Hoy todos hablan de estrategia. A ella se recurre para planear un partido de fútbol, para hacer negocios, para actuar en política, e incluso también, para conquistar a la persona amada. Hoy en día es tal la penetración del concepto que prácticamente todos somos capaces de diferenciar – sin necesariamente entender porqué – qué es lo estratégico, asociado más bien a las ideas, y qué es lo táctico, claramente vinculado a la ejecución.
Etimológicamente, estrategia es el arte de dirigir las operaciones militares. Su origen está en el griego “stratos”, que significa ejército, y “agein”, conductor. Por lo tanto la estrategia nace como un arte militar que se aplica a los modos de conducir un ejército hasta la presencia del enemigo.
En la época actual y en un sentido más general, el término estrategia se refiere a un saber que busca el modo más adecuado de satisfacer unos fines con el empleo de unos medios. Esta relación dialéctica entre fines y medios desemboca en un propósito, o en una resolución. Lo específico de la Estrategia viene del modo como dice o expresa su quehacer, de la manera peculiar que tiene de hacerse cargo de su objeto y de la forma como dirige las acciones consiguientes.
A la pregunta fundamental: ¿qué tenemos que hacer?, contesta diciendo: hay que emprender una acción. Concretamente, el hacer que disuelve la amenaza con el mínimo daño. El objeto de la Estrategia radica en “decir un hacer” en forma de designio. Contrariamente, el objeto de la Táctica, como el de la Logística, es el hacer mismo.
La estrategia se ha ido construyendo gracias al aporte de dos tipos de expertos en el arte de la guerra: en primer lugar, a través de los llamados estrategas de la acción, grandes capitanes o conductores militares, quienes, a través de sus éxitos y errores en diferentes campañas han ido dejando lecciones para el futuro; en segundo lugar, se encuentran los llamados tratadistas militares o pensadores militares, quienes han ido recogiendo y sistematizando las lecciones de la historia militar en cuerpos de conocimientos de validez general, y que a través del tiempo han pasado a constituir verdaderos tratados de estrategia. Como se ve, la estrategia se construye con teoría y práctica, con reflexión y acción, produciendo ciencia y aplicando arte.
Me parece que la forma más adecuada de demostrar lo planteado en los párrafos precedentes es recurriendo a la historia militar, para a través de un hecho histórico ver de que manera las características de la estrategia ya descritas, se ponen de manifiesto.
La Batalla de Cannas (agosto de 216 a.C.)
Cuando en el año 218 a.C. se declaró la Segunda Guerra Púnica entre Roma y Cartago, desde España, el ejército de Aníbal, compuesto por 50.000 mercenarios cartagineses, númidas, íberos y galos, se abrió camino hacia el norte y en pleno invierno, atravesó Los Alpes para invadir Italia.
En diciembre de ese año derrotó a los romanos en Trebia, en la parte norte de Italia. Después, en abril, avanzó hacia el sur y atacó por sorpresa a los soldados del imperio en el lago Trasimeno, venciéndolos nuevamente. Sin embargo, fue en Cannas, en agosto del 216 a.C., donde Aníbal logró su victoria más importante, al derrotar a unos 86.000 hombres, el mayor ejército romano jamás reunido.
El Senado de Roma había dado la orden a los cónsules Publio Emilio y Varrón de conformar un ejército poderoso para enfrentar la invasión que encabezaba Aníbal, la cual amenazaba las reservas de cereales del imperio. Ambos cónsules comandaban día por medio a los soldados romanos y Publio Emilio –quien siempre desaconsejó un ataque al descubierto– no tenía las mismas certezas que Varrón, quien más impetuoso y atrevido, se sentía seguro de una victoria gracias a la superioridad numérica de sus fuerzas, compuesta en partes iguales por romanos y aliados.
En efecto, y para el orden de combate, Varrón dispuso a sus 80.000 infantes y 6.000 jinetes a la manera romana clásica; una línea de vanguardia que precede a una gran falange de infantes en líneas cerradas, flanqueada por la caballería romana a la derecha y la aliada a la izquierda.
En aquel tiempo los métodos bélicos romanos se habían vuelto tradicionales. Hombres aislados precedían a la infantería pesada, formada en manipulii (que significa puñado), cuyos hombres estaban dispuestos en tres líneas. Los de segunda línea ocupaban los intervalos de la primera y así hacia atrás. En el momento del ataque, éstos avanzaban en formación abierta, de forma tal que tenían espacio para lanzar sus venablos o pilum (una especie de lanza delgada que se lanzaba antes de entrar en combate directo) y manejar sus espadas.
