domingo, 5 de octubre de 2014

Pericles y la democracia de Atenas



Pericles, que vivió entre 495 y 429 antes de Cristo, fue uno de los más importantes políticos y oradores atenienses. Su ingenio permitió a esta ciudad griega erigirse como un motor cultural único a la hora de producir las más variadas y logradas obras, ya fuera en el terreno político, filosófico (con los ejemplos de Sócrates y Platón), artístico o histórico. Su impulso constante a las letras y a los monumentos y la mejora incansable en la calidad de vida de los habitantes de Atenas hicieron de esta ciudad un semillero increíble de creación y originalidad, como nunca hasta entonces, ni después, se ha visto, sobretodo considerando la escasa población de la capital griega.

Para entender por qué apareció la sofística y la posterior reacción a ella de Sócrates y Platón es necesario aproximarnos a Pericles, a sus actuaciones democráticas en Atenas y su ímpetu cultural. Desde tiempo atrás, casi por naturaleza, la posibilidad de alcanzar la virtud, es decir, la excelencia de una vida plena y digna, se reservaba a las clases aristocráticas, dado que los plebeyos carecían de tiempo y no se consideraban aptos para alcanzarla. Pero Pericles cambió esta circunstancia instaurando un sistema de sorteo para el arcontado (una forma de gobierno en la cual el poder descansaba en nueve jefes, los arcontes, a quienes se cambiaba todos los años por elección), así como para los funcionarios. De hecho, toda magistratura no especializada seguirán este tipo de sorteo, por lo que los cargos vitalicios estarían sujeto a ser depuestos, incluido el del mismo Pericles. Así, casi todo ciudadano (casi todo, porque los esclavos y mujeres estaban al margen) podía, por sí mismo, acceder a un puesto de este tipo, valorándose sus aptitudes en detrimiento de sus orígenes o ascendencia. Además, se retribuía por los servicios prestados a la polis, decisión que, como vimos, Platón criticó posteriormente a los sofistas en relación a la filosofía. Pero la idea que subyace a esta determinación no es tanto, por supuesto, envilecer la propia filosofía, sino ofrecer la posibilidad de que todos, no sólo unos pocos privilegiados, la enseñen y abarque, así, un mayor horizonte. Con esto, como señala C.M. Bowra, "Pericles completó el proceso de democratización e hizo que Atenas reclutase a sus servidores en una extensión mayor y los recompensase por sus servicios" ('La Atenas de Pericles', Alianza, 1979)

Así, la idea de Pericles era que los pobres, por el hecho de serlo, no se vieran impedidos de participiar en la vida política activa. Sorprende que la palabra democracia estuviera tan literalmente aplicada en la Atenas clásica. Porque la facultad popular de gobierno no quedaba en manos de unos representates electos, sino que el mismo pueblo el que ejercía el poder. Por lo tanto, la asamblea popular, la institución más relevante, constituida por todos los ciudadanos, era soberana, y su poder y radio de acción no estaba limitado por nada: esto significa que aquel que mejor dominara el arte de la persuasión, el que mejor hablara, entusiasmara o agradara a la audencia era el que podía llevar el mando político de la ciudad. Y en este terreno, por supuesto, los sofistas, artistas de la palabra y la capacidad para convencer, tenían las de ganar, otro punto que relaciona la democracia ateniense con la filosofía.

En épocas de paz, el pueblo (démos) estaba sujeto a las órdenes y mandatos del señor, al que servían fabricándole instrumentos y utensilios o cosechando sus campos. Sin embargo, en la guerra de poco servían las ayudas de los poetas o el enfrentamiento personal: era imprescindible la unión, la agrupación de cuántos más griegos mejor. En estas circunstancias el démos era quien mandaba, el que llevaba las riendas, por lo que las ordenanzas aristocráticas perdían su relevancia. Esta condición, a su vez, exigía la isonomía (es decir, la igualdad de todos ante la ley, símbolo de la democracia teórica) y la isegoría (el derecho a la palabra, a su acceso y uso público). En la Oración Fúnebre, recogida por Tucídides en su Historia de la Guerra del Peloponeso, leemos un conciso resumen de las medidas políticas y sociales de Pericles : "nuestra política no copia las leyes de los países vecinos, sino que somos la imagen que otros imitan. Se llama democracia, porque no sólo unos pocos sino unos muchos pueden gobernar. Si observamos las leyes, aportan justicia por igual a todos en sus disputas privadas; por el nivel social, el avance en la vida pública depende de la reputación y la capacidad, no estando permitido que las consideraciones de clase interfieran con el mérito. Tampoco la pobreza interfiere, puesto que si un hombre puede servir al estado, no se le rechaza por la oscuridad de su condición." Esto significa que ser ciudadano de Atenas era tener ya una función a realizar: había que comprometerse ante las circunstancias de la ciudad donde se vivía, actuar, mandar o ser mandado, no permanecer de brazos cruzados a la espera de que otros lleven a cabo sus propias acciones, "pues somos [los atenienses] los únicos que consideramos no hombre pacífico, sino inútil, al que nada participa en ella [la actividad pública].

