Un deseo -Víctor Hugo
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miércoles, 10 de septiembre de 2014
sábado, 30 de agosto de 2014
El jorobado de Notre Dame (película de
1996)
El
jorobado de Notre Dame es una película de
animación dirigida porGary Trousdale y Kirk Wise,
producida por Walt Disney Pictures y estrenada el 21 de junio de 1996.
La película es una adaptación de la obra literaria francesa Nuestra Señora de París, escrita por Víctor Hugo.
Tiene una
secuela directo a video llamada El jorobado de
Notre Dame 2: El secreto de la campana.
Quasimodo
Descripción
Era un niño
jorobado que fue abandonado al nacer cerca de la catedral de Nuestra Señora de París,
y habitaba en la catedral de Notre Dame, tocando las campanas. Supuestamente
era hijo de una gitana. Sólo podía utilizar un ojo, ya que el otro lo tenía
casi bloqueado por la deformidad de su rostro, y quedó casi sordo por el tañir
de las campanas de la catedral, de los cuales él se encargaba y las cuales
significaban todo para él antes de conocer a la mujer gitana Esmeralda, de
quien se enamora por ser ella la primera que le mostró bondad.
Quasimodo
era odiado por el pueblo de París por causa de su deformidad, gracias a lo cual
posee un carácter tímido y retraído. Sin embargo, posee una gran valentía,
astucia y un corazón noble. Antes de Esmeralda, la única persona importante
para él era el archidiácono Frollo, quien lo adoptó cuando fue abandonado en la
catedral entre los niños expósitos.
Durante las
acciones más importantes de la novela, él aún no ha cumplido los veinte años.
Victor Hugo lo describe físicamente como un hombre de gran tamaño y fuerza y
una gran agilidad a pesar de sus defectos físicos, la cual podría ser el
producto del ejercicio que realiza constantemente trepando por las torres de
Nôtre Dame y los techos de los alrededores, si bien no sale mucho de la
catedral. Su cabello es muy rojizo y, si bien no se lo aclara en el libro, se
ha interpretado que sus ojos podían ser azules. Por esto se cree que tal vez no
era hijo de una gitana, sino que había sido raptado por una o, quizás, dejado a
su cuidado.
El final de
Quasimodo es sumamente dramático: cuando ve, desde lo alto de Notre Dame, que
Esmeralda es asesinada y él no podrá llegar a tiempo para salvarla, su alma se
entristece y decide morir junto a ella después de asesinar al cruel
archidiácono que la asesinó.
Una de las
características más importantes sobre él es el cariño que siente por la
catedral Notre Dame de París, en donde vive. Victor Hugo describe esta relación
como si el campanero y la catedral fueran una sola alma unificada. Es allí en
donde Quasimodo tiene su refugio del mundo que lo repudia injustamente.
Es sin duda
uno de los personajes más importantes en la literatura francesa (y la
literatura en general). Su historia ha llamado la atención de diversos
directores que han adaptado Nuestra Señora de París al cine. Incluso Disney
hizo en los noventa su propia versión de la historia, llamada El jorobado de Notre Dame,
en donde se resalta el lado sensible y el buen corazón del personaje. Esta
película infantil revela la pureza en el alma de Quasimodo, adornando al
personaje con buenas actitudes, además de modificar el final de la obra,
encontrándose Quasimodo y Esmeralda vivos.
Etimología
Quasimodo significa casi hecho, en latín.
Wikipedia
El jorobado de Notre Dame
El jorobado de Notre Dame - Banda sonido original
https://www.youtube.com/playlist?list=PLF45C6A46FBE37D78
Nuestra Señora de París – Victor Hugo
Hablar sobre un libro como “Nuestra Señora de París” es una tarea complicada, puesto que mucho se ha dicho sobre él y, a estas alturas, es difícil añadir algo novedoso o sustancial. Quizá el problema estribe en que esta novela es de una factura casi ejemplar y que sus características son simples, pero tremendamente eficaces a la hora de lograr agradar al lector.
Habría que empezar por decir que “Nuestra Señora de París” es un libro de encargo, escrito (como tantos otros de la época) por Victor Hugo debido a la solicitud de un editor que quería publicar una novela histórica al estilo de las de Walter Scott, que hacían furor al otro lado del Canal. Y el gran autor francés, tras unos cuantos retrasos (debidos a circunstancias revolucionarias y a la escritura de otras obras), se descolgó con este novelón de factura impecable —en cuanto a forma— y de contenido sencillo… sólo en apariencia.
