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miércoles, 25 de marzo de 2015

Astor Piazzolla : El compositor que llevó el tango de los bailes a las salas de concierto

Entre el sonido de época y la eternidad

Fue discutido y admirado. Revolucionó un género. Es, sin duda, uno de los artistas argentinos más importantes de la historia. Aunque fragmentada y caótica, su discografía permite acercarse al genio.

Astor Pantaleón Piazzolla había sufrido una trombosis cerebral el 4 de agosto de 1990. Casi dos años después, el 4 de julio de 1992, murió entronizado como el músico de Buenos Aires por antonomasia. Nadie discutía ya su pertenencia al tango. Sin embargo, ¿realmente había sido discutido? ¿Quiénes eran los que lo habían rechazado? ¿Eran tan importantes esos cuestionamientos? La duda aparece cuando se piensa en la cantidad de discos que grabó en Argentina, en sus actuaciones en teatros oficiales (incluyendo la canonización del Colón, donde actuó por primera vez con su Conjunto 9), en sus frecuentes apariciones televisivas (es cierto, en una época en la que en la televisión aparecían más cosas que ahora) y en los llenos casi totales que lo acompañaban desde las épocas en pequeños boliches hasta los recitales en los teatros Odeón y Gran Rex, en el Roxy de Mar del Plata o en La Botonera de esa ciudad, donde realizó toda una temporada veraniega de conciertos con el grupo electrónico de mediados de los ‘70. De lo que se trataba, más bien, era de un enfrentamiento paradigmático. De dos maneras de entender la música popular. O mejor, de la tensión entre dos géneros distintos que sólo aparentemente eran lo mismo.

De un lado estaba la música popular propiamente dicha, ligada a funcionalidades sociales claras (el baile, sobre todo); del otro, una música artística de tradición popular, en que la escucha se perfilaba como función predominante. Esa tensión estaba presente casi desde los propios inicios del tango o, por lo menos, desde la aparición de los cantores estrella, y desde las sofisticaciones rítmicas de Firpo primero y de De Caro después, desembocando en los grandes arreglos de Argentino Galván y del propio Piazzolla para Troilo, Basso o Fresedo y de la extraordinaria orquesta de Salgán de fines de los ‘40. Pero Piazzolla fue mucho más radical y el quiebre definitivo sucedió en 1955. En ese año grabó en París un disco dedicado casi exclusivamente a sus propios temas, con el acompañamiento de las cuerdas de la Opera de esa ciudad y los pianistas Martial Solal (uno de los grandes nombres de la historia del jazz europeo) y Lalo Schiffrin. Y en ese disco ya no había coqueteo alguno con el baile: los materiales eran los del tango popular; el desarrollo de esos materiales, no. Es decir, allí se plasmaba, ya sin disimulo, algo que venía desde bastante antes. Piazzolla, hablando sobre algunos de los tangos que había escrito para su notable orquesta formada en 1946, explicaba: “...’El Desbande’, que tiene un comienzo del tipo de ‘El Tamango’, de Carlos Posadas, sigue después con las variaciones endemoniadas y terriblemente difíciles que ya empleaba yo. Y en la parte final tiene un valseado. Entraba a dejar de lado el ritmo clásico, a olvidarme de los bailarines, a tocar para que la gente escuchara...”

El conflicto no era distinto, en su esencia, al que puede leerse en la crítica de “Black. Brown and Beige”, de Duke Ellington, aparecida en 1944 en la revista estadounidense especializada en jazz Down Beat. “Allí no hay beat (se refiere a la acentuación regular) y si no hay beat no hay jazz. Además, Ellington se toma más de diez minutos para decir mal lo que habitualmente dice bien en tres minutos.” La diferencia entre lo sucedido con el jazz y con el tango –y eso no fue culpa de Piazzolla– tuvo que ver, eventualmente, con las características de los mercados norteamericano y argentino. Si el jazz no tuvo dificultades para procesar el paso del baile al concierto y al mundo propio del consumo de discos, entre otras cosas porque la pérdida de masividad local se compensó con la internacionalización del consumo, la situación argentina fue otra. El rechazo a Piazzolla vino desde el interior de un género que ya estaba en retirada, que a fines de los ‘50 ya empezaba a dejar de formar parte de los hábitos populares, y que estaba a la defensiva. El tango, que había sido un lenguaje evolutivo, estaba ya cristalizado y sus consumidoressentían que, para defenderlo, había que evitar las contaminaciones. En un punto tenían razón. Si bien no fue Piazzolla el que decidió que el tango dejara de bailarse, lo cierto es que en un mercado pequeño y sin posibilidades de expansión internacional (muchas minorías podrían haber conformado un grupo consumidor interesante, como había sucedido con el jazz y como volvería a suceder con algún rock experimental entre 1967 y 1975), lo que dejaba de bailarse tarde o temprano tendía a desaparecer. No es un dato menor, en ese sentido, que cierto resurgimiento actual del tango tenga que ver con que un público joven quiera bailarlo nuevamente.

