Canciones con historia: Coming Around Again - Carly Simon
«Coming Around Again» (1986) es una canción de Carly Simon publicada en el álbum homónimo que fue parte de la banda sonora de Heartburn (se acabó el pastel).
La canción tiene también un crédito co-escrito con los animadores legendarios y fallecidos William Hanna y Joseph Barbera, ya que se convirtió en una canción balada de Super Sónico y Ultra Sónico, la pareja de la legendaria serie de televisión de Hanna-Barbera, Los Supersónicos.
Listas
La canción alcanzó el #18 en el Billboard Hot 100, llegando a ser duodécimo Top 40 hit en los EE.UU..
También fue un éxito en el Brasil, ya que se incluyó en la banda sonora de la telenovela O Outro.
El sencillo fue lanzado en el Reino Unido en enero de 1987 y alcanzó un máximo de número diez en el UK Singles Chart a finales de febrero.
Wikipedia
El último deseo.
Dernier Voeu, Théophile Gautier (1811-1872)
Hace ya tanto tiempo que te adoro,
dieciocho años son muchos instantes.
Eres de color rosa, yo soy pálido,
yo soy invierno y tú la primavera.
Lilas blancas como en un camposanto
en torno de mis sienes florecieron,
y pronto invadirán todo el cabello
enmarcando la frente ya marchita.
Mi sol descolorido que declina
al fin se perderá en el horizonte,
y en la colina fúnebre, a lo lejos,
contemplo la morada que me espera.
Deja al menos que caiga de tus labios
sobre mis labios un tardío beso,
para que así una vez esté en mi tumba,
en paz el corazón pueda dormir.
Voilà longtemps que je vous aime:
-L'aveu remonte à dix-huit ans!-
Vous êtes rose, je suis blême;
J'ai les hivers, vous les printemps.
Des lilas blancs de cimetière
Prés de mes tempes ont fleuri;
J'aurai bientôt la touffe entière
Pour ombrager mon front flétri.
Mon soleil pâli qui décline
Va disparaître à l'horizon,
Et sur la funèbre colline
Je vois ma dernière maison.
Oh ! que de votre lèvre il tombe
Sur ma lèvre un tardif baiser,
Pour que je puisse dans ma tombe,
Le coeur tranquille, reposer!
Théophile Gautier (1811-1872)
El último deseo: Théophile Gautier: análisis
El último deseo (Dernier voeu) es un poema del escritor francés Théophile Gautier (1811-1872), publicado en la antología de 1872: Esmaltes y camafeos (Emaux et camées).
El último deseo de Théophile Gautier nos ubica en el lecho de un hombre que agoniza. Desde allí, con la extravagante lógica de los sueños y la poesía, nos dará una exquisita reflexión sobre los deseos.
El moribundo protagonista de El último deseo no ansía ni aplazamientos ni prórrogas; no ruega por nuevos amaneceres ni alivio espiritual; de hecho, ni siquiera se vuelca hacia Dios en esos últimos instantes de vida.
Acaso por ser el artificio de un soñador, el agonizante protagonista de Théophile Gautier sólo tendrá voz y ojos para su amada. Mientras la vida se diluye ante sus ojos todas sus ambiciones y anhelos se convierten en una dudosa cerrazón, y todo lo que alguna vez fue importante, urgente, "vital", será apenas una vana sombra.
Es entonces cuando adquiere conciencia de las cosas que realmente importan en la vida, las que vale la pena desear, por ejemplo, un beso.
Pierre Jules Theophile Gautier.
30/08/1811-23/10/1872
Theophile Gautier fue uno de los autores franceses que más y mejor defendió las últimas oleadas del Romanticismo. Su vida, al igual que la de muchos poetas románticos, estuvo signada por una inquieta necesidad de viajar.
Sus relatos son hoy verdaderos clásicos de la literatura gótica; al igual que sus poemas, los cuales mantienen siempre una clara exposición de hechos y sensaciones, pero que debajo de aquella calma apariencia, se agitan algunos fantasmas que son dignos de ser recordados.
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El nido de ruiseñores (Le nid de rossignols) Théophile Gautier
En torno al castillo había un hermoso parque. En el parque había pájaros de todo tipo: ruiseñores, mirlos, curucas; todos los pájaros de la tierra se habían dado cita en el parque. En primavera era tal el tumulto que no permitía entenderse; cada hoja ocultaba un nido, cada árbol una orquesta. Todos los pequeños músicos emplumados se esforzaban a cual mejor. Los unos pipiaban, los otros arrullaban; éstos hacían trinos y cadencias perfectas; aquéllos recortaban sus gorgoritos o bordaban calderones: músicos auténticos no lo habrían hecho mejor.
