Prolífico músico francés, militante de vanguardia que experimentó con la politonalidad
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El músico francés Darío Milhaud (1892-1974), tuvo una facilidad tremenda para componer, lo cual se evidencia en su abundante producción que incluye todo tipo de género, desde pequeñas piezas infantiles para piano, hasta óperas monumentales. Su música se asocia con la vanguardia parisina de los años 20. Milhaud fue de los primeros en componer obras para percusión. Empleó técnicas del jazz, politonalidad, pastiches y ritmos folklóricos de varios países.
Milhaud creció en un ambiente provinciano, cerca del pueblo de Aix-en-Provence, en el seno de una familia burguesa de sólida posición económica, comerciantes de almendras, que poseían ciertas afinidades hacia la música. Su padre era pianista aficionado y su madre, de origen italiano, cantaba. Milhaud los acompañaba con su hermosa voz que llegó e transformarse en barítono. A los siete años ya tocaba el violín y en 1909 se fue a estudiar en el Conservatorio de París, hasta 1915. Allí tuvo de maestros a Berthelier (violín), Paul Dukas (Dirección de orquesta), Leroux (armonía) y Gédalge (composición y contrapunto). En un principio descubre a Wagner y los impresionistas, quedando influenciado por ellos, pero luego los rechaza, cambiando de dirección en muy corto tiempo. El ambiente parisino le permitió escuchar las últimas obras de vanguardia como la Consagración de la Primavera y Petrushka de Stravinsky, la ópera Boris Godunov de Mussorsky y las obras atonales de Schoenberg.
Milhaud cultivó la amistad de varios poetas y escritores de su época, con los cuales compartía opiniones acerca de su música. Entre ellos estaban el poeta Leo Latil, quien murió en el frente durante la primera guerra, y el escritor Paul Claudel.
El carnaval de Aix.
Esta suite orquestal cuyo título original es “Le Carnaval D’Aix Op. 83 b” fue compuesta en 1926 por Darius Milhaud a partir de un Ballet titulado “Salade”. Milhaud era nativo de Aix y compuso esta obra como un homenaje a su tierra natal. En un tour que hizo el compositor a los Estados Unidos en 1926, El carnaval de Aix, fue presentada con gran éxito. Es una suite concertada para piano y orquesta con nombre de los movimientos que evocan los personajes de la Comedia del Arte.
La obra El carnaval de Aix de Darío Milhaud es de unos 18 minutos de duración y consta de 12 piezas bastante breves.
1. Le Corso 1:19
2. Tartaglia 1:16
3. Isabella 1:19
4. Rosetta 2:07
5. La bon et la mauvaise tuteur 1:58
6. Coviello 0:24
7. La Capitaine Cartuccia 2:19
8. Polichinelle 0:24
9. Polka 1:22
10. Cinzio 1:32
11. Souvenir de Río 2:04
12. Final 1:41
Una obra realmente alegre, ligera, llena de colorido orquestal y, por supuesto, muy fácil de escuchar. Contiene pequeñas piezas de carácter burlesco orquestadas a la manera tradicional con ritmos de danza y otras de carácter marcial. En el Souvenir de Río se escucha un tango y algunas sambas que evocan la nostalgia del compositor por la América del Sur cuando le tocó vivir allí durante los años 1916-1918.
¡Ah, qué estoy cansada! Me he reido tanto,
tanto, que a mis ojos ha asomado el llanto;
tanto, que este rictus que contrae mi boca
es un rastro extraño de mi risa loca.
Tanto, que esta intensa palidez que tengo
(como en los retratos de viejo abolengo)
es por la fatiga de la loca risa
que en todo mi cuerpo su sopor desliza.
¡Ah, qué estoy cansada! Déjame que duerma;
pues, como la angustia, la alegría enferma.
¡Qué rara ocurrencia decir que estoy triste!
¿Cuándo más alegre que ahora me viste?
¡Mentira! No tengo ni dudas, ni celos,
Ni inquietud, ni angustias, ni penas, ni anhelos,
Si brilla en mis ojos la humedad del llanto,
es por el esfuerzo de reirme tanto…
Jasón y los Argonautas:
Jasón es un héroe tesalio. Aesón, su padre, era hijo de Creteo y de Tiro (la que fue amada por Poseidón). Fue despojado de su reino, el país de Iolcos, por su hermanastro, Pelias, hijo de Tiro y de Poseidón. No obstante, su hijo Jasón fue criado por el centauro Quirón. Llegado a edad adulta, Jasón dejó el Pelión y se presentó en Iolcos, cubierto por una piel de pantera, con una lanza en cada mano y el pie izquierdo sin sandalia. Pelias estaba celebrando un sacrificio; al ver a ese hombre, tuvo miedo, pues un oráculo le había aconsejado "desconfiar del hombre que no tuviera más que una sandalia". Jasón se acercó al rey y le reclamó el reino que, según decía, le pertenecía legítimamente. Pelias, sin rehusar abiertamente, le pidió que antes trajera el vellocino de oro del carnero que antaño se habían llevado Frixo y Hele desde Grecia a Cólquida. Ese vellocino, como se sabía, se hallaba en un bosque consagrado a Ares, en Colcos, y el rey Aetes, hijo del Sol y de la Oceánida Perseida, lo había confiado a la custodia de un dragón maligno. Pelias, al enviar tan lejos a Jasón, estaba convencido de que no volvería. Jasón aceptó la misión y empezó por pedir consejo a Argos, hijo de Frixo y Argos, por indicación de Atenea, construyó el primer gran navío, el Argos, capaz de llevar a Cólquida, es decir, al fondo del Ponto Euxino, a Jasón y a los compañeros que él eligiera. Esa nave se construyó pronto, en el puerto de Pagase, en Tesalia, con madera cortada en el Pelión, pero la pieza de proa era un trozo de encina procedente de Dodona (el bosque donde Zeus daba sus oráculos): proporcionado por Atenea, ese trozo de encina tenía el don de la palabra y podía profetizar.