“No me creo dueño de la verdad. Lo que en realidad trato es de interpretar la lógica evolución del tiempo palpando las emociones de la hora actual”, escribía Piazzolla en la contratapa de Nuestro Tiempo, un disco publicado en 1962. Se ha hablado de manera abundante de la relación entre los ritmos irregulares, las frases anguladas, el ruidismo –al que se atrevía en ocasiones haciendo que el arco del violín golpeara las cuerdas o la caja del instrumento o que los dedos pegaran en la botonera del bandoneón– por un lado y los gestos crispados de una ciudad contemporánea por el otro. No hay duda alguna acerca de esa capacidad de la música de Piazzolla para convertirse en banda de sonido obligada para Buenos Aires (obligación literal si se piensa en el cine local de los años ‘60 y ‘70). Y es que si la música de fondo de las novelas de Bernardo Verbitsky o Bernardo Kordon, una década atrás, eran las grandes orquestas y sus cantores, la música de Piazzolla parece el correlato casi exacto del gusto burgués ilustrado de los ‘60, modelado alrededor de ese sector universitario, intelectual, cosmopolita y curioso culturalmente, emparentado con el existencialismo del Café de Flore parisino, que aparece, por ejemplo, en Dar la Cara de David Viñas. La novedad es que, gracias a revistas como Primera Plana y al papel democratizador de esa cultura alta que tenían en esa época algunos programas de televisión (Casino Philips, por ejemplo) y radio (los que tenían a Merellano o Edgardo Suárez como programadores, el famoso Show del Minuto de Guerrero Marthineitz), esos intelectuales de izquierda terminaron reemplazando a la iglesia y a las revistas de chismes en la formación del gusto de un grupo social mucho más amplio. Un gusto del que la música de Piazzolla funcionaba como un mapa perfecto.

Algo de los ritmos de Stravinsky o Bartók, una pizca de disonancia, un poco de vanguardia (pero vanguardia entendible, desde ya), el culto al contrapunto bachiano (y a la moda de la música barroca, en ese entonces recién descubierta por la industria musical). Un arreglo como el de “Milonga Triste”, de Piana y Manzi, que canta Héctor de Rosas en Tango para una Ciudad, de 1963, es claro. Las referencias al barroco son permanentes en las progresiones armónicas de la guitarra y, cuando al final aparece el violín (en la orquestación Piazzolla omite el bandoneón) se hace inocultable el parecido con el Larghetto de la Sonata a Trio en Do Mayor de Johann Joachim Quantz que, en esos mismos años, se hizo popular en una adaptación que acompañaba un aviso televisivo de cognac.

La obra de Piazzolla, en todo caso, está atravesada por gestos de época. Pero, curiosamente, trasciende con facilidad ese fechado. Y es que, más allá de todo su afán por ser un músico clásico, de ser aceptado como una suerte de Gershwin criollo, de codearse con poetas y artistas plásticos modernos (hay que decir que nunca tuvo demasiado buen gusto para elegirlos), y de mostrar que sabía escribir fugas y contrapuntos intrincados, la música creada por este marplatense genial –sobre todo cuando es tocada por él– tiene una potencia única.

Todo lo que en otras manos podría sonar alambicado (y en efecto suena así en muchos de los que intentaron actualizar el tango) en Piazzolla es natural, fluido. Todo lo que en otros sería pretencioso, en él es asombrosamente claro y musical. Como en el caso de Beethoven o, más cerca, en el de Keith Jarrett, la música de Piazzolla es muy superior a sus propias ideas acerca de esa música. Como en el caso de las grandes obras de arte, hay allí un doble juego permanente entre su facultad de representar un lugar y una época precisos y su posibilidad de eternidad.

