales. Concedió a aquellas descendencia, y a éstos, devorados por aquéllas, gran fecundidad; procurando, así, salvar la especie.</
Pero como Epimeteo no era del todo sabio, gastó, sin darse cuenta, todas las facultades en los brutos. Pero quedaba aún sin equipar la especie humana y no sabía qué hacer. Hallándose en ese trance, llega Prometeo para supervisar la distribución. Ve a todos los animales armoniosamente equipados y al hombre, en cambio, desnudo, sin calzado, sin abrigo e inerme. Y ya era inminente el día señalado por el destino en el que el hombre debía salir de la tierra a la luz. Ante la imposibilidad de encontrar un medio de salvación para el hombre. Prometeo roba a Hefesto y a Atenea la sabiduría de las artes junto con el fuego (ya que sin el fuego era imposible que aquella fuese adquirida por nadie o resultase útil) y se la ofrece, así, como regalo al hombre. Con ella recibió el hombre la sabiduría para conservar la vida, pero no recibió la sabiduría política, porque estaba en poder de Zeus y a Prometeo no le estaba permitido acceder a la mansión de Zeus, en la acrópolis, a cuya entrada había dos guardianes terribles. Pero entró furtivamente al taller común de Atenea y Hefesto en el que practicaban juntos sus artes y, robando el arte del fuego de Hefesto y las demás de Atenea, se las dio al hombre. Y, debido a esto, el hombre adquiere los recursos necesarios para la vida, pero sobre Prometeo, por culpa de Epimeteo, recayó luego, según se cuenta, el castigo del robo.
El hombre, una vez que participó de una porción divina, fue el único de los animales que, a causa de este parentesco divino, primeramente reconoció a los dioses y comenzó a erigir altares e imágenes a los dioses. Luego, adquirió rápidamente el arte de articular sonidos vocales y nombres, e inventó viviendas, vestidos, calzado, abrigos, alimentos de la tierra. Equipados de este modo, los hombres vivían al principio dispersos y no en ciudades, siendo, así, aniquilados por las fieras, al ser en todo más débiles que ellas. El arte que profesaban constituía un medio, adecuado para alimentarse, pero insuficiente para la guerra contra las fieras, porque no poseían el arte de la política, del que el de la guerra es una parte. Buscaban la forma de reunirse y salvarse construyendo ciudades, pero, una vez reunidos, se ultrajaban entre sí por no poseer el arte de la política, de modo que al dispersarse de nuevo, perecían. Entonces Zeus, temiendo que nuestra especie quedase exterminada por completo, envió a Hermes para que llevase a los hombres el pudor y la justicia, a fin de que rigiesen en las ciudades la armonía y los lazos comunes de amistad. Preguntó, entonces, Hermes a Zeus la forma de repartir la justicia y el pudor entre los hombres: "¿Las distribuyo como fueron distribuidas las demás artes?".
Pues éstas fueron distribuidas así: Con un solo hombre que posea el arte de la medicina, basta para tratar a muchos, legos en la materia; y lo mismo ocurre con los demás profesionales. ¿Reparto así la justicia y el poder entre los hombres, o bien las distribuyo entre todos?. "Entre todos, respondió Zeus; y que todos participen de ellas; porque si participan de ellas solo unos pocos, como ocurre con las demás artes, jamás habrá ciudades. Además, establecerás en mi nombre esta ley: Que todo aquel que sea incapaz de participar del pudor y de la justicia sea eliminado, como una peste, de la ciudad''.>>
 http://roble.pntic.mec.es/~jgomez10/prometeo.html














Fundación e historia de Santa Fe La Vieja

En el último cuarto del siglo XVI los conquistadores españoles concentrados en el Paraguay decidieron aplicar una nueva estrategia geopolítica de apertura y comunicaciones representada por la expresión de "abrir puertas a la tierra". Uno de los primeros pasos fue el de fundar una ciudad que sirviera de escala en el trayecto fluvial hacia el Río de la Plata y los caminos que comunicaban tierra adentro con el Tucumán, Chile, el Alto Perú y el Perú.

Con ese fin, Garay reunió nueve españoles y más de setenta mestizos, que partieron de Asunción el 14 de abril de 1573 con un bergantín y seis canoas hendidas a maneras de barcas y algunas canoas sencillas, cincuenta caballos y las algunas municiones.
Se eligió un sitio a orillas de un brazo del Paraná denominado río de los Quiloazas -actualmente San Javier-, a menos de un kilómetro hacia el sur del actual pueblo de Cayastá.