El viaje de ida:
Los compañeros no tardaron en afluir. Jasón retuvo a unos cincuenta. Las listas que dan los autores son diversas: no obstante, algunos se encuentran siempre: Orfeo, el músico, que había de marcar el compás a los remeros, Tifis, el piloto, instruido por Atenea, el adivino Idmón, los hijos de Bóeras, el Viento del Norte, Calais, Cetes, y luego Cástor y Pólux, y sus dos primos, Idas y Linceo. Heracles es nombrado a veces, pero el destino le prohibía ir a la Cólquida, y un episodio del viaje explicaba cómo se había detenido por el camino para buscar al joven Hilas, a quien amaba, y al que las ninfas de un manantial habían arrebatado cuando sacaba agua. El viaje comenzó bien. Los presagios eran favorables. La primera escala fue Lemnos, donde no había más que mujeres, pues estas habían matado a todos los hombres, que les habían sido infieles a consecuencia de una maldición lanzada por Afrodita. Las Lemnianas fueron amables con los navegantes, y éstos les dieron hijos, fundadores de una raza nueva. Al pasar por Samotracia, los Argonautas se hicieron iniciar en los misterios de los Cabiros, que se celebraban en la isla. Luego, penetrando en el Helesponto, fueron recibidos favorablemente por los doliones y su rey Cícico, en el país de Cícica. Se hicieron a la vela, pero el viento giró durante la noche, y, antes del alba, estaban de nuevo con los doliones, que no les reconocieron, les tomaron por piratas pelasgos y combatieron con ellos. En el curso del combate, el rey Cícico fue muerto. Cuando se levantó el día, se reconocieron, quedaron desolados, y Jasón fundó unos juegos fúnebres en honor de Cícico. La etapa siguiente condujo a los navegantes a la costa de Misia. Allí fue donde se perdió el joven Hilas, y Heracles, partido en su busca, no volvió a tiempo para la marcha de la nave. El Argos llegó entonces entre los bebricios, cuyo rey era Amico, que obligaba a los viajeros a luchar contra él en pugilato. Fue Pólux quien recogió el desafío y mató al rey, o, según otros, le hizo prometer que se conduciría mejor en lo sucesivo. Al día siguiente, la tempestad arrojó al Argos a la costa de Tracia, en el país de Fineo. Este era un adivino ciego, hijo de Poseidón, y los dioses le habían afligido con una maldición singular. Cada vez que quería comer. Las Arpías, demonios alados, se precipitaban sobre él, arrebatando los platos y manchando el resto. Calais y Cetes, que eran alados, como hijos de un dios del Viento, se precipitaron en persecución de las Arpías, las alcanzaron y les hicieron prometer, por el Estigio, no importunar más a Fineo. Este, agradecido, les reveló el porvenir a los Argonautas; les aconsejó desconfiar de las Rocas Cianeas (las Rocas Azules), llamadas también Simplegadas (las Rocas que se chocan). Eran escollos que guardaban la entrada al Ponto Euxino, y, cuando una nave quería pasar, se precipitaba uno contra otro, para cerrar el paso. Fineo dijo a los Argonautas que, antes de franquearlos, hicieran una experiencia: enviar por delante una paloma, que volara a través del paso; si ella lo lograba, la nave podría seguirla: si no, inútil obstinarse. Los Argonautas siguieron ese consejo. La paloma logró volar entre las dos rocas, que no le atraparon más que una pluma de la cola. Cuando los escollos se separaron, el Argos se lanzó a toda velocidad; franqueó el paso y no dejó en la aventura más que una tabla de popa. A partir de ese momento, las Rocas Cianeas quedaron inmóviles y el camino del Ponto Euxino estuvo definitivamente abierto. Tras una escala en el país de los mariandines, donde el adivino Idmón (que había previsto su muerte desde el comienzo) fue muerto en una cacería por un jabalí, el Argos superó la desembocadura del Termodonte y llegó a la Cólquida. El piloto Tifis había muerto poco antes. Le reemplazó en el gobernalle héroe Ancéo.
