jueves, 17 de julio de 2014



Carlos Guastavino: en la edad del asombro

Entrevista realizada por Roberto Espinosa en 1996

Voces niñas de una Sonata en Do mayor de Mozart viborean entre libros y discos. El viejo maestro inclina sus calvos pensamientos sobre el pequeño teclado. "Esto me hicieron tocar cuando tenía casi seis años", dice con alegría. En la soledad de ese diminuto cuarto, donde hay una mesita, un sillón, algún cuadro, una repisa con químicas pipetas, Carlos Guastavino ha sacado a la luz durante varias décadas la música que aún titila en su corazón.

Tiene 84 años y es el más grande compositor argentino vivo. Tal vez lo sabe, pero prefiere hablar de otros temas. Alto, ligeramente encorvado, quizás por el peso de los pentagramas, abre la ventana de los recuerdos para dejar entrar una canción: "Bonita rama de sauce, bonita rama de amor. Nunca floreció, que siempre se quedó diciendo adiós. El río pasa y la peina, el río la jura amar. La rama le da sus trenzas. El río miente y se va... Se va... se va... Y la ramita se inclina, no la vean sollozar..."

"Nací en 1912. Santa Fe era entonces una ciudad chica; habrá tenido unos 50 mil habitantes. Vivíamos en una calle sin pavimentar a unas ocho cuadras del centro. Mi padre era una persona modesta, poco instruida, pintor de paredes, pero muy inteligente. Tenía la visión de la educación y a todos nosotros nos hizo estudiar (dos varones y cuatro mujeres). Mi hermano fue abogado y yo debí ser químico, pero la música me venció. Cuando vio que tenía habilidad para el piano, me mandó a una profesora alemana. De modo que aprendí música antes que a escribir".

Los paisajes de la charla son cambiantes. Pasan de la ternura de algunas anécdotas a los ácidos comentarios de la realidad del país.

"Soy argentino, a pesar de todos los latrocinios que están cometiendo. ¡Si seguimos así, vamos a desaparecer!", se enoja.
Cuando se arrimó a los 20 abriles, se fue a Buenos Aires. En la universidad no le reconocieron las químicas materias aprobadas.

"Conocí a Héctor Ruiz Díaz, un gran pianista. Me dieron una beca para estudiar. Debía tomar una decisión. ¿Qué hacer? La música me atraía tanto... Me agarró entonces Athos Palma, gran profesor y persona, y me llevó a su casa... Hice una carrera corta, pero muy sabia".

El aroma en la venas

Giras de concierto. Un aluvión de música desborda su sangre.

"Siempre toqué obras mías. Siento la música argentina desde chico. Toda mi producción salió argentina y a propósito. No tengo vergüenza de haber escrito cosas a la manera popular. Es algo que siempre me vino solo, no fue un esfuerzo. No conozco el folklore nacional, pero el aroma de la música popular lo llevo en las venas".

Cuando se le habla de la música contemporánea, monta en cólera.

"¡El atonalismo, la música concreta! ¡Eso es una porquería! Y lo digo a los gritos a todo el mundo. Esas son mentiras, falsedades: eso es decir: quiero y no puedo. La música auténtica es armonía, melodía, ritmo, perfectamente tonal. Es la única forma de hacer música. Y el ejemplo se lo puedo dar con mis propias obras. Si yo hubiera sido un improvisador de cosas feas, nadie las interpretaría. No conozco al guitarrista John Williams ni a Teresa Berganza, sin embargo, ellos, como muchos otros se han interesado por mis piezas".

Ecos de timidez

Muestra unas planillas donde se consigna la interpretación de sus obras en los últimos años: Inglaterra, Suiza, Suecia, Francia, Sudáfrica, Italia, Chile, Estados Unidos... Ecos de La tempranera, La rosa y el sauce, Se equivocó la paloma merodean el cuarto. El maestro confiesa su profunda timidez.

"Me han invitado a muchos homenajes; uno de ellos fue en Londres, pero no fui. No soy feliz entre las muchedumbres, me molesta que la gente esté mirándome o me pida un autógrafo. No tengo la culpa de haber escrito música; sólo hice la música que brota en mi cabeza. Cuando leo una poesía que me llega, me conmociono mucho. Se contorsiona todo mi cuerpo, vibro totalmente, aparecen lágrimas en mis ojos... ¡Es muy fuerte! Entonces tomo un papel pentagramado y escribo las notas. Todo es muy rápido, no puedo parar; es como si estuviera poseído. Cuando me doy cuenta de que encontré lo que quería, me pongo de pie, hago gestos, camino, doy vueltas, río o lloro y doy gracias a Dios. La música sale sola y no soy responsable: una parte de mi cerebro tiene música"".

El viejo maestro ya no compone

"He trabajado mucho. Ahora puedo esperar la muerte tranquilo. Estoy en la 'edad del asombro' -así se llama uno de sus ciclos de canciones- porque mi música se toca en todas partes. ¡Qué más puedo pedir!".

Por el patio se va escapando una bella melodía. Un pájaro está entonando: "El viento pasa y la besa el talle le hace cimbrar. Toda la ramita canta. El viento miente y se va. Se va... se va...Y la ramita se inclina, no la vean sollozar".


Sonatina en sol menor- Carlos Guastavino

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