Por otra parte, una particularidad que define la democracia de Pericles es, por supuesto, la libertad. Pero no debe entenderse ésta como el privilegio de hacer lo que nos venga en gana, ya que se trata de un estatuto con dos extremos bien complementarios: de una parte, hay que ser libre en relación a toda exigencia o imposición personal, y por otra, cabe obedecer a las leyes generales. Es decir, todo ciudadano queda liberado de las sujeciones a otros ciudadanos o grupos al formar parte de la polis, pero al mismo tiempo debe ser libre "sujeto a la misma ley".

Sin embargo, Pericles llevó a cabo también un conjunto de reformar o reinterpretaciones en el campo, mucho más peligroso, de la religión. Peligroso por lo que ya se vio en relación a Protágoras, a quien se acusó de impiedad algo más de una década después de la muerte de Pericles. Éste tuvo la osadía de considerar, casi laicamente, a los dioses: esto es, para él los dioses no eran una creencia, sino unaconjetura, pues se los consideraba en virtud de un consenso general; no cabía temerlos, pues los dioses son los que hacen el bien; y se les podía entender, tal y como hacían los materialistas, como abstracciones de las virtudes... . O sea, una serie de ataques, más o menos encubiertos, hacia la religión tradicional, ataques que señalan también la conformidad de Pericles con ideas sofistas, como las del propio Protágoras.

Esto tuvo consecuencias, no podía ser de otra manera, en las estrechas y aún piadosas mentes de la aristocracia y clase media ateniense: por mayoría decidieron aprobar una ley que autorizaba a acusar de impiedad a todo aquel que no creyera en la religión y, en cambio, se dedicara a enseñar "astronomía". Más radicalmente, incluso, se podía penar a todo aquel que no demostrase veneración a los dioses. Esto cogió casi por sorpresa a Anaxágoras, de quien fue alumno el mismo Pericles en su juventud, y la propia compañera de Pericles, Aspasia de Mileto, que fue acusada de corromper a las mujeres atenienses (al parecer, porque regentaba un burdel), aunque el líder ateniense pudo salvarla. Este tipo de leyes fueron cada vez más habituales y cruentas, hasta que cristalizaron en la pena de muerte pedida a Sócrates, justo al inicio del siglo IV antes de Cristo.

Con ello, naturalmente, si bien el prestigio de Atenas se mantuvo durante varios siglos más, el anhelo ilustrado de Pericles acabó definitivamente ahogado; no pudo pues hacer nada cuando, en 430 antes de Cristo, sus enemigos lo depusieron del poder y arrebataron el generalato. Unos meses más tarde Pericles moriría víctima de una epidemia (seguramente fiebre tifoidea, según se piensa actualmente). En su Oración Fúnebre, Tucídides se lamenta finalmente por la desaparición de Pericles, pero aún llora más por la pérdida de una ciudad, Atenas, que iniciaría así una lenta decadencia, tras la época de extraordinaria grandeza que el líder ateniense supo inspirar.


http://apuntesdefilosofa.blogspot.com.ar/2007/11/pericles-y-la-democracia-de-atenas.html


EL JUEGO EN QUE ANDAMOS – Juan Gelman
Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta salud de saber que estamos muy enfermos,
esta dicha de andar tan infelices.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta inocencia de no ser un inocente,
esta pureza en que ando por impuro.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
este amor con que odio,
esta esperanza que come panes desesperados.
Aquí pasa, señores,

que me juego la muerte.


