Oh gota musical que se separa
de la inmortalidad y oye mi oído
caer continuamente en el olvido
de mi honda penumbra, oh gota clara!
Una estrofilla de infantil dulzura,
sólo en la fuente alguna vez oída,
me ejecuta en el alma la caída
inmaterial de aquella gota pura.
De un agua fresca como de cisterna,
mi pozo espiritual colma la gota:
y sin querer tengo una voz remota
y a todas horas la mirada tierna.
Oh gota de agua dulce que te estancas
en mi profundidad, de cuyo hueco
interminablemente sube un eco
que es como un vuelo de palabras blancas.
Oh gota musical que me deparas
el milagro ideal de tu caída,
cáeme siempre, siempre que mi vida
vive en el canto de tus notas claras.
martes, 9 de diciembre de 2014
José Pedroni - Maternidad
He aquí que tu dulce palabra ha sido oída
cuando estaba, en la angustia, por no ser repetida.
En tu estupor, dichosa, te tocas sin querer,
y yo, venido a manos, no lo puedo creer.
¡Ah, tú!, bien que en su noche mi fe te entreveía
como la luz del día;
por algo, desde lejos, el viento del destino
me trajo a tu camino.
Yo dije: -Tengo el alma como una piedra dura,
y la piedra, arrojada, cayó en el agua pura.
Lo mismo hubiera sido
que cayera en el polvo del olvido...-.
¡Oh, no!, por algo grande tu corazón profundo
con toda mi tristeza me sentía en el mundo;
por algo que era santo mi vida fue esperada,
y la tuya, tan suave, para siempre entregada.
Desde que sé, oh amiga, que llevas el misterio,
tu nombre es la caricia de mi semblante serio;
del corazón me vienen palabras de alabanza,
y las manos me tiemblan ligeras de esperanza-
mis manos como niños que ríen olvidados
después de haber llorado.
Pienso vivir en calma; deseo ser mas justo;
quiero quererte siempre; y he aquí otro gusto
le siento al pan del día, que no en vano se besa,
y al agua del aljibe, y al vino de tu mesa.
Tengo los ojos nuevos, y el corazón. Admiro
las cosas más humildes, y te miro y te miro
sin hablar.
¡Oh, todo por el hijo que tengo que esperar!
Esperar...Es tan dulce la espera acompañada
para quien , siempre solo, nunca ha esperado nada.
Todo en la casa es suave; todo en la casa es santo.
Tu canto, lento y fácil, es un sagrado canto.
-Hay un olor de espiga en mis libros leídos
y olor de santidad en tus vestidos-.
Tu andar, por lo que llevas, se ha vuelto silencioso.
Tus ojos se entrecierran en límpido reposo.
Y en todo sitio dejas tu bienquerer ufano,
que se te pierde solo, como arena en la mano.
Oh, sepan los que sufren de lo que yo he sufrido,
cómo mi vida es mansa con lo que se ha cumplido;
como el milagro antiguo de Moisés y la roca
inesperadamente se repitió en mi boca;
porque en mi boca, amigos, esta palabra pura
es como el agua clara sobre la piedra obscura.
Oh, sepan los que tienen una tristeza vieja,
cómo el feliz anuncio desbarató mi queja,
y me dejó lo mismo que saco ceniciento
desempolvado al viento.
Oh, sepan los que llevan al cuello desventura,
cómo en un solo día se perdió mi amargura.
Oh, sepan cómo es fuerte mi mano apresurada,
que quiere hacerlo todo, sin saber hacer nada;
cómo mi voz es dulce, después que fue tan grave;
cómo mi amor es simple; cómo mi vida es suave...
Mujer: en un silencio que me sabrá de ternura,
durante nueve lunas crecerá tu cintura;
y en el mes de la siega tendrás color de espiga,
vestirás simplemente y andarás con fatiga.
-El hueco de tu almohada tendrá olor a nido,
y a vino derramado nuestro mantel tendido-.
Si mi mano te toca,
tu voz, con la vergüenza, se romperá en tu boca
lo mismo que una copa.
El cielo de tus ojos será cielo nublado.
Tu cuerpo todo entero, como un vaso rajado
que pierde un agua limpia. Tu mirada un rocío.
Tu sonrisa la sombra de un pájaro en el río.
Y un día, un dulce día, quizás un día de fiesta
para el hombre de pala y la mujer de cesta;
el día que las madres y las recién casadas
vienen por los caminos a las misas cantadas;
el día que la moza luce su cara fresca,
y el cargador no carga, el pescador no pesca...
-tal vez el sol deslumbre; quizá la luna grata
tenga catorce noches y espolvoree plata
sobre la paz del monte; tal vez en el villaje
llueva calladamente; quizá yo esté de viaje...-.
Un día, un dulce día, con manso sufrimiento,
te romperás cargada como una rama al viento.
Y será el regocijo
de besare las manos, y de hallar en el hijo
tu misma frente simple, tu boca, tu mirada,
y un poco de mis ojos, un poco, casi nada...
miércoles, 22 de octubre de 2014
Hermano humo – José Pedroni
Humo de abrojillo que al rayar el día
trepas ágilmente por la chimenea,
y sobre el tejado corres de alegría
para que te vea;
humo de abrojillo,
el menos fragante, pero el más sencillo
entre los cien humos que tiene la aldea.
Humo de abrojillo, fiel humo de yuyo:
lo que es tuyo es mío, lo que es mío es tuyo.