Medea:
Una vez en Colcos, Jasón expuso al rey Aetes el motivo de su llegada. El rey no rehusó a entregarle el Vellocino de oro, pero puso algunas condiciones: Jasón debía, ante todo, imponer el yugo a dos toros de cascos de bronce, regalo de Hefesto, que exhalaban fuego por las narices. Luego, con ayuda de ese tiro, debía arar un campo y sembrar los dientes de un dragón -el dragón de Tebas-. Nunca habría podido Jasón cumplir esas condiciones si no le hubiera ayudado la hija de Aetes, Medea, que había sentido por él una viva pasión. Ante todo le hizo prometer que la tomaría por mujer y la llevaría a Grecia con él, y luego, como era maga (igual que Circe, de quien era sobrina), entregó a Jasón un bálsamo con el que debía untarse antes de afrontar los toros, y le enseñó lo que había de hacer luego. Jasón, debidamente prevenido, logró domar los toros, arar el campo, y, cuando hubo sembrado los dientes del dragón, se apresuró a esconderse, pues de la tierra arada surgía una cosecha de hombres armados, con intenciones hostiles. Jasón, desde su escondite, lanzó en medio de ellos una piedra. Los guerreros se acusaron recíprocamente de haberla lanzado y se mataron entre sí.
El regreso:
No obstante, Aetes no cumplió su promesa; incluso intentó pegar fuego al Argos. Pero Medea, por sus sortilegios, durmió al dragón que guardaba el vellocino y se escapó con Jasón, en la nave, llevándose a su hermano pequeño, Apsirto. Aetes partió en su persecución. Para retardarle, Medea mató a su hermano y tiró sus miembros dispersos al mar. Aetes perdió un tiempo precioso recogiéndolos. Tras de lo cual, ya fue demasiado tarde para continuar la persecución. Durante ese tiempo, el Argos penetraba por las bocas del Danubio (el Istros) y subía por el río. Por ese camino, llegaron al Adriático (la geografía de esta leyenda es bastante incierta). Zeus, en ese momento, levantó contra ellos una violenta tempestad. La pros del navío se puso a hablar y reveló que los Argonautas llevaban la pena del asesinato de Apsirto y que tenían que ir a hacerse purificar por Circe. El Argos subió por el Po (Eridan), llegó al Ródano y volvió a bajar hasta junto a Circe, en la isla de Aeaea. Circe purificó a Medea, pero se negó a recibir a Jasón. Y el navío volvió a zarpar. Guiado por la propia Tetis, por orden de Hera, atravesó sin obstáculo el mar de las Sirenas. Orfeo cantó para evitar a los marinos la tentación de escuchar el canto de esos pájaros maléficos, pero uno de sus compañeros, Butes, prefirió a las Sirenas y saltó al mar. Afrodita le salvó y le estableció en la región de Lilibeo (Marsala). Continuando su ruta, y atravesando el estrecho de Caribdis sin daño, el Argos abordó Corcira, la isla de los feacios. Allí los argonautas encontraron una tropa de colquidianos lanzados en su persecución por Aetes. El rey del país, Alcinoo, rehusó entregar a Jasón y Medea, porque se probó que eran marido y mujer, y ya no dependían de Aetes. Apenas el Argos abandonó Corcira, una violenta tempestad le lanzó a las Sirtes. Llevando la nave sobre las espaldas, a través de las arenas, llegaron al lago Tritonis, cuyo dios, Tritón, les enseñó el medio de volver al mar. Cuando, en su camino, quisieron abordar Creta, tropezaron con un gigante llamado Talos, un "robot", obra de Hefesto, que guardaba la isla por cuenta de Minos. Desde lejos lanzaba rocas enormes contra los barcos que se acercaban. Y, tres veces al día, daba la vuelta a la isla. Ese Talos era invulnerable, pero en el tobillo, bajo una piel muy espesa latía una vena de la que dependía su vida. Medea le hizo enfurecerse con visiones engañosas, hasta que consiguió que se desgarrara el tobillo en una roca, con lo que murió. Los Argonautas pudieron desembarcar, pasar una noche en la orilla y zarpar al día siguiente. Pero, en el mar de Creta, de repente quedaron envueltos por una espesa nube. A ruegos de Jasón, Apolo les envió un chorro de fuego que les enseñó, muy cerca de ellos, un islote donde pudieron fondear. Dieron a ese islote el nombre de Anafi (la Revelación). Luego, siguiendo la Eubea, el navío llegó a Iolcos, al cabo solamente de cuatro meses de viaje, llevando el Vellocino de oro. Jasón, después, fue a consagrar la nave, en Corinto, como exvoto a Poseidón. Las hazañas de Jasón no habían terminado. Como Pelias rehusaba entregar su reino al joven, Medea persuadió a sus hijas, las Pelíadas, para que rejuvenecieran a su padre con encantamientos cuyo secreto le confió. Pero la receta que les dio no era verdadera, y las Pelíadas sólo lograron matar a su padre. A consecuencia de ese crimen, Jasón y Medea hubieron de refugiarse en Corinto, donde vivieron diez años. Al cabo de ese tiempo, Jasón se casó con Medea y se prometió con Creusa, la hija del rey Creón. Medea envió entonces a la muchacha un traje nupcial que le infundió un fuego violento en las venas; todo el palacio real ardió, con Creusa y Creón. Mientras, Medea mataba a los dos hijos que había tenido de Jasón y se escapaba en un carro alado. Jasón, tras todas estas aventuras, volvió a Iolcos y recobró su reino de Acasto, el hijo de Pelias, que había sucedido a su padre. Medea llevó algún tiempo una vida errante. Se quedó algún tiempo en Atenas, cerca de Egeo, pero hubo de abandonar el país. Halló refugio en Asia, en el país de los medas, que le debe su nombre, y luego volvió junto a su padre, a quien le hizo recobrar el reino, que, mientras tanto, le había quitado Perses, el propio hermano de Aetes. Una tradición decía que Medea nunca había muerto, sino que había sido transportada viva a los Infiernos para ser allí esposa de Aquiles.