 El Jugador


En una calurosa tarde de verano, en un tren con destino a ninguna parte
Me reuní con el jugador. Los dos estábamos muy cansados para dormir.
Así que nos turnamos para mirar por la ventana a la oscuridad.
El aburrimiento nos alcanzó y él comenzó a hablar.


Dijo: "Hijo, he hecho una vida fuera de leyendo las caras de la gente.
Conozco que cartas son por la manera en que ellos tienen sus ojos.
Así que si no te importa que lo diga, puedo ver que estás sin ases,
Por un sorbo de tu whisky, te daré un consejo. "

Así que le entregué mi botella y se bebió el último trago.
Luego gorroneó un cigarrillo y me pidió lumbre.
Y la noche adquirió un silencio mortal, y su cara perdió toda expresión.
Él dijo, "Si vas a jugar el juego, muchacho, tienes que aprender a jugarlo bien.

Tienes que saber cuándo mantenerlas, saber cuándo doblarlas
Saber cuándo irse, saber cuándo correr.
Nunca cuentes tu dinero cuando estés sentado en la mesa.
Ya habrá tiempo suficiente para contar cuando el trato esté hecho.

Cada jugador sabe que el secreto para sobrevivir
Es saber qué tirar y saber qué conservar.
Porque cada mano es un ganador y cada mano es un perdedor
Y lo mejor que se puede esperar es morir en su sueño. "

Y cuando terminó de hablar, se volvió hacia la ventana,
Apagó el cigarrillo, se perdió en el sueño.
Y en algún lugar en la oscuridad, el jugador salió sin ganar ni perder.
Y en sus últimas palabras, encontré un as que me podía guardar.

Tienes que saber cuándo mantenerlas, saber cuándo doblarlas
Saber cuándo irse, saber cuándo correr.
Nunca cuentes tu dinero cuando estés sentado en la mesa.
Ya habrá tiempo suficiente para contar cuando el trato esté hecho.

Tienes que saber cuándo mantenerlas, saber cuándo doblarlas
Saber cuándo irse, saber cuándo correr.
Nunca cuentes tu dinero cuando estés sentado en la mesa.
Ya habrá tiempo suficiente para contar cuando el trato esté hecho.

Tienes que saber cuándo mantenerlas, saber cuándo doblarlas
Saber cuándo irse, saber cuándo correr.
Nunca cuentes tu dinero cuando estés sentado en la mesa.
Ya habrá tiempo suficiente para contar cuando el trato esté hecho.


 A UN OLMO SECO – ANTONIO MACHADO

  Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.

  ¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.

  No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
  Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.

  Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.

Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.




La Traviata, historia de una pasión  - Giuseppe Verdi



ACTO I
Fiesta en un lujoso salón en casa de la cortesana Violetta Valery.

Entre los invitados se encuentran su amiga y confidente Flora Bervoix, el barón Douphol, su amante y protector, y el vizconde Gastone de Létorières, a quien acompaña el joven Alfredo Germont que es presentado a los asistentes. Durante la cena, Alfredo, enamorado de Violetta, ofrece un apasionado brindis a la anfitriona (“Libiamo, libiamo ne lieti calici”) y mientras los invitados se trasladan al salón del baile aprovechando que ella queda atrás presa de un ataque de tos, le declara su amor. Alfredo le propone abandonar la vida en París y huir juntos al campo donde podrá recobrar su salud, pero ella rechaza ese amor, demasiado puro, aunque le da una camelia aceptando que la visite al día siguiente, cuando esta marchite.
Cuando todos los invitados han abandonado la fiesta, Violetta reflexiona sobre su vida frívola y despreocupada y la soledad que siente, y sueña con aquello que Alfredo le propone, aunque con su voz trata de cubrir el eco de esas palabras que suenan en su interior (“Sempre libera”).

ACTO II
Escena primera. Una casa de campo en las cercanías de París.

Tres meses han pasado y Violetta y Alfredo viven felices juntos. Alfredo, avergonzado y alarmado, marcha a París al enterarse por Annina, la doncella, de la precaria situación económica que obliga a Violetta a vender sus propiedades para sufragar los gastos de la casa. Por su parte Violetta, al tiempo que lee una invitación a un gran baile en casa de su amiga Flora, recibe la visita de Giorgio Germont, padre de Alfredo, que le responsabiliza de causar la ruina moral y económica de su hijo. Aunque pronto se disculpa al descubrir la pureza de los sentimientos de Violetta, le ruega que sacrifique su amor y abandone a Alfredo, evitando así el descrédito de su familia . Violetta se resiste, pero finalmente, accede a plegarse a los deseos del anciano. 

