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jueves, 11 de diciembre de 2014

Juan, el Sastrecillo sin Miedo

De un antiguo cuento alemán
"Sin miedo" era un muchacho valiente pero sin juicio, hijo de un sastre. 
Siempre contrastado con su ejemplar hermano, era ineficiente en todos las tareas que se le encargaban. 
La única ilusión de Sin miedo era tocar el violín, y sobre todo, para su amada Lidia.

Un día, cansado de la inutilidad que daba "Sin miedo" a su padre, el sastre, lo mandó a recorrer el mundo para que conozca "que es el miedo". 
En camino a su búsqueda, conoce a un viejo pícaro, quien al tratar de robarle sus pocos chelines, queda admirado por su valentía y se hace su amigo y compañero de viaje donde conocerán a un monstruo del estanque y a sus bellísimas hijas, y al fantasma dividido a la mitad de un castillo que intentará acabar con "Sin Miedo". 

¿Que pasará con Juan sin miedo? ¿logrará saber lo que es el miedo?.





Discurso de Pablo Neruda en ocasión de la entrega del Premio Nobel de Literatura (10 de Diciembre de 1971)

Mi discurso será una larga travesía, un viaje mío por regiones, lejanas y antípodas, no por eso menos semejantes al paisaje y a las soledades del norte. Hablo del extremo sur de mi país. Tanto y tanto nos alejamos los chilenos hasta tocar con nuestros limites el Polo Sur, que nos parecemos a la geografía de Suecia, que roza con su cabeza el norte nevado del planeta.
Por allí, por aquellas extensiones de mi patria adonde me condujeron acontecimientos ya olvidados en sí mismos, hay que atravesar, tuve que atravesar los Andes buscando la frontera de mi país con Argentina. Grandes bosques cubren como un túnel las regiones inaccesibles y como nuestro camino era oculto y vedado, aceptábamos tan sólo los signos más débiles de la orientación. No había huellas, no existían senderos y con mis cuatro compañeros a caballo buscábamos en ondulante cabalgata -eliminando los obstáculos de poderosos árboles, imposibles ríos, roqueríos inmensos, desoladas nieves, adivinando mas bien el derrotero de mi propia libertad. Los que me acompañaban conocían la orientación, la posibilidad entre los grandes follajes, pero para saberse más seguros montados en sus caballos marcaban de un machetazo aquí y allá las cortezas de los grandes árboles dejando huellas que los guiarían en el regreso, cuando me dejaran solo con mi destino. Cada uno avanzaba embargado en aquella soledad sin márgenes, en aquel silencio verde y blanco, los árboles, las grandes enredaderas, el humus depositado por centenares de años, los troncos semi-derribados que de pronto eran una barrera más en nuestra marcha. Todo era a la vez una naturaleza deslumbradora y secreta y a la vez una creciente amenaza de frío, nieve, persecución. Todo se mezclaba: la soledad, el peligro, el silencio y la urgencia de mi misión. A veces seguíamos una huella delgadísima, dejada quizás por contrabandistas o delincuentes comunes fugitivos, e ignorábamos si muchos de ellos habían perecido, sorprendidos de repente por las glaciales manos del invierno, por las tormentas tremendas de nieve que, cuando en los Andes se descargan, envuelven al viajero, lo hunden bajo siete pisos de blancura.
A cada lado de la huella contemplé, en aquella salvaje desolación, algo como una construcción humana. Eran trozos de ramas acumulados que habían soportado muchos inviernos, vegetal ofrenda de centenares de viajeros, altos cúmulos de madera para recordar a los caídos, para hacer pensar en los que no pudieron seguir y quedaron allí para siempre debajo de las nieves. También mis compañeros cortaron con sus machetes las ramas que nos tocaban las cabezas y que descendían sobre nosotros desde la altura de las coníferas inmensas, desde los robles cuyo último follaje palpitaba antes de las tempestades del invierno. Y también yo fui dejando en cada túmulo un recuerdo, una tarjeta de madera, una rama cortada del bosque para adornar las tumbas de uno y otro de los viajeros desconocidos.
Teníamos que cruzar un río. Esas pequeñas vertientes nacidas en las cumbres de los Andes se precipitan, descargan su fuerza vertiginosa y atropelladora, se tornan en cascadas, rompen tierras y rocas con la energía y la velocidad que trajeron de las alturas insignes: pero esa vez encontramos un remanso, un gran espejo de agua, un vado. Los caballos entraron, perdieron pie y nadaron hacia la otra ribera. Pronto mi caballo fue sobrepasado casi totalmente por las aguas, yo comencé a mecerme sin sostén, mis pies se afanaban al garete mientras la bestia pugnaba por mantener la cabeza al aire libre. Así cruzamos. Y apenas llegados a la otra orilla, los baqueanos, los campesinos que me acompañaban me preguntaron con cierta sonrisa:
    ¿Tuvo mucho miedo?
    Mucho. Creí que había llegado mi última hora, dije.
Íbamos detrás de usted con el lazo en la mano me respondieron. -Ahí mismo –agregó uno de ellos– cayó mi padre y lo arrastró la corriente. No iba a pasar lo mismo con usted. Seguimos hasta entrar en un túnel natural que tal vez abrió en las rocas imponentes un caudaloso río perdido, o un estremecimiento del planeta que dispuso en las alturas aquella obra, aquel canal rupestre de piedra socavada, de granito, en el cual penetramos. A los pocos pasos las cabalgaduras resbalaban, trataban de afincarse en los desniveles de piedra, se doblegaban sus patas, estallaban chispas en las herraduras: más de una vez me vi arrojado del caballo y tendido sobre las rocas. La cabalgadura sangraba de narices y patas, pero proseguimos empecinados el vasto, el espléndido, el difícil camino.
Algo nos esperaba en medio de aquella selva salvaje. Súbitamente, como singular visión, llegamos a una pequeña y esmerada pradera acurrucada en el regazo de las montañas: agua clara, prado verde, flores silvestres, rumor de rios y el cielo azul arriba, generosa luz ininterrumpida por ningún follaje.
Allí nos detuvimos como dentro de un círculo mágico, como huéspedes de un recinto sagrado: y mayor condición de sagrada tuvo aun la ceremonia en la que participé. Los vaqueros bajaron de sus cabalgaduras. En el centro del recinto estaba colocada, como en un rito, una calavera de buey. Mis compañeros se acercaron silenciosamente, uno por uno, para dejar unas monedas y algunos alimentos en los agujeros de hueso. Me uní a ellos en aquella ofrenda destinada a toscos Ulises extraviados, a fugitivos de todas las raleas que encontrarían pan y auxilio en las órbitas del toro muerto. Pero no se detuvo en este punto la inolvidable ceremonia. Mis rústicos amigos se despojaron de sus sombreros e iniciaron una extraña danza, saltando sobre un solo pie alrededor de la calavera abandonada, repasando la huella circular dejada por tantos bailes de otros que por allí cruzaron antes. Comprendí entonces de una manera imprecisa, al lado de mis impenetrables compañeros, que existía una comunicación de desconocido a desconocido, que había una solicitud, una petición y una respuesta aún en las más lejanas y apartadas soledades de este mundo.
Más lejos, ya a punto de cruzar las fronteras que me alejarían por muchos años de mi patria, llegamos de noche a las últimas gargantas de las montañas. Vimos de pronto una luz encendida que era indicio cierto de habitación humana y, al acercarnos, hallamos unas desvencijadas construcciones, unos destartalados galpones al parecer vacíos. Entramos a uno de ellos y vimos, al calor de la lumbre, grandes troncos encendidos en el centro de la habitación, cuerpos de árboles gigantes que allí ardían de día y de noche y que dejaban escapar por las hendiduras del techo ml humo que vagaba en medio de las tinieblas como un profundo velo azul. Vimos montones de quesos acumulados por quienes los cuajaron a aquellas alturas. Cerca del fuego, agrupados como sacos, yacían algunos hombres. Distinguimos en el silencio las cuerdas de una guitarra y las palabras de una canción que, naciendo de las brasas y la oscuridad, nos traía la primera voz humana que habíamos topado en el camino. Era una canción de amor y de distancia, un lamento de amor y de nostalgia dirigido hacia la primavera lejana, hacia las ciudades de donde veníamos, hacia la infinita extensión de la vida.
Ellos ignoraban quienes éramos, ellos nada sabían del fugitivo, ellos no conocían mi poesía ni mi nombre. O lo conocían, nos conocían? El hecho real fue que junto a aquel fuego cantamos y comimos, y luego caminamos dentro de la oscuridad hacia unos cuartos elementales. A través de ellos pasaba una corriente termal, agua volcánica donde nos sumergimos, calor que se desprendía de las cordilleras y nos acogió en su seno.
Chapoteamos gozosos, cavándonos, limpiándonos el peso de la inmensa cabalgata. Nos sentimos frescos, renacidos, bautizados, cuando al amanecer emprendimos los últimos kilómetros de jornadas que me separarían de aquel eclipse de mi patria. Nos alejamos cantando sobre nuestras cabalgaduras, plenos de un aire nuevo, de un aliento que nos empujaba al gran camino del mundo que me estaba esperando. Cuando quisimos dar (lo recuerdo vivamente) a los montañeses algunas monedas de recompensa por las canciones, por los alimentos, por las aguas termales, por el techo y los lechos, vale decir, por el inesperado amparo que nos salió al encuentro, ellos rechazaron nuestro ofrecimiento sin un ademán. Nos habían servido y nada más. Y en ese "nada más" en ese silencioso nada más había muchas cosas subentendidas, tal vez el reconocimiento, tal vez los mismos sueños.
    Señoras y Señores:
Yo no aprendí en los libros ninguna receta para la composición de un poema: y no dejaré impreso a mi vez ni siquiera un consejo, modo o estilo para que los nuevos poetas reciban de mí alguna gota de supuesta sabiduría. Si he narrado en este discurso ciertos sucesos del pasado, si he revivido un nunca olvidado relato en esta ocasión y en este sitio tan diferentes a lo acontecido, es porque en el curso de mi vida he encontrado siempre en alguna parte la aseveración necesaria, la fórmula que me aguardaba, no para endurecerse en mis palabras sino para explicarme a mí mismo.