Porque —y he aquí uno de los puntos fuerte del libro— Hugo, en efecto, fraguó una novela histórica excelente (con algunas salvedades que veremos después), pero plasmó en ella muchas de sus preocupaciones sobre los acontecimientos de su tiempo: el reinado de Carlos X, la revolución de 1830 o la monarquía de julio de Luis Felipe I, último monarca de Francia; y no sólo sobre hechos históricos, sino sobre temas más mundanos y cercanos, como la conservación de los monumentos o la relevancia de la cultura escrita.
Ateniéndonos a la trama del libro, “Nuestra Señora de París” es un claro ejemplo de la novela de ambientación histórica que Scott desarrollaba (en “El corazón de Mid-Lothian”, sin ir más lejos). No tan centrado en el personaje de Quasimodo como cabría esperar por sus traducciones y adaptaciones posteriores, el libro narra las peripecias de este personaje y su protector, el dómine Claudio Frollo, enamorados ambos de la Esmeralda, una gitana que baila con su cabra por las calles del París de 1482, y que rechaza sus atenciones en favor del capitán de arqueros Febo de Chateaupers.
En medio de esta historia se entrecruzan las vicisitudes de Pedro Gringoire, dramaturgo aficionado y filósofo diletante, Paquette la Chantefleurie, abnegada mujer que jugará un papel decisivo en la trama, el hermano menor de Claudio Frollo, Jehan, estudiante juerguista y follonero sin par, o Clopín Cojoloco, rey de los mendigos de París y defensor de la Esmeralda.
Todos estos personajes, y algunos más, tejerán un argumento repleto de amoríos, encarcelaciones, secuestros, duelos y muertes, y que no desentrañaremos aquí por mor de la concreción y para no desvelar detalles que revelen el final de esta intriga. Baste resumir que, por encima de cualesquier otros detalles, el amor es el motivo fundamental de esta obra; el amor en diferentes variantes: legítimo, filial o lascivo. Y que todo ese amor, como no podía ser de otra manera, convierte a los protagonistas en marionetas a merced de un destino inevitable y cruel.
Sin embargo, por encima de las consideraciones argumentales, cabe resaltar que Victor Hugo escribió una obra muy interesante por su estilo y por su manera de enfocar la peripecia narrativa. Porque, pese a estar escrita poco antes de mediados del siglo XIX, su autor exhibió recursos muy avanzados a su tiempo, como el monólogo interior, o la intrusión del escritor en la narración para aclarar, explicar o hacer alarde de conocimientos (en la mejor tradición del “Tristram Shandy” de Sterne).
El francés introduce comentarios en distintos puntos para expresar su opinión y, por ejemplo, lanzar un discurso en el que expone su rechazo a las torturas y la pena de muerte; incluso entremezcla algunos capítulos completos dedicados a la decadencia de la cultura arquitectónica frente a la cultura escrita, impulsada con la invención de la imprenta.
Y quizá este punto sea el único un tanto flaco de la novela, puesto que las digresiones —aunque habituales (y hasta necesarias) en esta clase de libros— distraen al lector de la trama principal; cuando son tan largas como la anteriormente citada, el retomar el hilo de la narración es casi un juego de prestidigitación, puesto que Hugo abandona a sus personajes en mitad de situaciones que, en algún momento, son de tensión. Obviamente, parte de la inquietud generada se pierde en esas ramificaciones que, no obstante, son muy interesantes; simplemente, están situadas en un lugar poco afortunado.
Se agradece que Hugo compare su siglo XIX con aquel XV del que escribe, a veces para bien, a veces no. Esos contrastes ayudan al lector a comprender cuán absurda, en ocasiones, ha resultado la evolución de las costumbres, y la degeneración que la civilización ha provocado.
“Nuestra Señora de París”, como se puede ver, es mucho más que una novela de aventuras históricas. Y todo ello merced al genio de Victor Hugo.
http://www.solodelibros.es/29/12/2006/nuestra-senora-de-paris-victor-hugo/
Nuestra señora de París – Víctor Hugo
http://aristobulo.psuv.org.ve/wp-content/uploads/2008/10/victor-hugo-nuetra-senora-de-paris1.pdf
Hablar sobre un libro como “Nuestra Señora de París” es una tarea complicada, puesto que mucho se ha dicho sobre él y, a estas alturas, es difícil añadir algo novedoso o sustancial. Quizá el problema estribe en que esta novela es de una factura casi ejemplar y que sus características son simples, pero tremendamente eficaces a la hora de lograr agradar al lector.