http://www.elortiba.org/piaz.html


domingo, 7 de diciembre de 2014

Las Cuatro Estaciones Porteñas – Astor Piazolla

Las cuatros Estaciones Porteñas son consideradas como una de las composiciones fundamentales en la obra de Piazzolla.
No fueron compuestas todas juntas, como por ejemplo las Cuatro estaciones de Vivaldi; sino que fueron compuestas por separado. Verano Porteño fue compuesto en 1964, Otoño Porteño en 1969, Primavera Porteña e Invierno Porteño en 1970.
Tampoco fueron concebidas como una suite en donde los movimientos que la componen no pueden ser ejecutados por separados. En este caso Las CuatroEstaciones Porteñas pueden ser ejecutadas cada una sin ningún problema. Luego de completar las cuatro y muy pocas veces Piazzolla las interpretó como si se tratara de una obra única, existen grabaciones donde se elige una u otra separadamente.
Las cuatro estaciones fueron escritas para el Quinteto (bandoneón, violín, piano, guitarra eléctrica y contrabajo). Habría que resaltar una excepción, en el invierno el instrumento que figura es el violín, pero originalmente Piazzolla lo había escrito para viola.
Personalmente considero que Las cuatro estaciones porteñas han alcanzado un estilo propio. Cuando fueron compuestas Piazzolla alcanza su identidad estética y la consagración de un estilo y esto se demuestra en la forma de amalgamar un pulso rítmico decididamente tanguero con procedimientos armónicos y contrapuntísticos que él aprendió en Europa.
En estas obras si bien existe una alternancia entre “Solos y tuttis” como en las composiciones clásicas, no respetan un criterio formal como puede ser la Forma Sonata o un Concierto Barroco.
En las estaciones se pasa de una furiosa excitación con partes de carácter virtuoso a momentos de terrible quietud y calma. Son consideradas como música descriptiva.
Piazzolla intenta plasmar el latir ciudadano, sobre todo porteño; utilizando el tango, emerge la parte bohemia de Buenos Aires, el tango nuevo, la expresión del alma porteña.
En el Invierno Porteño aparece la soledad, el frío y lo cotidiano. El invierno es día y es también la noche cuando el tango se hace calle Corrientes. Es tremendamente melancólico, pero esta sensación de soledad y frió viene interrumpida por fuertes impulsos rítmicos.
El violín y el bandoneón son los solistas de esta composición y se van alternando los diferentes temas. Se puede apreciar que en varias partes del invierno el violín asume una tonalidad más grave de lo habitual y esto se debe a que originalmente había sido compuesto para viola.
En la Primavera Porteña encontramos el primer amor. El cuerpo y la seducción. La merienda en el parque. Los enamorados. La ciudad que revive después del invierno. Los árboles se pintan de verde y las flores inundan de perfume toda la ciudad. Esta obra se desarrolla a partir de un tema fugado. Es, de las cuatro, la más equilibrada en la distribucion rítmica y melódica.
En el Verano Porteño aparece la pasión. Cuando el calor toma el cuerpo y el calendario también indica la temperatura del amor. Se calienta el cemento de la ciudad. El caminar por las calles de Buenos Aires a la siesta con ese calor húmedo terrible, la lentitud de la ciudad que parece respirar cada vez más al caer el sol.
Existe un tema que se repite por toda la obra de manera insistente. Este tema viene interrumpido por el solo del violín y el bandoneón. Al ir finalizando la obra se nota una lentitud que luego viene interrumpida por el acelerado final.
En el Otoño Porteño encontramos la despedida. La fugacidad de la pasión se hace Otoño. La ciudad que se comienza a vestir de amarillo. Encontramos aquí uno de los solos más notables, solo para la mano izquierda del bandoneón, donde cada nota parece querer buscar su propio peso como si luchara para independizarse de toda la frase musical. Este solo parece apoderarse de todo el tema hasta que aparece el violín creando un nuevo momento de suspenso.
Un aspecto muy particular de estas cuatro composiciones son todos los pasajes contrapuntisticos de una calidad singular. Utiliza además en diferentes partes melodías al “Unísono”, es decir, los cinco instrumentos tocan el mismo tema lo cual le da al grupo una gran potencia sonora. Logra extraer de los instrumentos sonidos muy percusivos y diferentes efectos sonoros.

http://www.toposytropos.com.ar/N4/fragmentos/piazzola.htm


sábado, 8 de noviembre de 2014

Piazzolla - Five Tango Sensations - Piazzolla & Kronos Quartet

Una extraña combinación

Astor Piazzolla introdujo en el tango influencias tan diversas como el jazz, la música clásica contemporánea y la ópera italiana, que decantó en el nuevo tango.
Y mientras el helado tango de cámara dormía, su música cantó una nueva, radical y urgente canción. (…)

Five Tango Sensations es la segunda pieza del compositor para Kronos Quartet. La primera, Four, for Tango, sobrevino luego de que Piazzolla viera una actuación del grupo en la ciudad de Nueva York; de hecho ellos iban a grabarla en su álbum de Nonesuch de 1988 Winter Was Hard.