De noche, en el lecho todo plegadizo
que su cuerpo aroma,
_su mano en mi mano_
vigilo su sueño que es asustadizo
como una paloma;
y cuando me marcho, tú que eres mi hermano,
fiel humo de invierno,
te quedas con ella.
Así, como un grano,
partimos el goce de su beso tierno
que es nuestra alegría:
yo de estrella a estrella
y tú todo el día.
Humo de mi fuego, que es el más escaso,
ese olor humilde que tienes _acaso
no hueles a nada_,
sin querer en todo lo dejas de paso:
en mi mesa pobre,
en el mismo cobre
del caldero limpio, que es como un espejo,
en la red colgada,
en el pan del día
y en mi traje viejo.
Y oliendo estas cosas,
fiel humo que acaso no hueles a nada,
yo siento en el alma la misma alegría
que si oliera rosas.
Humo envejecido
que al sentir la llama te escapas del yuyo
como perseguido:
todo lo ligero, todo lo apagado,
es hermano tuyo:
el polvo aventado,
el pañuelo roto visto en el momento
de la despedida,
la tela de araña desgarrada al viento,
la rosa sin vida
que se nos deshoja,
la neblina floja
por la calle abierta,
la barba del viejo sentado a la puerta,
la sombra del árbol con cuya seroja
mi casa sahúmo,
y este verso mío que también es humo.
A Baldomero Fernández Moreno
viernes, 3 de octubre de 2014
Madre luz – José Pedroni
Oh luz, principio claro, causa eterna del hombre:
santificado sea tu milagroso nombre.
Oh luz, gracia absoluta, lleno simple y fecundo
dulce estado de amor alrededor del mundo:
Te debo la dulzura de mis días serenos
y el estupor azul de mis dos ojos buenos.
Te debo la alegría de ser hombre, y de amar,
y de tocar la tierra _que es pura_, y de soñar.
Oh luz, bendita seas por todo lo cumplido:
por el pan, por el agua, por la flor, por el nido. . .
Trepado en el pino derecho y obscuro que tiene mi tiempo _lo plantó en la puerta cuando vine al mundo mi abuelo ya muerto_, tu vieja palabra, jamás entendida, me silbas, oh viento!
Parado el molino, sin agua en la acequia, con el río lejos, siete largos días con sus siete noches te esperé en silencio _de día, rondando mi casa empolvada; de noche, despierto_; y llegas del este con las alas frescas cuando todo el campo se ponía viejo. ¡Oh hermano errabundo, oh hermano que siempre me llegas a tiempo!
Así como el ave que por las migajas de mi pan moreno, baja un día y otro de ese mismo pino sin ningún recelo, bájate, mi amigo, rasguña mi puerta, ábrela sin miedo _que en puerta de pobre siempre está caída la llave en el suelo_, y aventando toda mi papelería, quédate jugando con mi libro abierto.
Viento, fuerte amigo, que no viendo nada _siempre fuiste ciego_, mueves sin cansarte mi molino torpe y el de mi vecino, que es liviano y nuevo; viento, fuerte amigo, que en un día pasas polvoroso y recio; y en un día vuelves por la misma calle con olor de riego; viento, fuerte amigo que nos das el agua y que, al mismo tiempo, silbas en las redes, gruñes en las puertas, zumbas en los huecos, juegas con el humo sobre los tejados, soplas en los fuegos, y las nubes llevas y las nubes traes para que encantado las contemple el pueblo.
Viento, fuerte amigo, que en un día balas como oveja madre que perdió el cordero, y en un día aúllas a través del campo lo mismo que un perro.
Viento: pocos piensan _¡y por qué pensarlo, si has de ser eterno!_, cómo quedaría la nube en el aire, y esa nube blanca del agua: el velero, y en el pueblo pobre la plaza de pinos agudos y negros, y en la tierra llana tanta legua sola, y en el mar inmenso, si de nuestro mundo, para siempre, un día te perdieras lejos. . . Viento: pocos piensan, mientras otros dudan de tu valimiento.
Dudan, te avizoran, se precaven, ruegan, cuando siempre fuiste como un hombre bueno. Sin embargo, un día, después que en las calles lo mismo que un niño te vieran corriendo, sin que te esperasen, tumultuosamente, llegaste del norte bajo un cielo negro: y asolaste viñas, y embestiste trojes, (*) y volaste techos, antes que en las casas las mujeres solas cerraran las puertas a tu descontento. Y al volver confiado, sin ver en la noche la luz de los fuegos, hallaron los hombres por todo el camino las cercas caídas, los rebaños sueltos, las mujeres tristes llorando en las puertas, los hijos despiertos, y a ti por la arena, lo mismo que un niño, corriendo, corriendo, sin ver a la gente, sin oír las voces, cual si no supieras lo que habías hecho.
Por eso los hombres te cierran sus casas; por eso los hombres no te quieren, viento.
Sepan, sin embargo, los que te condenan, que también hay perros que han mordido al amo; que también hay amos que han herido al perro; que también hay almas que han seguido fieles la palabra pura de los hombres buenos, y después la odiaron, tan injustamente, que de cara al cielo, mudos de fracaso, llorando, llorando, los dulces varones desaparecieron.
Sepan que no sabes detener tus alas; piensen en la angustia de tu vuelo ciego.
Oh viento, algún día, de tanto escucharte, sabré tu secreto _el que desde niño me vienes contando y que yo no entiendo_; oh hermano, algún día sabré la palabra, y entonces, sin cuerpo, rondando villajes, moviendo molinos, cruzando desiertos, con el nombre humilde que quieran ponerme seré un viento fresco.