http://www.mgar.net/var/mitos.htm
¿Y si la expedición de los Argonautas no es un mito? Cuenta la leyenda que Jasón viajó a la Cólquida (al pie del Cáucaso) acompañado de un grupo de cincuenta héroes griegos en busca del vellocino de oro, la piel de un carnero fabuloso que había salvado la vida a Frixo, antepasado de Pelias, y lo había trasladado a la Cólquida. Allí Frixo ofreció en sacrificio a Zeus este carnero y luego regaló la piel del animal, que era de oro, al rey Eetes, que lo depositó en un árbol custodiado por dos toros que arrojaban fuego por la boca y una serpiente que nunca dormía. Siempre habíamos creído que el relato de Jasón era fruto exclusivo de la fantasía propia de una época mítica. Sin embargo, investigaciones arqueológicas recientes han arrojado resultados curiosos que abren el interrogante de si no pudo haber detrás de este mito una base real histórica. El pasado año fue presentado en el Museo Benaki de Atenas el tesoro hallado en un enterramiento en Georgia: un tocado de oro de la ciudad de Tbilisi y un torso hallado en Vani que muestra una clara influencia del arte griego de época clásica. Recientemente, el Louvre ha examinado cuatro muestras de objetos de oro encontradas en Georgia y las ha comparado con algunas piezas de collar antiguos encontrados en una tumba en Volos, en Tesalia, habiendo encontrado entre ellas un origen común. Ambos objetos, griegos y georgianos, parecen proceder de oro de un río de la Cólquida. Para confirmar los resultados se va a proceder a repetir las pruebas con otras muestras. Si los resultados obtenidos fueran los mismos será la constatación de que los Argonautas conocían la existencia de oro en la Cólquida y que el relato de Jasón no es solo un mito. Sería el reflejo de la lucha que ha caracterizado siempre al ser humano por obtener el conocimiento de la producción de riquezas, plasmado en el vellocino de oro. Esto es lo que habría motivado el viaje a la lejana Cólquida de los Argonautas, como han asumido siempre los arqueólogos. Ahora, el análisis de las muestras de oro en el laboratorio pueden suministrar a los científicos las pruebas que necesitan para establecer conclusiones firmes. En los primeros análisis de los laboratorios del Louvre ha quedado claro que el oro es fluvial. El oro fue seleccionado por el método de la piel de cabra, una práctica conocida en las sociedades prehistóricas. Próximo al Mar Caspio, donde se sitúa la Cólquida, la patria de Medea, hay oro fluvial. También cerca de Volos, está el río Gallikos. Así que el oro fluvial también podría ser griego. Esta investigación debería haber finalizado hace mucho tiempo. El retraso se debe a que debido a la guerra con Rusia los georgianos enviaron los objetos de oro que debían compararse con los griegos hace solo unos meses. Los hallazgos de la tumba de Volos (entre ellos un collar de oro con un millar de piezas) datan de finales del siglo XV – siglo XIV a. C. de acuerdo con las pruebas de carbono. Curiosamente el mismo periodo en que los arqueólogos dicen que se construyó el primer complejo palaciego junto a un arroyo en el golfo Pagasitico. https://latunicadeneso.wordpress.com/.../%C2%BFy-si-la.../
Canciones con historia: EVERYTHING I OWN (Bread).
Este cuarteto norteamericano fue uno de los grupos pop más populares en la primera mitad de los años 70, considerados los padres del soft pop y realmente, ¿qué cuarentón o cincuentón no disfrutó la música de Bread en una fiesta en la primera mitad de la década del 70 o no bailó ese recordado y muchas veces amado lado A del LP “THE BEST OF BREAD”? (http://royaltrilogy.blogspot.com/2010/12/bread-musica-celestial.html). Y una de esas canciones que formaban parte de ese mítico lado A de la mencionada recopilación fue “Everything I Own”. La canción destilaba un sentimiento enorme y a flor de piel, que apenas uno la escuchaba en una fiesta, volaba a sacar a alguien a bailar para aprovechar unos tres minutos de apachurre.