En aquella larga jornada encontré las dosis necesarias a la formación del poema. Allí me fueron dadas las aportaciones de la tierra y del alma. Y pienso que la poesía es una acción pasajera o solemne en que entran por parejas medidas la soledad y la solidaridad, el sentimiento y la acción, la intimidad de uno mismo, la intimidad del hombre y la secreta revelación de la naturaleza. Y pienso con no menor fe que todo esta sostenido -el hombre y su sombra, el hombre y su actitud, el hombre y su poesia en una comunidad cada vez más extensa, en un ejercicio que integrará para siempre en nosotros la realidad y los sueños, porque de tal manera los une y los confunde. Y digo de igual modo que no sé, después de tantos años, si aquellas lecciones que recibí al cruzar un vertiginoso río, al bailar alrededor del cráneo de una vaca, al bañar mi piel en el agua purificadora de las más altas regiones, digo que no sé si aquello salía de mí mismo para comunicarse después con muchos otros seres, o era el mensaje que los demás hombres me enviaban como exigencia o emplazamiento. No sé si aquello lo viví o lo escribí, no sé si fueron verdad o poesía, transición o eternidad los versos que experimenté en aquel momento, las experiencias que canté más tarde.
De todo ello, amigos, surge una enseñanza que el poeta debe aprender de los demás hombres. No hay soledad inexpugnable. Todos los caminos llevan al mismo punto: a la comunicación de lo que somos. Y es preciso atravesar la soledad y la aspereza, la incomunicación y el silencio para llegar al recinto mágico en que podemos danzar torpemente o cantar con melancolía; mas en esa danza o en esa canción están consumados los más antiguos ritos de la conciencia: de la conciencia de ser hombres y de creer en un destino común.
En verdad, si bien alguna o mucha gente me consideró un sectario, sin posible participación en la mesa común de la amistad y de la responsabilidad, no quiero justificarme, no creo que las acusaciones ni las justificaciones tengan cabida entre los deberes del poeta. Después de todo, ningún poeta administró la poesía, y si alguno de ellos se detuvo a acusar a sus semejantes, o si otro pensó que podría gastarse la vida defendiéndose de recriminaciones razonables o absurdas, mi convicción es que sólo la vanidad es capaz de desviarnos hasta tales extremos. Digo que los enemigos de la poesía no están entre quienes la profesan o resguardan, sino en la falta de concordancia del poeta. De ahí que ningún poeta tenga más enemigo esencial que su propia incapacidad para entenderse con los más ignorados y explotados de sus contemporáneos; y esto rige para todas las épocas y para todas las tierras.
El poeta no es un "pequeño dios". No, no es un "pequeño dios". No está signado por un destino cabalístico superior al de quienes ejercen otros menesteres y oficios. A menudo expresé que el mejor poeta es el hombre que nos entrega el pan de cada día: el panadero más próximo, que no se cree dios. Él cumple su majestuosa y humilde faena de amasar, meter al horno, dorar y entregar el pan de cada día, con una obligación comunitaria. Y si el poeta llega a alcanzar esa sencilla conciencia, podrá también la sencilla conciencia convertirse en parte de una colosal artesanía, de una construcción simple o complicada, que es la construcción de la sociedad, la transformación de las condiciones que rodean al hombre, la entrega de la mercadería: pan, verdad, vino, sueños. Si el poeta se incorpora a esa nunca gastada lucha por consignar cada uno en manos de los otros su ración de compromiso, su dedicación y su ternura al trabajo común de cada día y de todos los hombres, el poeta tomará parte en el sudor, en el pan, en el vino, en el sueño de la humanidad entera. Sólo por ese camino inalienable de ser hombres comunes llegaremos a restituirle a la poesía el anchuroso espacio que le van recortando en cada época, que le vamos recortando en cada época nosotros mismos.
Los errores que me llevaron a una relativa verdad, y las verdades que repetidas veces me condujeron al error, unos y otras no me permitieron -ni yo lo pretendí nunca- orientar, dirigir, enseñar lo que se llama el proceso creador, los vericuetos de la literatura. Pero sí me di cuenta de una cosa: de que nosotros mismos vamos creando los fantasmas de nuestra propia mitificacion. De la argamasa de lo que hacemos, o queremos hacer, surgen más tarde los impedimentos de nuestro propio y futuro desarrollo. Nos vemos indefectiblemente conducidos a la realidad y al realismo, es decir, a tomar una conciencia directa de lo que nos rodea y de los caminos de la transformación, y luego comprendemos, cuando parece tarde, que hemos construido una limitación tan exagerada que matamos lo vivo en vez de conducir la vida a desenvolverse y florecer. Nos imponemos un realismo que posteriormente nos resulta más pesado que el ladrillo de las construcciones, sin que por ello hayamos erigido el edificio que contemplábamos como parte integral de nuestro deber. Y en sentido contrario, si alcanzamos a crear el fetiche de lo incomprensible (o de lo comprensible para unos pocos), el fetiche de lo selecto y de lo secreto, si suprimimos la realidad y sus degeneraciones realistas, nos veremos de pronto rodeados de un terreno imposible, de un tembladeral de hojas, de barro, de libros, en que se hunden nuestros pies y nos ahoga una incomunicación opresiva.
En cuanto a nosotros en particular, escritores de la vasta extensión americana, escuchamos sin tregua el llamado para llenar ese espacio enorme con seres de carne y hueso. Somos conscientes de nuestra obligación de pobladores y -al mismo tiempo que nos resulta esencial el deber de una comunicación critica en un mundo deshabitado y, no por deshabitado menos lleno de injusticias, castigos y dolores, sentimos también el compromiso de recobrar los antiguos sueños que duermen en las estatuas de piedra, en los antiguos monumentos destruidos, en los anchos silencios de pampas planetarias, de selvas espesas, de ríos que cantan como sueños. Necesitamos colmar de palabras los confines de un continente mudo y nos embriaga esta tarea de fabular y de nombrar. Tal vez ésa sea la razón determinante de mi humilde caso individual: y en esa circunstancia mis excesos, o mi abundancia, o mi retórica, no vendrían a ser sino actos, los más simples, del menester americano de cada día. Cada uno de mis versos quiso instalarse como un objeto palpable: cada uno de mis poemas pretendió ser un instrumento útil de trabajo: cada uno de mis cantos aspiró a servir en el espacio como signos de reunión donde se cruzaron los caminos, o como fragmento de piedra o de madera con que alguien, otros que vendrán, pudieran depositar los nuevos signos.
Extendiendo estos deberes del poeta, en la verdad o en el error, hasta sus últimas consecuencias, decidí que mi actitud dentro de la sociedad y ante la vida debía ser también humildemente partidaria. Lo decidí viendo gloriosos fracasos, solitarias victorias, derrotas deslumbrantes. Comprendí, metido en el escenario de las luchas de América, que mi misión humana no era otra sino agregarme a la extensa fuerza del pueblo organizado, agregarme con sangre y alma, con pasión y esperanza, porque sólo de esa henchida torrentera pueden nacer los cambios necesarios a los escritores y a los pueblos. Y aunque mi posición levantara o levante objeciones amargas o amables, lo cierto es que no hallo otro camino para el escritor de nuestros anchos y crueles países, si queremos que florezca la oscuridad, si pretendemos que los millones de hombres que aún no han aprendido a leernos ni a leer, que todavía no saben escribir ni escribirnos, se establezcan en el terreno de la dignidad sin la cual no es posible ser hombres integrales.
    Heredamos la vida lacerada de los pueblos que arrastran un castigo de siglos, pueblos los más edénicos, los más puros, los que construyeron con piedras y metales torres milagrosas, alhajas de fulgor deslumbrante: pueblos que de pronto fueron arrasados y enmudecidos por las épocas terribles del colonialismo que aún existe.
    Nuestras estrellas primordiales son la lucha y la esperanza. Pero no hay lucha ni esperanza solitarias. En todo hombre se juntan las épocas remotas, la inercia, los errores, las pasiones, las urgencias de nuestro tiempo, la velocidad de la historia. Pero, qué sería de mí si yo, por ejemplo, hubiera contribuido en cualquiera forma al pasado feudal del gran continente americano? Cómo podría yo levantar la frente, iluminada por el honor que Suecia me ha otorgado, si no me sintiera orgulloso de haber tomado una mínima parte en la transformación actual de mi país? Hay que mirar el mapa de América, enfrentarse a la grandiosa diversidad, a la generosidad cósmica del espacio que nos rodea, para entender que muchos escritores se niegan a compartir el pasado de oprobio y de saqueo que oscuros dioses destinaron a los pueblos americanos.
    Yo escogí el difícil camino de una responsabilidad compartida y, antes de reiterar la adoración hacia el individuo como sol central del sistema, preferí entregar con humildad mi servicio a un considerable ejército que a trechos puede equivocarse, pero que camina sin descanso y avanza cada día enfrentándose tanto a los anacrónicos recalcitrantes como a los infatuados impacientes. Porque creo que mis deberes de poeta no sólo me indicaban la fraternidad con la rosa y la simetría, con el exaltado amor y con la nostalgia infinita, sino también con las ásperas tareas humanas que incorporé a mi poesía.
    Hace hoy cien años exactos, un pobre y espléndido poeta, el más atroz de los desesperados, escribió esta profecía: A l’aurore, armés d’une ardente patience, nous entrerons aux splendides Villes. (Al amanecer, armados de una ardiente paciencia entraremos en las espléndidas ciudades.)
    Yo creo en esa profecía de Rimbaud, el vidente. Yo vengo de una oscura provincia, de un país separado de todos los otros por la tajante geografía. Fui el más abandonado de los poetas y mi poesía fue regional, dolorosa y lluviosa. Pero tuve siempre confianza en el hombre. No perdí jamás la esperanza. Por eso tal vez he llegado hasta aquí con mi poesía, y también con mi bandera.
    En conclusión, debo decir a los hombres de buena voluntad, a los trabajadores, a los poetas, que el entero porvenir fue expresado en esa frase de Rimbaud: solo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres.
    Así la poesía no habrá cantado en vano.