Pero en el castillo había dos bellas primas que cantaban mejor aún que todos los pájaros del parque, una se llamaba Fleurette y la otra Isabeau. Ambas eran bellas, deseables y hermosas, y los domingos, cuando lucían sus lindos vestidos, si sus blancos hombros no hubieran demostrado que eran auténticas chicas, se les habría tomado por ángeles; sólo les faltaban las plumas. Cuando cantaban, el anciano señor de Maulevrier, su tío, las tomaba a veces de la mano, por miedo a que no tuvieran la fantasía de echarse a volar.
Les dejo imaginar los hermosos lances que se hacían en las fiestas de armas y en los torneos en honor de Fleurette y de Isabeau. Su fama de belleza e inteligencia había dado la vuelta a Europa, pero no por eso eran más orgullosas; vivían retiradas sin ver a más personas que al pajecillo Valentin, un hermoso niño de cabellos rubios, y al señor de Maulevrier, anciano canoso, curtido y muy quebrantado por haber llevado durante sesenta años sus pertrechos de guerra.
Pasaban el tiempo dándole de comer a los pájaros, recitando sus oraciones y, principalmente, estudiando las obras de los maestros y ensayando juntas algún motete, madrigal, villanesca o cualquier otra melodía; tenían también flores que regaban y cuidaban personalmente. Su vida transcurría en dulces y poéticas ocupaciones de jovencitas; se mantenían a la sombra y lejos de las miradas del mundo; sin embargo, el mundo se ocupaba de ellas. El ruiseñor y la rosa no pueden ocultarse: su canto y su perfume los delatan siempre. Nuestras dos primas eran, a la vez, dos ruiseñores y dos rosas.
Duques y príncipes llegaron para pedirlas en matrimonio; el emperador de Trébizonde y el sultán de Egipto enviaron embajadores para proponer su alianza al señor de Maulevrier; pero las dos primas no se cansaban de estar solteras y no querían oír hablar del tema. Tal vez habían sentido, por un secreto instinto, que su misión en este mundo era estar solteras y cantar, y que se rebajarían si hicieran algo distinto.
Habían llegado muy pequeñas a aquella casa solariega. La ventana de su habitación daba al parque y habían sido acunadas por el canto de los pájaros. Apenas se tenían en pie y el viejo Blondeau, músico del señor, les había colocado ya sus manitas sobre las teclas de marfil de la espineta; no habían tenido otro sonajero y habían sabido cantar antes que hablar; cantaban como otros respiran, era algo natural en ellas.
Esta educación había influido en su carácter. Su infancia armoniosa las había separado de una infancia turbulenta y charlatana. No habían lanzado jamás un grito agudo ni una queja discordante: lloraban a compás y gemían acordemente. El sentido musical desarrollado en ellas a costa de los demás sentidos, las hacía poco sensibles a lo que no era la música. Flotaban en una nube melodiosa, y no percibían el mundo real sino por los sonidos. Comprendían admirablemente bien el débil sonido del follaje, el murmullo de las aguas, el tic tac del reloj, el suspiro del viento en la chimenea, el susurro del torno de hilar, la gota de lluvia cayendo sobre el cristal estremecido, todas las armonías exteriores o interiores; pero no experimentaban, debo decirlo, gran entusiasmo al contemplar una puesta de sol, y estaban tan poco en situación de apreciar una pintura como si sus hermosos ojos, azules y negros, hubieran estado cubiertos por una densa mancha. Tenían la enfermedad de la música; soñaban con ella, perdían por ella la bebida y la comida; no amaban ninguna otra cosa en el mundo. Sí, amaban otra cosa: a Valentin y sus flores; a Valentin porque se parecía a las rosas y a las rosas porque se parecían a Valentin. Pero este amor estaba por completo en un segundo plano. Es verdad que Valentin no tenía sino trece años. Su máximo placer era cantar por la noche bajo su ventana la música que habían compuesto durante la jornada.
Los maestros más célebres venían desde muy lejos para oírlas y rivalizar con ellas. No habían oído más de un compás cuando rompían ya sus instrumentos y despedazaban sus partituras reconociéndose vencidos. Efectivamente, era una música tan agradable y melodiosa que los querubines del cielo venían a la ventana con los demás músicos y se la aprendían de memoria para cantársela al Buen Dios.