El bandoneón que toca Piazzolla, tal como él mismo ha subrayado, nació en una iglesia en Alemania y se mudó a los prostíbulos de Argentina.

 Y el tango comenzó en las casas de putas argentinas y se mudó a las salas de concierto de todo el mundo.

Esa inversión envuelve una ironía tan filosa como una navaja.

Piazzolla - Five Tango Sensations - Piazzolla & Kronos Quartet
http://www.mediafire.com/?gc4tguytl8nkp
http://www.mediafire.com/?zdf9x1pfanlt5

http://oidofino.blogspot.com.ar/2010/04/piazzolla-five-tango-sensations.html



Astor Piazzolla

Piazzolla representa uno de los rarísimos casos en que un autor se desenvuelve de forma extraordinaria tanto en el mundo de la música popular, con sus tangos porteños, como en el de la música culta o clásica. Creó un nuevo género llamado tango sinfónico renovando de esta manera de forma decisiva el tango. Si se considera que la obra de Piazzolla comienza en 1946 con El desbande y concluye en 1990, con Le grand tango y con Five tango sensations, que el mismo año graba con el cuarteto de cuerdas Kronos, se deduce que cubre 46 años, un lapso en el que produjo no menos de ochocientas obras.

Astor Pantaleón Piazzolla Manetti nació en Mar del Plata el 11 de marzo de 1921 y murió en Buenos Aires el 4 de julio de 1992, a raíz de una trombosis cerebral que le sobrevino en París el 4 de agosto de 1990.

El nombre Astor le fue impuesto en homenaje al violinista Astor Bolgnini. Astor se educó en Nueva York, donde se radicaron sus padres en 1925. En 1930 estudió bandoneón con Andrés D'Aquila y luego tomó clases de música con el pianista Bela Wilda, discípulo de Rachmaninov.

En 1934 se produjo su encuentro con Carlos Gardel, junto a quien se lo ve en una escena del filme El día que me quieras. Regresó a Mar del Plata y allí actuó en conjuntos locales. Radicado ya en Buenos Aires y tras esporádicas actuaciones en las orquestas de Miguel Caló, Francisco Lauro y Gabriel Clausi, en 1939 ingresó como bandoneonísta en la de Aníbal Troilo, en la que permanecería durante cinco años. A ese lapso pertenecen sus estudios de música con Alberto Ginastera, y de piano, con Raúl Spivak; su matrimonio con Dedé Wolff, el nacimiento de su hija Diana y el de su hijo Daniel y su bautismo como músico de escuela con su Suite para cuerdas y arpa.

Separado de Troilo, comienza a dirigir en 1944 la orquesta de Francisco Fiorentino y en 1946 forma su propia orquesta, con la que actúa en el "Tango Bar" y en otros lugares céntricos, y compone el que siempre consideraría su primer tango, El desbande.

No abandona los estudios y cursa dirección orquestal con Hermann Scherchen, en tanto crea algunos tangos memorables, que anticipan la que comenzará a ser su música: Para lucirse, Contrabajeando, Lo que vendrá, Prepárense, Tanguango. En 1953 obtiene el premio Fabien Sevitzky con Buenos Aires, Tres movimientos sinfónicos; en 1954 viaja a París, donde se produce su encuentro con la gran maestra Nadia Boulanger, en el que define su futuro. Regresa a Buenos Aires y forma el tan famoso como efímero octeto con cuyas grabaciones puede decirse que inaugura la era piazzolliana.

De allí en más, la labor de Piazzolla no admite pausa. Compone ansiosamente y toca con frenesí. Forma sucesivos conjuntos cuyos integrantes selecciona con rigor y disciplina con energía. Si se considera que la obra de Piazzolla comienza en 1946 con El desbande y concluye en 1990, con Le grand tango, para cello y piano, que le estrena Mstislav Rostropovich, y con Five tango sensations, que el mismo año graba con el cuarteto de cuerdas Kronos, se deduce que cubre 46 años, un lapso en el que produjo no menos de ochocientas obras (cifra estimativa, porque no se ha compilado aún el inventario final de una creatividad en permanente ebullición). Es posible que, hasta ahora, sólo dos de esas creaciones, Adiós, Nonino (1959) y Balada para un loco (1969), hayan alcanzado repercusión en las grandes masas populares.