En ese lugar se realizó la ceremonia de fundación de la ciudad de Santa Fe el 15 de noviembre de 1573. El acta ha sobrevivido en una copia autenticada por el propio Juan de Garay en 1583, que se conserva en el Archivo General de Indias de Sevilla (aquí se puede hacer el enlace con el texto del Acta).

La ciudad y sus pobladores
Santa Fe fue una ciudad planificada desde su inicio. El acta fundacional hace referencia explícita a una traza o plano de la ciudad que sirvió de padrón para la adjudicación de los solares. Sin embargo, el plano trazado por Garay se perdió durante la época colonial y con él aparentemente toda documentación gráfica de la distribución física de la ciudad. Debieron transcurrir cerca de tres siglos para que la evidencia arqueológica de las Ruinas de Santa Fe la Vieja la identificaran como la primera ciudad planificada del Río de la Plata.
Garay repartió personalmente los solares y determinó la distribución de chacras y de suertes de estancias. El plano de la ciudad siguió el trazado de cuadrícula introducido en América por la praxis conquistadora y fundacional española. Es probable que para dar traza a Santa Fe, Garay se guiara por los ejemplos prácticos de otras ciudades ya fundadas como Lima (1535). El reparto de cada solar, equivalente a la cuarta parte de una cuadra o manzana dividida en cruz, fue hecho con verdadero sentido económico y estratégico.
Pocos son los índices demográficos que se tienen de la vieja ciudad, comenzando por los nueve españoles y más de setenta mestizos paraguayos que acompañaron a Garay en 1573. El primer dato censal corresponde a 1622 cuando el Gobernador Diego de Góngora empadrona 126 vecinos, o sea, alrededor de 900 habitantes. Para mediados de aquel siglo, el número de habitantes puede estimarse entre 1.500 y 2.000.
Los pobladores conformaron una sociedad de gran diversidad étnica y cultural, compuesta de españoles europeos, criollos, mestizos, aborígenes locales y procedentes del área paraguaya (guaraníes) y africanos incorporados como esclavos. Cada uno de estos grupos aportó rasgos de su propia cultura y orígenes en la configuración de la sociedad santafesina.

La mudanza de la ciudad
La elección del sitio para fundar la ciudad había sido objeto de especial cuidado por parte de Garay. La costa occidental del Paraná garantizaba abundante caza y pesca; en un documento de 1576 se declara que Santa Fe está ubicada y edificada en lugar muy bueno, sano y fértil, añadiéndose que en torno de ella en el río hay grandes pesquerías y cazas. El emplazamiento se destacaba además por la elevación del terreno, propia del albardón costero.
Sin embargo, a mediados del siglo XVII se pusieron en evidencia algunas desventajas. La presión de aborígenes sobre la frontera, la interrupción de los caminos en tiempos de creciente y la erosión de la barranca provocada por el río, motivaron que el Cabildo decidiera el traslado de la ciudad a otro lugar que asegurara su futuro.
El 21 de abril de 1649, el procurador de la ciudad presentó al Cabildo una petición planteando el problema. Al año siguiente el Visitador General Andrés Garavito de León autorizó el traslado y el 5 de octubre del mismo año el Cabildo resolvió su ejecución.
El traslado de la ciudad requería previa autorización real, aprobación que no se produjo sino hasta después de efectuado el traslado. Una Real Cédula de la Reina Gobernadora fechada en Madrid el 6 de mayo de 1670 dio por bien hecha y confirmada la mudanza.

Cayastá y el siglo XIX
Luego del traslado de Santa Fe, en 1698 las tierras que habían sido del ejido y la traza fundacional fueron otorgadas por merced del Cabildo a Antonio Márquez Montiel. Cien años más tarde, en 1784, a las inmediaciones del lugar se trasladó la reducción de Concepción de Cayastá. Aunque la reducción desapareció en la década de 1820, el topónimo perduró desde entonces en ese lugar.
En 1867 el gobierno de la Provincia firmó un contrato de colonización con el conde Tessières de Bois Bertrand y dispuso la fundación de un pueblo en las cercanías del lugar denominado El Pueblo Viejo. El sitio de la vieja Santa Fe fue adjudicado como chacras de colonos y el pueblo de Cayastá se trazó un kilómetro al norte.
En 1923, en una loma que estaba junto al río San Javier y que se había formado por el derrumbe de las construcciones de Santa Fe la Vieja, el gobernador Enrique Mosca hizo levantar un monolito y colocó una placa en homenaje a Juan de Garay y demás fundadores. En 1939 otro gobernador, Manuel María de Iriondo, rindió un homenaje similar con una nueva placa.
En 1942 el sitio fue declarado Lugar Histórico Nacional, carácter que se ampliaría a la categoría de Monumento Histórico Nacional luego del descubrimiento de las ruinas por Agustín Zapata Gollán.