http://www.mundolatino.org/cultura/neruda/neruda_3.htm


Antonio Canova:Venus y Marte
1816-1822. Altura: 210 cm. Mármol.
Buckingham Palace, Londres.

El escritor y pintor alemán Fernow publicó en 1806 un librito sobre Canova donde dice que "en el estudio de Canova, que comprende una serie de amplias estancias, hallamos juntas todas las obras escultóricas que en estos momentos se están haciendo en Roma. (...) Se me representan en la imaginación los talleres de la Antigüedad en los que se realizaban las imágenes de los dioses y héroes de los griegos." Debido a las magnitudes de sus encargos, Canova se veía obligado a solicitar la colaboración de sus ayudantes. El, personalmente, no hace más que los modelos de sus obras, primero unos de cera, de pequeño tamaño, que le ayudan a clarificar su idea, y después el de barro, de las mismas dimensiones ya que la obra. El traslado de este modelo al mármol lo deja enteramente en manos de ayudantes cualificados. El solamente interviene, cuando la ejecución se halla ya bastante avanzada, para dar el toque maestro. Este último acabado puede llevarle semanas o incluso meses. Mientras realiza este trabajo, le leen, en traducciones italianas, las obras de los clásicos. En una carta a un amigo veneciano escribió: "Diréis que es imposible que una persona que trabaja de la mañana a la noche como un esclavo encuentre tiempo para leer. Lo cierto es que me paso el día entero trabajando como un esclavo, pero también es verdad que casi todo el día estoy escuchando a una persona que me lee, de tal forma que ya he oído pro tercera vez los ocho volúmenes de vuestra edición de Homero."
El tratamiento que da Canova a la superficie del mármol no consiste sólo en limarla y pulimentarla, sino que intentaba suavizar la superficie mate natural del mármol y darle el aspecto de un material más flexible. Para ello, y tras haber realizado el último pulimentado hasta el punto de cobrar la superficie un aspecto casi lustroso, manchaba la estatua con hollín. Pretendía de esta manera romper el blanco brillante del mármol y darle una especie de suavidad cérea que puede resultar desagradable a la vistas de quienes buscan en las estatuas un goce puro de la forma.
http://cv.uoc.edu/~04_999_01_u07/percepcions/perc82b.html

 Venus y Marte -  Círculo de Antonio Cánova -  Museo del Prado

1820 - 1830 - Mármol
233 cm x 125 cm x 60 cm - 1446,5 kg
Escuela

El Marqués de Salamanca ofreció en venta al Museo del Prado una obra de Antonio Canova, Venus y Marte, autoría con la que se adquirió y que ha sido mantenida durante décadas, pero que Pavanello en 1976, al catalogar toda la obra de Canova la consideró como copia. Centrado en el ambiente del taller canoviano lo valoró Reyero, hoy lo consideramos obra del entorno de Antonio Canova, quizá de la mano de Adamo Tadolini o de Rinaldo Rinaldi, de hacia la segunda década del siglo XIX. Esta espectacular escultura, realizada en mármol de Carrara, representa a la diosa del amor y la belleza que, aunque casada con Vulcano, se acompaña de su verdadero amor, el dios de la guerra: es una alegoría en la que Venus, como diosa de la paz intenta retener a Marte enlazando sus miradas y atrayéndole para que no vaya a la guerra. Es una iconografía que equilibra la fortaleza con la delicadeza, y es de excelente factura. Junto a este grupo escultórico que se exponía en Vista Alegre, el Marqués de Salamanca tenía otro grupo escultórico en su posesión del centro de Madrid en el paseo de Recoletos, con el que a veces se ha confundido, el magnífico grupo de Venus y Adonis, atribuido a Canova, que después fue a parar a la colección de Fernández de Villavicencio y Crooke [...] una afirmación del ambiente italiano y neorrenacentista buscado por Salamanca. Ello significa que el gusto del Marqués se decantaba por la compra de dos grupos del entorno de Canova. Este segundo grupo, fue vendido en Sotheby`s en 1992, y de nuevo subastado en Sotheby`s en 2008, y en la ficha técnica se propone una posible atribución a Rinaldi. El Museo del Prado solo compró por R. O. de 16 de junio de 1881 el grupo de Venus y Marte, y otras obras de Tenerani o Lazzerini, junto con un buen conjunto de cuadros. El precio fue alto, 40.000 pts. de la época, y a finales del mes de junio, la obra ya había ingresado en el Museo. El 17 de mayo de 1924 el Subsecretario del Ministerio de la Guerra solicitó al Museo de Arte Moderno, a donde había pasado en 1896, esculturas para embellecer sus jardines, entre las que solicitó este grupo. Reunido el Patronato, el Director del Museo confirmó el 23 de mayo el acuerdo de cesión en depósito de esta obra al Palacio de Buenavista, aunque finalmente parece que no se llevó a cabo. Se trata de una versión muy fidedigna de la obra original del maestro Antonio Canova, Venere e Marte, cuyo modelo del yeso de 1816 se conserva en la Gipsoteca de Possagno, con las marcas del sacado de puntos, que mide 2,10 x 0,60 x 1,22. También allí se conservaba un modelo en barro cocido, destruido en 1917 en el bombardeo de la Gipsoteca durante la Primera Guerra mundial.
Por lo que se refiere al mármol de 2,10 de alto realizado entre 1816 y 1822 se encuentra en Londres, en el Palacio de Buckingham, ubicado en la llamada Escalera de Ministros en la planta baja al final del Vestíbulo de Mármol, que da acceso a los salones privados. Fue concebido para el rey de Inglaterra Jorge IV, quien se lo encargó en 1815 cuando Canova estaba en la capital británica, en el que retoma, aunque en posición inversa y otra actitud, su grupo de Cupido y Psique. Representa una alegoría de la guerra y la paz, buscando el contraste entre la fuerza y la gracia, obra que concluyó con la ayuda de su colaborador Adamo Tadolini. Se expuso con gran éxito en 1822, y las descripciones y grabados valoraban sobremanera su gran belleza y el contraste del tratamiento de la figura masculina como el señor de la guerra, frente a la suavidad de la figura femenina que lo serenaba. En cuanto al ejemplar de la colección del Marqués de Salamanca, la mano de alguno de los escultores que trabajaron colaborando con Canova puede estar detrás de su factura: Adamo Tadolini, Rinaldo Rinaldi o incluso Baruzzi, pues todos trasladaron al mármol los bocetos del maestro.
De cualquier forma, se trata de una de las obras importantes de factura italiana en el Museo del Prado y en el contexto artístico español. La calidad de la obra que se conserva en Madrid es magnífica y son muy pocos los detalles que se aprecian diferentes en relación con la primera versión marmórea de Canova en Londres, ambas de tamaño natural. La factura de la obra del Prado es menos pulida en su acabado general, y más profunda en la manera de tratar los cabellos creando más sombras, tanto en los rizos como en las ondas del cabello de Venus. Hay también algunos matices que varían, como el tratamiento de algunos pliegues de la tela que porta Venus, o el diseño de la cornucopia que tiene importantes variantes en su composición, o la banda de cuero que cae sobre el escudo en la parte posterior, que tiene ojales en la versión de Buckingham pero no los tiene en la del Prado, y asimismo alguna variante en los motivos decorativos de la vaina de la espada. Por otro lado, se diferencia la punta de lanza -que en ambas composiciones es una pieza añadida pues se saldría por su altura del bloque de piedra a tallar-. En los primeros grabados del grupo la lanza no está concluida, pero en el yeso de Possagno y en el grabado en la obra de Cicognara la punta aparece redondeada. Sin embargo, la punta del ejemplar del Prado recorta sus bordes inferiores, mientras que el modelo británico concluye la punta con formas redondeadas. En cualquier caso, el destacado modelado de los cuerpos es muy similar, así como la relación entre ambos dioses a través de su intensa mirada, especialmente de Venus (Texto extractado de Azcue, L.: "La escultura italiana del siglo XIX en Madrid y el coleccionismo privado (II)",Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 2009, pp. 153-154).

https://www.museodelprado.es/coleccion/galeria-on-line/galeria-on-line/zoom/2/obra/venus-y-marte/oimg/0/





miércoles, 10 de diciembre de 2014

Historia de Sinuhé

La historia relata las aventuras de Sinuhé, que conoce accidentalmente un complot para asesinar al faraón Senusert I antes de ascender al trono.

