jueves, 10 de julio de 2014


 Virginia Oldoni: Condesa de Castiglione

 Esta dama no fue fotógrafa, pero vivió con, por, y para la fotografía. Por méritos propios, se ha ganado un lugar en su historia. Y en la historia de las cortesanas célebres también.



Virginia Oldoni, nació en 1837 en Florencia, Italia, de familia aristócrata de segunda categoría, recibió una selecta educación, hablaba fluidamente cuatro lenguas y dominaba la música y la danza. Se casó muy joven, con solo 17 años, con Francisco Versáis de Castiglioni, un hombre aburrido y frío, mucho mayor que ella, el reverso de la moneda de la condesa, que era alegre, amante de viajes y francachelas. Tuvieron un hijo. Giorgio que murió de la viruela siendo un niño. Esto distanció más si cabe al matrimonio.

Virginia era de una belleza impresionante, rubia, esbelta, con ojos verde-violeta… La llamaban La perla de Italia.

Y evidentemente, no había nacido para esposa resignada. Siguió frecuentando los eventos sociales y artísticos con o sin la tediosa compañía del conde.

Un día coincidió con uno de sus primos, Cavour, Primer Ministro de Victor Manuel II de Cerdeña y Piamonte, que le propuso un plan que la Condesa no pudo rechazar. Convertida en espía, debería seducir a Napoleón III, e influir sobre el monarca para que se enfrentara a Austria con el fin de reunificar Italia.

A Napoleón III le gustaban tanto las mujeres, que no resultó una empresa complicada para La Castiglione, que partió a París con su marido (en plan patriota y cornudo si se tercia), y se puso a la labor el día de Navidad de 1855, siendo presentada oficialmente a los monarcas en el baile imperial.

Pronto las idas y venidas de la condesa se harían famosas en la corte. Naturalmente sedujo a Napoleón III, armando un gran escándalo. Poco duraron sus glorias parisinas, ignoramos si por decisión de Napoleón III, (que finalmente descubrió la intriga), la devolvieron a Italia, donde fue confinada en su casa en régimen de semireclusiòn, que se negó a compartir con su marido.

Volvió a París, en 1861, cuando ya no representaba una amenaza por su pericia en las intrigas. Ocupó un apartamento en el Hotel Alma y luego un entresuelo en la plaza Vendome. Coleccionaba amantes entre la nobleza y las finanzas, los banqueros y los príncipes, diplomáticos y escritores, editores y duques, acuñando con esmero su fama de “mujer fatal”.

Pero lo mas fascinante de la historia de la Condesa de Castiglione, fué su morbosa y extraordinaria relación con la fotografía.

Recluida, y obsesionada con preservar su belleza, contrató los servicios del fotógrafo Pierre- Louis Pierson cuya colaboración comenzó en 1856, y con el se creó una de las mas singulares relaciones del género retratistico. Ella inventaba y escenificaba sus retratos. Los temas, las joyas, las poses, el vestuario, y el, fascinado, ponía al servicio de la Condesa su pericia de fotógrafo. Juntos crearían mas de 400 retratos a lo largo de 40 años, donde se pondría en evidencia la extravagante personalidad de la condesa. Una auténtica orgía de desenfrenado narcisismo. Un puente entre su belleza y el mundo.

Como en un baile de máscaras, como una actriz representando todos los papeles del repertorio, posó para Pierson con teatralidad desmedida.

Algunos de sus trajes, como La reina de corazones, son leyenda. Convirtió a la fotografía en un juego que duró años, llegando incluso a retocar personalmente algunas fotos con guache, y decorando lujosamente los marcos de sus retratos.

No faltó el toque erótico y fetichista en las fotos en que encuadraban únicamente sus piernas y sus pies desnudos, algo que el pleno siglo XIX se consideraba absolutamente escandaloso, propio de modelos de pintor o prostitutas. Aunque permanecía retirada , no se descarta que dichas fotos se realizaran para refrescarles la memoria a sus amantes. También creó un retrato para su exmarido, se tituló La venganza; en ella sostiene dramáticamente un puñal en la mano, con semblante asesino. También es la Reina de Etruria,y apareció disfrazada como tal en el baile que se celebraba en las Tullerías; en una fiesta de la Baronesa de Meyendroff se presentó como el “cuadro viviente” de La Eremita de Passy . Tuvo la audacia de vender sus fotos a 50 francos, un precio exorbitante, destinando los beneficios a obras de caridad. Sus retratos han pasado a la historia de la fotografía, ciertamente, pero también a la historia de la seducción.

Con el paso de los años su belleza se extinguía. Los retoques abarcaron también el volumen de su otrora esbelta cintura. No servían ya los afeites, era más eficaz cubrir los espejos, y salir de noche, huyendo de la crueldad de la luz, con un velo negro que cubría su rostro marchito.

La perla de Italia pasó a llamarse La loca de la Plaza Vendome.

Murió en 1899, completamente sola y olvidada por todos. A los 62 años.

Pero gracias a sus fotografías alcanzó la inmortalidad.

En 1901, el conde Robert de Montesquieu compra la colección de fotografías de la condesa. El tiempo las dispersó.

Este material ha quedado depositado en el archivo Mayer and Pierson, en el Museode Unterlinden, Colmar. En el Museo Nacional del Castillo de Compiègne, en La biblioteca Nacional de Francia, en el Museo de Orsay en París, en el Museo Metropolitano de Arte, en N.Y., en el Museo de la Historia de la fotografía Fratelli Alinari en Florencia, en la fundación Camillo Cavour, y en muchas colecciones particulares en Francia e Italia.




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