MELEAGRO Y ATALANTA.
En Calidón, país de Etolia, el rey Eneo y su esposa, Altea,
tuvieron un hijo llamado Meleagro. Cuando el bebé no tenía ni una semana,
llegaron a la casa las Parcas,
que mirando al recién nacido profetizaron así:
- "Será un hombre bueno como su
padre".
- "Será un héroe reconocido en todo
el mundo".
- "Vivirá hasta que se consuma la tea
del hogar".
El oído de su ansiosa madre captó estas palabras y, no antes de que las misteriosas hermanas se fueran, se levantó de su cama para coger la tea, la apagó en agua y la escondió entre los mayores tesoros secretos.
Meleagro fue uno de los héroes que se dirigió con jasón a buscar el vellocino de oro, y cuando volvía a casa otra hazaña le estaba esperando, matar al jabalí de calidón.
En ausencia de su hijo, el rey Eneo se había ganado la ira de una diosa. para agradecer un año próspero en frutos, ofreció en el altar de Démeter maíz, a Dioniso vino y a Atenea aceite; pero se olvidó de Artemisa, por lo que esta altiva doncella se vengó del mortal que no la había honrado. Ella envió a su país un monstruoso jabalí de ojos brillantes y dientes espumosos, sus cerdas fuertes y afiladas como puntas de espada, sus colmillos largos como los de un elefante, su respiración tan fiera como la de un hombre sobresaltado, y la bestia rompía en estruendos a través de los bosques. Dondequiera que estuviera todo lo destrozaba: las cosechas pisoteadas, los rebaños dispersos con sus estampidas, los pastores huían de sus rebaños y los agricultores no se arriesgaban a salir para recoger el fruto de sus viñas y olivos, dejándolos colgados en el aire.
Así que cuando Meleagro fue a casa de Colco, se encontró la tierra de su padre devastada por el terror del monstruo. En seguida reunió a un grupo de cazadores y sabuesos para rastrear en su guarida como ningún hombre había hecho.
Entre los cazadores había un mujer, Atalanta, de quien se contaban historias extrañas. Su padre también era rey y había esperado un hijo como Meleagro para que fuese su heredero, así que cuando nació su hija en su enfado abandonó a la niña en una montaña salvaje para que muriese; pero la niña fue amamantada por una osa y creció como un chico fuerte hábil en el manejo del arco y de la lanza. Pocos jóvenes podían superarla en fuerza o en coraje.
Cuando encontraron al jabalí, todos se lanzaron a por él con redes y perros, pero la primera lanza que alcanzó al jabalí fue la de Atalanta. El jabalí se precipitó sobre ellos como un trueno, pero cuando parecia que los hombres iban a perder la batalla ente su embestida, una flecha de Atalanta dio en el jabalí que otra vez se paró desválido por el dolor, y el resto de los hombres, avergonzados de ser vencidos por una mujer, en seguida se centraron en el ataque.
El monstruo se echó a tierra a causa de las heridas que tenía y murió cuando Meleagro le clavó su espada hasta la empuñadura. Cortaron la cabeza del jabalí y quitaron las cerdas, y Meleagro dio estos trofeos a Atalanta, ya que era la única que se lo merecía al dar el fatal golpe. Pero algunos cazadores no estaban de acuerdo con ésto, entre ellos los dos hermanos de Altea y tíos de Meleagro. Éstos se pelearon con Meleagro y acabaron muertos a los pies de su sobrino.
Cuando las noticias de la muerte del jabalí llegaron a Altea, ésta salió al templo para dar gracias, pero en el camino se encontró con el séquito morturio que llevaba a sus dos queridos hermanos a su pira funeraria. Cuando supo que su hijo los había matado, lo maldijo y sacó la tea apagada que llevó al altar donde estaba el fuego del sacrificio y la arrojó a la llama. Cuando vio la consecuencia de su delirio vengativo, la desconsolada madre no vio nada mejor que terminar sus propios días muriendo con sus hermanos.
Meleagro murió cuando regresaba a casa trayendo el triunfo y el botín de la gran caza. Así se cumplió el decreo de aquellas hermanas fatales que vieron su nacimiento.
Atalanta regresó a sus lugares salvajes, cuidando de no unirse con hombres desde que murió aquel que había conmovido su corazón. Pero su padre se enteró de esta promesa y procuró conseguirla un hombre que fuese el heredero de su reino, ya que aún no había encontrado a tal heredero.
Había muchos pretendientes que querían casarse con esa bella mujer, pero ella insistía en que no quería casarse. Por fin accedió ante las presiones de su padre, pero con una condición: el pretendiente tendría que ganarla a una carrera, si no ganaba, éste moriría. El pretendiente debía correr desnudo y sin armas, pero la doncella llevaba una lanza para matarlos si no ganaban la carrera.
Hipomenes era uno de tantos pretendientes, pero antes de participar en el concurso, imploró el favor de Afrodita y la diosa le dio tres manzanas de oro para que las llevara en sus manos cuando corriese, y lo que tenía que hacer con ellas dependía del conocimiento del corazón de la mujer más que del ingenio del hombre.
La carrera comenzó, y antes de que Atalanta lograse alcanzar a Hipomenes, éste tiró una manzana de oro para entorpecer la carrera de aquella. Tentada por la curiosidad, Atalanta se paró para recoger la manzana, mientras que Hipomenes avanzó un poco más. Cuando ella le volvió a alcanzar, Hipomenes volvió a tirar otra manzana y ella se volvió a parar a recogerla. Lo mismo ocurrió con la tercera manzana. De esta forma ganó Hipomenes la carrera cuyo premio era casarse con Atalanta. Pero poco duró la fortuna del joven, ya que se olvidó de agradecer a Afrodita su ayuda. Afrodita condujo la ofensa contra Rea (Cibeles), la poderosa madre de los dioses, que transformó al corredor y a su novia en un par de leones, enganchados a su carro cuando ella lo cogía en medio de un estruendo de cuernos y platillos.