Él mismo cultivó una música situada a mitad de camino entre la popular y la de escuela, burocráticamente llamada erudita. Esa música, sin embargo, la suya, expresa al porteño de hoy, como el tango villoldeano expresó al compadrito y la que difundieron las orquestas típicas y los cantores nacionales entre 1920 y 1960, a la ciudad repoblada por los inmigrantes. Y además parece expresar también al hombre global -si acaso existe-, a juzgar por la asiduidad con que la ejecutan músicos de todo el mundo.

José Gobello
Nota extraída de la Colección Letras de Tango - Meralma E.C.E.


domingo, 12 de octubre de 2014

Yo-Yo Ma

Yo-Yo Ma (en chino tradicional: 馬友友; en chino simplificado: 马友友; enpinyin: Mǎ Yǒuyǒu) (París, 7 de octubre de 1955) es un violonchelista franco-estadounidense.

De padres de origen chino, a los 4 años de edad estudió violín y viola antes de aprender violonchelo. Comenzó a sobresalir en el mundo de la música desde una edad muy temprana. Ha ganado numerosos premios y distinciones (entre ellos varios Grammy), ha grabado numerosos discos y ha actuado en los teatros y óperas más grandes del planeta. Es considerado uno de los mejores violonchelistas del mundo.

Niñez y carrera
Nace en París en 1955 y comenzó a tocar en público con solamente cinco años. En 1962 su familia se trasladó a Nueva York, donde vivió la mayor parte de sus años de formación. A los ocho años aparece en la televisión estadounidense en un concierto dirigido por Leonard Bernstein. A los quince años se graduó de la escuela secundaria y ya actuó como solista con la Orquesta Radcliffe de Harvard.
Yo-Yo Ma estudió en la Juilliard School of Music con Leonard Rose, antes de entrar a la universidad Harvard.
Obtuvo un gran reconocimiento y popularidad y estuvo de gira con muchas de las principales orquestas del mundo. Sus grabaciones de las Suites para violonchelo solo de Johann Sebastian Bach han sido especialmente aclamadas. También ha tocado música de cámara en numerosas ocasiones, acompañado por el pianista Emanuel Ax, con quien mantiene una buena amistad desde que se conocieron en Juilliard.
Se licenció en Harvard en 1976, universidad que le hizo merecedor de un doctorado honorífico en 1991.

Carrera reciente
El 7 de julio de 1994, estrenó el Concierto para violonchelo y orquesta de John Williams, bajo su dirección y acompañado de la Orquesta Sinfónica de Boston. El concierto fue escrito especialmente para él, como sugirió Seiji Ozawa.
En 1997 Yo-Yo Ma tocó el concierto para cello de Edward Elgar con la Orquesta Sinfónica de Chicago bajo la dirección deDaniel Barenboim.
Yo-Yo Ma trabaja actualmente en el Proyecto Ruta de la Seda, una iniciativa del propio Ma que comenzó en 1998 y cuyo principal objetivo es vincular las artes de Occidente y Oriente reuniendo artistas y público de todo el mundo, y con el que ha brindado la posibilidad de desarrollo y estudio a todas las clases sociales en el marco de las ideas y tradiciones de las diferentes culturas que abarcaba la Ruta de la Seda.
Ha ganado numerosos premios y galardones (entre ellos numerosos Grammy) y ha grabado más de 50 discos, actualmente actúa en los teatros y óperas más importantes del mundo. El 20 de enero de 2009 participó en la inauguración presidencial de Barack Obama, interpretando junto a los músicos Itzhak Perlman, Gabriela Montero y Anthony McGill la obra Air and Simple Gifts, una composición del músico John Williams.

Estilo
Yo-Yo Ma tiene un repertorio más ecléctico que el típico de los intérpretes de música clásica. Además de las numerosas grabaciones de la norma del repertorio clásico, también registró piezas barrocas; bluegrass estadounidense; melodías tradicionales chinas; obras de Astor Piazzolla (compositor contemporáneo), así como obras de Philip Glass (minimalismomoderno). También ha trabajado en varias bandas sonoras de películas, como Tigre y Dragón (Wo hu cang long) o Memorias de una geisha.

Instrumentos
Su primer instrumento fue el fabricado por Montagnana (manufacturado en Venecia en 1733). Yo-Yo Ma perdió este chelo de más de doscientos setenta años (que él apodaba Petunia) olvidado en un taxi, una noche en Nueva York, aunque más tarde lo recuperó, intacto.
Otro de los chelos que utiliza Yo-Yo Ma es un Stradivarius 1712, que pertenecía a Karl Davydov y luego a Jacqueline du Pré.
También posee un violonchelo hecho de fibra de carbono, de la compañía de Luis y Clark (Boston).

Wikipedia