Habría que empezar por decir que “Nuestra Señora de París” es un libro de encargo, escrito (como tantos otros de la época) por Victor Hugo debido a la solicitud de un editor que quería publicar una novela histórica al estilo de las de Walter Scott, que hacían furor al otro lado del Canal. Y el gran autor francés, tras unos cuantos retrasos (debidos a circunstancias revolucionarias y a la escritura de otras obras), se descolgó con este novelón de factura impecable —en cuanto a forma— y de contenido sencillo… sólo en apariencia.
Porque —y he aquí uno de los puntos fuerte del libro— Hugo, en efecto, fraguó una novela histórica excelente (con algunas salvedades que veremos después), pero plasmó en ella muchas de sus preocupaciones sobre los acontecimientos de su tiempo: el reinado de Carlos X, la revolución de 1830 o la monarquía de julio de Luis Felipe I, último monarca de Francia; y no sólo sobre hechos históricos, sino sobre temas más mundanos y cercanos, como la conservación de los monumentos o la relevancia de la cultura escrita.
Ateniéndonos a la trama del libro, “Nuestra Señora de París” es un claro ejemplo de la novela de ambientación histórica que Scott desarrollaba (en “El corazón de Mid-Lothian”, sin ir más lejos). No tan centrado en el personaje de Quasimodo como cabría esperar por sus traducciones y adaptaciones posteriores, el libro narra las peripecias de este personaje y su protector, el dómine Claudio Frollo, enamorados ambos de la Esmeralda, una gitana que baila con su cabra por las calles del París de 1482, y que rechaza sus atenciones en favor del capitán de arqueros Febo de Chateaupers.
En medio de esta historia se entrecruzan las vicisitudes de Pedro Gringoire, dramaturgo aficionado y filósofo diletante, Paquette la Chantefleurie, abnegada mujer que jugará un papel decisivo en la trama, el hermano menor de Claudio Frollo, Jehan, estudiante juerguista y follonero sin par, o Clopín Cojoloco, rey de los mendigos de París y defensor de la Esmeralda.
Todos estos personajes, y algunos más, tejerán un argumento repleto de amoríos, encarcelaciones, secuestros, duelos y muertes, y que no desentrañaremos aquí por mor de la concreción y para no desvelar detalles que revelen el final de esta intriga. Baste resumir que, por encima de cualesquier otros detalles, el amor es el motivo fundamental de esta obra; el amor en diferentes variantes: legítimo, filial o lascivo. Y que todo ese amor, como no podía ser de otra manera, convierte a los protagonistas en marionetas a merced de un destino inevitable y cruel.
Sin embargo, por encima de las consideraciones argumentales, cabe resaltar que Victor Hugo escribió una obra muy interesante por su estilo y por su manera de enfocar la peripecia narrativa. Porque, pese a estar escrita poco antes de mediados del siglo XIX, su autor exhibió recursos muy avanzados a su tiempo, como el monólogo interior, o la intrusión del escritor en la narración para aclarar, explicar o hacer alarde de conocimientos (en la mejor tradición del “Tristram Shandy” de Sterne).
El francés introduce comentarios en distintos puntos para expresar su opinión y, por ejemplo, lanzar un discurso en el que expone su rechazo a las torturas y la pena de muerte; incluso entremezcla algunos capítulos completos dedicados a la decadencia de la cultura arquitectónica frente a la cultura escrita, impulsada con la invención de la imprenta.
Y quizá este punto sea el único un tanto flaco de la novela, puesto que las digresiones —aunque habituales (y hasta necesarias) en esta clase de libros— distraen al lector de la trama principal; cuando son tan largas como la anteriormente citada, el retomar el hilo de la narración es casi un juego de prestidigitación, puesto que Hugo abandona a sus personajes en mitad de situaciones que, en algún momento, son de tensión. Obviamente, parte de la inquietud generada se pierde en esas ramificaciones que, no obstante, son muy interesantes; simplemente, están situadas en un lugar poco afortunado.
Se agradece que Hugo compare su siglo XIX con aquel XV del que escribe, a veces para bien, a veces no. Esos contrastes ayudan al lector a comprender cuán absurda, en ocasiones, ha resultado la evolución de las costumbres, y la degeneración que la civilización ha provocado.
“Nuestra Señora de París”, como se puede ver, es mucho más que una novela de aventuras históricas. Y todo ello merced al genio de Victor Hugo.
http://www.solodelibros.es/29/12/2006/nuestra-senora-de-paris-victor-hugo/
Nuestra señora de París – Víctor Hugo
http://aristobulo.psuv.org.ve/wp-content/uploads/2008/10/victor-hugo-nuetra-senora-de-paris1.pdf
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