La Historia de Sinuhé es un cuento egipcio que se conoce por dos de los papiros de Berlín, el 10499 (B), que contiene algunos fragmentos de la historia, y el 3022 (R), más completo, descubierto por el egiptólogo Chabás en 1863. También se han encontrado partes del texto en otros papiros y en algunos ostraca.
Sinuhé (s3-nh.t, Sanehet, "Hijo del sicomoro") es, según sus palabras, «el tesorero del rey del Bajo Egipto, gran amigo único, dignatario administrador de los distritos del soberano en las tierras de los asiáticos, verdadero conocido del rey, su bienamado seguidor». Sinuhé dice: «Yo soy un acompañante que sigue a su señor. Sirviente en el harén del rey de la noble heredera de grandes favores la esposa del rey Senusert en Jenemsut; la hija del rey Amenenhat, Neferu, la muy honrada.»
Senusert I (Sesostris en versión griega) –de quien era servidor Sinuhé–, fue el segundo faraón de la dinastía XII, del Imperio Medio, que gobernó de c. 1956 a 1910 a. C.; los primeros años fue corregente con su padre, Amenemhat I, que fue asesinado hacia el año 1947 a. C., fecha en que da comienzo el relato.

Estilo
El relato está narrado en primera persona, con una fácil erudición que muestra coloridas descripciones de lugares, costumbres y personas tanto de Egipto como de otras tierras, lleno de datos precisos y con una exaltación del sentimiento y pensamiento egipcios: la añoranza de la patria, el anhelo de vida eterna, la hospitalidad.
Es una de las obras maestras del cuento, género que en Egipto alcanzó gran desarrollo en el Imperio Medio. Éste es de tipo realista, y utiliza la prosa en casi toda la narración, aunque tiene partes en verso: cuando describe como es Sesostris ante el rey de Retenu, lo hace con un poema que exalta sus virtudes guerreras, aunque acaba de forma lírica:
«Es el muy amado, el lleno de dulzura que a muchos ha conquistado por el amor».

Historia
Sinuhé no narra las conspiraciones de palacio ni de ningún otro antecedente: los da por conocidos. Es posible que el anónimo autor no quisiera comprometerse.
Cuando Sinuhé viaja para avisar a Sesostris (en campaña contra los libios) de la muerte de su padre, se le adelantan otros mensajeros: oculto, escucha cómo un hombre informa a otro de los príncipes de la casa real, y se da cuenta de que Amenemhat ha sido asesinado según las órdenes dadas por este príncipe. Asustado, creyendo que al no haber sido capaz de descubrir el complot y avisar al corregente sería castigado, huye de Egipto y se encamina al país de Retenu (Siria).
Invitado por el príncipe Amunenshi, se casa con la hija de éste y llega a ser jefe de una de las tribus y un reconocido general, consiguiendo riquezas y poder, sobre todo después de vencer en un duelo a un príncipe local.
Ya anciano, intercambia misivas con el Faraón y regresa a Egipto tras repartir sus bienes entre sus hijos, para ser enterrado allí con todos los ritos necesarios para conseguir la vida eterna en el momento de la muerte, siendo alojado mientras con toda clase de comodidades por el rey, que le entregó una casa de campo con sus rentas, y ordenó la preparación de una tumba de piedra y un rico ajuar funerario.

Explicación
¿A qué se debió la huida de Sinuhé? La historia podría haberlo explicado mejor, pero los hechos eran tan conocidos por la audiencia, que el relato se limita a mencionarlos. La conspiración de algún príncipe, posible culpable de la muerte de Amenemhat, se menciona de pasada. Esto impide comprender cuáles fueron los temores de Sanehet, y por qué creyó que Sesostris le condenaría. Tampoco en las cartas que envía en su vejez lo explica, se limita a presentar disculpas.

Análisis
Esta historia está considerada como el mayor logro de la literatura egipcia antigua. Combina en una singular narración una gama extraordinaria de estilos literarios, y es también notable el examen que hace de los motivos de su protagonista. El poema analiza continuamente las razones de la huida de Sinuhé y su posible culpabilidad. Al situar a un miembro de la cultura egipcia en otra sociedad, el poema explora lo que debe ser un egipcio, sin negar la asunción egipcia de que la vida en el exterior de Egipto no tenía sentido.

Repercusión
• Basándose en esta historia, el escritor finlandés Mika Waltari escribió en 1945 una novela llamada Sinuhé, el egipcio, aunque trasladándola a los tiempos de Akenatón (Amenhotep IV), y mezclándola con las conspiraciones que hubo en este reinado debido a la fracasada revolución religiosa. Fue llevada al cine en 1954.
• Naguib Mahfuz, escritor egipcio ganador del premio Nobel, escribió en 1941 Awdat Sinuhi. Se basa directamente en los textos antiguos, aunque se toma la licencia de añadir algunos amoríos que no aparecen en el original.

Wikipedia

Sinuhé el egipcio pdf
http://bdigital.bnjm.cu/docs/libros/PROC2-3224/Sinhue,%20el%20egipcio.pdf












Mapa pionero para desentrañar misterios de necrópolis de Tebas

LUXOR, EGIPTO.- Tres siglos de excavaciones y muchas preguntas sin respuesta en la Tebas faraónica. Mediante un innovador mapa, una arqueóloga española trata ahora de reconstruir el paisaje ritual de la necrópolis y arrojar luz sobre sus secretos mejor guardados.

¿Los nobles se enterraban junto a sus familiares o en gremios? ¿Los templos y rutas procesionales influyeron en la organización de la necrópolis? ¿Existe una relación entre la calidad de la roca y la clase social del enterrado?

A estas y otras preguntas quiere responder la egiptóloga María de los Ángeles Jiménez, con un proyecto multidisciplinar que estudia el territorio y diseña una cartografía con un sistema de coordenadas UTM para ubicar las tumbas, algo que aún no existe en la ciudad arqueológica de Luxor, donde se ubicaba la antigua Tebas.

En las colinas desérticas de la necrópolis tebana, Jiménez ha tomado más de 10 mil puntos de referencia con un equipo de GPS diferencial que, junto a mapas históricos e imágenes de satélite, procesará con el Sistema de Información Geográfica (SIG).

Esta fase inicial del proyecto, que terminó recientemente en Luxor, será la base para un posterior estudio sobre el significado de la tumba como monumento funerario y del aspecto de la necrópolis como espacio sagrado, explica Jiménez.

Las innumerables misiones que han excavado en esta necrópolis se han centrado principalmente en el estudio de las tumbas de forma aislada y han usado su propia planimetría, lo que obliga a "partir de cero", apunta.

La arqueóloga, que ha trabajado en varias campañas en Luxor del proyecto español Djehuty, destaca la importancia de establecer una cartografía con un sistema común que sirva tanto a las actuales como a las futuras generaciones de egiptólogos.

Este tipo de plano evitará por un lado "la pérdida de tumbas", como ha ocurrido con algunas descubiertas hace años cuya entrada es imposible ahora de localizar ante la ausencia de sus coordenadas.

Y, sobre todo, permitirá tener una visión más amplia sobre las razones que influyeron en la organización del territorio de la necrópolis y en la elección del emplazamiento de las tumbas.

"La necrópolis es un espacio sagrado y simbólico en el que todo está relacionado", afirma Jiménez, que insiste en la importancia de estudiar como un todo las tumbas, los templos mortuorios y los caminos procesionales.

La arqueóloga confía en que el estudio del terreno desvele las incógnitas que todavía esconde Tebas en este proyecto de la Universidad de Liverpool (Reino Unido), que cuenta con apoyo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de España.

Ante las grandes dimensiones de la necrópolis, la experta se ha centrado en el sur de la zona denominada Dra Abul Naga y en las tumbas del reino Nuevo, de la dinastía XVIII a la XX (1550 a.C. a 1069 a.C.).

De Dra Abul Naga, situada entre el templo de Deir el Bahari (erigido por la reina Hatshepsut) y el camino que conduce al Valle de los Reyes, Jiménez y su equipo de arqueólogos, geólogos y geógrafos realizarán una cartografía detallada que incluirá referencias al resto de zonas.

Para ello han contactado con el resto de misiones que operan en Luxor, que les han facilitado datos de los Valles de los Reyes y las Reinas, del templo de Hatshepsut, del Ramesseum y de los Colosos de Memnón.

