La música en Carlos V
(1500-58)
Matilde Olarte
Universidad de
Salamanca
Carlos V recibió
una educación musical acorde con su condición de soberano: exquisita y
completa; estas cualidades hicieron que su capilla musical ejemplificara la
grandeza del soberano, y que ciertos músicos asalariados suyos de gran
prestigio como Cabezón fueran el baluarte de su poder cultural.
En cuanto a su
propia formación musical, ésta fue lo bastante amplia en su juventud como para
poder escoger los futuros músicos de su capilla y formar la primera capilla
hispano-flamenco con lo mejor de su época. La formación musical básica vino de
la mano de su propia familia: su padre Felipe el Hermoso, su tía y primera
tutora Margarita de Austria, y su profesor Enrique de Bredemers. Desde que
salió para proclamarse rey de España en 1517, llevó consigo su capilla
flamenco-borgoña -de Bruselas-, dirigidos por el músico Nicolás Gombert, que se
especializaría en repertorio musical vocal polifónico; en cambio, para la
creación y ejecución de música instrumental, creó otra capilla compuesta
exclusivamente por músicos españoles -adscritos a la casa real de Castilla-,
que harían las delicias de las cortes europeas en sus numerosos viajes. Sus
ministriles españoles fueron considerados como el zenit de la música
instrumental de su época; destacarían en el extranjero la banda de atabaleros y
trompeteros por la brillantez de ejecución; y en cuanto a sus músicos de
cámara, los mejores eran ministriles bajos, músicos de tecla, arpa, laúd,
orlos, flautas y vihuelas para los actos privados de palacio; y los ministriles
altos de chirimías, bombardas, cornetas o sacabuches para actuaciones al aire
libre.
Con su
matrimonio con Isabel de Portugal se llegó a constituir una nueva capilla
musical formada por cantores y ministriles portugueses y españoles, que fue
asimilada con la ya existente en la corte real de Madrid y que había
pertenecido a la madre de Carlos I, la reina Juana la Loca. Músicos españoles
destacados de esta nueva capilla fueron el organista Antonio de Cabezón y el
maestro Mateo Fernández, el clavicordista Francisco Santiago Pérez, el afinador
Aloi, los cantores Lope de Armento, Martín López, Antón, Zorita, Arellano y
Espinosa y los compositores José Bernal y Jorge de Montemayor.
Gracias a estas
capillas musicales, la corte de los infantes españoles fue, en el s. XVI, la
más afamada. Carlos I, a la muerte de su esposa Isabel, hizo crear, en el
castillo de Arévalo, un magisterio de música dirigido por especiales artistas:
Antonio de Cabezón en el órgano, Francisco Soto en el clavicordio, Mateo Flecha
en la polifonía vocal; y en la danza Lope Fernández, Fernán Díaz y Bárbaro
Fernández. De ahí que al príncipe Felipe II se le haya considerado como el
monarca español que más interés haya mostrado por la música, y que las infantas
María y Juana se convirtieran en defensoras del arte musical en sus cortes
respectivas de Austria y Portugal.
En cuanto
a las aficiones musicales del resto de la familia real, hay que destacar que
aunque el rey no interviniera directamente en la actividad musical de sus
hermanas Eleonor y María, no debemos olvidar que en Malinas los tres recibieron
la misma formación musical bajo la tutela de su tía Margarita de Austria; y los
intercambios de música y músicos serían abundantes y frecuentes. Por eso es
importante la fama que adquirió, como instrumentista, Eleonor de Austria,
-reina de Portugal en primeras nupcias y de Francia en segundas-, discípula
predilecta de Henri de Bredemers en Bruselas (1507-15), y virtuosa en la
ejecución no sólo del laúd y el clavicordio, sino como cantora acompañante. Su
hermana María, mujer de Luis II de Hungría, al enviudar, se retiró a España, en
concreto a la ciudad castellana de Cigales, trayendo aquí a su capilla flamenca
de músicos, que se amalgamaron con otros músicos españoles contemporáneos como
Camargo o Clavijo; en su testamento se enumeran una importante colección de
libros de música manuscritos e impresos y otra de instrumentos; del legado que
recogió su sobrino Felipe II cabe destacar un cuantioso número de instrumentos
de viento -docenas de flautas, pífanos, cornetas, sacabuches- y de cuerdas
-siete vihuelas de arco grandes y pequeñas, cinco violones de arco y varios
laúdes-.
Son muy
numerosas las composiciones musicales que se hicieron para el monarca en su
corte, y que se han hecho universalmente famosas; las recopilaciones más
importantes se encuentran en el cantoral Carlos I de la Biblioteca Nacional de
Madrid [Ms.Vª16=1] de Juan de Escobedo, y en los códices nº 34-36-160 de la
Capilla Sixtina; la «Canción del emperador Mille regretz» de Josquin, se
popularizó tanto en su tiempo que fue utilizada como modelo compositivo durante
décadas. Otras dos composiciones que se hicieron famosas fueron el motete «O
felix etas» -a 6 voces- que el rey encargó al músico español Cristóbal de
Morales en 1538 para celebrar en Niza la tregua entre Carlos I y Francisco I; y
la cantata «Qui colis Ausoniam», compuesta en 1529 por Nicolas Gombert, a
instancias del rey, para festejar la paz firmada entre Carlos I y Clemente VII,
después del saqueo de Roma.
Los músicos más
destacados que trabajaron para la corte y escribieron música específica para
Carlos I fueron, en el caso de españoles, los compositores Juan García Basurto,
Melchor Canzer, Pedro de Pastrana y Bartolomé Escobedo; en el caso de los
flamencos, destacaríamos a Pierre de La Rue, Pipelare, Pierre de Manchicourt,
Hellick Lupus, Nicolas Gombert, Thomas Crecquillon, Richafort, Floriquin,
Agricola, J. Mouton, Picart y Clemens non Papa. Sabemos que en la corte del
monarca se seguían ejecutando los repertorios de música vocal no litúrgica
contenidos en los manuscritos de los cancioneros de La Colombina, de Palacio y
de Segovia [copiados para los reyes católicos], con formas musicales populares
como villancicos, canciones, romances y madrigales; asimismo sería práctica
habitual la música instrumental como versos, tientos, fantasías, glosas y
diferencias.
Los años del
reinado de Carlos I fueron, para la música española, los denominados «siglo de
oro», donde nuestros músicos pudieron competir, más allá de nuestras fronteras,
con su música religiosa al servicio de la «causa» de Trento, con su música
profana, y con el arte de nuestros vihuelistas y organistas. ¿Sería por el buen
«hacer» musical de nuestro monarca?