"Everything I Own" fue escrita y producida por David Gates y fue incluida en el album “BABY I’M-A WANT YOU” de 1972. Fue lanzada como single el 29 de enero de 1972 y llegó al Nº 5 en USA, según Billboard, y al Nº 32 en UK.
Aunque la canción es frecuentemente interpretada como una canción romántica de amor, la verdad es que David Gates realmente escribió la canción como un tributo a su padre, quien había fallecido. De una u otra forma, sea cual fuere el sentido de su letra, ésta muy bella canción sigue cautivando cada vez que se escucha, y hoy, 40 años después, la volvemos a evocar.
Género: Rapsodia
Época: Clasicismo hasta actualidad
Interpretación: Instrumental solista, vocal y orquestal
Compositores destacados: Liszt, Brahms, Bartók,...
Estructura: A-B-C-D-...
Descripción:
La rapsodia es un género musical muy libre, pero además, una de las estructuras musicales más lógicas. La simple y llanamente superposición de ideas. Esto justamente eran lo que hacían los "rapsodas" (etimológicamente "cosedor de cantos"), pregoneros que recitaban, de memoria, distintos fragmentos de poemas en la Antigua Grecia. Ya en el siglo XVI, se terminó por adoptar la palabra rapsodia para designar a cada uno de los fragmentos en los que podía dividirse un poema o canto, o a un conjunto heterogéneo de éstos.
La primera vez que el término rapsodia se introdujo en el campo de la música fue en el "Musicalische Rhapsodien" de 1786, una colección de canciones acompañadas por teclado y breves piezas para solistas del compositor alemán Schubart. Durante lo que reste de siglo XVIII otros compositores como William Reeve o Johann Friedrich Reichardt titularán como rapsodias a algunas de sus obras vocales. Pero cuando verdaderamente se consagró la rapsodia como género fue con su traslado a la música pianística. Aunque se le atribuye al compositor checo Václav Jan Thomásek el precursor del género rapsódico con seis piezas para piano en 1803, en realidad un año antes, el desconocido Robert von Wenzell Gallenberg había publicado una pieza para piano titulada "Rapsodia". Las rapsodias de Thomásek tenían forma ternaria (ABA) con dos temas muy contrastantes y que derrochaban virtuosismo improvisatorio y brillantez. Esta forma tan atractiva cautivó durante el siglo XIX a otros compositores como Moscheles o Dreyshock entre otros.
La rapsodia tal como la conocemos hoy comenzó a desarrollarse con Franz Liszt en la segunda mitad del siglo XIX añadiendo a la estructura libre de la rapsodia, melodías folclóricas e inspiraciones populares fruto de los pensamientos e ideales nacionalistas de la época. Este aspecto sería adoptado por muchos compositores quienes, al nombre de la rapsodia, añadirían la procedencia de la fuente inspirativa (que generalmente era la propia nacionalidad del compositor). Así surgieron las 19 Rapsodias Húngaras de Liszt, la Rapsodia Noruega de Lalo o la Rapsodia Española de Ravel.
El otro gran aporte que dejó Liszt al género fue su transposición de solistas, principalmente el piano, a pequeños grupos instrumentales y la orquesta realizando versiones de sus propias rapsodias húngaras para ésta. Brahms rizó aún más el rizo y compuso su "Rapsodia para Alto" destinada a ser interpretada por un contralto, coro masculino y orquesta con texto de Goethe. Entre los compositores de rapsodias orquestales encontramos a Dvorak, Albéniz o Bartók, por citar algunos ejemplos. Otros compositores como Debussy, Rachmaninov o Gershwin adptaron la rapsodia para otros conjuntos musicales menores. En el caso de Gershwin, podemos hablar de una de las rapsodias más originales que existen: La "Rhapsody in Blue" compuesta para piano y banda de jazz en 1924 y posteriormente versionada para piano y orquesta en 1946 por Ferde Grofé. Y que toma ritmos y melodías del ámbito del Blues y el Jazz.
Podemos concluir que la Rapsodia es un género muy antiguo desde el punto de vista literario pero musicalmente no se consagró hasta el siglo XIX. Consiste en la yuxtaposición de ideas o episodios musicales cortos y contrastantes entre sí que se suceden con un deje improvisatorio en busca de luna brillantez o una clímax. Esta estructura tan libre da rienda suelta a la imaginación del compositor quien despliega toda su habilidad compositiva en una obra llena de virtuosismo que toma como inspiración, en muchos de los casos, temas o melodías de carácter folclórico o popular.
Flaco, lanudo y sucio. Con febriles
ansias roe y escarba la basura;
a pesar de sus años juveniles,
despide cierto olor a sepultura.