El primer objetivo es reconstruir la línea original del terreno mediante un estudio geomorfológico y estudiar la roca madre en la que se construyeron las tumbas para determinar si desde los enterramientos se visualizaban los templos mortuorios.

Jiménez parte de la hipótesis de que existe una conexión entre las tumbas privadas y estos templos, y considera que la distribución de la necrópolis depende de factores políticos, religiosos y culturales.

La arqueóloga española efectuará un estudio prosopográfico y genealógico de los propietarios de las tumbas con el fin de verificar si los lazos familiares o el estatus social influyeron en el lugar elegido para construir la tumba.

En esta misma línea, profundizará también en las asociaciones profesionales de la época para concluir si ciertos agrupamientos de tumbas dependen de las relaciones laborales de sus dueños.

Esos estudios apuntan a reconstruir el paisaje físico y religioso de la necrópolis, cuyo simbolismo nace de su misma ubicación en la orilla oeste del río Nilo.

Para los egipcios antiguos, el difunto se reunía con el dios sol en occidente para recorrer la tierra y renacer al día siguiente por oriente, lo que convierte a la necrópolis, según Jiménez, en "lugar de descanso eterno e instrumento de resurrección".

http://www.informador.com.mx/cultura/2013/449361/6/mapa-pionero-para-desentranar-misterios-de-necropolis-de-tebas.htm

Egipto Las Tumbas Perdidas de Tebas

Tebas (nombre griego) fue la capital del Imperio Medio e Imperio Nuevo de Egipto; estaba situada en la actual población de Luxor.Tebas, la antigua ciudad llamada Uaset “la ciudad del cetro uas”, que fue descrita por Homero como “la ciudad de las cien puertas”, por las innumerables puertas abiertas en sus murallas que posteriormente fue denominada en árabe Al-Uqsur, “los palacios”, por los restos de los monumentales edificios religiosos, que fueron considerados antiguos palacios.

Egipto Las Tumbas Perdidas de Tebas es una gran produccion documental que abarca por lo general un registro de contenido científico, educacional, divulgativo, testimonial o histórico, en que tambien se dramatizan los hechos registrados de la realidad o de la ficcion. Este Documental Cinematográfico y Televisivo se caracteriza por no poseer mucho control sobre las imágenes mostradas, ni la existencia de un argumento predeterminado. De este modo, se trata mostrar realidades de la forma más objetiva que sea posible.

http://www.thealexito.org/category/documental

Las tumbas perdidas de Tebas
https://books.google.com.ar/books?id=naWGRerLczwC&pg=PA77&lpg=PA77&dq=las+tumbas+perdidas+de+tebas&source=bl&ots=lnpDpO3nDJ&sig=JrblPzT-suoK9vdMwS275LdNuuk&hl=es&sa=X&ei=DViHVKbDJNDWoAS3soHgBQ&ved=0CBsQ6AEwADgK#v=onepage&q=las%20tumbas%20perdidas%20de%20tebas&f=false


domingo, 7 de diciembre de 2014

El revolucionario legado de Luis Leloir, el argentino Premio Nobel de Química

El 6 de septiembre de 1906 nacía en París Luis Federico Leloir, quién 64 años más tarde se convertiría en Premio Nobel en Química. Era para aquel entonces la tercera distinción de este tipo para la Argentina, después de Carlos Saavedra Lamas en 1936 (Nobel de la Paz) y de Bernardo Houssay en 1947 (Nobel de Medicina). Hacia este último, maestro suyo, profesaba una profunda admiración.

Esta distinción internacional se le fue otorgado por sus investigaciones centradas en los nucleótidos de azúcar y por el rol que cumplen en la fabricación de los hidratos de carbono. Su contribución sirvió, entre otras cosas, para entender en profundidad una enfermedad llamada galactosemia, en la cual se produce una incapacidad para transformar un hidrato de carbono proveniente de la leche, denominado galactosa, en glucosa, fuente de energía que todas las células del organismo necesitan para vivir. Al acumularse la galactosa se generan daños severos en distintos órganos como el hígado. En consecuencia, sus trabajos supusieron una verdadera revolución en la investigación bioquímica, y permitieron realizar importantes avances en medicina.

Si bien fue médico de formación (se graduó en la Universidad de Buenos Aires en 1932), no continuó con la asistencia de pacientes al no sentirse nunca satisfecho con la manera en que se los trataba por aquellos años. En un relato autobiográfico escribió que creía que no podía ser un buen médico porque nunca estaba seguro del diagnóstico o del tratamiento de los pacientes. Pero de lo que sí estaba convencido era de la necesidad de ahondar en el conocimiento de los diversos procesos biológicos, y ahí fue donde desplegó todo su talento. Fue así que inició la carrera de investigación en el Instituto de Fisiología de la Facultad de Medicina de la UBA que dirigía el Dr. Bernardo Houssay, con quién realizó su tesis doctoral.

Cuando 50 años más tarde de haber iniciado sus investigaciones se preguntó a si mismo por qué se había dedicado a la investigación dijo: "No sé cómo ocurrió que seguí una carrera científica. En la mayoría de los deportes era mediocre, por lo tanto esa actividad no me atraía demasiado. Mi falta de habilidad para la oratoria me cerró las puertas a la política y al derecho. Sí tenía gran curiosidad por entender los fenómenos naturales, capacidad de trabajo normal o ligeramente subnormal, una inteligencia corriente y una excelente capacidad para trabajar en equipo".

Precisamente estas capacidades fueron los pilares de su éxito como investigador. Pero el Dr. Leloir tenía otras cualidades: fue un hombre agradecido. En el discurso que realizó en oportunidad de la entrega del premio Nobel dijo: "Toda mi carrera ha sido influenciada por una persona, el Profesor Bernardo A. Houssay, quién dirigió mi tesis doctoral y quién durante todos estos años me dio generosamente su consejo y amistad". Valoraba la amistad, el trabajo en equipo, disfrutaba del trabajo con personas intelectualmente superiores y, mucho más, si tenían buen sentido del humor. A decir por las personas que lo han conocido, el Dr. Leloir tenía un gran sentido del humor, un humor sano, amable, no ofensivo.

Fue un hombre preocupado por el futuro de la sociedad y del país. Estaba convencido de que el desarrollo de una nación dependía del cultivo de la ciencia. En 1983 el Dr. Leloir escribió: "La sociedad debería tener la posibilidad de aprender los hechos importantes de la ciencia con la misma facilidad con que aprende literatura, música o deporte".

El ejemplo del Dr. Leloir nos inspira y nos invita a reflexionar acerca de la importancia del trabajo hecho con voluntad, seriedad, responsabilidad y aprecio por los colegas. Muchos años antes de obtener el premio Nobel, el Dr. Leloir recibió ofrecimientos más que tentadores para trabajar en Estados Unidos, pero eligió quedarse en Argentina para continuar su trabajo. Una nueva demostración del compromiso por su país.

Falleció en Buenos Aires el 02 de Diciembre de 1987.

*El autor es Investigador del Conicet, Médico especialista en Medicina Interna y Hepatología del Hospital Universitario Austral y Profesor de Fisiopatología y Biología Molecular Aplicada de la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral.

http://www.infobae.com/2014/09/05/1592877-el-revolucionario-legado-luis-leloir-el-argentino-premio-nobel-quimica

Leloir - Un científico
Delfos:  El oráculo del dios Apolo

Ciudades, soberanos y simples particulares acudían al templo de Apolo, esperando que el oráculo del dios les aconsejara a la hora de tomar decisiones de importancia
«Layo, suplicas una próspera descendencia. Te daré el hijo que deseas, pero está decretado que dejes la vida a sus manos». Así profetizó el oráculo de Delfos al padre de Edipo; el oráculo también advirtió a Edipo de que mataría a su padre y se casaría con su propia madre. Fueron vanos los intentos de padre e hijo por evitar que tales predicciones se cumplieran: Edipo mató a un hombre y se casó con su viuda, sin saber que se trataba de sus progenitores; al conocer lo que había hecho, se sacó los ojos. Pero no todos los oráculos de Delfos fueron tan tremendos. Aparte de los ejemplos míticos o legendarios, de las más de quinientas preguntas y respuestas délficas conservadas sólo se consideran históricas unas cincuenta y cinco, y la mayoría responden a cuestiones políticas, bélicas o religiosas por las que se interesaron las ciudades.
En Delfos, lugar que los griegos consideraban el ombligo de la tierra, existía un templo del dios Apolo ya en el siglo VIII a.C., y desde entonces se estableció una red de peregrinaje que unía toda Grecia con ese lugar. Lo habitual era que las ciudades o polis enviasen delegaciones sagradas (theoría) que debían transmitir al oráculo preguntas sobre los asuntos públicos. Junto a los comisionados oficiales viajaban consultantes privados, cuyas preguntas debían de diferir, lógicamente, de las que formulaba la ciudad: seguramente se referían a la conveniencia de un matrimonio, a los hijos, a los riesgos de negocios y viajes...
El hecho de acompañar a las embajadas permitía a estos consultantes particulares disfrutar de cierta seguridad, ya que la delegación al completo estaba bajo protección divina y era inviolable. Ello resultaba muy conveniente cuando se tenía que realizar un viaje siempre difícil y peligroso, a veces muy largo, expuesto a ataques y al pillaje. Las delegaciones se mandaban coincidiendo con los momentos propicios para la adivinación, que en su origen se limitaban al séptimo día del mes de bysios (a mediados del invierno), en el aniversario del nacimiento de Apolo; posteriormente se ampliaron al día siete de cada mes. Además, las ciudades podían mandar delegaciones regularmente, con el beneplácito del santuario; los atenienses, por ejemplo, enviaban las llamadas pytháis a Delfos si se veía un rayo en determinado lugar. El santuario también estaba abierto a preguntas durante las celebraciones de festivales como los de Carila o de Septerion, cada ocho años.