Una tarde de mayo, las dos primas cantaban un motete a dos voces; jamás motivo más logrado había sido más felizmente trabajado y ejecutado. Un ruiseñor del parque, escondido en un rosal, las había escuchado atentamente. Cuando concluyeron, se acercó a la ventana y les dijo en su idioma de ruiseñor: «Me gustaría hacer una competición de canto con vosotras.»
Las dos primas contestaron que estaban de acuerdo y que no tenía más que empezar. El ruiseñor empezó. Era un ruiseñor maestro. Su pequeña garganta se hinchaba, sus alas se agitaban, todo su cuerpo se estremecía; eran trinos sin fin, explosiones, arpegios, escalas cromáticas; subía, bajaba, filaba las notas, ejecutaba las cadencias con una pureza desesperante; habríase dicho que su voz tenía alas como su cuerpo; al final se detuvo convencido de haber ganado.
Las dos primas cantaron a su vez; se superaron. Comparado con el suyo, el canto del ruiseñor parecía el gorjeo de un pajarillo.
El virtuoso alado intentó un último esfuerzo; cantó una romanza de amor, luego ejecutó una marcha militar brillante que coronó con un falsete de notas altas, vibrantes y agudas, fuera del alcance de cualquier voz humana.
Las dos primas, sin dejarse impresionar por aquella prueba de destreza, le dieron la vuelta a la hoja de su libro de música y replicaron al ruiseñor de tal manera que Santa Cecilia, que las escuchaba desde lo alto del cielo, se puso pálida de envidia y dejó caer su contrabajo a la tierra.
El ruiseñor intentó cantar una vez más, pero aquella lucha lo había agotado por completo: le faltaba el aliento, sus plumas estaban erizadas, sus ojos se le cerraban en contra de su voluntad; iba a morir.
—Cantáis mejor que yo —dijo a las dos primas— y el orgullo de querer sobrepasaros me cuesta la vida. Voy a pediros algo: tengo un nido; en ese nido hay tres pequeños; está en el tercer escaramujo en la gran avenida junto al estanque; enviad a alguien que los coja, educadlos y enseñadles a cantar como vosotros, puesto que me voy a morir.
Tras haber dicho esto, el ruiseñor murió. Las dos primas lo lloraron mucho, pues había cantado bien. Llamaron a Valentin, el pajecillo de rubios cabellos, y le dijeron dónde se encontraba el nido. Valentin, que era un travieso bribonzuelo, encontró fácilmente el lugar; puso el nido en su pecho y lo trajo sin problemas. Fleurette e Isabeau, acodadas en el balcón, lo esperaban impacientes. Valentin llegó enseguida, llevando el nido en sus manos. Los tres pequeños polluelos asomaban la cabeza y abrían el pico. Las jóvenes se apiadaron de aquellos tres huérfanos y les dieron su alimento una tras otra. Cuando estuvieron un poco más grandes, comenzaron su educación musical, como le habían prometido al ruiseñor vencido.
Era maravilloso ver qué bien cantaban; iban revoloteando por la habitación, y se posaban unas veces sobre la cabeza de Isabeau, otras sobre el hombro de Fleurette. Se posaban delante del libro de música y podría haberse dicho realmente que sabían descifrar las notas hasta tal extremo miraban las blancas y las negras con expresión inteligente. Habían aprendido todas las melodías de Fleurette y de Isabeau, y comenzaban a improvisar ellos mismos otras muy bonitas.
Las dos primas vivían cada vez más solitarias, y por la noche se oía salir de su habitación sonidos de una melodía sobrenatural. Los ruiseñores, perfectamente instruidos, participaban en el concierto, y cantaban casi tan bien como sus dueñas, que también habían hecho grandes progresos. Sus voces tomaban cada día una intensidad extraordinaria y vibraban de forma metálica y cristalina por encima de los registros de la voz natural. Las jóvenes adelgazaban a ojos vista, sus bellos colores se marchitaban; se habían puesto como ágatas y casi tan transparentes como éstas. El señor de Maulevrier quería impedir que cantaran, pero no pudo lograrlo.
Tan pronto como habían ejecutado unos cuantos compases, una pequeña mancha roja se dibujaba en sus pómulos y se agrandaba hasta que acababan, entonces la mancha desaparecía, pero un sudor frío corría por su piel, y sus labios temblaban como si hubieran tenido fiebre.
