martes, 15 de julio de 2014

  1. "Hoy recordamos el fallecimiento de Igor Stravinsky.
    Pondré a vuestra consideración un video que considero histórico y me emociona cada vez que lo miro y lo escucho. Espero que ustedes lo sepan valorar.
    ¡Stravinsky dirige su propia obra a... Ver más
  2. RAFAEL SANZIO

    Su estatura era pequeña, pero sus miembros formaban un conjunto lleno de elegancia; su rostro era oval; el tinte de la tez ligeramente aceitunado; cabellos oscuros y largos, poco o nada de barba, los ojos negros, dulces y velados.

    Con estas palabras nos ha llegado la imagen de Rafael Sanzio, una figura cumbre del Renacimiento cuya obra de plenitud, fruto de su talento creador, permanece sobre los siglos como una gracia sin término, para conmovernos con vibraciones de exquisita belleza.

    Rafael nace en Urbino, el 28 de marzo de 1483 y cumple los caminos iniciales por donde transitaron los genios de la pintura; sorpresa de su padre frente a la prematura vocación artística; infancia indagando el asombro de la vida, la luz, la forma, el color, la gracia, las notas del mundo que penetran en el alma del artista para no dejarle jamás y desbordan la existencia convertidas en materia inefable.

    La tierna solicitud del padre le conduce al taller de Timoteo Viti, según parece, su primer maestro de dibujo y pintura, quien le recibe y le orienta con nobilísima ternura, hasta el año 1499 en que abandona el hogar para trasladarse a la ciudad de Perusa y continuar su aprendizaje bajo la dirección del Perugino. Pero aclaremos: el arte no se aprende, se siente como parte del ser; lo que se aprende es el dominio de la técnica para expresarlo con fines eternos.

    Se adelanta al maestro, abandonándole para completar en otra parte los conocimientos que le faltaban. "Existen ingratitudes que halagan el espíritu de los maestros". Y la de Rafael es una de ellas.

    A los veintiún años realiza una obra que insinúa notablemente su dominio pictórico: Matrimonio de la Virgen. En el Renacimiento, el tema religioso era casi camino obligatorio para todos los pintores y escultores; de ahí que los temas bíblicos fueran para Rafael motivo de innumerables creaciones de belleza ejemplar.

    Desea conocer a los grandes maestros y se dirige a Florencia, después de pintar numerosos frescos, cartones y las siguientes obras de fina jerarquía: La Virgen Solly, La virgen del libro, La virgen entre San Francisco y San Gerónimo y la Coronación de un caballero; vuelve a Urbino y realiza el San Jorge y el San Miguel, que se encuentran actualmente en el Museo del Louvre.

    En Florencia crecen a su lado hermosas y firmes amistades; conoce a maestros tales como Ghirlandajo, Masaccio, Filippo Lippi, y se acerca a las obras de Leonardo de Vinci y Miguel Angel, que le despiertan una profunda admiración.

    Julio II le llama a Roma para pintar las salas del Vaticano en el año 1508. Al iniciar la tarea, ocurre un incidente que nos muestra toda la diafanidad del alma de Rafael, no solo como acto de gratitud sino como demostración de respeto hacia uno de sus maestros; le exigen que borre las pinturas del Perugino, a lo que se niega "con dulce energía".

    De su pincel de rosa y oro van apareciendo magníficas obras: La Santa Cecilia, el San Miguel, frescos como Historia de Priguis, los Triunfos de Galatea y del Amor, todas de enternecedora gracia. El nombre de Rafael transita por el mundo convertido en rumor genial y a la muerte de Bramante, arquitecto del Vaticano, ocupa su lugar con la intención de terminar el templo de San Pedro.

    Fue siempre generoso, dispuesto a ofrecer su corazón y sus recursos a grandes o pequeños. Amado por sus discípulos que en cierta oportunidad, ante un artista de gran mérito que señaló algún defecto en sus obras, lo buscaron por toda la ciudad con la espada desenvainada, para probarle el error con la ayuda de ese agudo y decisivo argumento.

    Rafael, turbulento y fastuoso, viviendo en su clima de trémulo amor, dueño de una obra extensa y refinada, traduce su idealismo de una frescura y una juventud milagrosas, representadas en sus tiernas vírgenes o Madonas.

    Tocamos el extremo de su vida, amada y vivida con exceso; exceso en el trabajo, en la amistad, en el amor. Su naturaleza endeble no podía resistir labor tan abrumadora. Enferma y muere el 6 de abril de 1520. Sus funerales fueron suntuosos como los de un príncipe y le acompañó toda Roma.

    Descendió a la madre tierra como había vivido: suntuoso, exquisito y suave, como un príncipe de leyenda, alejándose en la noche hacia su palacio blanco, oculto entre las nieblas perfumadas.



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