Aunque al santuario acudía multitud de peregrinos en busca de alguna orientación sobre decisiones que debían tomar, la función esencial del oráculo no era predecir el futuro, sino proveer de sanción divina a las decisiones políticas de las ciudades: ratificaba leyes e incluso constituciones, aprobaba la fundación de nuevas ciudades y de colonias, aconsejaba empresas bélicas o las censuraba. Aunque Delfos no intervenía directamente en la política de las ciudades, sus oráculos podían ser usados como arma política en caso necesario.
La llegada al santuario
Cuando los peregrinos llegaban al pie del monte Parnaso, donde estaban la ciudad de Delfos y el recinto de Apolo, los recibía el próxenos, el embajador que cada polis tenía en el santuario y que atendía por igual a embajadores y a ciudadanos particulares. Hay que suponer que los días en que el recinto estaba abierto a consultas debía de concentrarse allí mucha gente, y que las colas para entrar eran constantes. Pero no todos tenían que esperar: ciudades como Atenas o Esparta disfrutaban del privilegio de la promanteia, la prioridad de consulta, de la que se beneficiaban tanto sus emisarios como los ciudadanos privados que los acompañaban.
Lo primero que encontraban los viajeros, a un kilómetro y medio del recinto, era la zona conocida como Marmaria por los mármoles de los edificios allí construidos, entre ellos el templo circular de Atenea Pronaia. Luego los peregrinos pasaban por la fuente Castalia, que brotaba entre las dos piedras Fedríades («brillantes»), y se purificaban con sus aguas. Acto seguido entraban en procesión por la vía Sacra, ya en el interior del santuario propiamente dicho. Esta calzada ascendía por una pronunciada pendiente y estaba flanqueada por los tesoros de las más prominentes ciudades: Sición, Sifnos, Cnido, Tebas, Atenas, Corinto, Massalia. Los tesoros eran pequeños templos o capillas en los que se conservaban los exvotos y donaciones que los ciudadanos de una polis entregaban al santuario. Después la vía llegaba al templo de Apolo, más arriba del cual se encontraban la palestra, el gimnasio, el estadio y el teatro. Este edificio, con capacidad para unos 5.000 espectadores, acogía los certámenes artísticos de los juegos píticos, que se celebraban en honor de Apolo e incluían competiciones atléticas y celebraciones religiosas.
La consulta al oráculo
Frente al templo estaba el altar para los sacrificios. Las consultas al oráculo se «pagaban» en forma de sacrificio o de pastel: el propio templo vendía los animales que debían sacrificarse y las tartas sagradas (pélanos). Aunque no se conocen las tarifas, es de suponer que el precio mínimo por la ofrenda sería asequible para un ciudadano medio. Sin embargo, los más pudientes solían ofrecer, además de un sacrificio, presentes como estatuas, trípodes y otros exvotos. Lógicamente, las tasas en forma de sacrificios o tartas que había que comprar para acceder al oráculo debían de ser mucho más elevadas para las consultas cívicas que para las privadas.
Poco sabemos de la organización en el interior del templo. Allí se encontraban la sacerdotisa pitia, por cuya boca hablaba Apolo, y el cuerpo de sacerdotes que la atendía y que se repartía las diferentes tareas. Aunque no se conocen con certeza las atribuciones de cada grupo, se cree que los hieréis se encargarían de los sacrificios; los prophetai se ocuparían de ayudar a la pitia e interpretar sus palabras, y los hósioi se cuidarían del culto.
El peregrino entraba en el templo a través del chresmographeion, donde se guardaba el archivo del santuario con la lista de consultantes, sus preguntas y respuestas, así como la lista de vencedores en los juegos píticos; probablemente allí formulaba su pregunta. Según la tradición, en la parte más recóndita del templo de Apolo había un lugar subterráneo, el ádyton, al que la pitia descendía, con una corona y un bastón de laurel, cuando le llegaba el momento de entrar en éxtasis y comunicarse con la divinidad. Se cuenta que ahí masticaba laurel, bebía agua de la fuente Casotis y se sentaba en un gran trípode situado sobre una grieta natural del suelo de la que salían vapores. Al inhalarlos, la sacerdotisa entraba en un frenesí o delirio gracias al cual pronunciaba las palabras, quizás incomprensibles, que los sacerdotes del templo escuchaban y escribían, y que luego se entregaban al consultante. Pero el ritual de la consulta tal como se ha descrito aquí presenta un problema: es tardío y se trata más bien de una elaboración esotérica de la realidad.Los relatos de diferentes historiadores griegos ofrecen una imagen muy distinta de cómo se desarrollaba.
¿Cuál era la verdad?
Plutarco, que además de historiador y biógrafo fue sacerdote de Apolo en Delfos, no sólo ignora el procedimiento descrito, sino que su narración es incompatible con el mismo. Este autor, que vivió a caballo de los siglos I y II d.C., explica que el ádyton estaba abierto a los consultantes y no era una habitación secreta; y no dice nada sobre el frenesí o trance de la pitia, ni sobre lo incoherente de sus palabras. Sólo en una ocasión refiere que la sacerdotisa se retira a un lugar subterráneo, pero ello sucede en un momento en el que se siente indispuesta y no logra profetizar, cosa que la lleva a la locura. Por su parte, el historiador Heródoto, que vivió en el siglo V a.C., relata la entrada del dirigente espartano Licurgo en el recinto de la sacerdotisa y afirma que ella le habla directamente, sin esperar siquiera a su pregunta y, de hecho, le dicta la constitución espartana. También Jenofonte parece tener una relación directa con la pitia cuando, a finales del siglo V a.C., le pregunta a qué dioses debe encomendarse para tener éxito en el viaje que luego narrará en su Anábasis, el épico itinerario de un ejército de mercenarios griegos a través del Imperio persa.
Es más, algunos ejemplos de consultas históricas que conservamos presuponen no sólo que la pitia estaba presente ante los consultantes, sino que se dirigía directamente a ellos, como cuando los atenienses le solicitaron que escogiera los nombres de las diez tribus de su ciudad, o cuando los tesalios le pidieron que eligiera a un rey. Al parecer, en ambos casos se ofreció a la sacerdotisa una urna con distintos nombres para que ella eligiese. En definitiva, lo que ocurría dentro del templo y la manera en que actuaba la profetisa constituye un misterio. En cuanto al origen de su inspiración, se ha intentado explicar por el uso de sustancias psicoactivas que podían estar presentes en el agua o el laurel, o por algún vapor que actuara sobre su conducta (parece que está confirmada la existencia de etileno en el subsuelo de Delfos). Incluso hay quien afirma que pudo recurrir al hipnotismo o algún tipo de sugestión.
La decadencia
Después de la consulta, el peregrino regresaba al chresmographeion, donde los prophetai le entregaban por escrito un informe oficial y la respuesta del oráculo interpretada y formulada solemnemente, a menudo en verso. Tras esto emprendía el viaje de regreso a casa, tan peligroso como el itinerario de ida. De hecho, la gran cantidad de problemas y obstáculos a los que se enfrentaron los peregrinos entre el estallido de la guerra del Peloponeso (431 a.C.) y el advenimiento de Alejandro Magno contribuyó a la pérdida de importancia del oráculo y al desuso de las rutas de peregrinaje. Durante la guerra, por ejemplo, los atenienses se acostumbraron a visitar el oráculo de Dodona porque Delfos había caído en manos espartanas. El prestigio de Delfos comenzó su declive tras la muerte de Alejandro, en 323 a.C., aunque continuó siendo un centro de atracción durante la época helenística y el período romano. Por fin, en 391 d.C., el emperador romano Teodosio decretó el cierre de todos los oráculos y la prohibición de la adivinación de cualquier tipo. El cristianismo había silenciado la voz de los antiguos dioses.

Para saber más
Oráculos griegos. David Hernández de la Fuente. Alianza, 2008.
Obras morales y de costumbres VI. Plutarco. Madrid, Gredos, 1995.

 http://www.nationalgeographic.com.es/articulo/historia/grandes_reportajes/8276/delfos.html

Delfos, la morada de Apolo (excelente y erudita conferencia completa)
http://www.youtube.com/watch?v=QPLDWWzvYvc


















sábado, 6 de diciembre de 2014



Giza

El comienzo más esplendoroso de la arquitectura y la ingeniería se inició en el antiguo Egipto y particularmente con las famosas Pirámides de Giza, Keops, Kefrén y Micerino.

Éstas, se encuentran localizadas en la meseta de Giza, a unos veinte kilómetros al suroeste de El Cairo. Monumentos sagrados y de un valor simbólico indudable, constituyen todo un hito histórico para la época en la que fueron construidas. Las famosas pirámides de Giza datan en torno al año 2500 a.C., y se construyeron para ser tumba de estos tres importantes Reyes durante la época del Imperio Antiguo de Egipto.