A su regreso, Alfredo encuentra una nota de despedida y, sobre la mesa, la invitación de Flora. Lleno de celos y desesperado, y sin alcanzar consuelo en brazos de su padre, se dirige a la fiesta en busca de venganza.

Escena segunda. Fiesta de disfraces en la casa de Flora en París.
Entre mesas de juego, los invitados comentan la separación de Violetta y Alfredo, cuando este hace acto de presencia y toma asiento en una de las mesas. Violetta entra en el salón del brazo del barón Douphol, quien ante las insolencias que Alfredo dirige a su acompañante, le desafía en el juego. La tensión entre ambos crece y el barón retará en duelo a Alfredo cuando con desprecio le arroja a Violetta una bolsa llena del dinero ganado en el juego. Violetta se desmaya conmocionada, momento en el que entra Giorgio Germont reprobando la actitud de su hijo.

ACTO III
Dormitorio en casa de Violetta.

Violetta que vive sola con su fiel Annina; está gravemente enferma y apenas tiene dinero para sobrevivir. Se encuentra en cama cuando recibe la visita del médico que tranquiliza a la enferma, pero confiesa a Annina que le quedan muy pocas horas de vida. Se marcha Annina y Violetta vuelve a leer la carta que ha recibido del padre de Alfredo en la que le dice que ha revelado a su hijo el sacrificio de su amada y que Alfredo se ha puesto en camino para pedirle perdón. Ella lamenta su enfermedad y recuerda los bellos momentos del pasado ("Addio, del pasato ...”).Por la ventana entra el bullicio del Carnaval que se celebra en la calle y que contrasta con la tristeza que invade la habitación. Aparece Alfredo, a quien acompaña su padre, y los enamorados se funden en un abrazo en el que todas las pasadas amarguras se han olvidado. Alfredo dice a Violeta que la llevará fuera de París ("Parigi, o cara..") y sueñan con una vida juntos.

Violetta desfallece, aunque consigue levantarse llena de esperanza. Súbitamente cesa la agitación de la enferma, y reviviendo los momentos felices de su amor, Violeta muere.
LOS PERSONAJES

VIOLETTA VALERY (Soprano)
Bella cortesana parisiense entregada a la riqueza y al placer a pesar de la grave enfermedad que le aqueja. No conoce el verdadero amor hasta que se enamora de Alfredo Germont y, por él, abandona su antigua vida.

ALFREDO GERMONT (Tenor)
Joven perteneciente a la alta burguesía y económicamente depende de su padre. Enamorado apasionadamente de Violetta, logra que esta abandone su vida licenciosa por su amor.

GIORGIO GERMONT (Barítono)
Padre de Alfredo. No aprueba la relación entre su hijo y Violetta, y le pide a esta que abandone a su hijo para no poner en riesgo la posición familiar, desencadenando el drama.

FLORA BERVOIX (Soprano)
Cortesana, amiga de Violetta. Disfruta de amores y vida disipada. Celebra la gran fiesta de disfraces en la que Violetta y Alfredo se reencuentran tras su separación.

ANNINA (Mezzosoprano)
Fiel doncella de Violetta. Le acompañará hasta su muerte.

GASTONE, VIZCONDE DE LETORIÉRES (Tenor)
Miembro de la nobleza parisina y amigo de Alfredo. Es Gastone quien le presenta a Violetta.

BARONE DOUPHOL (Barítono)
Rico aristócrata, amante y protector de Violetta antes de que esta conozca a Alfredo. Tras la separación de los jóvenes enamorados, de nuevo acompaña a Violetta a la fiesta de disfraces en casa de Flora. Allí retará en duelo a Alfredo.

DOCTOR GRENVIL (Bajo)
El médico de Violeta. Él sabe la gravedad de la enfermedad de Violeta y confiesa a la ayudante de cámara de la protagonista que su patrona morirá de forma inminente.