Por lo demás, su canto era más bello que nunca; tenía algo que no era de este mundo y al oír aquella voz sonora y poderosa salir de aquellas dos frágiles jovencitas, no era difícil prever lo que ocurriría, que la música rompería el instrumento. También ellas lo comprendieron así y se pusieron a tocar su espineta, que habían abandonado por la vocalización. Pero una noche, la ventana estaba abierta, los pájaros gorjeaban en el parque, la brisa suspiraba armoniosamente; había tanta música en el aire que no pudieron resistir la tentación de ejecutar un dúo que habían compuesto la víspera.
Fue el canto del cisne, un canto maravilloso regado en lágrimas, elevándose hasta las cimas más inaccesibles de la gama, una lluvia ardiente de dardos cromáticos, fuegos artificiales de música imposibles de describir; pero mientras tanto, la pequeña mancha roja se agrandaba y les cubría casi todas las mejillas. Los tres ruiseñores las miraban y las escuchaban con singular ansiedad; batían las alas, iban y venían, y no podían permanecer quietos. Finalmente, llegaron a la última frase del fragmento; su voz adquirió un carácter de sonoridad tan extraño que era fácil comprender que ya no eran personas vivas las que cantaban. Los ruiseñores emprendieron el vuelo. Las dos primas murieron; sus almas se habían ido con la última nota. Los ruiseñores subieron directos al cielo para llevarle aquel canto supremo al Buen Dios, que los conservó en su paraíso para que le interpretaran la música de las dos primas.
Con aquellos tres ruiseñores, el Buen Dios hizo más tarde las almas de Palestrina, Cimarosa y el caballero Gluck.
Documental que explora siete maravillas de la antigua Roma: el Panteón, los acueductos, la Via Appia, las Termas de Caracalla, Mercados de Trajano, el Circo Máximo y el Coliseo.
Como pequeña introducción a este interesante documental leamos lo que supusieron para el Imperio Romano estas maravillas, cuyos restos han quedado como testigos mudos de una época de la historia de la humanidad con toda su grandeza y con toda su miseria.
El Coliseo (Colosseum en latín) es un gran anfiteatro de la época del Imperio romano, construido en el siglo I en el centro de la ciudad de Roma y bajo jurisdicción de la ciudad del Vaticano, por su procedencia ligada al catolicismo. Originalmente era denominado Anfiteatro Flavio (Amphitheatrum Flavium), en honor a la Dinastía Flavia de emperadores que lo construyó, y pasó a ser llamado Colosseum por una gran estatua ubicada junto a él, el Coloso de Nerón, no conservada actualmente. Por sus características arquitectónicas, estado de conservación e historia, el Coliseo es uno de los monumentos más famosos de la antigüedad clásica.
Las Termas de Caracalla fueron un amplio complejo de baños de la Roma imperial. Fueron construidas en la ciudad de Roma entre 212 y 216 d.C, durante el reino del Emperador Caracalla, se inauguraron con el nombre de Termas Antoninas, pues al emperador Marco Aurelio Antonino Basiano jamás se le conoció en vida con el nombre de Caracalla. Actualmente, las extensas ruinas de estas termas son una atracción turística importante. Aunque fueron despojadas de sus esculturas y demás riquezas desde fecha temprana, se conservan aún grandes fragmentos de mosaicos, algunos de ellos correspondientes a la planta superior del edificio, que se desplomó.
El Mercado de Trajano fue construido entre los años 107 y 110 por Apolodoro de Damasco, que sirvió al emperador Trajano, y fue uno de los grandes arquitectos de Roma. El mercado fue uno de los puntos de Roma donde había más intercambios de bienes, fue creado para esto ante el poco abasto que ofrecían los demás foros. Este llegó a poseer 150 tiendas repletas de bienes y gente dispuesta a comprarlos, siendo un aporte a la economía del Imperio Romano durante el siglo II.
La Vía Apia fue una de las más importantes calzadas de la antigua Roma, que unía Roma con Brindisi, el más importante puerto comercial con el Mediterráneo Oriental y Oriente Medio.
El Circo Máximo era una antigua pista de carreras, lugar de reunión para espectáculos populares situado en Roma. El acontecimiento más importante celebrado en el Circo era la carrera de carros. En la pista cabían hasta 12 carros y los dos lados de la misma se separaban con una mediana elevada llamada la spina. Las estatuas de varios dioses se colocaban en la spina y César Augusto también erigió un obelisco egipcio en ella. En cada extremo de la spina estaba colocado un poste de giro, la meta, en torno al cual los carros hacía peligrosos giros a gran velocidad. Un extremo de la pista se alargaba más que el otro, para permitir que los carros se alinearan al comienzo de la carrera. Allí había verjas de salida o carceres, que escalonaban los carros para que todos ellos recorrieran la misma distancia en la primera vuelta.