Cruza siguiendo interminables viajes
los paseos, las plazas y las ferias;
cruza como una sombra los parajes,
recitando un poema de miserias.
Es una larga historia de perezas,
días sin pan y noches sin guarida.
Hay aglomeraciones de tristezas
en sus ojos vidriosos y sin vida.
Y otra visión al pobre no se ofrece
que la que suelen ver sus ojos zarcos;
la estrella compasiva que aparece
en la luz miserable de los charcos.
Cuando a roer mendrugos corrompidos
asoma su miseria, por las casas,
escapa con sus lúgubres aullidos
entre una doble fila de amenazas.
Allá va. Lleva encima algo de abyecto.
Le persigue de insectos un enjambre,
y va su pobre y repugnante aspecto
cantando triste la canción del hambre.
Es frase de dolor. Es una queja
lanzada ha tiempo, pero ya perdida;
es un día de otoño que se aleja
entre la primavera de la vida.
Lleva en su mal la pesadez del plomo.
Nunca la caridad le fue propicia;
no ha sentido jamás sobre su lomo
la suave sensación de una caricia.
Mustio y cansado, sin saber su anhelo,
suele cortar el impensado viaje
y huir despavorido cuando al suelo
caen las hojas secas del ramaje.
Cerca de los lugares donde hay fiestas
suele robar un hueso a otros lebreles,
y gruñir sordamente una protesta
cuando pasa un bull-dog con cascabeles.
En las calles que cruza a paso lento,
buscan sus ojos sin fulgor ni brillo
el rastro de un mendigo macilento
a quien piensa servir de lazarillo
Los animales de compañía en el antiguo Egipto
Perros, gatos y monos eran tan apreciados por los egipcios que a su muerte eran momificados y enterrados con sus amos
Los antiguos egipcios destacaron por tener numerosos animales de compañía y por el particular afecto que sentían por ellos. El célebre historiador griego Heródoto de Halicarnaso, que visitó Egipto a mediados del siglo V a.C., subrayó que «los animales domésticos eran abundantes» y dio testimonio de la gran desolación que la muerte de una mascota producía entre los habitantes de la casa; éstos se depilaban las cejas en signo de aflicción cuando moría su gato, y se afeitaban todo el cuerpo, incluida la cabeza, si el que moría era un perro. No es extraño, por ello, que desde el Imperio Antiguo (2686-2173 a.C.) los egipcios se hicieran representar junto a sus mascotas en los muros de sus tumbas, en las estelas funerarias y en los sarcófagos. El poder mágico y religioso que se atribuía a la imagen en el Egipto faraónico (ya fuese en forma de escultura, relieve o pintura) aseguraba que el dueño y el animal que él quería, así representados, siguieran gozando de la mutua compañía en el Más Allá. Gracias a estas imágenes podemos conocer muchos detalles sobre la presencia de las mascotas en la vida diaria de los egipcios, sobre las características de las especies y razas de la fauna que entonces vivía junto al Nilo, sobre la domesticación de animales y sobre las prácticas veterinarias.
El mejor amigo del egipcio Las mascotas de los antiguos egipcios eran básicamente tres: perros, gatos y monos. Para los egipcios, el perro (en egipcio antiguo iu, o también tyesem) ya era el mejor amigo del hombre, el compañero más fiel en la casa y también el mejor camarada en la caza. Los artistas egipcios pintaron en las paredes de las tumbas elegantes perros, de distintas especies y razas, sin escatimar detalles: algunos poseían un pelaje uniforme, otros eran manchados; unos tenían las orejas grandes y caídas, y otros, puntiagudas y rectas; había perros pastores y perros guardianes; algunos eran pequeños, y otros enérgicos y feroces como el lebrero, un perro de caza al que reconocemos por su hocico alargado, sus largas y delgadas patas y la cola curvada. En algunas escenas de cacería en el desierto se representan hombres armados con arcos y flechas que, con la ayuda de lebreros, dan caza a leones, órices (unos grandes antílopes) y otros animales.
El perro domesticado entraba en la casa y caminaba libremente por toda ella, acomodándose bajo las sillas para comer, dormir o descansar cerca de sus cuidadores. Nos han llegado imágenes en las que aparecen perros ornados con bellos collares y finas correas que sostienen sus dueños, o que están atados a un árbol. Sin embargo, resulta curioso que los artistas egipcios jamás representasen al hombre o a la mujer acariciando a los perros, cepillando su pelo o sencillamente jugando con ellos.