Por su parte, Aníbal dispuso a los íberos y galos en formación de media luna, con la parte convexa hacia el enemigo, y en cada extremo situó sus reservas de soldados cartagineses. Su flanco derecho estaba protegido por la caballería pesada, al mando del general Asdrúbal, mientras que la caballería ligera númida operaría con plena libertad a su derecha.
Durante los tres días en que los ejércitos dispusieron sus fuerzas en el terreno, frente a frente sobre la llanura, se produjeron algunas escaramuzas, pero nada comenzó seriamente sin la orden de los generales.
El combate se inició cuando Aníbal dio orden a su caballería pesada, situada a su derecha, de atacar a la caballería romana que dirigía Emilio Paulo. El choque fue implacable a lo largo de la orilla del río Ofanto y la élite del ejército romano no tardó en ser dominada y rechazada por las fuerzas que comandaba el general Asdrúbal.
Mientras tanto, la caballería númida del flanco izquierdo cartaginés cargó contra la caballería aliada, al mando de Varrón, poniéndola también en desordenada fuga, pero hacia las alturas de Cannas.
Publio Emilio llevó entonces a sus legiones al combate, las que aunque sofocados por el polvo y el calor avanzaron como una muralla de escudos, conteniendo la línea de vanguardia de las fuerzas cartaginesas, íberos y galos, dispuestas en media luna. Gracias a su superioridad numérica los romanos se impusieron sobre dicha formación, la que fue acentuando su curvatura al retroceder, haciendo que la medialuna inicialmente de forma convexa se fuera transformando en una cóncava, creyendo los romanos, en primera instancia, que la victoria estaba de su parte.
Aníbal esperó a que las legiones romanas avanzaran hasta el centro de su ahora debilitada media luna, la que se había transformado prácticamente en una gran “U”, y después lanzó su poderosa y bien armada infantería cartaginesa, que aplastó a los romanos en una maniobra de envolvimiento. Delante de éstos, los íberos y galos, que estaban siendo empujados por la formación romana, regresaron al combate para atacar nuevamente a sus oponentes. El cerco se completó con la caballería de Asdrúbal –que ya había desbandado a la de Publio Emilio– la cual cortó la única salida posible de las fuerzas romanas.
Aníbal hizo que entraran en acción sus 40.000 infantes y 10.000 jinetes, estrechando el cerco y rodeando a los romanos de tal modo que no tuvieron espacio ni siquiera para emplear sus espadas, siendo presos de su propia superioridad numérica, situación que en definitiva se volvió contra ellos, aplastándolos y sufriendo fuertes bajas.
El genio estratégico del jefe cartaginés estuvo en la concepción de este doble envolvimiento. En principio los dos ejércitos estaban desplegados en forma tradicional; la infantería flanqueada por la caballería. Pero Aníbal se mostró astuto al desplegar sus elementos más débiles, los soldados íberos y galos en el centro de su dispositivo, en una media luna convexa, a fin de recibir el choque del asalto romano. Este dispositivo no resistió mucho tiempo y los infantes romanos avanzaron para encontrarse rodeados por la infantería de Aníbal y con la retirada cortada por su caballería.
Tito Livio y Plutarco calcularon el número de muertos romanos en 50.000. Publio Emilio fue una de las víctimas, pero –ironías del destino– Varrón, a quien se le acusa de este desastre, resultó ileso.
Con pérdidas que no superaban a los 6.000 hombres, Aníbal inflingió a los romanos una aplastante derrota y eliminó a buena parte de la clase dirigente de la República. A raíz de Cannas, Roma hubo de tomar medidas drásticas y emprender reformas en profundidad para contrarrestar la amenaza cartaginesa.
Con el paso de los siglos muchos generales han intentado realizar maniobras de envolvimiento que les diesen un triunfo parecido al del jefe cartaginés. De ellos, quienes supieron o pudieron aplicar mejor esta concepción estratégica –pues no siempre el enemigo maniobrará de acuerdo a lo planeado– fueron los generales alemanes Hindenburg y Ludendorff, quienes durante la I Guerra Mundial, al emplear el viejo principio de Aníbal, consiguieron una gran victoria sobre las tropas rusas en Tannenberg, en 1914. También alcanzó este sitial el general von Rundstedt, en las estepas del frente del Este, en 1941-42, durante la Segunda Guerra Mundial.
En este caso el estratega, a través de la concepción de una forma de actuar determinada, aprovechando la dinámica a la que condujo a su adversario al plantearle incentivos que lo llevaron a actuar como a él le convenía, logró crear una situación tal, que pese a estar en inferioridad de fuerzas, le permitió imponer su voluntad al adversario. La victoria de Aníbal en Cannas fue completa y magistral. La razón del éxito: un brillante plan estratégico.
http://www.anepe.cl/2012/07/estrategia-pura-o-pura-estrategia-la-batalla-de-cannas/
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