Se conocen numerosas teorías a cerca del modo en que fueron construidas, siendo meras especulaciones, ya que hasta el momento no se han encontrado ningún tipo de hallazgos, que expliquen de forma clara y concisa, el método que utilizaron los egipcios para erigir tan grandiosas obras. De modo que hasta el día de hoy, todavía sigue siendo un completo enigma el modo en el que fueron construidas las pirámides más famosas del mundo por excelencia.

El origen de las primeras pirámides data del período arcaico correspondiente a la Dinastía Iª y IIª de Egipto y se asemeja a las Mastabas, figuras geométricas casi prismáticas pero de menor altura que las posteriores pirámides, que empezaron a ser ordenadas construir por los soberanos de la época para convertirse así en su tumba sepulcral.

Posteriormente, las pirámides del antiguo Egipto se fueron perfeccionando hasta alcanzar su máximo apogeo con la construcción de las Pirámides de Giza en el siglo comprendido entre el 2600 a.C. - 2500 a.C.; no obstante, la altura de las pirámides tenía mucho que ver con la importancia y el rango que ostentaba el Faraón, ya que cuanto mayor altura tenía la pirámide, más importancia tenía el Faraón.

La Gran Pirámide de Gizeh, por ejemplo, fue mandada construir por el segundo Faraón de la Cuarta Dinastía del Imperio Antiguo de Egipto, Keops, llamado Jufu en el idioma egipcio antiguo. Es la más antigua de las tres Pirámides de Giza y se sitúa más al norte que el resto de pirámides anexas. La Gran Pirámide de Keops está considerada en la actualidad como una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo; también figura como Maravilla Honorífica como una de las siete maravillas del mundo moderno.

El arquitecto de la Gran Pirámide de Giza se cree que fue Hemiunu, que ocupaba en su momento el más alto cargo del Reino sólo por detrás del Faraón Keops. Otro dato curioso de las Pirámides de Giza, es que la pirámide de Kefrén, que se encuenta situada justo en el medio de las otras dos, da la sensación de tener mayor altura que la situada más al norte, Keops; esta percepción visual equívoca según el punto de vista desde el que se mire esta motivada fundamentalmente por haber sido construida la pirámide central, la de Kefrén, en un terreno algo más elevado que la pirámide de Keops.

Sorprenden en gran medida las enormes dimensiones con las que cuentan dichas pirámides para la época en la que fueron construidas; son nada menos que 45 siglos de vida aproximadamente los que tienen las más famosas pirámides de Egipto por excelencia. Para poder acceder hasta el interior de la pirámide y mantener ventiladas las diferentes cámaras situadas en el corazón del edificio, los egipcios construyeron sendos conductos de ventilación.

Dimensiones de las Pirámides de Giza:

KEOPS
Longitud: 230 metros
Altura: 146.60 metros

KEFREN
Longitud: 214.5 metros
Altura: 143.5 metros

MICERINO
Longitud: 105 metros
Altura: 65 metros

http://www.jmhdezhdez.com/2011/04/gizeh-pyramid-giza-cairo-egypt.html













lunes, 1 de diciembre de 2014

Historia del Tenis

Juegos de pelota
El origen de los juegos de pelota, entre los que se encuentran el tenis y también la pelota vasca, se remonta a las culturas griega, romana y egipcia. (La palabra raqueta pueden surgir de la palabra árabe rahat que quiere decir palma de la mano).Su origen se remonta a ceremonias religiosas en honor a la fertilidad en primavera y a celebraciones militares. En estas celebraciones, al principio se jugaba con las cabezas de los vencidos; más tarde el juego se perfeccionó y en vez de cabezas comenzaron a utilizar pelotas.

Ya en el siglo XI los monjes jugaban en los claustros de los monasterios a algo parecido al tenis, al padel y a la pelota. En poco tiempo se pasará de los claustros a los palacios. Años más tarde incluso Shakespeare incorporó el tenis a alguna de sus obras. Por ejemplo en su libro ‘Enrique V' encontramos lo siguiente: El joven rey Enrique V comunicó a los franceses su deseo de casarse con la princesa y así convertirse en rey de Francia y Gran Bretaña. Los franceses le contestaron mandándole una caja de pelotas de tenis y sugiriéndole que se dedicase al tenis y no a temas de Estado.

‘Real Tennis' o ‘Jeu de Paume'

Otro Enrique, el verdadero Enrique VIII mandaría construir varias pistas, y por ejemplo la de Hampton Court, construida después de su muerte en 1625, todavía hoy existe.Esta especie de Tenis Indoor y con paredes se conocía en Inglaterra como ‘Real Tennis'mientras que en Francia se le denominaba ‘Jeu de Paume (Juego de la Palma)'.En el siglo XVI el Jeau de Paume causaba furor en Francia. Encontramos profesiones como maestros de Tenis, aprendices, asociados, manufactureros de raquetas y pelotas, e incluso toda la infraestructura necesaria para el desarrollo de las apuestas, muy de moda sobre todo en Francia. Entre el siglo XVI y XVII el italiano Antonio Scainio escribía el primer tratado sobre tennis: ‘Tratatto del Giocco de la palla'. (‘...si la pelota toca la cinta y pasa es buena en Francia y mala en Italia...) mientras que el francés Forbet publica las primeras reglas ‘oficiales' del Jeu de Paume. En el siglo XVIII los reyes prefieren otras actividades al tenis y a final de siglo (1789) tiene lugar la Revolución Francesa. Se prohiben las apuestas y el ‘Jeu de Paume' y/o el ‘Real Tennis' languidecen. Aun así en 1800 Pierre Barcellón publica ‘Regles et principes de Paume'donde llega a definir hasta cómo se ha de construir una pista.
Forma de Contar en el Tenis, Love, Deuce, Tennis, ...
En aquellos años en Europa predomina todavía el sistema sexagesimal. El número 60 era el equivalente al 100 de ahora; por ello al dividir 60 entre los cuatro puntos que hay que ganar para hacer un juego nos sale la actual forma de contar de 15, 30, 45 (Del quadraginta quinque desapareceria el quinque por comodidad) y juego. Otras palabras que utilizamos hoy en día y que muy probablemente provienen de esa época son: Love: Los franceses denominan ‘l'euf' al huevo (cero) y los ingleses lo adaptan a su fonética. Deuce: Cuando un jugador llegaba a 40 se cantaba ‘a un' (‘a un punto de hacer el juego en francés) y cuando el otro le empataba se decia ‘a deux' (a dos). De ahí se cree que viene la palabra Deuce. Tenis: Es muy posible que provenga del francés ‘Tennez'que quiere decir ‘tenga usted' o ‘va'.

El Lawn Tennis
En 1839 se consigue vulcanizar la goma lo que supuso una avance importante en laspelotas de tenis. Poco después la máquina cortacésped es mejorada considerablemente. Estos dos avances hacen que se empiece a jugar al tenis al aire libre sobre hierba (Lawn).Aunque otros lo practican desde antes, en 1874 el Mayor Wingfield patenta un juego de tenis al que denomina Sphairistiké. Determina la altura de la red, las medidas de la pista, raquetas,... todo dentro de una caja. Aunque está demostrado que el Mayor Wingfield fue el que patentó el juego del tenis, todo apunta a que el Mayor Harry Gem y Juan Batista Augusto Parera, que a los 17 años dejó España para hacer fortuna en Inglaterra, 'inventaron' realmente el tenis moderno en 1859 en Birmingham, para posteriormente fundar el primer club de tenis en 1872, el Royal Leamington Spa lawn tennis club.

Wimbledon
3 años después, en 1877, se disputa el primer Wimbledon con cierta confusión en las reglas. En los siguientes años tras diversas reuniones las reglas se unifican y podemos decir que es el comienzo del tenis moderno. En poco tiempo el juego del ‘Lawn Tennis' se traslada al resto de Europa, Estados Unidos, Australia, etc... Comienzan a disputarse confrontaciones tanto amistosas como oficiales pero siempre en el ámbito amateur. En el Estado Español el tenis se empieza a jugar a principios del siglo XX en Barcelona, Madrid y San Sebastián. Este año 2004 celebramos el centenario del RCT San Sebastián... Es la época del drive y los anglicismos...
Los/as tenistas
Con los torneos surgen las primeras figuras: El primer campeón de Wimbledon es Spencer Gore al que siguen los hermanos Renshaw y los Doherty, entre otros. Los felices años 20 son la época del norteamericanoBill Tilden y de la francesa Suzanne Lenglen. También destacaron Lily Álvarez, que perdió tres finales de Wimbledon, (dos ante la gran Helen Wills) y el Donostiarra Manuel Alonso(Hoy en día el Campeonato de España Infantil se llama Manuel Alonso en su honor) que se codeó con Bill Tilden y , que dominaron el tenis mundial en los años posteriores a Tilden.