Gatos y monos El gato, que los antiguos egipcios denominaban miu, fue domesticado a partir del Imperio Medio (desde 2040 a.C.). Este felino era un eficaz cazador de ratones, serpientes y otros animales poco deseados en hogares y graneros. Por ello se ganó el afecto y la simpatía de los campesinos, y se convirtió en un huésped más de la casa. Los gatos dejaban que les pusieran un collar o una hermosa cinta en el cuello y aceptaban, tal vez un poco a regañadientes, mantenerse inmóviles bajo la silla de sus amos mientras éstos gozaban de un apetitoso banquete. A partir del Imperio Nuevo (1552 a.C.), el gato aparece representado en los muros de las tumbas de sus dueños con mayor frecuencia. A juzgar por las imágenes, este animal se convirtió en la mascota favorita de algunos miembros de la realeza, como la reina Tiy, la princesa Satamón o el príncipe Tutmosis, primogénito de Amenhotep III. Éste mandó elaborar un magnífico sarcófago de piedra con bellos relieves e inscripciones para su querida gata Tamit. También el mono (en egipcio antiguo ky) y el babuino (ian) eran criados como animales domésticos. En el repertorio decorativo de las tumbas, los encontramos trepando a palmeras e higueras para ayudar a recolectar los frutos que estaban más altos. Aparecen asimismo representados debajo de la silla de sus dueños, a menudo adornados con collares y brazaletes. Ya desde el Imperio Antiguo, el mono consiguió el afecto del hombre y tuvo acceso a la casa, donde convivía con el perro y el resto de animales domésticos. Divertía a la gente con sus gestos y acrobacias, y, en definitiva, sabía hacer pasar el tiempo de manera agradable. En algunas escenas de mercado, o en otras donde se congrega mucha gente, los monos aparecen sujetos con correas, como si estuvieran patrullando junto al cuerpo especial de policía, los medyais, compuesto por nubios. Llama la atención que a los babuinos domesticados se les extrajeran los caninos, como demuestran las radiografías practicadas a sus momias. Al parecer, con la extirpación de estos afilados dientes se querían evitar mordeduras peligrosas. Tal operación debía de resultar complicada, además de dolorosa para el animal, lo que plantea la cuestión del tipo de anestesia que se empleó en el mundo antiguo para adormecer el dolor.
Mascotas para el Más Allá Las mascotas vivían cerca de sus amos, en el interior de las casas. Recibían toda clase de cuidados durante su vida y cuando morían eran esmeradamente momificadas. El cadáver del animal se colocaba sobre una mesa de embalsamar especial para eviscerarlo, es decir, para extraer sus órganos internos, lo que se hacía mediante una incisión practicada en el costado. También se utilizaban enemas (lavativas) de fluidos disolventes, que se inyectaban por el ano y destruían los órganos internos. Una vez extraídas, las vísceras se limpiaban y enjuagaban con sustancias aromáticas, y eran colocadas de nuevo en el interior de la cavidad abdominal. Previamente, el cuerpo del animal había sido desecado con natrón (un tipo de sal) y rellenado con mirra, canela y otros productos. Acto seguido, se aplicaban ungüentos a base de resinas, gomas y aceites perfumados y se fajaba el cuerpo con vendas de lino. Terminado el proceso, la mascota embalsamada se colocaba dentro de un ataúd o de un sarcófago y se enterraba cerca de quienes habían sido sus dueños. Dado que el coste del embalsamamiento era considerable, el hecho de que una mascota fuera momificada indicaba que había sido extremadamente importante para su propietario. El apego y el cariño que los egipcios demostraron hacia sus animales domésticos no sólo los llevó a representarlos en multitud de circunstancias y lugares, sino también a enterrarlas en sus propias tumbas. Algún egipcio llevó todavía más lejos esta costumbre e introdujo la momia de su animal más querido en el interior de su propio sarcófago: se han encontrado perros cuidadosamente momificados y acurrucados a los pies de sus amos. Quizás en vida la mascota y su dueño dormían juntos y el propietario deseaba continuar haciéndolo durante su vida de ultratumba.
Animales bien cuidados El estudio de las momias de los animales de compañía indica que recibieron atentos cuidados durante su vida terrenal: el pelo brillante y los huesos fuertes revelan una alimentación continua, sana y equilibrada. Una de las más finas y delicadas momias de mascota que han llegado hasta nosotros es la de una gacela que al parecer perteneció a la princesa Isitemkheb u otro miembro de la familia del faraón Pinedyem, de la dinastía XXI (que murió hacia 969 a.C.). El examen de este animal ha revelado que se trataba de una hembra de unos cuatro años de edad que falleció por causas naturales. La gacela fue cuidadosamente vendada con tiras de lino y la adornaron con diversos collares; su momia se encontraba en el interior de un sarcófago hecho de madera de sicomoro que tomaba la silueta del animal.
PARA SABER MÁS Dioses y bestias: animales y religión en el mundo antiguo. Eduardo Ferrer Albelda. Universidad de Sevilla, 2004.
LA RELACIÓN DE LOS ANTIGuOS EGIPCIOS CON LOS ANIMALES La mujeres y hombres de las antiguas civilizaciones, tenían un contacto más directo con los elementos de la naturaleza, y con los animales que habitaban en ella. A algunos de ellos los domesticaron, pero, en general, los animales de todas las especies, incluso las fieras, formaban parte de su vida cotidiana como no ocurre en la actualidad, al menos entre las civilizaciones urbanas.