Siglo XX y Zapata Gollán
En 1949 Agustín Zapata Gollán, director del Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales, inició las excavaciones que pusieron a la luz los vestigios de Santa Fe la Vieja. Los primeros trabajos se realizaron donde el gobernador Mosca había rendido homenaje al fundador Juan de Garay, justamente en el lugar de la iglesia y el claustro de San Francisco.
Con anterioridad Zapata Gollán había realizado algunos sondeos en la zona que los vecinos del lugar conocían con el nombre de Santa Fe viejo. En esas ocasiones los pobladores le relataban que sus antepasados habían alcanzado a ver restos de muros, que atribuían a la primitiva Santa Fe y donde ellos mismos -dice Zapata Gollán- al arar la tierra o en los derrumbes periódicos de la barranca provocados por las crecientes del Paraná, recogían tejas, algunas monedas, medallas y otros objetos que por su naturaleza, pertenecían a una antigua población española.
El 28 de agosto de 1949 Raúl A. Molina, miembro de la Academia Nacional de la Historia, junto con Monseñor Nicolás Fasolino, Presidente de la Junta Provincial de Estudios Históricos de Santa Fe y otros miembros de la misma, visitó las excavaciones y pudieron verificar que los vestigios correspondían a Santa Fe la Vieja.
Las excavaciones de Zapata Gollán continuaron durante varios años hasta poner al descubierto las ruinas de tres iglesias (San Francisco, Santo Domingo y La Merced), el Cabildo y un gran número de viviendas principales, además de innumerables testimonios de la vida cotidiana de los pobladores del siglo XVII y los restos humanos de los fieles que, de acuerdo a las prácticas funerarias de la época, habían sido sepultados en los recintos de las iglesias.
La Sociedad Argentina de Antropología y la Academia Nacional de la Historia produjeron sendos dictámenes en 1951 y 1952, reconociendo la autenticidad de las ruinas de Santa Fe la Vieja.
En 1957 la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos declaró al sitio, que ya era Lugar Histórico desde 1942, Monumento Histórico Nacional.

Declaratoria de Monumento Histórico Nacional
Por el decreto 112.765/42 el sitio fue declarado Lugar Histórico Nacional.
Luego de la exhumación de las ruinas de la primitiva ciudad por Agustín Zapata Gollán, director del Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales, esta declaración fue ampliada en virtud del decreto del 25-III-1957 a la categoría de Monumento Histórico Nacional.
Entre los considerandos de la ampliación de la declaratoria se tuvo en cuenta que los estudios realizados por Zapata Gollán habían permitido descubrir nuevos y numerosos testimonios de la ciudad fundacional: los templos de San Francisco, Santo Domingo y La Merced, el Cabildo y varias viviendas de los primeros pobladores. También se consideró que en el recinto del templo franciscano se habían hallado los restos de la hija del fundador y de su esposo el gobernador Hernandarias de Saavedra. La fundamentación tuvo igualmente en cuenta que la Academia Nacional de la Historia había dictaminado dos veces por el voto unánime de sus miembros, que las ruinas descubiertas correspondían a la primera ciudad de Santa Fe.

Acta de Fundación de Santa Fe la Vieja
http://www.santafelavieja.ceride.gov.ar/ActaFundacion.htm

http://www.santafelavieja.ceride.gov.ar/Historia.htm

Fundación de Santa Fe

Fundación de Santa Fe 2

Fundación de Santa Fe 3

Fundación de Santa Fe 4
Fuego de Noche, Nieve de Día - Ricky Martin

Antes de que empiece a amanecer
Y vuelvas a tu vida habitual
Debes comprender que entre los dos
Todo ha sido puro y natural

Tu, loca manía,
has sido mía
Sólo una vez,
dulce ironía
Fuego de noche,
nieve de día

Luego te levantas y te vas
El te está esperando como siempre
Luces tu sonrisa más normal
Blanca, pero fría como nieve

Tu, loca manía,
has sido mía
Sólo una vez,
dulce ironía
Fuego de noche,
nieve de día

Y mientras yo me quedo sin ti
Como un huracán, rabioso y fébril
Tanta pasión, tanta osadía
Oh tú....

Fuego de noche, nieve de día
Noche a noche en blanco sin dormir
Ardo entre los pliegues de mi cama
Sé que estás a punto de venir
Pero sólo viene la mañana

Tu, loca manía,
has sido mía
Sólo una vez,
dulce ironía
Fuego de noche,
nieve de día

Y mientras yo me quedo sin ti
Como un huracán, rabioso y fébril
Tanta pasión, tanta osadía
Oh tú....

Fuego de noche,
nieve de día...