El Grand Slam
Ya en esa época cuatro torneos destacaban sobre los demás: Roland Garros, Wimbledon, Open USA y el Open de Australia. Nadie consigue ganar los cuatro en un mismo año hasta que el nortemericano Don Budgelo consigue en 1938.
Amateurs y profesionales
Jack Kramer gana Wimbledon en 1947 y Pancho González el US Open en el 48 y el 49. Ambos serían, años después, precursores de un profesionalismo que dividiría el tenis en dos: por un lado los amateurs (Que disputaban los torneos del Grand Slam y los torneo oficiales) y por otro los profesionales (Que disputaban exhibiciones y/o torneos oficiosos). Aunque ya existía el profesionalismo desde Suzanne Lenglen los ‘Kramer boys' marcaron una época. Entre ellos se encontraba mi gran amigo Andrés Gimeno (Roland Garros 1972) que muy pronto ‘se pasaría' a los profesionales. Por su parte el genial Manolo Santana (Campeón Wimbledon 66, Roland Garros 61 y 64 y US Open 65) desarrollaría toda su carrera en el ámbito amateur. En España siempre existió la polémica sobre si era mejor Gimeno que Santana y sobre si los dos juntos hubieran ganado la Copa Davis... nunca se sabrá. En cuanto a las mujeres, a partir de los años 60 el dominio recae en Margaret Smith-Court (Grand Slam en 1970) y Billie Jean king, mientras que en la decada siguiente y principios de los 80 asistimos al duelo entre Chris Evert y Martina Navratilova.

Australia, Harry Hopman y Rod Laver
Desde finales de los 50 hasta los 70 ‘la cuadra australiana' de Harry Hopman dominó los Grand Slam y la Copa Davis: Lew Hoad, Ken Rosewall, Ashley Cooper, Roy Emerson, Tony Roche, Fred Stolle, John Newcombe, Neale Fraser y el gran Rod Laver que ganó dos grand slamen el 62 y el 69.

La ‘era Open'
En 1968 todos los torneos son abiertos: ya no existe la diferenciación entre profesionales y amateurs. A mediados de los setenta entran en escena Jimmy Connors y Bjorn Borg, y algo más tarde John McEnroe. Pero eso es ya otra historia...

http://www.lawebdeltenis.net/informacion-tenis/119-informacion-sobre-tenis/1915-tenis-historia

Para saber más…
http://www.miguelcrespo.net/temas/Tema%201.%20Historia%20del%20tenis.pdf

escuelavirtualdedeportes/tenis
Belerofonte

Belerofonte, hijo del rey de Corinto, Glauco era nieto de Sísifo.. Un homicidio cometido impremeditadamente forzó al joven a huir a Tirinto, donde reinaba Preto, el cual recibióle bondadosamente y le eximió de su culpa. Los inmortales habían dotado a Belerofonte de gentil figura y viriles virtudes, y una y otras encendieron en la esposa de Preto, Antea, un amor pecaminoso que la incitó a seducirle. Pero Belerofonte, joven de alma noble, negóse a ceder a sus solicitaciones, por lo que el amor de Antea se trocó en odio. Ideando una calumnia para perderle, presentóse a su marido y le dijo:
—Da muerte a Belerofonte, esposo mío, si no quieres tener tú un fin deshonroso, pues el pérfido me ha declarado su pecaminoso amor y me ha incitado a faltar a la lealtad que te debo.
Al oír esto el Rey, sintióse dominado por unos celos ciegos. Sin embargo había querido tanto al prudente mozo, que renunció horrorizado a la idea de matarle. Buscó, empero, el modo de perderle, a cuyo efecto envió al inocente a su suegro Yóbates, rey de Licia, con una tablilla que. a modo de carta de recomendación, debía entregar al Monarca a su llegada y que contenía ciertos signos por los cuales pedía a su pariente que mandase ejecutar al portador del mensaje. Sin recelo emprendió Belerofonte el viaje, pero los dioses providentes acogiéronle bajo su protección. Cuando, después de atravesar el mar, hubo llegado a Asia, a orillas del hermoso río Xanto, es decir, a tierras de Licia, presentóse al rey Yóbates. quien, príncipe de viejo cuño bondadoso y hospitalario, recibió al noble extranjero sin preguntarle quién era ni de dónde venía. Su apuesta figura y sus modales principescos le bastaron para persuadirle de que no albergaba a un huésped ordinario, honró al joven de mil maneras, daba todos los días una fiesta en su obsequio y cada mañana ofrecía a los dioses un toro en sacrificio.
Transcurrieron así nueve días, y sólo cuando la aurora del décimo mostrábase en el cielo, preguntó el Rey a su huésped su procedencia y sus propósitos. Comunicóle entonces Belerofonte que venía de parte de su yerno Preto y le entregó la tablilla. Al reconocer el rey Yóbates los signos de muerte, sintió terror en el fondo del alma, pues en él había nacido un gran afecto hacia el noble mozo. No obstante, le era imposible pensar que su yerno hubiese condenado al infeliz a la pena de muerte sin algún motivo muy poderoso; creyó, por lo tanto, que éste debía de haber cometido algún delito merecedor de tal pena; pero tampoco él pudo resolverse a quitar sin más la vida al hombre que llevaba tantos días siendo su huésped, y que con su conducta se había hecho acreedor a toda su estima. Así pensó en enviarle a empresas en las cuales forzosamente habría de sucumbir.
En primer lugar le confió la misión de dar muerte a la Quimera, monstruo que devastaba la Licia y que no era de constitución humana, sino divina. Habíanla engendrado el atroz Tifón y la gigantesca serpiente Equidna. Por la parte anterior era león, por la posterior un dragón y por el medio una cabra; de sus fauces salía fuego, un terrible hálito de fuego. Los mismos dioses se apiadaron del inocente muchacho al ver el peligro a que se exponía y así le enviaron, cuando caminaba en busca del monstruo, el inmortal caballo alado Pegaso, fruto de la unión de Posidón con Medusa. Pero, ¿cómo podría servirse de él? Jamás el divino corcel había llevado sobre sus lomos a un jinete mortal; no se dejaba coger ni domar. Fatigado de sus inútiles esfuerzos, el joven se había quedado dormido junto a la fuente de Pirene, donde encontrara al caballo. Apareciósele entonces en sueños su protectora Atenea: de pie, delante de él, un precioso freno adornado de oro en la mano, díjole:
—¿Cómo duermes, vastago de Éolo? Toma esta herramienta que doma los corceles; ofrece en sacrificio un hermoso toro a Posidón y utiliza el freno.
Tales fueron las palabras que el héroe creyó oir en sueños; después la diosa agitó su oscuro escudo y desapareció. El mozo despertóse y, levantándose de un brinco, tendió la mano para coger el freno. Y ¡oh milagro!, el freno que había sujetado en sueños, estaba real y verdaderamente en su mano.
Entonces Belerofonte buscó al adivino Pólido y le contó su visión y el prodigio que le había seguido. El adivino le aconsejó que cumpliese al punto las instrucciones de la diosa, sacrificase a Posidón el toro y elevase un altar a su protectora Atenea.
Efectuado ya todo ello, Belerofonte pudo capturar y domar sin dificultad al alígero caballo y, poniéndole el freno de oro, montó sobre él después de haberse cubierto con una férrea armadura. Entonces fue cuando, descendiendo disparado a través de los aires, dio muerte a la Quimera a flechazos.
A continuación Yóbates lo envió a pelear contra el pueblo de los solimos, belicosa raza que moraba en las fronteras de Licia; y cuando, contra lo que cabía esperar, hubo superado felizmente la durísima lucha, fue enviado de nuevo contra el ejército de las amazonas, un pueblo de mujeres guerreras. Como también de esta campaña regresara indemne y vencedor, el rey, deseoso de satisfacer de una vez el deseo de su yerno, preparóle una emboscada en la ruta de retorno, escogiendo al efecto a los hombres más valerosos de toda Licia. Pero ninguno de ellos regresó, pues Belerofonte dio muerte a todos los que le habían acometido, hasta el último.
Reconoció entonces el Rey que el huésped a quien albergara no era un criminal, sino un favorito de los dioses, y, en vez de seguir persiguiéndole, le retuvo en su reino, compartió con él el trono y le dio por esposa a su hermana hija Filónoe. Los licios le cedieron los mejores campos y plantaciones para que los cultivase, y su esposa le dio tres hijos, dos varones y una hembra.
Pero la felicidad de Belerofonte había llegado a su término. Su hijo mayor, Isandro, si bien creció hasta convertirse en un fornido héroe, cayó luchando contra los solimos. La hija, Laodamía, sucumbió a una flecha disparada por Ártemis, después que hubo dado a luz a un vastago de Zeus, el héroe Sarpedon. Sólo su hijo menor, Hipóloco, vivió y alcanzó una edad avanzada; fue famoso y a su vez envió a la guerra de los troyanos contra los griegos a su heroico hijo Glauco, a quien acompañó su primo Sarpedon, al frente de una magnífica hueste de licios, en ayuda de Troya.
En cuanto a Belerofonte, vuelto orgulloso por la posesión del inmortal corcel alado, quiso subirse al Olimpo y, aunque mortal, penetrar en la asamblea de los inmortales. Pero el mismo divino caballo se opuso a tan temeraria empresa y, encabritándose en pleno espacio, arrojó al suelo a su terrenal jinete. Cierto que Belerofonte se rehizo de la caída, pero, odiado desde aquel día por los celestiales y sintiendo vergüenza ante los humanos, anduvo errante y solitario, esquivando el encuentro con los hombres y fue extinguiéndose a lo largo de una vejez ignorada y pesarosa.

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El mito de Belerofonte