Panteón
El amigo de Augustus, Agripa, construyó el Panteón original, pero el que permanece en pie en Roma hoy fue obra de Adriano en el año 125 A.D. La cúpula del Panteón, que abarca más de 140 pies (43 metros), fue construido con hormigón y con la precisión necesaria para evitar el derrumbe.
Brunelleschi estudió la cúpula del Panteón cuando construyó el Duomo de Florencia.
El Panteón ha estado en uso continuo como un lugar de culto desde su construcción.
Acueductos
Los acueductos atravesaban el campo del Imperio Romano para llevar agua a las principales ciudades. Los acueductos pasaban por colinas, valles y subsuelos a un ritmo constante de descenso para proporcionar un flujo continuo de agua. El agua de Roma formaba tres embalses: uno para las fuentes públicas, uno de los baños y otro proporcionaba agua a viviendas particulares. Los ricos pagaban un impuesto especial para tener agua directamente en sus piscinas de patio y fuentes de agua.
(Fuente: Wikipedia)
The Dark Night
Of The Soul - Loreena Mckennitt
En una noche oscura
La llama del amor ardía en mi pecho
Y con una linterna brillante
Huí de mi casa mientras todos descansaban tranquilos
Envuelto por la noche
Y por la escalera secreta hui rápidamente
El velo ocultaba mis ojos
Mientras que todo en el interior estaba tranquilo como los muertos.
Coro:
Oh noche tu fuiste mi guía
De la noche más amorosa que el sol naciente
Oh noche que juntaste el amante
con el ser amado
Transformando a cada uno de ellos en el otro
Aquella noche brumosa
En secreto, más allá de la vista mortal
Sin otra guía ni luz
Que la que ardia tan profundamente en mi corazón
Que fue el fuego que me llevó
Y brilló más que el sol del mediodía
donde el me esperaba todavia
Era un lugar donde nadie más podia venir
(Coro)
Dentro de mi corazón que late con fuerza
Que se mantuvo completamente para él
El cayó en su ensueño
Debajo de los cedros le di todo mi amor
Por encima de las fuertes murallas
El viento batia su pelo contra su frente
Y con su suave mano
acariciaba todos mis posibles sentidos
(Coro)
Me perdí en él
Y puse mi cara en el pecho de mi amante
Y el cuidado y el dolor se atenuaron
Como la niebla de la mañana se convirtió en la luz
Donde se atenuaban, entre la feria de lirios
Donde se atenuaban, entre la feria de lirios
Donde se atenuaban, entre la feria de lirios
Alma desnuda - Alfonsina Storni
Soy un alma desnuda en estos versos,
Alma desnuda que angustiada y sola
Va dejando sus pétalos dispersos.
Alma que puede ser una amapola,
Que puede ser un lirio, una violeta,
Un peñasco, una selva y una ola.
Alma que como el viento vaga inquieta
Y ruge cuando está sobre los mares,
Y duerme dulcemente en una grieta.
Alma que adora sobre sus altares,
Dioses que no se bajan a cegarla;
Alma que no conoce valladares.
Alma que fuera fácil dominarla
Con sólo un corazón que se partiera
Para en su sangre cálida regarla.
Alma que cuando está en la primavera
Dice al invierno que demora: vuelve,
Caiga tu nieve sobre la pradera.
Alma que cuando nieva se disuelve
En tristezas, clamando por las rosas
con que la primavera nos envuelve.
Alma que a ratos suelta mariposas
A campo abierto, sin fijar distancia,
Y les dice: libad sobre las cosas.
Alma que ha de morir de una fragancia
De un suspiro, de un verso en que se ruega,
Sin perder, a poderlo, su elegancia.
Alma que nada sabe y todo niega
Y negando lo bueno el bien propicia
Porque es negando como más se entrega.
Alma que suele haber como delicia
Palpar las almas, despreciar la huella,
Y sentir en la mano una caricia.
Alma que siempre disconforme de ella,
Como los vientos vaga, corre y gira;
Alma que sangra y sin cesar delira
Por ser el buque en marcha de la estrella.