El Capricho italiano, de Tchaikovsky

El Capricho italiano es una obra para orquesta, del compositor ruso Pyotr Ilych Tchaikovsky. Fue compuesta entre enero y mayo de 1880 y estrenada en Moscú en diciembre de ese mismo año. Existe también una adaptación para piano en cuatro manos que hizo posteriormente el mismo Tchaikovsky. La obra está dedicada a Karl Davydov.

Como el nombre lo indica, la obra emula las melodías y sonidos propios del folklor italiano, que Tchaikovsky conoció durante un viaje realizado a Roma en enero de 1880. Aunque inicialmente el compositor pretendió que su obra fuese una fantasía, al final optó por componer un capricho. Si bien ambos géneros se caracterizan por su forma libre, la principal diferencia estriba en el carácter improvisatorio de la fantasía. El capricho, por su parte, se caracteriza por ser además una composición predominantemente instrumental, de carácter rápido e intenso.

La obra de Tchaikovsky presenta exquisitas melodías, un crescendo que recuerda los de Rossini. Es, en fin una colección de temas y danzas muy italianas y bellas. Como escribiera el mismo compositor: “He trabajado exitosamente durante los últimos días, y ya he preparado en bruto mi Fantasía Italiana sobre temas folklóricos, la cual, me parece, está destinada a tener un buen futuro. Será efectiva, gracias a sus deliciosos tonos, algunos de los cuales fueron escogidos de colecciones, y algunos de los cuales escuché por mí mismo en las calles”.

Definitivamente tuvo éxito en su obra, la cual muestra aún hoy ese encanto que tuvo siempre en la mente del músico y en el público. Esto muestra también la impresión positiva que por lo general se han llevado los músicos que visitan Italia –Mendelssohn escribió también una obra alusiva a la Península: la Sinfonía Italiana–, cuna del renacimiento y símbolo del progreso, la belleza, el virtuosismo y el gusto exquisito.

Para mí, el Capriccio Italien es la obra más bella de Tchaikovsky, –al menos en lo que respecta a sus obras cortas– y recomiendo al lector, si le gusta la música clásica y no ha tenido aún el placer de escuchar esta obra, que la escuche. Son quince minutos de belleza…

 http://michelle07.wordpress.com/2009/06/23/el-capricho-italiano-de-tchaikovsky/  


sábado, 4 de octubre de 2014

Límites - Jorge Luis Borges

De estas calles que ahondan el poniente,
una habrá (no sé cuál) que he recorrido
ya por última vez, indiferente
y sin adivinarlo, sometido
a quien prefija omnipotentes normas
y una secreta y rígida medida
a las sombras, los sueños y las formas
que destejen y tejen esta vida.

Si para todo hay término y hay tasa
y última vez y nunca más y olvido
¿Quién nos dirá de quién, en esta casa,
sin saberlo, nos hemos despedido?
Tras el cristal ya gris la noche cesa
y del alto de libros que una trunca
sombra dilata por la vaga mesa,
alguno habrá que no leeremos nunca.

Hay en el Sur más de un portón gastado
con sus jarrones de mampostería
y tunas, que a mi paso está vedado
como si fuera una litografía.

Para siempre cerraste alguna puerta
y hay un espejo que te aguarda en vano;
la encrucijada te parece abierta
y la vigila, cuadrifronte, Jano*.

Hay, entre todas tus memorias, una
que se ha perdido irreparablemente;
no te verán bajar a aquella fuente
ni el blanco sol ni la amarilla luna.

No volverá tu voz a lo que el persa
dijo en su lengua de aves y de rosas,
cuando al ocaso, ante la luz dispersa,
quieras decir inolvidables cosas.

¿Y el incesante Ródano y el lago,
todo ese ayer sobre el cual hoy me inclino?
Tan perdido estará como Cartago
que con fuego y con sal borró el latino*.

Creo en el alba oír un atareado
rumor de multitudes que se alejan;
son lo que me ha querido y olvidado;
espacio, tiempo y Borges ya me dejan.


Notas:
* Cuadrifonte Jano: En la antigua mitología romana, Jano es el dios de los comienzos, las transiciones, las puertas y el tiempo. Usualmente se representa con dos caras, una mirando al futuro y la otra al pasado. En este caso, Borges usa el término "cuadrifronte" (cuatro frentes) para describirnos un Jano con cuatro caras.
* Latino: Se refiere a los romanos en la toma y destrucción del imperio cartaginés.