De hecho, los antiguos egipcios, como seguramente otras civilizaciones de las que tenemos menos noticias, tenían una idea distinta a la nuestra de los animales. Los veían como seres que reunían características comunes con los humanos creyendo que quizás estuvieran dotados de alma. Lo cierto es que, los antiguos habitantes del país del Nilo, mantuvieron una relación muy estrecha con el reino animal que, en cada caso y momento, era objeto de veneración o de alimento. Incluso los propios faraones eran representados con las partes del cuerpo de algunos animales, siendo comparados con aquellos a los que se consideraban dotados de virtuosas cualidades. Hacia la época tardía aumentó el culto a los animales y en especial al gato, y se crearon leyes que castigaban a los que maltrataran a este felino. Aunque no se puede generalizar cuando del antiguo Egipto se habla, pues según nos encontremos en el norte o en el sur, en una ciudad o en otra, el trato que recibían los animales pudo ser muy distinto. Eso sí, los egipcios sentían temor hacia a un gran número de animales salvajes, como los hipopótamos, cocodrilos o los reptiles como las serpientes boas, pitones, cobras, sin olvidar a los felinos; leones, panteras, o chacales. En cambio, domesticaron a perros y gatos. Estos últimos eran animales sagrados por los que sentían especial adoración y gran respeto por sus vidas. Ambas mascotas eran momificadas y enterradas, a menudo, junto a sus dueños, o en cementerios especiales para ellos dentro de ataúdes propias. Tras su muerte, incluso, se guardaba luto, algunos se afeitaban las cejas en señal de duelo. Nos han llegado numerosos relieves y pinturas que reflejan el papel espiritual y social del gato. También, se solían hacer ofrendas de gatos momificados a la diosa Bastet a cambio de su protección, siendo vendidas por las sacerdotes. El historiador griego Heródoto, fascinado por las culturas antiguas como la egipcia, dedicó uno de sus libros, el tomo II de Historias, a las costumbres egipcias. Concibe su misión como historiador en un sentido muy amplio, pues nos habla de costumbres, paisajes, climas, fauna, vegetación… En cierto modo, es un antropólogo que estudia las formas de vida y creencias de los diversos grupos humanos. Heródoto nos dejó escrito que: “Egipto no abunda mucho en animales, pero los que hay, sean o no domésticos y familiares, gozan de las prerrogativas de cosas sagradas. ¡Triste del egipcio que mate a propósito alguna de estas bestias!… Y ¡ay del que matare alguna ibis o algún gavilán! Sea de acuerdo, sea por casualidad, es preciso que muera por ello”. Respecto a los gatos, el historiador clásico escribió: “Los gatos después de muertos son llevados a sus casillas sagradas; y adobados en ellas con sal, van a recibir sepultura en la ciudad de *Bubastis. Las perras son enterradas en sagrado en su respectiva ciudad, y del mismo modo se sepulta a los icneumones. Los icneumones eran ratas grandes del tamaño de un gato que cazaban reptiles. De ellos, el escritor griego, Claudio Eliano, residente en Roma en el s.II, dijo que eran a la vez machos y hembras, pues tienen la capacidad de fecundar y de parir. Heródoto afirmaba que “Egipto es un don del Nilo”, un río que impregnó todos los aspectos de la vida, incluida la mitológica: “Los egipcios veneran como sagradas las nutrias que se crian en sus ríos, y con particularidad entre todos los peces al que llaman lipdoto o escamoso, y a la anguila, pretendiendo que estas dos especies están consagradas al Nilo, como lo está entre las aves el ‘vulpanser’ o ganso bravo. Las mígalas - musarañas- y gavilanes son llevados a enterrar”. De los cocodrilos dijo que eran para algunos, sagrados, para otros alimento. Hubo incluso, quienes trataban de domesticarlos adornándoles con joyas: “Los cocodrilos son para algunos egipcios sagrados y divinos; para otros, al contrario, objeto de persecución y enemistad. Las gentes que moran en el país de *Tebas o alrededor de la laguna *Meris, se obstinan en mirar en ellos una raza de animales sacros, y en ambos países escogen uno comúnmente, al cual van criando y amansando de modo que se deje manosear, y al cual adornan con pendientes en las orejas, parte de oro y parte de piedras preciosas y artificiales, y con ajorcas en las piernas delanteras… Regalado portentosamente cuando vivo, a su muerte se le entierra bien adobado en sepultura sagrada. No así los habitantes de la comarca de *Elefantina, que lejos de respetarlos como divinos, se sustentan con ellos a menudo!…” Respecto a los hipopótamos escribió Heródoto; “Solo en la comarca de Papremis los hipopótamos o caballos de rio son reputados como divinos, no así en lo demás de Egipto. El hipopótamo… tiene unas uñas hendidas como el buey, las narices romas, las crines, la cola y la voz del caballo, los colmillos salidos, y el tamaño de un toro más que regular.” http://arquehistoria.com/animales-en-el-antiguo-egipto-12459