Compositor
y poeta italonorteamericano, nacido en Cadigliano (norte de Italia) el 7 de julio de 1911
que residió desde joven en Estados Unidos, teniendo un enorme y controvertido
éxito. No es que alguien niegue o pueda negar su sentido innato del escenario;
las cifras de su éxito son demasiado altas; es su estilo musical lo que suscita
la más fuerte oposición entre compositores y críticos. Menotti fue un verista,
un naturalista convencido, pero combinaba su realismo con muchos otros elementos.
Hay espectadores que en sus obras no llegan a tener conciencia de su música,
hasta tal punto se ha puesto ésta al servicio de la atmósfera y de los
acontecimientos dramáticos.
Sus piezas serían posibles igualmente sin música y producirían quizás el mismo
efecto, como sucede en numerosas películas en las que la música apenas tiene
protagonismo y sólo surte efecto en el inconsciente del espectador. Música de
cine: ¿no es éste acaso un punto de comparación? La música no como un fin en
sí, ni siquiera como elemento principal, sino como sonidos que describen,
subrayan y sostienen las emociones.
La prensa especializada trató con dureza las creaciones de Menotti: afirmando
que su música es una mezcla trivial de efectos de Puccini y Richard Strauss
(sin su sustancia), voluble, rutinaria, primitiva. Pero sus óperas han llegado
a los teatros más importantes del mundo, han conmovido profundamente y
entretenido a millones de personas por medio de la radio y la televisión. Han
expuesto problemas actuales y han levantado protestas, han puesto sobre el
escenario figuras fascinantes, extrañas, situadas por lo general al margen de
la sociedad, pero siempre vividas y conmovedoras. Menotti es un caso
sorprendente; como dijo aquél, que la posteridad lo juzgue.
Menotti comenzó a escribir canciones cuando tenía 7 años, y, a los 11, el
libreto y la música de su primera ópera, “The Death of Pierrot”.
Tras la muerte de su padre, Menotti y su madre emigraron a los Estados Unidos y
él se matriculó en el Instituto Curtis de Música de Filadelfia. Algunos
compañeros destacados en el Curtis fueron Leonard Bernstein y Samuel Barber, el
cual se convirtió en compañero de Menotti en vida y trabajo. Fue Menotti quien
realizó el libreto de la ópera más famosa de Barber, “Vanesa”, la cual fue
estrenada en 1958 en la Opera Metropolitana.
En el Curtis fue donde escribió su primera ópera madura, “Amelia al Ballo”.
“The Island of God” y “The Last Savage” fueron las únicas óperas que escribió
en italiano; el resto, en inglés. El mismo escribió los libretos de todas sus
óperas. Sus más exitosos trabajos fueron compuestos en los años 1940 y 1950.
Menotti también enseñó en el Instituto Curtis, del que fue uno de sus mejores
estudiantes y protegidos el compositor norteamericano Stanley Hollingsworth.
Escribió el libreto de dos óperas de Samuel Barber, la ya comentada, “Vanesa” y
“A Hand of Bridge”, además de revisar la letra de “Anthony and Cleopatra”.
“Amelia al ballo” tuvo tanto éxito, que la NBC solicitó una ópera para la
radio: “The Old Maid and the Thies” fue el primer trabajo escrito con ese fin.
Después de esto, compuso en 1944 un ballet, “Sebastián”, y en 1945 un concierto
de piano, antes de volver a la lírico con “La médium” y “El teléfono”.
Su primera ópera completa, “El cónsul”, fue estrenada en 1950. Ganó el Premio
Pulitzer de Música y el Premio del Círculo de Críticos de Drama de Nueva York
al Musical del Año (este último, en 1954).
En 1951, Menotti compuso la ópera navideña “Amahl and
the Night Visitors” para el Hallmark Hall of Fame. En 1958, fundó el
Festival de los Dos Mundos en Spoleto, Italia, y en 1977, fundó su homólogo
norteamericano en Charleston, Carolina del Sur.
Dejó el Spoleto USA en 1993 para dirigir la Opera de Roma. En 1984 fue
galardonado con el Kennedy Center Honor por su aporte a las artes, y en 1991
fue elegido el músico del año en el Musical América. Además de componer óperas
a partir de sus propios textos, Menotti dirigía la mayoría de sus producciones.
A pesar de toda su producción, fue en el campo de la ópera donde realizó sus
más notables contribuciones a la cultura de los Estados Unidos.
Menotti falleció en Montecarlo a los 95 años de edad el 01 de febrero de 2007.